Dos meses después de que su padre muriera, Alfredo Pavlovsky saltó en paracaídas. Tenía 24. A los 44 repitió la experiencia y, aún con más miedo que la primera vez, decidió hacer el curso. "En principio, porque tenía tiempo, dinero y había roto con mi pareja. Estaba buscando darle sentido a mi vida", dice. Con la ilusión de encontrar un grupo con la misma pasión por la adrenalina, el día que se "recibía" con su séptimo salto, se quebró el peroné. Con tres cirugías y una larga rehabilitación, Alfredo dejó de lado el riesgo por un tiempo. Ya había hecho de todo: vuelo en ala delta, wakeboard, esquí fuera de pista, windsurf, descenso en mountain bike y hasta buceo de inmersión, actividad por la cual se le colapsó un pulmón. "No me tengo que probar nada más. No voy a empujar los límites", se dijo, satisfecho.
Matías Pérez Barrera, instructor y piloto de parapente en Cuchi Corral (Córdoba), dice que en estos 21 años de aviación ha visto muchas parejas que se separan y, para olvidarse, vienen a buscar este deporte. De profesión arquitecto y oriundo de Bahía Blanca, Matías es técnico en reparación, mantenimiento y test de parapentes, lo que en el ambiente se denomina rigger, y también piloto de deltatrike (modalidad de ala delta con un motor). Tiene su propia hipótesis: "En general, los que vienen son personas que llegan a una edad en la que no hicieron lo que les gustaba o vivieron para trabajar. Al descubrir el factor pasional y de magnetismo que hay en la aviación, se les vuelve una adicción".
"Yo creo que decidí hacer parapente porque mi hermano me prestó la «memoria», me recordó mi sueño y me impulsó en una circunstancia muy especial de mi vida. Me había separado y mis hijos vivían en el exterior. Elegí volar antes que ir a un psicólogo", cuenta Guillermina.
Entre sus alumnas se encuentra Guillermina Romanutti, una docente rural de 50 años, oriunda de Colonia Caroya, quien recuerda que a los 8 años quería volar: se tiró de una medianera con un paraguas. "Yo creo que decidí hacer parapente porque mi hermano me prestó la «memoria», me recordó mi sueño y me impulsó en una circunstancia muy especial de mi vida. Me había separado y mis hijos vivían en el exterior. Elegí volar antes que ir a un psicólogo", cuenta. Recuerda que en la primera clase, que dura una hora y consiste en mostrar el funcionamiento del parapente, ella solo escuchaba el maravilloso sonido de cuando se infla el velamen. "Ya fui dos veces a volar en tándem. Empecé a conectar con la vela, el arnés y los hilos. Mi hijo tiene terror de que me pase algo. Y, si me pasara, quiero que piensen que fui feliz. Volar es sentir que dios hizo bien las cosas".
Fanático de algunos deportes de riesgo como la escalada deportiva, Martín García cuenta que un día su mujer le dijo: "Quiero volar". Él la acompañó y terminaron probando los dos, solo que Martín hizo el curso y hoy vuela parapente en General La Madrid (Buenos Aires). Comenta que aprendió en las sierras cordobesas, pero ahora vuela en el llano. Martín vive en Bahía Blanca y tiene cuatro hijos. Uno de ellos murió. "Después de todo lo vivido, se me sumó la muerte de mi padre, así que a los 42 emprendí algo que siempre me había gustado y no había podido hacer antes, pero que tal vez esté unido a lo que nos pasó", resume.
Rebeldes con causa
La idea de que a veces las crisis impulsan a buscar una salida en una actividad de riesgo es retomada por Osvaldo Saidón, psicoanalista. Según explica, la idea de correr el límite implica buscar un estado emancipatorio, y cada momento de la vida lo tiene: el adolescente, por ejemplo, se rebela contra los padres. "En el caso de la crisis de los 40 y 50, tiene que ver con el paso del tiempo o con la finitud, con la angustia de muerte: si corro un riesgo, da la impresión de que soy singular, auténtico, pero también de que tengo la seguridad para hacerlo", sintetiza.
Big Box, una reconocida empresa que regala experiencias, sumó una categoría denominada Extreme. En ella aparece la posibilidad de saltar en paracaídas, volar en parapente o en paratrike y, para los más miedosos, probar el túnel de viento que equipara la sensación de volar sin hacerlo en altura. Luego de la categoría gastronomía, es uno de los regalos más exitosos en el ranking. ¿Quiénes la compran? Un 55% de mujeres frente a un 45% de varones, cuya edad va de los 25 a los 45. En general se adquiere como regalo de cumpleaños. Hasta la fecha han saltado 1.006 personas en el aeroclub de Chascomús y en Alta Gracia (Córdoba). La experiencia con parapente fue vendida a más de 400 intrépidos y se realiza en San Antonio de Areco.
Para Alejandro Montagna, ingeniero industrial, con más de 2.500 saltos y cuatro récords, existen dos formas de abordar el paracaidismo: "Una, como esa experiencia que queremos hacer antes de morir: dura una tarde y se convierte en una foto para el recuerdo. La otra tiene que ver con empezar una actividad que pueda revolucionar tu vida".
Su pareja actual, Dasha Zakharova, comparte esa misma pasión , con 600 saltos y tres récords. De origen ruso, nacionalizada argentina, es la primera mujer en el país en practicar wingsuit: un grado extremo de paracaidismo que se realiza con un traje especial. "Me separé de mi anterior pareja después de 10 años y empecé a saltar", confiesa, siguiendo la idea de que ciertas crisis funcionan como disparadores.
"Yo soy un paracaidista deportivo, lo vivo desde el punto de vista de la competencia y de los récords y tengo conocidos que murieron: un deporte extremo te redefine como persona", aclara Montagna para diferenciar los tipos de riesgo que se corren. "En un salto de bautismo, en cambio, si uno sigue las indicaciones, no está comprometida la seguridad. Uno va atado al piloto con el que salta a través de un arnés y cada gancho de aluminio resiste 10 veces el peso. Se vive la ingravidez, la aceleración, la caída libre, la apertura del paracaídas, el vuelo del velamen y se aterriza con cero responsabilidades. Todas las decisiones y acciones las toma el especialista", explica.
A Alejandro y a Dasha les resulta difícil describir la sensación de felicidad en la puerta del avión."Es un deporte que te cancela por completo los problemas, es tan intenso que tu mente está ciento por ciento ahí", concluye él.
¿Dónde practicar?
El parapente no es exigente en cuanto al estado físico. El costo del vuelo de bautismo sale $2.500, dura de 15 a 20 minutos e incluye una filmación. En la Federación Argentina de Vuelo Libre (FAVL) se puede consultar la nómina de instructores y de pilotos habilitados para el vuelo biplaza en todo el país.
Para practicar paracaidismo se puede consultar la Federación Argentina de Paracaidismo (FAP), en donde figuran las escuelas habilitadas. La edad mínima para el salto en tándem es de 16 años con consentimiento de los padres, buen estado físico y un peso máximo de 95 kilos.
Silvina Sotera
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