Si bien tuvo varias parejas, con ninguna de ellas logró conformar una familia. Pero su deseo era tan fuerte que poco antes de cumplir 50 años su vida cambió para siempre.
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“Siempre me imaginé con hijos, pero en el futuro. Pero ese futuro quedaba lejos. De novia, desde los 14 años, las relaciones de todo tipo y color se sucedieron una detrás de otra en un profuso desfile. La diversión tocaba timbre, llamaba por teléfono, mandaba mails o mensajes de texto a cualquier hora y cualquier día. Ahora bien, la pareja madura con espacio para hijos no llegaba. Lo que sí llegó y se instaló en mí sin que me diera cuenta fue un profundo deseo de ser madre. El futuro ya no quedaba tan lejos como había sentido hasta ese momento. Tenía 46 años y el futuro era hoy.”
Adriana Tucci elige arrancar a contar una parte de su historia con este párrafo de su libro ¡SON TRES! Una historia de amor adoptivo como una especie de disparador o puntapié inicial que dividió su vida en un antes y un después con un futuro lleno de amor, alegría, felicidad y esperanza que, tal vez, en esos primeros instantes ni se lo imaginaba.
La persona que la ayudó a tomar la decisión
El deseo de Adriana de ser madre crecía y las posibilidades desde lo biológico existían (ovodonación, banco de esperma, subrogación de vientre), pero ella sintió con una firme convicción que lo más adecuado en su caso era adoptar y de esa forma comenzó a investigar sobre el tema.
Hablando con su instructor de yoga, cuenta, surgió la idea de ser mamá por adopción y su psicóloga le brindó ese espacio de confianza para afianzar y profundizar su deseo genuino para iniciar el proceso.
“¿Sabré qué hacer si le duele algo?”
Si bien estaba convencida de lo que soñaba durante el proceso, como suele suceder en muchos casos, aparecieron algunas dudas. “¿Estoy preparada para ser madre?¿Sabré a qué jugar con un niño o niña? ¿Sabré qué hacer si le duele algo? ¿Haré y diré lo que corresponda en cada situación? ¿Estoy dispuesta a dejar de viajar por el mundo sin apuro por la fecha de regreso? ¿A dejar de salir cuatro o cinco días por semana al teatro?”, se preguntaba.
Adriana se había anotado para adoptar un niño o una niña y hasta dos hermanitos de hasta cinco años. Esa era su disponibilidad adoptiva. Cuando la llamaron desde el Juzgado, dos años después de haber iniciado su inscripción en el registro de adoptantes, le dijeron: “Ha sido seleccionada como candidata a la guarda pre-adoptiva. Son tres hermanitos: Brenda de 7 años, Agustina de 5 y Salvador de 3, que han sido declarados en condición de adoptabilidad luego de un cuidadoso seguimiento por parte de la Justicia durante casi tres años”.
“¡Tres hermanitos! ¡Tres! ¿Tres? No escuché mucho más, el mundo se detuvo a mi alrededor, solo percibía el latido frenético de mi corazón. Estaba en un restaurante y empecé a llorar, no podía detener mi llanto”, rememora con un llanto de alegría.
“Uno de los recuerdos más valiosos de mi vida”
A los dos o tres días de ese llamado que jamás olvidará, gente del Juzgado la acompañó al Hogar donde vivían los niños. Adriana iba serena, sostenida por todo lo aprendido durante más de 15 años de práctica de Yoga. Cuenta que desde esa primera comunicación donde le habían dicho los nombres y las edades de los tres menores, ella ya había sentido que eran sus hijos y el momento de verlos fue como una ratificación de lo que el corazón ya le había dictado.
“Guardo en mi retina esa primera foto como uno de los recuerdos más valiosos de mi vida. Estaban los tres paraditos contra una de las paredes del patio. Sentí una puntada de amor en el centro del pecho, ganas de abrazarlos. Con esfuerzo, pude contener tanto esas ganas como las lágrimas que amenazaban con salir y armar charcos frente a sus pies. Respiré hondo, me acerqué, me agaché hacia ellos y los saludé. Si algo mágico ocurrió en mi vida, fue aquel encuentro. No se necesitaron palabras. Solo nos miramos desde el corazón y nos dijimos, sin decirlo, todo”.
En ese momento Brenda tenía siete, Agustina cinco y Salvador tres. El día que se conocieron salieron a dar un paseo.
- ¿Podemos ir un ratito a tu casa? –le preguntó Brenda.
- ¡Claro! Mi casa queda lejos, tenemos que viajar en avión y no podemos volver en un ratito, tienen que quedarse allí algunos días –le respondió Adriana.
