Ayer, 24 de enero, Sharon Tate hubiese cumplido 80 años
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El nombre Sharon Tate quedó para siempre como sinónimo de una imagen horrenda, de uno de los crímenes más espantosos del siglo XX. Esa chica de belleza celestial -actriz, modelo, musa de la moda, que ayer hubiese cumplido 80 años-, quedó congelada para siempre en sus 26 años, y embarazada de ocho meses, por la oscura e incomprensible locura asesina de Charles Manson y sus seguidores.
Se habla mucho más de su muerte que de su vida, que quedó reducida a sus últimos minutos. Su trayectoria quedó opacada por su horrible final. Hay más libros e historias sobre el clan Manson que sobre ella e infinitos relatos sobre esa noche del 8 de agosto de 1969, cuando una Sharon embarazada y cuatro personas más fueron asesinadas brutalmente por miembros del clan Manson en la casa que la actriz compartía con su marido, el director de cine Roman Polanski, en Beverly Hills.
Pero Sharon Tate fue más que su muerte. Y también fue más que su belleza, a todas luces extraordinaria a juzgar por infinitas imágenes que la muestran rotundamente hermosa, encantadora, sensual… Estaba empezando una carrera en el cine que podría haberla llevado a lugares importantes, tanto que un año antes de su muerte fue nominada a un Globo de Oro como actriz revelación. Dicen que era amabilísima, dulce, alegre, amiga fiel, excelente cocinera, anfitriona de lujo, dueña de un gusto exquisito tanto para vestirse como para moverse en el mundo.
Hoy, día de su cumpleaños, como un conjuro frente a su muerte imperdonable, la recordamos a través de tres películas, retazos apenas de lo que podría haber sido…
La danza de los vampiros
La película de Roman Polanski fue un hito en la vida y la trayectoria de Sharon Tate. Pero la historia comienza mucho más atrás, con su nacimiento el 24 de enero de 1943 en Dallas y la obtención del primer premio de belleza de su ciudad cuando tenía apenas seis meses. Sharon tuvo una infancia itinerante en distintas ciudades de los Estados Unidos por el trabajo de su padre -era militar- y pasó la adolescencia en Italia, donde también obtuvo varios títulos de belleza (siempre fue preciosa) que le sirvieron para conseguir allí algunos papeles como extra en varias películas. De regreso a Estados Unidos, tuvo participaciones erráticas en series de televisión como Los Beverly Ricos y en películas como Almas en conflicto (Vincent Minelli, 1965), donde se dice que Elizabeth Taylor la hizo echar del set para que no opacara su belleza. Su primer papel importante fue en El ojo del diablo (1966), una película de J. Lee Thompson con David Niven y Deborah Kerr que se filmó en Inglaterra.
Allí, en una fiesta, conoció a Roman Polanski, que estaba buscando una actriz para interpretar a la joven Sarah en La danza de los vampiros (1967). No fue amor a primera vista. Es más, Polanski estuvo a punto de rechazarla para el papel porque no era pelirroja y la trató bastante mal. Pero finalmente se enamoraron. Sharon se separó de su novio Jay Sebring, peluquero de celebridades (es el personaje que en 1975 interpretaría Warren Beatty en la película Shampoo), quien siguió siendo su gran amigo y murió con ella en la masacre de la fatídica casa del 10050 de Cielo Drive, en el lujosísimo barrio de Bel Air en Bevery Hills.
Tate y Polanski se casaron el 20 de enero de 1968 en el Playboy Club de Londres y se transformaron en la pareja más cool de la época. Vivían de fiesta, rodeados de celebridades como Mia Farrow, Jane y Peter Fonda, Peter Sellers, Warren Beatty, Ruth Gordon, John y Michelle Phillips (los de The Mamas and the Papas)… Eran los dorados 60 y el flower power, corrían el alcohol y la hierba. Todos los amigos amaban a Sharon y destacaban el resplandor de su personalidad, su amabilidad, su capacidad de disfrute, su increíble belleza. Por otro lado, las cosas con Polanski no eran tan sencillas: según la biografía de Ed Sanders (Sharon Tate: A Life), el matrimonio era muy tóxico, el director la engañaba con otras mujeres, la obligaba a participar en orgías para grabarla y la sometía a continuos desplantes. En su autobiografía, en cambio, Polanski da otra versión y habla de amor: “Lo que más me gustaba de ella era su bondad inmutable, su alegría natural, su amor por las personas y animales, a toda la vida en general”, y recuerda que cocinaba maravillosamente, que le cortaba el pelo y que le armaba las valijas cada vez que él tenía que viajar.
Unos meses después de la boda, y a pesar de la resistencia inicial de Polanski a ser padre, Sharon quedó embarazada. En esos meses Polanski estrena el exitazo de El bebé de Rosemary, luego viaja a Londres y se mete de lleno en la escritura del guión de su próximo film: El día del delfín. Para estar cerca de él Sharon acepta filmar en Italia la película 12 + 1, con Vittorio Gassman y Orson Welles (la crítica destacó aquí sus dotes de comediante). Con el embarazo avanzado, decidió volver a Los Ángeles. En la última noche que pasó con Polanski, cenaron en un restaurante frente al Támesis y luego ella le dejó en el cuarto del hotel la novela Tess d’Urberville, de Thomas Hardy, para que la evaluara como posible guión para una película en la que podrían trabajar juntos.
Sharon volvió a Estados Unidos y pocos días después estaba muerta. Roman Polanski estrenó Tess en 1979, protagonizada por Nastassja Kinski. La película ganó tres premios Oscar, dos Globos de Oro y tres César. Está dedicada a Sharon Tate.
