Del SUM y la parrilla a los amenities ecológicos
Cada vez más edificios suman iniciativas que requieren un espíritu comunitario entre vecinos, como huertas y composteras compartidas
Desde hace varios años que los edificios con amenities se transformaron en una tendencia en el mercado inmobiliario. Compartir la pileta, la parrilla, el gimnasio o el laundry con los vecinos ya es algo natural para quienes eligen este tipo de viviendas. A estos espacios se les suman las iniciativas ecológicas, que requieren un espíritu más comunitario, como las huertas y las composteras compartidas entre vecinos. Algunas vienen concebidas desde la construcción y otras son gestionadas por ellos. La agricultura urbana se impone en las grandes ciudades del mundo, y en Buenos Aires también.
“No es que lo buscamos, pero cuando nos mudamos, hace ocho años ya, estaba el espacio destinado para la huerta y nos encantó la idea”, cuenta Vanesa Be, vecina de un edificio ubicado en Barrancas de Belgrano que aparte de la pileta, la parrilla y la cancha de tenis tiene una huerta para que la utilicen todos los que habitan allí. “La paisajista y el equipo de jardinería se ocupan del mantenimiento y los vecinos vamos sugiriendo qué nos gustaría plantar, y según el sol y demás cuestiones se puede hacer o no”, dice Vanesa, que utiliza sobre todo las hierbas aromáticas para cocinar.
La agricultura urbana es un boom en las grandes ciudades del mundo. En algunas se trata de políticas públicas, como en Chicago o en Berlín, donde se concursa para obtener una parcela propia para sembrar y cosechar, y en otras es un fenómeno autogestionado o incluso se toman tierras que estaban desaprovechadas. En Andalucía existe el programa de huertos sociales comunitarios, en el que la gente se postula y se sortean las parcelas.
“Estas iniciativas de huertas compartidas en un edificio o entre personas que viven cerca tienen beneficios porque permiten bajar costos y tener un espacio más grande con mejor superficie para frutales, por ejemplo. Y sobre todo, repartir responsabilidades. Muchas veces la gente no se anima a empezar una huerta por temor a no poder ocuparse: de este modo, las tareas están distribuidas o se contrata un servicio”, dice la licenciada en ambiente Valeria Churba, que realiza proyectos de este tipo para instituciones y emprendimientos inmobiliarios o particulares.
Las consultas que le llegan a Churba surgen sobre todo de los consorcios o grupos de vecinos que quieren poner huertas en espacios verdes comunes o terrazas. La idea de amenity refiere a una comodidad ofrecida para todos los que habitan en un inmueble. Pero mantener una huerta o una compostera requiere dedicación y técnica. El cuidado de los cultivos no es lo mismo que mantener limpio un SUM. “En las huertas comunitarias es muy importante establecer una metodología de trabajo. Por ejemplo, en una que hice para un edificio en Palermo, hicimos reuniones de capacitación y de definición de pautas de mantenimiento, de cosecha y de uso. Recién cuando eso empezó a funcionar me pidieron que los ayudara con la compostera.”
Para usar y mirar
No todos los vecinos de la torre de Barrancas de Belgrano utilizan la huerta; algunos aprecian también lo estético, ya que está diseñada de manera horizontal para apreciar las aromáticas o los árboles de mandarinas y quinotos. “Como la huerta está al lado de la parrilla, muchas veces usamos el romero para las carnes o el perejil crespo para las ensaladas. A mí, como buena italiana, me encanta llevarme albahaca a casa”, dice Mariela Murre, que destaca que no es algo conflictivo entre los vecinos. “Los que cosechan lo que crece en la huerta lo hacen a conciencia, no hemos tenido problemas en ese aspecto, todos tenemos sensibilidad por la tierra y los productos, sabemos que debemos ser cuidadosos. No es sólo estética, es proteger la naturaleza.”
