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Acababa de poner un pie en Buenos Aires. Un año antes había decidido que era el momento indicado para convertir un sueño en realidad. Después de mucho meditarlo y de largas conversaciones con su esposa, habían llegado a la conclusión de que recorrer América en combi con sus hijos pequeños era algo que realmente querían y podían hacer. “El viaje fue un espectáculo y un regalo en nuestras vidas. Pero el aterrizaje fue muy forzoso. Luego de un año de muy poco control en los gastos, llegué con un escenario muy complicado a nivel financiero”, recuerda Ignacio Lanús.
Para poder dedicarle doce meses a la aventura en familia, con bastante inconsciencia y pocas certezas, había dejado en manos de un joven y entusiasta equipo el manejo de la pequeña pero pujante empresa de catering que con mucho esfuerzo había formado. “Pensé en cerrar y dedicarme a otra cosa. Estaba muy frustrado y muy enojado conmigo mismo por no haber visto venir esa situación”.
“Si no disfrutaba de algo, lo tomaba como una señal”
Criado en una familia católica y numerosa, Ignacio Lanús fue el quinto de ocho hijos. “No recuerdo haber tenido nunca ropa nueva; la que heredaba de mis primos o hermanos. Fue una infancia muy linda y tranquila, donde predominaba el amor y el respeto”.
De su padre, gerente de marketing de una multinacional, había aprendido la responsabilidad hacia el trabajo, a comprometerse con la confianza que otros depositaban en uno y la disciplina y el esfuerzo. De su madre, fundadora de un movimiento católico, había heredado la búsqueda de la pasión en cada actividad que hacía y a dejarse guiar por la intuición. “Desde muy chico me propuse disfrutar de lo que hacía. Y, si pasaban muchos días haciendo alguna actividad que no disfrutaba, lo tomaba como una señal importante”.
Desde muy chico supo lo que era trabajar. Sus padres le daban una semanalidad de $35, que cubrían los gastos mínimos e indispensables. Todo gasto extra dependía de él y su habilidad para generar dinero. “En casa todos nos la rebuscábamos como podíamos: un hermano vendía sweaters del norte, otro polleras de la india, otro comida para perro. Nuestros padres nos apoyaban y fomentaban el trabajo”.
Sin embargo, cuando tuvo que decidir qué estudiar, se sintió completamente perdido. Sus años en el colegio habían sido muy tumultuosos. Le encantaban los deportes, salir con amigos y divertirse. Pero no le dedicaba nada de tiempo al estudio.
“Les dije a mis padres que era más tonto que mis compañeros”
“A los 16 años les dije a mis padres que no era inteligente, que era más tonto que mis compañeros, que por eso me iba mal”. Como consecuencia, tuvo su primer contacto con la salud mental cuando fue a ver a Carlos Gorriti, un psiquiatra infantil muy amigo de sus padres. En el consultorio del especialista, pudo ver a una persona, audaz, inteligente y despierta. Para despejar las dudas que Ignacio tenía sus capacidades, le indicó un test de inteligencia que completó por arriba del promedio. Un par de charlas con él sirvieron para darse cuenta de que todo radicaba en un problema de estima y de confianza en él mismo, y de rebeldía contra su padre.
Por el otro lado, siempre había sido muy sociable, le gustaba hacer muchos amigos. Su casa siempre había sido el centro de las reuniones, de las juntadas, de las fiestas. “Siempre me gustó agasajar, recibir, ser anfitrión. De mi grupo de amigos siempre fui el que organizaba el asado, el que cocinaba, el que hacía las fiestas”.
Durante el último año de colegio, mientras se abría a nuevas posibilidades y sentía que su futuro profesional estaría orientado al servicio, un viaje de estudios a un pueblito del Chaco salteño, le permitió entender que la salud mental es prioridad en la vida. “Uno puede estar sano físicamente, pero si está enfermo de la cabeza, nada puede ser positivo. Fue entonces cuando decidí ser médico para poder luego especializarme en psiquiatría”.
“Fuimos estafados en el famoso Robo del Siglo”
Su primer trabajo formal fue como mozo en una parrilla. Mintió diciendo que tenía experiencia. “Pero el paso por ese lugar me sirvió mucho para entender el valor por la plata. Después del turno de ocho horas y $20 en el bolsillo, más unas escasas propinas, supe que la plata había que cuidarla”.
Por aquella época también aprendió lo atractivo de las fiestas. A los 18 años con su grupo de amigos del colegio querían viajar a Brasil, y se les ocurrió hacer una fiesta para recaudar fondos. El evento fue un éxito rotundo, de hecho era tanta plata para nosotros, que prefirieron dársela a los padres de un amigo para que la guardara en la caja fuerte. “Tuvimos la terrible suerte de que fue guardada en la caja fuerte del Banco Río usurpada por el famoso Robo del Siglo”.
