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Fue quizás un incomprendido en su momento, pero no estaba dispuesto a ceder en su propósito. De forma temprana, cuando a sus 19 años decidió dejar la carrera de ingeniería comercial, se vio ante la necesidad de transitar caminos de los que su entorno cercano desconfiaba. Aunque el primer año de cursada se había sentido entusiasmado, no tardó demasiado en comprender que allí no pertenecía.
“Empecé a transitar una época de mucho cuestionamiento, discutía con todos y por todos los temas. Me sentía muy frustrado, estaba inquieto y con actitud de rebeldía. No podía creer que no me gustara lo que estaba estudiando. Y, lo peor de todo, era que en todos esos meses no había encontrado la chispa de la pasión por el hacer que alguna vez había sentido en mi interior. No quería vivir una vida sin pasión, no quería hacer algo por un probable futuro”.
Ese mismo año, haber visto el documental web La historia de las cosas (en inglés The Story of Stuff) sobre el ciclo de vida de bienes y servicios lo marcó profundamente. El recuerdo de sus viajes a la Patagonia, cuya naturaleza lo había cautivado desde pequeño; el contacto con textos como Siddhartha, la novela de Hermann Hesse o el film Into The Wild (que relataba la vida silvestre que llevó Christopher en Alaska) lo impulsaron a reflexionar profundamente sobre el estilo de vida que quería para su futuro.
“El contraste no tenía sentido”
Criado en la localidad de La Reina, al norte de la ciudad de Santiago, capital de Chile, Thomas Kimber recuerda una infancia cerca de la naturaleza. “Mi mamá tenía diferentes actividades al aire libre y yo la acompañaba. Era un lugar muy lindo, con bosque y el cerro como nuestro patio de juegos”. Años más tarde, cuando conoció la Patagonia y tuvo la oportunidad de regresar una y otra vez, su vida cambió para siempre. “El contraste de estar en un lugar tan puro y luego volver a la ciudad no tenía sentido. Pasar de la ciudad frenética a la calma de la naturaleza es muy chocante”. En su interior, percibía que algo andaba mal.
Fue en ese contexto que llegó a la adolescencia y sin pensarlo se dirigió a la universidad a cumplir el mandato social de formarse académicamente para asegurarse un futuro. Sin embargo, la necesidad de cambio en él ya se había gestado. “La sensación era de necesidad de una transformación profunda. Las primeras impresiones habían quedado grabadas en mí, había quedado maravillado por la belleza y la magnitud de la naturaleza en su expresión más salvaje. Y, sin darme cuenta, eso ya estaba generando reflexiones, sensaciones, emociones y una ansiedad por hacer algo para proteger esos lugares y poder darlos a conocer”.
“No sé si me tomaron en serio en ese momento”
Por eso no dudó en dejar todo lo planeado para él atrás y caminar por su propio sendero. “Todo eso generó la necesidad de declararle a la gente de mi entorno que yo iba a dedicar el resto de mi vida a reconectarnos con la naturaleza. Me acuerdo que lo dije muchas veces. No sé si me tomaron en serio en ese entonces. De hecho, a mis padres le llevó un proceso de varios años -en los que cambiaron su punto de vista y opinión- comprender lo que realmente yo quería hacer. Ninguno dimensionó que yo hablaba en serio cuando decía que quería dedicar mi vida a esto”.
Sin embargo, estaba convencido de lo que tenía que hacer. De hecho, su propósito era tan fuerte que habló con el socio que tenía en ese momento y le comunicó que ya no trabajaría más en la empresa que habían montado juntos. “Le dije que había encontrado mi propósito, que era proteger la naturaleza a través de las empresas y que no me hacía sentido seguir trabajando en algo que solo me daba plata”.
Kimber estaba enfocado: sabía que quería modificar la forma en la que los seres humanos interactúan con el planeta y pensó que las empresas podían funcionar como herramientas para construir una sociedad más armónica con la naturaleza. “Haber vivido en la ciudad me mostró lo desconectados que estamos, como humanos, con nosotros mismos y con nuestro entorno. Por eso, mis comienzos fueron parte de un proceso para conectarme conmigo y con los demás, con el fin de traspasar esa conexión a nuestra empresa”.
Una travesía solitaria pero coherente con un propósito
Con la idea de una economía que no solo incorporara procesos circulares sino que, además, pudiera llegar a la regeneración, le dio forma forma a Karün, una línea de anteojos de sol 100% reciclados. Los obstáculos fueron muchos al comienzo. Y, en esa travesía solitaria, contó con el apoyo de sus padres. “Mi papá me ayudaba en lo práctico, con los flujos de caja, los presupuestos y las herramientas para el negocio. Mi mamá me dio contención emocional, algo que valoro muchísimo ya que en ese entonces no tenía apoyo de nadie”.
La marca ofrece anteojos hechos con redes de pesca, cabos, cuerdas, policarbonato de lentes reciclados, focos de luces de autos viejos y diferentes tipos de aluminio (latas y tuberías de cobre) que se recolectan en diferentes localidades de Chile. Karün significa “ser naturaleza” en idioma mapudungún (mapuche). Según Kimber, la elección del nombre tuvo que ver con la sabiduría ancestral de los pueblos originarios: “El mapudungún es una lengua milenaria maravillosa y muy profunda, que fue prácticamente olvidada por la sociedad moderna. Por eso es muy importante reivindicarla, aprenderla y honrarla”.
Actualmente la empresa está presente en 15 países con 100 mil lentes vendidos solo en 2022, un 20% más que el año anterior. Kimber se instaló en Puerto Varas, cerca de la naturaleza virgen. Pero paso menos tiempo allí del que realmente le gustaría. Los compromisos laborales, los viajes y el estrés forman parte de la rutina diaria. Por eso, fiel a su filosofía de vida, Kimber se asegura de hacerse tiempo para meditar por las mañanas, entrenar la fuerza y hacer yoga, llevar una alimentación vegetariana, libre de frituras y procesados.
“Reflexiono siempre sobre lo que estoy haciendo y trato de llegar al fondo de lo que me está pasando. Busco conscientemente no dejarme llevar por mi emoción del momento y entender desde qué pensamiento se origina cada emoción. Ese es un hábito constante que tengo que me ayuda a entenderme a mí mismo y me permite no reaccionar visceralmente desde la emoción que estoy sintiendo. También cuido mis relaciones, me rodeo de la gente que quiero -como mi señora, un gran pilar en mi vida-, y mis amigos, que me llenan de energía y amor”.
Karün fue pensada y creada por dos razones: primero, porque las gafas son un elemento icónico dentro de la industria de la moda. En segundo lugar, porque son un medio a través del cual se puede “ver” el mundo desde otra perspectiva. Kimber asegura que con su elección de vida ganó en resiliencia, un sentido de la vida y un propósito importante.
“Siento que estoy contribuyendo a algo que quiero cambiar y que no soy solamente parte del problema. Todos podemos hacer algo desde el lugar en el que estamos. Se trata de tomar conciencia de los alimentos con los que uno nutre su cuerpo, de los pensamientos que tiene, de las conversaciones que mantiene con otros -pero también con uno mismo-, de los vínculos que forja, del lugar donde uno trabaja y de el propósito de la empresa donde trabaja. Pero, por sobre todas las cosas, creo que gané la capacidad de soñar”.
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