Desde el estudio de arquitectura IR se realizaron distintos proyectos de viviendas agrupadas con espacios comunes dedicados a estos amenities ecológicos. En el barrio de Saavedra, en Quintana 4598, se comparte una terraza que durante un tiempo tuvo su compostera y funcionó como huerta. Uno de sus arquitectos, Luciano Intile, que vive allí, cuenta que cuando diseñan estos proyectos establecen espacios comunes para que quienes los habiten decidan cómo quieren utilizarlos. “Damos el soporte para que exista esa vida comunitaria y sustentable, pero sin imponer qué hacer, la idea es que la comunidad se apropie de los espacios. Tuvimos una compostera al principio, pero no era compatible con las mascotas, por ejemplo, y la sacamos. Y a medida que va cambiando la comunidad, lo vamos adaptando.”
IR Arquitectura se define como una plataforma cooperativa de arquitectos y diseñadores industriales. En este momento tienen un proyecto en proceso en Mar del Plata: un edificio de nueve pisos que cada tres tiene un espacio común para ser compartido entre los vecinos. La azotea se diseñó para que allí se instale una huerta y tendrá también un biodigestor que recibe los residuos orgánicos y cloacales que luego son digeridos por una colonia de bacterias que los procesa de manera acelerada y da por resultado un agua barrosa y un barro que se puede utilizar como fertilizante. “Los compradores, en general, son personas con cierta sensibilidad por la ecología, pero después esas unidades tal vez se alquilen y se irá creando una comunidad que decidirá si quiere una huerta o un lugar de encuentro”, dice Intile.
En Nordelta hay también un espacio de siembra y cosecha comunitaria. Hasta septiembre de 2016, el terreno frente a la parroquia Sagrada Familia estaba desaprovechado y gracias a la colaboración de vecinos de la zona se instaló la Huerta Circular de Nordelta. Martín Clark tiene una formación en terapia hortícola y se encarga, junto con un equipo de huerteros y agrónomos, del mantenimiento del espacio. “Puede ser visto como un amenity porque es un lugar de encuentro de vecinos, pero desde mi visión es mucho más: nosotros promovemos que vengan a poner las manos en la tierra. En la Huerta Circular participa el que quiere, viene gente de Nordelta o de otros barrios cerrados de la zona, la mayoría vive cerca.” Hay familias que apadrinan canteros, esto significa que colaboran con un aporte mensual, y hay otros que son voluntarios, van a los talleres o ayudan en el mantenimiento. Ambos se llevan su bolsón. No se trata de dividirse las parcelas y que cada uno produzca lo suyo, sino de colaborar en que la comunidad pueda utilizar el espacio, también se pueden comprar verduras y frutas orgánicas.
Emmanuel Kovalivker vive en el barrio Los Castores de Nordelta, trabaja en logística farmacéutica y pertenece a una de las familias fundadoras de la Huerta Circular. Cuenta que se interesó por el proyecto porque se trataba de dejar de lado ese costado fashion del barrio y volver a las raíces, a aprender a cosechar, a trabajar la tierra. “Si el amenity lo concebimos como algo para mejorar la calidad de vida, entonces sin dudas esta huerta lo es. Me da mucha satisfacción ver a mis hijos en contacto con la naturaleza; cada vez que vamos ahí, volvemos más felices.” También lo considera un espacio de encuentro con otras personas.
En un edificio de ocho departamentos de la calle Thames en Villa Crespo, los vecinos tenían una parte de pasto detrás del estacionamiento. Juan Galarce es ingeniero agrónomo y propuso en una reunión de consorcio hacer una huerta, cuatro de sus vecinos se entusiasmaron y él se ofreció para armarla. “Para un agrónomo ver un poco de tierra que tiene buena luz solar desperdiciada es un crimen, por eso lo propuse y por suerte hubo buena devolución. Tenemos ciboulette, romero, menta, albahaca. Fue crucial explicarles a todos cómo cortar y establecer quién regaba.”
Hace dos meses empezaron también a armar una compostera. Los vecinos ya venían separando la basura, pero ahora recolectan los residuos húmedos, como restos crudos de frutas y verduras, en un barril de plástico agujereado que está cerca de la huerta y al sol para la fermentación.
Los amenities ecológicos requieren esa sensibilidad hacia una vida sustentable, pero también reglas claras de cuidado. Los vecinos de la torre de Barrancas de Belgrano delegan el mantenimiento en los jardineros, otros se acercan voluntariamente a los talleres o aportan a la Huerta Circular de Nordelta. En todos los casos se identifica un espíritu comunitario para repartirse las tareas o para decidir cómo utilizar los espacios comunes.
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