En ese momento su primo Gonzalo comenzó con el negocio de los asados a domicilio, una propuesta totalmente innovadora para la época. Ignacio se sumó a trabajar con él como asador. “Ahí confirmé mi pasión por los eventos, la gastronomía y el servicio. Fueron años muy lindos y de mucho aprendizaje. De Gonza aprendí la importancia de los detalles y los procesos, y la habilidad comercial de entender qué es lo que necesita el otro. Trabajé con él por cuatro años hasta que se me empezó a complicar el trabajo con el deporte y con el estudio. Ya la plata no me rendía tanto y supe que era tiempo de seguir mi camino”.
Fue en ese contexto que una tarde recibió el llamado de un amigo. Estaba desesperado. Manejaba una empresa de catering, lo habían contratado para un casamiento y su socio lo había dejado solo. Desde luego, Ignacio no dudó en tenderle su mano, conocimientos y experiencia. Juntos dieron forma a un primer emprendimiento gastronómico que fue creciendo lenta y sostenidamente hasta que pudieron incorporar a un tercer socio. El garaje de la casa de los padres de Ignacio funcionaba como depósito. Allí recibían todos los pedidos, y con la utilitaria del trabajo bajo relación de dependencia de uno de los socios, hacían los fletes.
“Hacía los pedidos de fruta y verdura en la computadora de la guardia”
“Yo había logrado entrar en la residencia del Hospital de Clínicas, lugar que obtuve al salir cuarto de 800 en el examen de residencia. Entre las guardias y el trabajo quedaba poco tiempo para el emprendimiento. Recuerdo estar en la computadora de la sala de residentes haciendo los pedidos de fruta y verdura y llamando al personal. O cambiarme el ambo para ir corriendo a algún evento”.
En 2010 debutaron en las grandes ligas. Pero, al poco tiempo, los otros socios decidieron que no iban a seguir más junto a Ignacio. “Tuve que tomar la decisión de seguir o dejar morir al emprendimiento. Ese mismo año terminaba los cuatro años de residencia, ya era psiquiatra, y empezaba a sentir esa misma independencia que había logrado al terminar el colegio. Decidí continuar con el catering y tomé a mi primer empleado, mi cuñado, que trabajaba por las tardes en mi casa con la computadora de mi mujer”.
Desde el 2010 hasta 2015 el incremento de la demanda de servicios fue significativo, los resultados empezaron a verse y cada vez la empresa crecía más. Fue en ese contexto que decidió tomarse el año sabático. Sin embargo, al regreso, malas noticias lo esperaban y tuvo que tomar las riendas del asunto.
“Lo que ganaba en un evento, me demandaba miles de horas de consultorio”
Todo se había complicado. Ignacio se vio en la necesidad de achicar el negocio y empezar de nuevo. De un centro de producción de tres pisos pasó a cocinar en su casa, y a usar como depósito el garaje de la casa de sus padres. Afortunadamente, el nivel de servicio y producto se había mantenido intacto y fue muy rápida la recuperación.
En forma paralela decidió renunciar a su empleo como médico de planta en el Hospital de Clínicas y del Hospital Alemán. Solo se quedó con su consultorio particular. No quería volver a trabajar en relación de dependencia y tenía que dedicarse 100% al catering para poder sacar el negocio adelante nuevamente.
Sostuvo el consultorio hasta 2021. “En plena pandemia, la demanda crecía cada vez más, pero yo me daba cuenta de que cada vez me costaba más energía. Me costó tomar la decisión, pero entendí que si yo no la tomaba, nadie lo iba a hacer por mí. Fue ese año que derivé a todos mis pacientes y dejé de tomar nuevos. En la medicina, como en otras profesiones, el valor es uno. Es muy demandante y mal remunerado. Aunque en general la gente está acostumbrada a pagar por privado, así y todo me daba cuenta de que iba a tener que trabajar toda mi vida para sostener a mi familia, y eso me daba un poco de miedo. Además, había hecho cálculos: lo que ganaba en un evento, me demandaba miles de horas de consultorio”.
Los Martín Fierro, “un mimo al alma”
A medida que pasaba el tiempo, grandes empresas empezaron a confiarle a Teist Catering, la empresa de Ignacio Lanús, el catering para sus eventos y reuniones empresariales. “Siempre es un orgullo y un honor cuando nos eligen los clientes. Hay eventos que tienen más exposición, como por ejemplo los Martín Fierro y se sienten como mimos al alma, pero la realidad es que nos da la misma satisfacción que cuando una pareja nos elige para su casamiento”.
Muchos se sienten descolocados ante el cambio de Ignacio. “Me dicen: estudiaste tanto tiempo, te esforzaste tanto, te recibiste de médico y estudiaste por diez años para ser psiquiatra, ¿y ahora lo dejás? Esa pregunta me la hice yo mismo mil veces, por eso no me animaba a dejar. Pero lo que aprendí es que si uno es fiel a sí mismo, y persigue tu pasión, va a ser exitoso. Y no me refiero al éxito económico, que cuando viene acompañado es espectacular. Me refiero al éxito de levantarte todas los días con ganas y con alegría. Yo realmente no considero lo que hago como un trabajo, me divierto, lo disfruto, me encanta”.
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