“Casi muero de amor frente a esa hermosura que me pedía que los llevara conmigo”
Al día siguiente, otra vez salieron a dar una vuelta y Brenda le formuló una pregunta similar, pero con una determinación poco común para una nena de esa edad. “¿Vos podés pedirle a la señora del Hogar que nos prepare ropa para llevar?”.
“Casi muero de amor frente a esa hermosura que me pedía que los llevara conmigo. Ese fuerte deseo de parte de ellos hizo que se acortara nuestro período de vinculación. Al quinto día tuvimos la audiencia con el Juez y me otorgó la guarda temporal, gracias a la cual pudimos viajar a Buenos Aires”, dice. Y añade: “Es más, luego de la audiencia, ellos volvieron al Hogar y yo quedé organizando nuestro viaje: pasajes, valija, documentos que me tenían que entregar, etc. Quedamos en que más tarde iba a visitarlos, les daba las buenas noches, ellos dormían en el Hogar y yo volvía a la mañana siguiente, bien temprano, a buscarlos para viajar a Buenos Aires”.
Años de amor y aprendizajes
La convivencia fue entretenida y sin tiempo para aburrirse cuenta Adriana. “Tuvimos que acostumbrarnos a una forma de vivir completamente diferente a la que hasta ese momento, tanto ellos como yo, teníamos. Por mi parte, pasé de vivir sola a compartir mi casa con tres personitas que requerían atención todo el tiempo. Y ellos hicieron un trabajo de absorción de nuevas reglas, nuevos conceptos, nuevas palabras admirable. Todo era nuevo para ellos, todo les generaba curiosidad, admiración”.
En todo este recorrido, de a poco, se fueron conociendo, acomodando, encontrando y desencontrando, acercándose, alejándose, respetándose, riendo, llorando, comprendiendo y aceptando. Siempre con interminables abrazos, dulces besos y un amor incondicional. Más allá de que el camino tuvo sus escollos, todos fueron superados con el acompañamiento adecuado, con paciencia, aceptación y empatía.
“Los cuatro sabemos que no somos una familia como cualquier otra”
“Nos pasan las mismas cosas que les suceden a cualquier familia: se nos termina la pasta de dientes porque nadie avisó que esa que estábamos usando era la última. Discuten entre ellos porque `siempre hacemos lo que quiere él/ella`. Alguno sale con el desayuno en la mano o atándose las zapatillas mientras camina porque se hizo tarde para ir a la escuela y para colmo hay que volver porque alguien se olvidó de algo. Y los cuatro sabemos muy bien que no somos una familia como cualquier otra. Sabemos que hay otra familia, la de origen, para integrar a su árbol genealógico. Que hay heridas que, si bien sanaron, dejaron cicatrices que con el paso del tiempo, el apoyo necesario y el amor incondicional, se van haciendo cada vez más imperceptibles”.
Con Brenda (19) Adriana comparte la determinación para defender algo cuando ambas están convencidas. Con Agustina (17) el interés por las culturas e idiomas del lejano oriente y con Salvador (15) la fascinación por la Naturaleza.
- ¿De qué manera cambió tu vida a partir de convertirte en mamá?
- Fundamentalmente, dejé de ser la única protagonista de mi vida. A partir de ahí, todo cambió, desde vivir en un departamento en Buenos Aires a vivir en una casa en el Gran Buenos Aires. Desde viajar a donde surgiera varias veces por año, a planificar con tiempo vacaciones familiares. De disponer de todo mi tiempo para mí a agregar a mi agenda reuniones en la escuela, llevarlos a cumpleaños, pediatras, oftalmólogos, terapias o a comprar zapatillas porque las otras quedaron chicas, dejando lugar siempre para hablar sobre lo que necesiten, ya sea su cuestionamiento por algún límite que les pareció injusto o su angustia o tristeza por alguna situación vivida. Mi vida se dio vuelta.
- ¿Qué mensaje le darías a la gente que solo quiere adoptar bebés?
- Que en la Argentina hay aproximadamente 2200 niños, niñas y adolescentes esperando ser adoptados. La gran mayoría de ellos no son bebés. Todos traen una historia que hay que abrazar. Todos están esperando ser hijos, todos merecen serlo.
- ¿Con qué cosas soñás?
- Con que todos los niños, niñas y adolescentes que están esperando ser adoptados se conviertan en hijos, que encuentren la familia que los ame, contenga, cuide y proteja.
- ¿Qué le deseás a tus tres hijos?
- Que sus caminos estén llenos de luz, que busquen la luz en toda situación y en toda persona y si encuentran sombras, que tengan la sabiduría y el temple para disiparlas.
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