Pasan los años, crecen las ciudades, se asfaltan las calles, llega la inseguridad y el wifi, pero los niños no pierden su capacidad lúdica, de conectarse a través del juego. Puede haber mutado el escenario, puede ser virtual el espacio, pero el encuentro sucede. Dejó de ser la calle, o el barrio, para ser reemplazado por la plaza, el jardín, la escuela, y últimamente, y más aún en tiempo de aislamiento social, el ciberespacio.
Mientras tanto, mucha agua ha corrido bajo el tiempo. Si se comparan los juegos de hace 120 años con los de ahora, unos cuantos han sobrevivido, pero otros tanto quedado en el olvido. Saltar a la soga, el ta-te-ti, jugar a la lucha, a las muñecas, a la mancha, a la rayuela, parecen ser actividades que cuentan con la preferencia infantil, aún en el siglo XXI. Si bien es cierto que las nuevas generaciones de "nativos digitales" cada vez juegan menos con juguetes,rondas, canciones y juegos, y rápidamente se inclinan por las pantallas táctiles y el universo de propuestas de visuales (que va más allá de la TV, y abarca juegos interactivos, aplicaciones, videos), la escondida, el veo veo y el elástico todavía gozan de buena salud.
A los más pequeños aún les cantan "saco una manito, la hago bailar", y todavía se juega a adivinar en qué mano se esconde algo, pero difícilmente el acertijo se acompañe con el "Zeta Bayeta/ Martín de la Cueta/ Tenía un buey/ Que sabía arar/ Que sí, que no/ Que en esta está".
Muchos otros resultan aún contemporáneos, pero difícilmente se juegan en la actualidad: las figuritas, la payana, el Martín Pescador, el gran Bonete, Buenos días su Señoría, la sillita de oro, el gallito ciego, el pisa-pisuela están en proceso de oxidación y desvanecimiento acelerado. Queda la memoria emotiva de quienes los jugaron, pero difícilmente una niña actual aceptaría en el mantantirulirulá la retahíla de roles "femeninos" que solía acompañar al "yo quería una de sus hijas/ ¿qué oficio le pondremos?".
Por último, algunos juegos están definitivamente extintos y ya casi hay que hacer arqueología para comprender las imágenes que los ilustran. Las imágenes de esta nota son parte del Archivo General de la Nación. Se trata de una serie de 80 fotos, atribuidas mayormente a Juan M. Gutiérrez, que fue secretario y socio fundador de la Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados. Fueron publicadas en Caras y Caretas, en una sección llamada "Páginas Infantiles", en series de a tres, cada mes o mes y medio, sobre todo a lo largo de 1902, y principios de 1903. También las utilizó Pablo Pizzurno para ilustrar sus libros de lectura de 1º y 2º grado de escuela primaria.
Un vistazo arroja nombres de juegos desconocidos como Sir Roger, las esquinitas, Don Juan de la Casa Blanca, uñate, hoyo y quema y Abuelita qué hora es. Son sólo algunos ejemplos de los entretenimientos que, con suerte, están por jubilarse o han pasado a mejor vida. Muchos sucumbieron al progreso y la urbanización. Y no es una cuestión reciente. La historiadora Claudia Freidenraij está próxima a publicar un artículo en el que analiza esta serie de fotografías que será parte del libro Historia de la sociedad argentina a través de la familia y la niñez (Eduvim, 2020, en prensa)(*). "El primer edicto policial censurando el juego de barrilete data de 1886, cuando las colas de los barriletes se enredaban en los hilos del teléfono y del telégrafo. Sin embargo, pese a la prohibición, niños y niñas siguieron remontando barriletes y encontramos que la policía siguió labrando edictos y disposiciones que lo prohibían hasta mediados de la década de 1910: aparentemente, los vigilantes de calle perseguían con pereza a los niños y sus cometas, quizás por cierta nostalgia de su propia infancia" dice.
En su trabajo "Niños jugando. Circulación de imágenes, condición social y fotografía en la Buenos Aires de principios de siglo", Freidenraij señala que la serie de fotografías configuran, en realidad, montajes con un sesgo fuertemente civilizador. "En su afán de marcar las formas del bien jugar, las fotografías dan cuenta de la existencia de juegos pretendidamente universales (jugar a las muñecas sería un juego que toda niña –pobre, rica o de clase media– desarrollaba porque se vincularía a un "instinto materno" que caracterizaba a todas las niñas, pero también de juegos diferenciados según la clase social: si los niños pobres se entretenían en recrear las hazañas de Juan Moreira e inventar tramas entre policías y bandoleros, los niños de la elite habrían impuesto el Sir Roger, un juego-espectáculo "gracioso y simpático" en el que se expresaban las danzas aprendidas en la escuela y se replicaban los códigos sociales que regían los fastuosos bailes infantiles que tenían lugar en Buenos Aires desde los inicios del siglo XX", apunta.
