En Salta tenía un buen puesto, auto nuevo, departamento en la zona céntrica y amigos, hasta que una voz la enamoró, y la llevó a soltar prejuicios y descubrir su verdadera pasión.
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“¿Vas a dejar todo por amor? En serio, ¿por amor?” Esa fue la frase que Emilce Lescano escuchó, una y otra vez, antes de partir. Fue entonces que supo hasta qué punto el amor se encontraba devaluado, opacado por el exitismo social y esa obsesión por querer “tenerlo todo”. Pero, ¿qué significaba acaso tenerlo todo?, reflexionaba durante las noches casi insomnes, cuando aún habitaba en suelo argentino.
Emilce siempre se había caracterizado por tomar decisiones sin mirar atrás, pero esta vez era diferente. Con miedos, pero firme, se había ido de su pueblito a los 17 -algo usual por ser de Tucumán- para estudiar en la capital de su provincia, recibirse muy joven en Relaciones Públicas y emprender una carrera laboral incansable.
En el 2010 se mudó a Salta para trabajar en un puesto bancario muy cotizado. Sin contactos, había atravesado un camino difícil para alcanzar aquel cargo que la hacía sentir orgullosa. Sus esfuerzos habían rendido frutos: contaba con un buen sueldo, vivía sola en un departamento céntrico, tenía un auto nuevo, posibilidades de viajar, planes para construir una casa y los mejores amigos que la vida le podía dar. “Siempre digo que soy salteña, vivía en un lugar mágico, sentía ese olor a tierra... sí, tierra, abría la ventana del auto cada vez que volvía de algún lugar y respiraba cual loca, me sentía feliz de regresar”, rememora.
“¿Tenés una vida hecha y vas a empezar de nuevo?”, “Vas a dejar el trabajo que tantos mueren por tener?” “¿Vas arriesgar todo... por amor?”, le insistían. Qué es todo, se repetía Emilce por las noches. Es tan subjetivo...
Las estrategias aprendidas y el miedo al amor: “Le dije que, si quería verme, tocara la puerta de mi departamento”
Emi se enamoró de Nico apenas le escuchó la voz. Estaba de vacaciones en México y había formado un grupo de amigos oriundos de Rusia, Siria, Brasil, Argentina y Canadá. De Canadá provenía Nicolás, nacido en Colombia y criado en suelo norteamericano.
“No sabía nada de él”, cuenta Emilce. “Yo, reacia a las historias de amor, dije no, esto es una ilusión, ¿qué me pasa? Soy demasiado realista. Nos fuimos conociendo cada vez más hasta que tocó volver. Estábamos enamorados”.
Siguieron en contacto y, casi sin darse cuenta, iniciaron una fuerte relación de amor a la distancia. El vínculo se intensificó a tal punto que Emilce comenzó a sufrir la lejanía, fue entonces que Nico le propuso un encuentro en algún país entre Canadá y Argentina, pero ella le dijo que no.
“Tenía muchos miedos, estaba acostumbrada a eso de que demostrar demasiado, o responder un mensaje rápido era de lanzada, a que, si el otro demoraba su respuesta, había que hacer lo mismo, a esa estrategia, esa competencia, pero él era diferente, carismático, educado, alegre, inteligente”, reflexiona con una sonrisa. “Aun así le dije que, si quería verme, tocara la puerta de mi departamento”.
Canadá o Argentina: dejar todo por amor ¿es una locura?
Entre escalas, Nicolás tardó veintidós horas en cubrir el tramo desde Canadá a Salta. A partir de entonces su amor prosperó hasta el día en que llegó esa pregunta inevitable: “¿Querés venir a vivir a Toronto conmigo?”
“Significaba empezar de cero, pero juntos”, continúa Emilce. “Tenía que tomar una decisión. Recuerdo correr hacia el escritorio de Agus, mi amiga y compañera, llorar escondida, y preguntar ¿qué hago? ¿Qué va a pasar con mi familia? Estaban a 500 kilómetros, en Tucumán, pero manejaba a verlos, mamá era mi debilidad, ¿y si les pasaba algo? ¿Cómo les podría hacer eso? Iban a sufrir”.
“Y estaba mi vida. Tenía que dejar todo lo que había construido con años de esfuerzos e irme a una cultura diferente, idiomas diferentes (no hablaba francés ni inglés), iba a ser muy costoso en todo sentido”.
Cuando Emilce tomó la decisión llegaron todos los interrogantes por parte de su entorno. La mayoría creía que el tiempo le demostraría que dejar todo por amor era una locura.
