Desde los 12 años Mariano sintió el primer llamado y a los 30 se ordenó sacerdote. Sin embargo, pese a disfrutar enormemente su trabajo comenzó a sentir algunas contradicciones. Tras dejar la iglesia, conoció a una mujer y tuvo a su única hija, hecho que cambió su vida para siempre.
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La primera vez que Mariano Michaud (55) se vio atraído por el llamado del sacerdocio fue a los 12 años cuando asistía a un colegio parroquial de curas salesianos donde se respiraba un ambiente de alegría y mucho deporte al aire libre. A los 19, cuenta, a partir de retiros vivenciales y de misionar en la ciudad junto a un grupo de jóvenes parroquiales terminó por confirmar aquellos sentimientos que había experimentado cuando era más chico. Dos años después entró al Seminario.
“Todos me apoyaron en un cien por ciento. Mis padres empujaron desde que tengo conciencia a que alguno de los hermanos (son tres) siguiera esta vocación, estaban chochos. Mis hermanos, todos mayores, me acompañaron muy contentos aunque preocupados por que no estaban seguros de si sería feliz con esta elección. De todos modos, no fue sorpresa para nadie, venía muy jugado, participativo y comprometido con lo eclesial. La previa a la decisión la vivía con una linda adrenalina y alegría a la vez”, recuerda.
Los primeros tiempos como sacerdote
Mariano rememora aquellos años en los que junto a sus compañeros compartía el estudio, el deporte y la actividad en las parroquias durante los fines de semana. “Esos años los viví a pleno y con la libertad y la alegría que uno siente tener en ese momento. Fue una etapa de gran enriquecimiento en todo punto. Lo variado de la convivencia dentro del seminario me nutrió muchísimo. Lo mismo en las experiencias variopintas al ir de misión por el país. Ni que hablar en lo académico, excelentes profesores humana e intelectualmente hablando”.
A los 30 Mariano se ordenó sacerdote y dice que en ese momento estaba muy feliz, “chocho”. Su servicio lo ejerció en diferentes parroquias, como capellán de colegios y de un hospital. También lo conmovió las visitas a las personas que estaban privadas de la libertad en las comisarías de los barrios en los que estaba. “Lo central es rezar, celebrar la misa, casar, bautizar, acompañar la diaria de las personas de las diferentes comunidades tanto en lo espiritual como en lo humano-social. Lo que disfrutaba a fondo era celebrar la misa junto con confesar, poder ser signo visible de la misericordia de Dios, eso no tiene nombre, tanto en un adolescente que asoma a la vida como un anciano que sabe que le quedan pocas horas de vida. No puedo dejar de emocionarme al recordar tantos rostros de alegría y paz”.
El momento de la crisis: un año clave
A los tres años de ordenado comenzó un proceso muy difícil en el que veía todo bastante oscuro por lo que decidió estar acompañado por un monje de Entre Ríos que lo ayudó mucho y le dio mucha paz, dice. Le dijo que todo eso que le pasaba era una bendición. También le resultó útil la terapia con un psicólogo que le recomendó que tratara el tema con madurez y no con rebeldía. Tras cinco años le pidió a su obispo “un año de prueba” para poder estudiar un posgrado en Recursos Humanos y tomarse un descanso en el sacerdocio. Además, durante ese lapso trabajó como docente en un colegio.
“A la distancia veo ese año como clave. La Iglesia prudentemente te da un período para que pares y veas para dónde rumbear. Luego, surgió la idea de estudiar ese posgrado en el San Andrés. La verdad que valoré muchísimo la formación recibida en el seminario ya que me resultó bastante accesible hasta las materias sobre economía y empresas. Ese año lo viví con angustia, con mucho sufrimiento, la tentación es no enfrentar la crisis interna, negarla, racionalizarla, eludirla. Y sumado a esto fue naciendo una alegría inmensa, una paz tremenda de saber que era lo mejor, era el bien posible para mí y para los demás”.
Sin embargo, el punto de inflexión llegó cuando una jueza le dio la tenencia provisoria de unos hermanitos (de cinco y tres años) que eran del barrio en el que Mariano vivía. Su misión era la de ser el responsable de velar que estuvieran bien y de conseguirles una familia que los recibiera los fines de semana. Sin embargo, su corazón lo vivió como algo mucho más emotivo y esa experiencia fue lo que finalmente le hizo tomar la decisión de dejar el sacerdocio. “Nunca vivieron conmigo, como su mamá estaba recuperándose de problemas de salud y no tenían papá, me tomaron como tal y referente absoluto. Es lo más parecido que viví con anterioridad a ser padre de mi única hija. Era ver los ojitos de ellos y su expresión de ´confiamos en vos a fondo, no nos falles, sos todo lo que tenemos por este año´”, llora Mariano.