Y continúa: "Algo similar podría decirse de la distinción entre las peleas de puños que formaban parte del repertorio de socialización de los niños de las clases populares por un lado, y la "lucha romana" que desarrollaban los muchachitos de las clases más encumbradas, más vinculada a la educación gimnástica del cuerpo de los niños y un código de honor en el desarrollo del enfrentamiento".
Algunos de los juegos que hay que buscar en el arcón de los recuerdos son:
HOYO Y QUEMA
Ya en 1902 Caras y Caretas anunciaba en su nota la muerte de este juego. Decía "Las calles pavimentadas impiden la formación de los hoyos o choclones con que los niños de épocas lejanas taladraban las veredas con el fin de entregarse a la diversión más apasionadora que contaban en su largo repertorio". Se jugaba con bolitas de vidrio. Los niños arrojaban cada uno la suya, tratando de embocarla en el hoyo o quedar muy próximo a este, pues la menor distancia daba derecho para "quemar" o golpear con ella a las de los adversarios, después de haberla embocado en una segunda tentativa desde el punto en que hubiera quedado.
UÑATE
Versión similar del anterior, pero sin hoyos. También se trataba de "quemar" al adversario. Había un uñate "común", en la que la bolita se deslizaba sobre el suelo, y una versión de salto, o uñate francés que, siempre según Caras y Caretas, "facilita la educación de la vista, y subordina a esta la precisión del movimiento de la mano, graduando el esfuerzo que debe hacer". En España, en cambio, el uñate su jugaba empujando alfileres, y el desafío era cruzar con el propio, el alfiler del adversario.
DON JUAN DE LA CASA BLANCA
Empezaba con una fila –o un semicírculo, hay variantes– de niños. En los extremos, uno era el Señor y el otro Don Juan, y dialogaban:
–Don Juan de la Casa Blanca./ –Señor, señor./ –¿Cuántos panes hay en el horno? /–25 y uno quemado./– ¿Quién lo quemó?/ –Este pícaro ladrón./ –Ahórquenlo.
El desenlace varía según la bibliografía. La escritora Liliana Heker, en su cuento "Don Juan de la Casa Blanca", dice que ahí mismo empalmaba con una ronda donde se cantaba "Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan/ piden pan/ no les dan/ piden queso/ les dan hueso/ y les cortan el pescuezo". Los reúne, así como Roberto Firpo lo hace en el tango El Ahorcado. Otros, en cambio, aseguran que había que pasar bajo un arco que formaban los dos protagonistas hasta que uno le decía al otro "por ahí vienen los moros" y se desataba una persecución.
ABUELITA, ¿QUÉ HORA ES?
La versión más moderna, que aún puede llegar a escucharse, comienza con una Abuelita en un espacio abierto muy amplio, en el que se esparcen los demás niños. Uno por uno, van preguntando "Abuelita, ¿qué hora es?" Y ella responde las horas con pasos de animales: "Las tres de elefante", o "las cinco de hormiga", y cada amigo se acerca imitando los pasos que la abuela indica. En la práctica, lo cierto es que la Abuelita permite que ganen los íntimos, ya que elige animales de pasos amplios para ellos, y de pasos pequeños para los "menos amigos".
En la versión de principios de siglo, menos light, las niñas le preguntaban la hora girando a la abuelita girando a su alrededor. Y seguían: "Abuelita, qué buscas?/ Una agujita/ Una agujita, ¿para qué, abuelita?/ Para coser una bolsita/ Y para qué querés la bolsita, abuelita?/ Para guardar un rebenquito/ Y para qué es el rebenquito?/ Para castigar a las curiosas, hijita…
Y ahí la abuela corría a todas las niñas, que huían, intentando sujetar a una, su sucesora.
Estas dos versiones son sólo una muestra de las variantes que los juegos presentan según el lugar y la época de que se trate. El "uno, dos, tres, Cigarrillo 43" fue alguna vez "coro coronita, es" en Argentina, y "uno, dos, tres… el escondite inglés", con otras palabras agudas terminadas en és, en España. El "sube y baja" era "balancín-balanzán", los "desafíos" actuales son prendas (más subidas de tono) y el "pica" reemplazó al "piedra libre" en las escondidas.
Y aunque las niñas ya no jueguen a la farolera ni tropiecen y se enamoren de coroneles, los juegos infantiles tiene cuerda para rato.
(*) La edición próxima a publicarse surge del trabajo del Grupo de Investigación Histórica de las Familias y las Infancias en la Argentina Contemporánea, que se desarrolla en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA.
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