El valle de las muñecas
“Demasiado guapa para ser creíble”. “Demasiado sexy para ser buena actriz”. Sharon Tate cosechó toneladas de este tipo de críticas en su cortísima carrera, y muchas veces era lo que pensaba ella misma porque era terriblemente tímida e insegura… Sin embargo, cerca del final comenzó a aparecer en ella una veta de comediante que prometía otros rumbos y que empezaba a ser advertida por algunos comentaristas en los medios. A Sharon le encantaba hacer reír y parecía caminar hacia la comedia. Pero no hubo tiempo.
En ese mismo 1967 de El baile de los vampiros, fue convocada para filmar una película que no solo la consolidaría como sex symbol sino también como estrella de Hollywood: El valle de las muñecas. La película de Mark Robson, basada en la famosa novela de Jacqueline Susann, se estrenó en diciembre de 1967 en Nueva York y tuvo un éxito descomunal en la taquilla.
Sharon fue nominada al Globo de Oro por su interpretación de Jennifer North, una de las tres hermosas mujeres que en 1945 quieren triunfar en ese malvado mundo del cine y el espectáculo. Sin embargo, las primeras críticas por su actuación fueron duras. Así como en el estreno de El ojo del diablo, el New York Times había dicho que esa nueva actriz era “aterradoramente bella pero sin ningún tipo de expresión”, algunas revistas defenestraron su trabajo en El valle de las muñecas y la calificaron a ella misma como “insoportablemente tonta y vanidosa”. En esto algo habrá tenido que ver el director Robson, que durante el rodaje se llevó pésimo con las tres actrices (Patty Duke, Barbara Parkins y Sharon Tate) y que según cuentan hizo que Sharon la pasara terriblemente mal filmando la película: el tipo la despreciaba continuamente en el set, la trataba como a una chica linda y estúpida, y ella era especialmente sensible con ese tema.
El personaje de Jennifer North tiene en realidad grandes similitudes con Sharon Tate: ambas sufren el síndrome Marilyn Monroe, la actriz bellísima y de cuerpo despampanante que sufre por no ser reconocida por su talento y tiene un destino trágico. De hecho, al parecer Jacqueline Sussan se inspiró en la Monroe para concebir al personaje de su novela, con esa vida rodeada de lujos y pretendientes millonarios, esa desesperación por ser reconocida como algo más que un cuerpo exuberante y esa tremenda soledad.
Jennifer y la verdadera Sharon Tate terminan pareciéndose aún más. En un momento, Jennifer le dice a su madre por teléfono: “Yo sé que no tengo ningún talento, sé que lo único que tengo es mi cuerpo y estoy haciendo mis ejercicios para el busto”. Es una vida atormentada y termina suicidándose. Ver a Sharon Tate en la piel de su personaje, muerta, cubierta con una sábana y en una camilla forense es tan premonitorio que asusta.
Érase una vez… en Hollywood
En plena belleza y juventud, la vida de Sharon Tate quedó suspendida en la nada esa noche en su casa de Cielo Drive, y ella misma pasó a ser personaje y leyenda.
Quentin Tarantino la convirtió en su película Érase una vez… en Hollywood (2019) en una especie de ángel, de hada que baila, entra a las fiestas y recorre las calles en un continuo, con su minifalda y sus botas blancas. Interpretada por Margot Robbie, esa Sharon Tate disfruta en el cine su última película, descalza, y le sonríe a la vida en ese agosto de 1968, cuando faltaban pocos días para la masacre del clan Manson. Tarantino, sin embargo, reescribe la historia y le da a Sharon la oportunidad de seguir viviendo. “Pensé que sería conmovedor y agradable, y también triste y melancólico, pasar algo de tiempo con ella, solo existiendo (…) no con una historia sino verla vivir, simplemente”, dijo alguna vez.
En la nueva historia que cuenta Tarantino, Leonardo Di Caprio es Rick Dalton, un veterano actor de westerns en el final de su vida profesional y con sus frustraciones a cuestas, que pasa sus días junto a su doble y amigo Cliff Booth, interpretado por Brad Pitt. Ambos tratan de remontar sus carreras en un nuevo Hollywood, que busca una nueva generación de estrellas. Margot Robbie, en la piel de Sharon Tate, vive en la mansión de al lado y es el símbolo de ese nuevo y glamoroso Hollywood al que Rick y Cliff sueñan con acceder. Los miembros de la familia Manson son personajes que aparecen de forma intermitente, como la amenaza latente de la historia, porque todos sabemos que en algún momento, en una cálida noche de ese agosto, llegará el horror.
Pero por obra y gracia de Tarantino, el horror no llega. Lo que llega es un final violento, sorprendente, maravilloso. Vemos a los asesinos de Manson en Cielo Drive a punto de entrar a la mansión de Sharon Tate, pero en la puerta se encuentran con el vecino Rick, alcoholizado, que sale enfurecido porque los “hippies” lo molestaron con las luces del auto. Y entonces los Manson deciden cambiar su plan, se meten en la casa de Rick y salvan a Sharon de su trágico destino.
Hay dos escenas emblemáticas en el final de la película de Tarantino. Una es Rick Salton con un lanzallamas, calcinando a fuego y furia a una de las asesinas en su piscina. La otra es Sharon Tate, sana y salva, invitando a su vecino Rick a tomar algo con ella y sus amigos y abriéndole así las puertas de un futuro que él creía perdido y que ella va a poder vivir. Catarsis, cuento de hadas, el cine hace justicia.
Dicen que los años 60 y el flower power terminaron abrupta y violentamente a manos del clan Manson esa noche de agosto de 1969, para pasar en unas pocas horas de espanto al pesimismo de los 70. Sharon Tate, con su belleza etérea, encarnará para siempre un tiempo dorado que no pudo ser…