“Nadie es más severo en el juicio que uno mismo”
A raíz de esta experiencia sintió que las dudas que tenía le trajeron luz, que tenía que dar un paso al costado, por respeto a la iglesia. Todo esto le tardó unos meses de llantos, de tristeza, de melancolía.
Mariano cuenta que tomó la decisión de la mejor manera que pudo, siempre acompañado por gente experimentada en estos procesos. Como ya lo venía hablando con sus superiores, con su familia y con sus amigos, dice, su entorno más cercano ya se veía venir este cambio. “Primero lo hablé con el obispo que me dio el ok, después con mi familia, con mis amigos, mi comunidad y me súper bancaron y acompañaron de cerca. La gran mayoría lo tomó de la mejor manera, forzar la cosa no sumaba nada. Y nadie es más severo en el juicio que uno mismo, que la propia conciencia. Ni chismes ni nada se igualan a la propia mirada ante Dios y uno mismo”.
“El embarazo me cambió la vida de una manera inexplicable”
Al año de dejar el ministerio tuvo su primera experiencia de pareja, como adulto, después de tantos años que no prosperó, pero dice que fue una experiencia “lindísima”. A los tres años conoció a quien sería su mujer, a los dos años se casaron y tuvieron una nena. “Ya era una alegría la vida en pareja, estaba súper enamorado. Cuando surge el embarazo, me cambió la vida de una manera inexplicable, lo vivíamos felices, esperanzados, con toda la confianza de que estaría todo bien. .El ser padre casi a los 40 me atravesó la vida como nada antes, fue como que mi mundo se detuvo”, se emociona.
A su hija le pusieron Magdalena porque a Mariano y a su mamá les gustaba ese nombre, pero especialmente porque “fue la primera en ver y anunciar a Jesús resucitado. Su nombre es esperanza, confianza en que todo terminará bien”.
La relación con su hija
Mariano confiesa que durante su ordenación sacerdotal era pleno, feliz, en lo que define como una “sensación inenarrable”, pero está convencido de que el ser papá fue “como que corporalmente un gozo me tomaba por completo. Desbordaba. Y sí, el mundo se detuvo: mirar a mi mujer, a Maggie recién nacida era sentir y decir ´realmente esto es lo mío, lo que buscaba´. Creo que el vivir cada etapa y decisión de buena fe y agradecido hace que sea con felicidad”.
Como papá, Mariano se define como muy cercano, tierno, afectuoso y con la firmeza necesaria para sostenerla. “Juro que quiero ser y que me vea ella como Dios es conmigo, un padre cercano y confiable, que pase lo que pase, que haga lo que haga, estoy y la quiero sin límites, sin condiciones”.
Mariano y Maggie, que actualmente tiene 15 años, disfrutan de esa relación de máxima confianza y se alegran del simple hecho de poder estar juntos. Si bien cada uno tiene sus cosas, comparten muchas otras como, por ejemplo, el gusto por el arte, la literatura y la inquietud intelectual. “Maggie es muy talentosa con la música, canta y toca instrumentos y con la actuación conmueve a todos con su sensibilidad. Y pinta realmente cosas creativas y muy lindas”, se enorgullece.
Uno de los meses más lindos que vivieron juntos fue cuando los convocaron para participar de una comedia: Billy Elliot. “Tremenda la experiencia de los ensayos juntos, también el compartir el escenario fue un regalazo de la vida. Eternamente agradecido a ese grupo”.
“Siento que lo espiritual es la sensibilidad del alma”
Más allá de que actualmente Mariano, que tiene 55 años, se especializa en Comunicación No Verbal, Grafología, trabaja dando seminarios sobre Filosofía y brinda capacitaciones a empresas, dice que se sigue sintiendo sacerdote más allá de no ser cura. “Siento que lo espiritual es la sensibilidad del alma. El vivir, enfrentar cada crisis, el ´bajarme del caballo´ me hicieron, creo, más sensible, un poco más empático y espiritual que antes. Dicen que por las grietas del alma entra la luz, y eso me sigue pasando, no paro de crecer muchas veces gracias a mis flaquezas y torpezas”.
Así como nunca dejó de sentirse sacerdote, a Mariano tampoco se le fue la fuerte inclinación por dar una mano a los que más lo necesitan. “La vida diaria te da la constante oportunidad de elegir entre ser solitario o solidario. Hago lo posible por ir por lo segundo. Jesús es clarito en esto, su vida supera sus palabras, por eso sigue siendo la cruz un signo de contradicción en la actualidad”.
¿En algún momento te pusiste a pensar en qué hubiera pasado si seguías como sacerdote y no hubieras experimentado lo maravilloso de ser padre? “Creo que hubiera sido plenamente feliz igual, en serio. Cada uno es como un vaso, algunos más altos, otros bajos o más flacos, lo importante es que estemos llenos, plenos, respondiendo a conciencia a lo que estamos llamados ser”.
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