En los hombros de sus amigas, Emilce lloró mientras su departamento se vaciaba, recordaba cuánto le había costado conseguir cada cosa; renunció a su trabajo, se deshizo en los brazos de su familia, y con una valija voló a Toronto en diciembre de 2015.
El impacto de ver la otra cara del mundo: “Sentí que había sido una privilegiada y que sabía poco o nada”
El frío le congeló la cara a tal punto que, mientras caminaba, Emilce notó que había comenzado a babear. Ese fue el primer impacto, uno que jamás olvidará, seguido de la asfixiante sensación de sentirse atada. En Salta solía bajar al subsuelo de su departamento, subirse al auto y manejar hasta su trabajo, sin frío ni calor. Ahora todo era nieve, heladas extremas y viento, acompañados de un salir sin dirección hacia calles donde a nadie entendía, ni nadie la miraba: “Fue durísimo”.
El cambio llegó cuando comenzó a estudiar inglés. Allí, la argentina conoció otra realidad, todos inmigrantes de todas partes y edades. Semanas más tarde le tocó ayudar a un hombre que había llegado de Siria, le enseñó el abecedario occidental y a escribir en el renglón hacia la derecha, y lloró junto a él: “Me contó que estaba con su esposa y su hijo de un año, eran refugiados, habían atacado su lugar y vinieron sin nada, tenía 35 años y era ingeniero químico”, cuenta emocionada.
“Así fui conociendo historias que superan la ficción, la dura realidad de las mujeres en otro países, aquellas con túnicas negras y los ojos apenas descubiertos, que en el baño me mostraban el pelo o me traían fotos de su casamiento donde se veía las caras de incertidumbre en vez de felicidad; casamientos arreglados, llenos de sometimiento, ahí aprendí que para ellos el amor no es ni a primera vista ni por elección propia, sino que se espera con el tiempo; aprendí de religiones con sus rituales, me sumergí en un país donde en la calle se escuchan todos los idiomas, conocí personas de lugares que no sabía que existían, acentos, dioses, costumbres, comidas, la verdad que ahí sentí que había sido una privilegiada y que sabía poco o nada”.
Otros impactos canadienses: “¿Por qué no pondrías el importe correcto?”
Por primera vez, Emilce estaba viendo otra cara del mundo. En Salta solía sufrir las cuestiones del “qué dirán”, allí todos se conocían y existía esa presión silenciosa de estar bien vestida, a la moda, ya que todos opinaban y observaban, algo que le causaba mucho estrés.
En las calles canadienses todo era diferente: “Podés caminar con un florero en la cabeza y nadie va a darse vuelta”, observa Emi. “Al principio también me impresionaba ir camino al subte y que todos vayan por la derecha y vuelvan por la izquierda, o cuando paraban para que cruces la calle, hasta me daba vergüenza hacerlos esperar”, continúa.
“Una vez perdí el celular en el shopping más concurrido, volví y estaba ahí, nadie lo había tocado, es muy común que pongan los objetos perdidos en lugares vistosos para que vuelva el dueño a buscarlos. Tampoco se ven animales en la calle, niños pidiendo, y todo está tan limpio que da vergüenza pensar en tirar algo; la gente es muy correcta, me acuerdo que le pregunté a Nico cómo controlaban si pagabas el total del subte, ya que había una cajita para dejar las monedas si no tenías la tarjeta de pase. `¿Por qué no pondrías el importe correcto? ¿Por qué harías eso?´, me dijo. Claro, quedé sin palabras”.
“En Argentina nos calificamos y clasificamos, lo material nos marca y nos define”
En febrero de 2016, Nicolás le propuso matrimonio y a los pocos días se casaron. Emilce regresó a la Argentina para esperar su proceso de residencia, en un año que se caracterizó por idas y vueltas hasta obtener los papeles.
Fue en aquellos regresos que la joven descubrió que se había acostumbrado a su nuevo mundo y que le costaba adaptarse a su suelo natal: “Escuchaba quejas constantes, todo un River - Boca, empecé a no entender por qué gastamos tantas energías en discutir de política, el dólar; me hizo ver cuán fanáticos somos con todo, ¡tan extremistas!”.
“En esos momentos se me venían las historias de vida que había escuchado, y todo lo que había aprendido, y no podía comprender: los argentinos somos afortunados, tenemos un país divino, ¡tenemos mucho!, pero nos cuesta apreciarlo”.
