Berenice Grigioni conoció de cerca el trabajo corporativo, pero la pandemia despertó un viejo sueño familiar y, en Traslasierra, Córdoba, se animó a concretar su deseo de tener un lodge de lujo propio.
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Aunque siempre había sido un riesgo latente y, antes de acostarse, sus hijos le preguntaban todas las noches si la alarma de la casa donde vivían en la localidad de City Bell estaba encendida, no fue un robo o una enfermedad lo que los impulsó a salir de la zona de confort. Para muchos alrededor del mundo, la pandemia de 2020, había sido un año de angustia e incertidumbre. Sin embargo, en ellos, fue el detonante que los hizo parar, reflexionar y tomar el coraje para avanzar en la decisión.
Siempre habían tenido el deseo de vivir cerca de la naturaleza. Aunque sabían que solo un detonante fuerte podría darles el empujón que necesitaban. Se habían conocido en un boliche de La Plata cuando Berenice Grigioni tenía 16 años. De hecho, él había sido su primer novio. Salieron unos meses y se distanciaron por dos años. Luego se reencontraron y ya no se separaron. Al tiempo de casados construyeron su casa en un barrio muy lindo cerca de City Bell. Diseñaron esa casa con la idea de vivir allí toda la vida: era cómoda, espaciosa, con gran parque, ambientada con el confort y detalles suficientes para recibir siempre a amigos y familia.
“Nuestra vida en la ciudad era hermosa, teníamos trabajos que nos gustaban, la casa que queríamos, las comodidades que necesitábamos y, lo más importante, los amigos y familia cerca. Entonces cuando uno está en su zona de confort es la posición más incómoda para dar el salto y eso requiere de una gran valentía”.
Saber decir adiós en el momento justo
Berenice había tenido una carrera profesional pujante. Había trabajado durante casi diez años en Quilmes: ingresó como joven profesional a sus 23 años y escaló hasta ocupar un cargo gerencial importante. De la mano de la cervecería viajó por todo el mundo, incluso estuvo en China en diferentes oportunidades para cerrar contratos de millones de dólares. “Fue sin dudas mi experiencia de mayor aprendizaje a nivel profesional y muchos de mis grandes amigos son de que aquella época. Mi primer gerencia -Gerente de Packaging Regional en Quilmes- la asumí sin hijos y luego seguí creciendo en la compañía ya siendo madre. El desafío es enorme pero ahí es cuando te das cuenta el enorme potencial que tenemos cuando nos gusta lo que hacemos. No obstante creo que también es importante saber observarse y darse cuenta cuando esa situación cambia. Con mi marido Fran decidimos formar una familia y, cuando ese sueño se volvió realidad, las prioridades se reacomodan. Entonces Quilmes pasó a otro plano y ahí supe decir adiós. Coincidió con la llegada de mi segunda hija; quería dedicarme a mi familia. Bruno y Antonia se llevan solo un año y diez meses”.
Así transcurrió su vida hasta que decidió “volver a las pistas”. Entonces trabajó para el Gobierno de la Ciudad de forma independiente cuando convocaron a profesionales para el diseño de la nueva policía de la ciudad. En su puesto, se concentró en el armado de tableros de gestión y en el cambio cultural. Tuvo la oportunidad de viajar a Estados Unidos para conocer las dependencias de los cuerpos de policías de Nueva York, Boston y Washington, donde hizo estrechos lazos humanos y profesionales.
Tiempo después, Berenice recibió un llamado desde el Puerto de La Plata para que se hiciera cargo de la Gerencia de Administración y Finanzas. “Fue un gran desafío porque el directorio buscaba darle un gran giro a la administración. Allí trabajé durante casi cuatro años hasta que a inicios de este les comente la decisión que habíamos tomado en familia”.
Dejar un puerto seguro
Desde que se habían conocido, Berenice y su marido compartían un gusto: recibir invitados, agasajarlos y disfrutar con y a través de ellos. “Creemos que la vida está hecha de lindas experiencias y momentos compartidos. La idea surgió cuando, siendo novios, nos hospedamos en un complejo de cabañas en Mar de Las Pampas. Nos enamoramos del lugar, de la atención de sus dueños, de su historia, de la experiencia que habíamos vivido ahí y desde aquel momento empezamos a soñar con algún día tener el nuestro”.
Por eso sabían desde el minuto cero qué querían ofrecer, qué detalles eran los que los hacían vibrar y soñaban con poder ofrecerlos a quienes visitaran su hospedaje. Pero ese sueño que les hacia volar la imaginación no estaba enmarcado en ningún sitio; de hecho no ocupaba lugar en sus charlas el dónde, sino el qué y el cómo. Hasta que recién en 2013 el destino puso el lugar frente a sus narices.
