Fueron casi dos décadas de litigio y, finalmente, Alberto II de Bélgica reconoció la paternidad de la escultora Delphine Boël, de 51 años. El lunes 27 de enero, el abogado de Alberto de Bélgica, Alain Berenboom, hizo público el comunicado que decía: "Su Majestad el Rey Alberto II tiene constancia de los resultados de la muestra de ADN a la que se prestó a petición del Tribunal de Apelaciones de Bruselas. Las conclusiones científicas indican que él es el padre biológico de la señora Delphine Boël". En 2013, Delphine acudió por primera vez a los tribunales intentando demostrar la paternidad de quien, en aquel año, aún era Rey. En los últimos siete años, se sucedieron los recursos y las demandas entre él y la hija de la baronesa Sybille de Selys Longchamps. Después de muchas idas y vueltas, Alberto de Bélgica accedió a la petición de Delphine al entregar una muestra de ADN, el pasado mayo. Vale recordar que el juzgado le impuso una multa de unos 6.000 dólares diarios hasta que no se realizara la prueba.
"Delphine heredará de la misma manera que los otros tres hijos (Felipe –actual rey–, Astrid y Laurent)", explicó el letrado, aunque la artista belga dejó en claro en numerosas ocasiones que el reclamo de paternidad no estaba motivado por un objetivo económico. Delphine no aparecerá en el orden de sucesión al trono ni ostentará título alguno de princesa de Bélgica, sí podría cambiar el apellido y utilizar el de la Familia Real, tal y como explica el periódico belga Le Soir. O bien seguir manteniendo el que ha llevado hasta el momento, el de Böel.
LA HISTORIA OCULTA
La madre de Boël, la baronesa Sybille de Selys Longchamps, conoció a Alberto II de Bélgica en 1966. Ella ya estaba casada con el industrial Jacques Boël, y él, con Paola Ruffo di Calabria —la Reina Paola—. Según relató en alguna ocasión la propia Delphine, sus padres se habían conocido en Atenas («donde mi abuelo era embajador. Los dos estaban casados, pero sus matrimonios no funcionaban»). Dos años después de aquel primer encuentro, nació Delphine. Durante algunos años, ella recibió la visita de su padre, presentado por su madre como un viejo amigo, al que en casa llamaban "Papillon". En 2017, en una entrevista con Vanity Fair recordó ciertas anécdotas de su infancia vinculadas a su padre biológico: «Cuando era pequeña —contó— y salía a cenar con ellos, me quedaba dormida debajo de la mesa del restaurante. Entonces, él me tomaba en sus brazos y me llevaba a casa». A los diecisiete años, la baronesa Sybille decidió confesarle a su hija la verdad y esta en vez de sorprenderse recibió la noticia con toda serenidad, como si algo dentro de ella, desde hacía años, le hubiera revelado la verdad. No en vano, la presencia de él en la vida de Sybille y de su hija era habitual: vacaciones en Saint- Tropez, en Córcega… Cuando la baronesa decidió mudarse a Gran Bretaña a vivir, recibían en su hogar londinense visitas de Alberto de Bélgica quien, por aquel entonces, había tenido tres hijos fruto de su matrimonio con Paola: Felipe, Astrid y Laurence.
Al parecer, hasta la Casa Real belga había contemplado la posibilidad de un divorcio entre Alberto y Paola. Sin embargo, había una cláusula con la que los abogados se mantenían inflexibles: la baronesa Sybille tendría prohibido ver a los hijos de Alberto, con lo cual, no podrían vivir bajo el mismo techo, ni llevar una vida familiar medianamente. Ante estas circunstancias, Sybille de Selys Longchamps decidió alejarse y poner un punto y final a la relación. Desde adolescente, Delphine vivió sabiendo que su secreto era una cuestión de Estado y que no debía difundirse bajo ningún pretexto. Sin embargo, en 2001, la baronesa tuvo que ser intervenida de una delicada operación de corazón. Cuando Delphine quiso informarle a su padre, este le respondió con dureza: "No me llames más. No quiero oír hablar más de esta historia. Además, no eres mi hija". Fue muy duro para Delphine quien, dos años después, a punto de ser madre de su primera hija, sintió que esta niña sí tenía un derecho del que ella había sido privada: no ocultar a nada ni nadie sus raíces. Durante años, Delphine trató de expresar con el lenguaje del arte lo que hería su corazón. En 2006 presentó su retrospectiva "Never Give Up". Un título profético para lo que tres lustros más tarde iba a conseguir.
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