“A todo esto, muy poca gente me preguntaba cómo me sentía, me decían `es primer mundo, seguro estás bien´, o me llegaban frases como `claro, ya esto te queda chico´, cuando no había emitido comentario alguno. Ahí vi cómo en Argentina nos calificamos y clasificamos, lo material nos marca y nos define, que el apellido, hijo de, clase social ¡ufff…! Así empecé a sentirme más identificada con Canadá que con Argentina”.
Reinventarse sin que importe la edad: “¿Qué te hubiera gustado hacer y no hiciste?”
Luego de obtener la residencia, Emi y Nico se mudaron a Downtown Toronto, una zona aún más cosmopolita. En un entrenamiento cubierto por el Estado (Financial System Training), la joven tuvo la oportunidad de prepararse a fin de insertarse en el mercado laboral y participar de un programa que incluía varias entrevistas con diversos bancos, un universo que tan bien conocía.
Sin embargo, al finalizar el curso, Emilce mantuvo una charla con su tutora que, sin saberlo, le cambiaría la vida: “Me pidió que le cuente un poco acerca de mi vida, me escuchó y preguntó: ¿Qué te hace feliz? ¿Qué te hubiera gustado hacer y no hiciste? Y le dije que me hubiera gustado ser Pastry chef, me fascina cocinar cuando estoy contenta, me recuerda a mi mamá porque siempre lo hacíamos juntas, cosas dulces, me hace sentir en casa, de hecho, mamá era profesora de piano y música, pero en un momento hizo tortas de casamiento, yo era chica y la ayudaba; y mis abuelos, que eran inmigrantes, tenían una panadería, en fin, cuando estoy triste también me gusta cocinar, me conecta y disfruto hacerlo para otros, es una manera brindar algo, porque comer algo rico genera recuerdos, sensaciones, momentos, felicidad”.
Antes de terminar la charla, Antoinette, su tutora, le dijo: “Creo que arriesgaste mucho, trabajaste mucho, pero arriesgá más, Canadá es un lugar de oportunidades, acá podés reinventarte, pensalo y contame”.
Emilce quedó perpleja ante aquellas palabras, tenía razón, siempre había buscado su estabilidad económica sin pensar en sus pasiones. Por otro lado, hasta entonces creía no estar a tiempo de emprender un nuevo rumbo, se había habituado al pensamiento de que, para ciertas cosas, ya es tarde para volver a empezar: “La edad en Argentina es un tema, en cambio en Canadá no se pone ni nadie te pregunta, es como si no existiera”.
Aquel día Emilce volvió en subte. En la primera parada escuchó una melodía familiar, se trataba un violinista que interpretaba un tango argentino, entonces comenzó a llorar como jamás lo había hecho, tanto que se acercaron a preguntarle si necesitaba ayuda: “Lo sentí como una señal, lo conversé con mi esposo, quien me apoyó en mi nuevo camino”.
Alcanzar un sueño: “La gente preguntaba por los `sándwich cookies´”
Primero tuvo que aprender las regulaciones y realizar un curso para obtener una licencia que le permitiera manejar alimentos, ya que en territorio canadiense no cualquiera podía venderlos. Se inscribió y comenzó a alquilar por horas una cocina comercial. Así, de a poco, nació Mimita Baker, su tienda online de postres: “Mi mamá me decía Mimi, sentía que ella era parte de todo esto, mi mayor confidente y la que me había enseñado a cocinar, a no tener pereza ni miedos”.
“Empecé armando alfajores de maicena con la receta que hacía desde chica, adecuando todo con los ingredientes de acá, al principio encontraba un dulce de leche que no era firme y me pasaba horas intentando espesarlo”, revela.
Comenzó a mostrarse en el mercado de Toronto y le fue mal. Decidida a no rendirse, Emilce se dispuso a aprender y mejorar hasta que un buen día se encontró con que la gente hacía fila para adquirir sus productos: “¡No lo podía creer! La gente preguntaba por los sandwich cookies. Me parecía mentira”.
Después llegaron las tortas, los cupcakes y merengues; más tarde el armado de mesas dulces para eventos. Emilce trabajaba sola y sin parar, a veces dormía tres horas, antes del amanecer ya estaba decorando: “El día que me di cuenta de que estaba ganando el mismo sueldo que hubiera ganado en el banco, no lo pude creer, estaba feliz”.
Una pérdida dolorosa, un embarazo de riesgo y un tiempo para parar
A pesar del éxito prominente, Emilce quería mejorar. Ahorró todo el verano para realizar un prestigioso curso de Cake designers en Nueva York, arribó a la Gran Manzana, pero un llamado inesperado cambió sus planes apenas unas horas más tarde: su padre no se encontraba bien de salud.
