Del cualquierismo palermitano a un consolidado centro comercial
Buena parte de mis recuerdos palermitanos tienen coordenadas espacio temporales precisas: Armenia casi esquina Gorriti (donde fui uno de los supuestos socios de Cubo, juguetería de cautivantes diseños propios y abundante madera) y el primer lustro del siglo XXI. La película de lo que pasó en cierto Palermo se basa en un argumento repetido en otras superproducciones urbanas: algunos espíritus inquietos buscan alquileres bajos y callecitas con encanto y apuestan por un barrio de toda la vida; luego el boca a boca de la bohemia vistosa y el consumo cuidado hacen lo suyo con la subsiguiente repercusión mediática para que, acto seguido, aterricen marcas y más marcas; con la consolidación del área como paseo turístico comercial, la cosa se pone demasiado hormiguero, y los pioneros no están, o son excepciones tan aisladas como al principio de la historia, pero nada que ver...
Por entonces, yo residía en Las Heras y Ugarteche (otro Palermo más verde y hogareño) a unas veinte cuadras de nuestra humilde pero pretenciosa juguetería. De cara al público, el local irradiaba cierta sensación de todo el año es Navidad en clave orientalista, mientras que al otro lado del mostrador dominaba un sinsentido de corte pospunk suburbano y zonasureño. Entre nuestros productos más elogiados se destacaban un trompo con vocación de liderazgo y un robot de madera absolutamente adoptable, y a pesar de nuestra escasa productividad, contábamos con una clientela fiel y evangelizadora, y hasta vendíamos en la tienda del Malba.
Pegado estaba el engrasado taller de Octavio Amaya, cerrajero del automóvil de sangre gitana con varias décadas en el barrio, carismático y entrañable vecino que aprovechaba las tormentas para salir a aullar; en Armenia y Cabrera había un bar de taxistas que nos vendía la medida de fernet en apenas dos pesos, y cuando queríamos dilapidar nuestros ingresos teníamos el irremplazable Bar 6 sin sacar los pies de Armenia. Fue en ese Palermo que llegué a ciertas conclusiones sobre el cualquierismo en cuanto electroestimulante corriente estética, espectacularizada mediatización política, apocalíptica dinámica consumista y babélica fragmentación pseudocientífica, sumatoria de esdrújulas que me terminó impulsando a cruzar el Atlántico para observar a cierta distancia.
Nunca fui un palermitano de pura cepa: siempre evité la Plaza Serrano y cruzar Juan B. Justo jamás formó parte de mi estilo de vida: muchos años después saldé mi desprecio viviendo casi un año en Humboldt y El Salvador, no muy lejos de donde escuché a Francisco Javier Ríos, que tenía su galería Sonoridad Amarilla, postular la etiqueta Palermo Soja.