“El cumpleaños número uno de nuestro primer hijo, Bruno, fue el motivo perfecto para planear unas vacaciones sin cruzar las fronteras de nuestra bella Argentina. Así fue que luego de la recomendación de unos grandes amigos llegamos a Traslasierra, en Córdoba. Fuimos en abril de vacaciones y volvimos en julio de ese mismo año a señar un lote en La Población, un pueblo de ensueño al pie del cerro Champaquí con tan solo 800 habitantes. ¡Sin duda fue amor a primera vista! Con el tiempo hicimos el proyecto de nuestra casa y del lodge que ofreceríamos como hospedaje serrano para parejas”.
Con ahorros, comenzaron la construcción. Hasta que antes de fin de 2019 decidieron vender la casa de City Bell que habían planeado y armado con tanto amor para poder hacer realidad su sueño en Traslasierra. “Y si bien arrancaríamos 2020 pensando en construir en City Bell y vivir en la temporada en las sierras, unos meses después nos preguntamos si eso era realmente lo que queríamos o si solo había sido la opción más segura que nos había conformado para poder dar el paso de la venta de nuestra casa”.
La respuesta estaba clara. Berenice anunció su retiro del puerto de La Plata en tanto que su marido, que es peluquero y tenía su propia peluquería con un socio y cinco empleados, anunció su salida para dedicarse de lleno al proyecto familiar. “No fue fácil. El negocio funcionaba muy bien y, unos meses antes de la pandemia, pensando incluso en su retirada por nuestro proyecto en Córdoba asociaron un empleado y se mudaron a un local mucho más grande. Pero el parate que impuso el Covid fue un cachetazo. Durante varios meses la peluquería estuvo cerrada, con cero ingresos y muchos gastos fijos. Se mantuvo la nómina, se pagaron sueldos y aguinaldos y finalmente, con todo en orden, Fran se retiró”.
Llegar al destino soñado
Escucharon a sus corazones por encima de todo y se lanzaron a la aventura de vivir en Traslasierra. “Y acá estamos con nuestro proyecto hecho realidad, La Singladura. Ese es el nombre con que bautizamos nuestro tan añorado sueño. La singladura es el camino que recorre una embarcación hasta llegar a su destino. No hay destino sin un viaje y no hay realidad sin un sueño. Es un termino náutico pero es el que encontramos para representar lo que significaba para nosotros. Hoy es un hecho, un lodge serrano de lujo pensado para amigos o parejas que busquen un espacio de descanso y conexión con la naturaleza cuidando todos los detalles para que el huésped viva una experiencia única y pueda disfrutar de los atardeceres mágicos mas bellos que ofrece el valle de Traslasierra”.
Llegaron el 23 de febrero de 2021 con toda su vida en un gran camión de mudanza a La Población. La casa aún no estaba terminada, de modo que se acomodaron como pudieron y ya van varios meses conviviendo con obra y de gran pijamada familiar.
Fran dejo su profesión de peluquero en la ciudad y se reinventó como carpintero. Mientras la obra avanzaba, su espíritu inquieto no podía quedarse de brazos cruzados. Empezó con obras menores como el gallinero y la huerta hasta terminar por hacer los respaldos de cama y camastros para las suites del complejo. Por eso fue rebautizado como Franpintero. Además aprovechando el tiempo libre en la casa durante la pandemia se volvió un experto en pan de masa madre así que todas las semanas enciende el horno a leña y prepara algo para sorprender a la familia.
Sin embargo, Berenice y su esposo reconocen que el cambio más grande llegó de la mano del colegio de los nenes. En la ciudad iban a una escuela alemana de educación bilingüe y doble escolaridad. “Acá quisimos acompañar la adaptación de ellos y los anotamos en una escuela de educación Waldorf. Fue un cambio absoluto pero ellos están felices. Entonces ahora cosechamos trigo para que aprendan a cocinar su propio pan, tejen y bordan. Antonia va a equitación, Bruno a campamentos en la montaña y tienen una conexión con la naturaleza prácticamente simbiótica. Disfrutan del aire libre como nunca antes lo hicieron”.
Ella asegura que no extraña su trabajo corporativo y que no cambia por nada su nueva oficina con vista a las sierras y el microclima fantástico del que disfruta todos los días. “Perdimos la frecuencia de ver a nuestros amigos y a nuestras familias, las pijamadas de primos y seguramente muchos abrazos que se están acumulando -aunque también las visitas son muy frecuentes (hasta vino toda mi familia a festejar los 70 de mi papá; se fue la paz del valle unos días) y se vuelven caricias al alma- pero ganamos la sensación inefable de estar llevando a cabo algo con lo que soñamos hasta el mínimo detalle. Ganamos una tranquilidad que no tiene precio, ganamos tiempo de compartir con nuestros hijos que no se recupera y ganamos muchos nuevos amigos que nos abrieron sus vidas. ¡El balance sin duda, positivo!”.
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