Viajó a la Argentina y, allí, entre el caos y la angustia, se enteró de que estaba embarazada y casi pierde a su bebé. Su padre murió a los días de regresar a Toronto y todo el mundo de Emilce cayó a pedazos, tenía un embarazo de riesgo, se sentía en el limbo y comprendió que debía parar: “Cuando mi hija nació me dediqué a ella las veinticuatro horas y a nada más”.
Tenían pasaje para volver a la Argentina en marzo de 2020, pero no pudieron concretarlo. La pandemia paralizó al mundo y Emilce entendió que tal vez era tiempo de tomar coraje y volver al mundo culinario. Comenzó a tomar clases en la escuela de cocina George Brown College, un sueño pendiente que la inspiró como nunca antes: “Me dormía y me despertaba pensando cómo reversionar todo, en especial a nuestros sabores argentinos, que extraño mucho”.
“Un día el College me preguntó si podían publicar mis trabajos en redes sociales, casi muero de la emoción, eso era mucho, me preguntaba si ellos sabrían cuánto significaba para mí, una chica del interior, una mamá primeriza que de repente estaba en otro país hablando otro idioma, haciendo postres con ingredientes simples pero difíciles de conseguir, que antes no valoraba porque siempre estaban alrededor”.
El peor llamado: “Los que estamos lejos no estamos exentos del dolor”
En junio de 2021, en plena mudanza hacia una zona rodeada por la naturaleza, llegó ese otro llamado que nunca hubiera querido recibir: su madre había muerto, ¿por qué estaba allí y no en la Argentina? Su país natal aún imposibilitaba la entrada y Emilce colapsó.
“No hay palabras para explicar lo que se siente estar lejos y no poder hacer nada. Para quien no emigra es complejo entender el dolor profundo y la impotencia, lamentablemente me doy cuenta cuánto nos cuesta empatizar con el otro; vivía otra vez el castigo por haberme ido, creo que de esto muy pocas veces se habla, pero los que estamos lejos no estamos exentos del dolor, creo que es hasta peor”.
Al tiempo, cuando las pesadillas menguaron, Emilce comenzó a grabarse mientras cocinaba para luego publicar y compartir con otros las comidas típicas argentinas. La cocina siempre había sido su salvadora y, por ese camino, de a poco, todo comenzó a encarrilarse una vez más.
“Es increíble cómo todo empezó a fluir otra vez, creo que efectivamente acá te podés reinventar, es difícil, claro, como todo, pero poner todas las fuerzas trae sus frutos”.
“Mi historia es muy común, no solo acá sino alrededor del mundo”
Emilce recorre los últimos siete años de su vida y se emociona. Hoy, al repasar su historia, comprende que haber elegido el amor significó elegirse a ella misma, fue emprender un camino de autodescubrimiento que le permitió soltar prejuicios, y entender que el verdadero éxito es aquel que no atiende el qué dirán y fluye junto a las verdaderas pasiones.
“Cada día me sorprendo y me gusta más vivir acá, un lugar donde aprendí mucho”, asegura. “Aprendí a valorar más, agradecer más; construimos nuestra familia desde el amor, el esfuerzo, eso tiene recompensa. Cuando fui conociendo gente me di cuenta de que mi historia es muy común, no solo acá sino alrededor del mundo”.
“Y acá me siento segura, aprendí a confiar, a ser puntual. Es cierto que no hay juntadas donde amigos traen a sus amigos, tampoco te cruzás a tomar mates con la vecina, a veces pasan meses y no ves al de al lado, pero la gente es amable y libre. Acá puedo vestirme y verme como quiero, no está permitido discriminar”.
“Me acuerdo que una mañana salí a caminar por Downtown, no conocía nada, iba vestida sin etiquetas, sin maquillaje, era marzo y había sol, veía a la gente, los edificios imponentes, todo prolijo, cada uno en su mundo, en ese momento había hablado con mi esposo y llamé a mis papás y mi hermano para ver cómo estaban, estaban bien, colgué y pensé: esto es felicidad, saber que mi familia está acompañado a la distancia, están bien, tengo a la persona que elegí esperándome, el sol me calienta mi cara, se puede respirar sin sentir frío, nadie me mira, me siento segura y estoy en un lugar increíble con mucho por descubrir, ese día no me lo voy a olvidar, ese día me sentí libre, sentí que era la mejor versión de mí misma”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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