Tras el nacimiento de su hija comprendió que algo debía cambiar; en Coronel Vidal halló una comunidad distinta, que lo inspiró a creer en una Argentina y un mundo mejor, y le dio un mayor sentido a su profesión: “Hay que evolucionar”
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El recorrido hasta llegar a Coronel Vidal fue largo e inolvidable. Agustín Marasco nació en San Nicolás de los Arroyos. Hijo de padres separados, se crio con sus abuelos y tíos chaqueños, quienes le inculcaron su amor por la música, una pasión que le enseñó a amar la vida, a pesar de los sinsabores. Su infancia fue dura, los escasos recursos económicos debían alcanzar para una familia compuesta por numerosos integrantes, entre niños, adultos y adultos mayores. A veces, podían pasar semanas sin luz, sin gas y con platos de comida racionados, entonces la panza crujía y el cuerpo tiritaba. Los valores, sin embargo, nunca faltaron, tampoco la higiene ni la educación, lo que les permitía hacerle frente a las adversidades y salir adelante, a pesar de todo.
Una nueva vida en Mar del Plata: “Pensaba que la amistad era igual en todos lados”
A los 18 llegaron los primeros vientos de cambio. Agustín había terminado el secundario y sus amigos de toda la vida partieron para Rosario a fin de cursar la universidad, algo que él no podía llevar a cabo dada su situación económica. Aun así, el joven optó por estudiar Diseño Gráfico en San Nicolás, y cuando aquel intento no prosperó, supo que era tiempo de hacer las valijas y buscar una nueva vida en otros horizontes, esta vez cerca de su madre, quien se había mudado a la ciudad costera en 1996, junto a su pareja y su hermana menor.
“Mi hermano mayor - con quien me crie junto a mis abuelos- también se había ido a vivir ahí”, rememora Agustín. “Veía fotos a la distancia, y fui consciente de que nunca había vivido realmente con mi mamá, entonces tomé la decisión de partir hacia la costa dejando toda una vida atrás y a toda una familia que me crio con mucho amor”.
Aquellos años en Mar del Plata fueron intensos, colmados de altibajos. Su lugar de origen era muy pequeño en contraste con la inmensidad de “La Feliz”. El choque se sintió fuerte, no solo por los ruidos extraños y los edificios que parecían infinitos, sino por la forma de relacionarse de su nueva comunidad.
“Empecé a hacer mis primeras amistades a través del fútbol y conocidos de mis hermanos”, relata. “Venía de vivir toda una vida junto a mis amigos y pensaba que la amistad era igual en todos lados, por ese motivo, se aprovecharon de mi confianza muchas veces, hasta que decidí cortar esos hilos, lo que me llevó una vez más a una etapa muy solitaria, lejos de donde había vivido prácticamente todo”.
La soledad para reconocerse y avanzar: “Ahora Mar del Plata es una ciudad que amo”
La inmensa soledad, acompañada de los vientos y el frío invernal, trajo consigo un tiempo de introspección, música y nuevas resoluciones. Agustín decidió que debía volver a estudiar para crear vínculos y cambiar, una vez más, de aires, sin cambiar de ciudad. Se inscribió en la carrera de Trabajo Social en la Facultad Nacional y, durante los siguientes siete años, se sumergió en un universo que lo conquistó y donde, por fin, pudo crear vínculos para toda la vida.
Y fue en aquella época, que Agustín comenzó a descubrir verdaderamente la ciudad, con su cantidad de espacios naturales y urbanos, entre playas, bosques y su vida comercial: “Al principio me sentía en Las Vegas a diferencia de San Nicolás”, dice entre risas. “Ahora Mar del Plata es una ciudad que amo”.
También fueron tiempos de exploración musical, de performances junto a varias bandas, ocasiones en las cuales el joven sintió tocar el cielo con las manos, ya que había cumplido ese gran sueño de niño: estar arriba de un escenario ofrendando su música.
Un amor, una nueva vida en camino y una decisión: vivir en Coronel Vidal
Pero no todas las experiencias musicales fueron iguales. Agustín venía trabajando con una agrupación en particular con la que sentía afinidad: Sur Banda. Con ellos la dinámica era excelente, en especial con Matías Muke Santos, que se transformó en amigo y compañero musical, un vínculo mágico que perdura en el presente.
Tanto Matías como sus amigos y su hermano, habían llegado de Villa La Angostura. El grupo era grande y atractivo, en especial por Antonella, que no venía del sur, pero también los acompañaba en las salidas y las reuniones: “Antonella se transformó en mi compañera de vida”, revela.
El amor había arribado a la vida de Agustín con fuerza y, al poco tiempo, se multiplicó. Valentina, su hija, comenzó a crecer en el vientre de su amada y, con ello, las visitas a Coronel Vidal, de donde era oriunda Antonella, comenzaron a ser más frecuentes. Disfrutaban de aquellos paseos, del contacto con la familia y una vida más calma, pero, aun así, jamás pensaron en Coronel Vidal como un lugar para formar un hogar.
Todo comenzó a cambiar en el año 2013, cuando Valentina llegó al mundo. Agustín tenía un empleo que le demandaba muchas horas, a lo que se le sumaba las giras con su banda por el país. Su situación laboral, de pronto, se vio comprometida y, de un día a otro, se quedó sin trabajo y con una hija recién nacida.
“Salí a caminarme toda Mar del Plata a repartir mi CV diariamente, pero, al paso de tres meses y sin una oferta convincente a la vista, decidimos casi por fuerza natural ir a Coronel Vidal a probar suerte”, cuenta.
Un nuevo ritmo de vida y una ciudad quedada en el tiempo: “Hallé mucha amabilidad, bicicletas sin atar…”
La vida en Mar del Plata, para Agustín, se vivía “a miles de revoluciones”. Conocía su nuevo lugar de residencia, pero mudarse allí y experimentar su cotidianidad le resultó impactante. En la atmósfera se respiraba un andar muy lento, casi como si todo estuviera detenido o incluso como si habitara en una ciudad donde habían retrocedido en el tiempo, en el mejor de los sentidos.
“Hallé mucha amabilidad, bicicletas sin atar, comerciantes que se tomaban todo el tiempo para atender, y esa calma me llamó mucho la atención y me gustó, fue conocer un lugar ideal para llevar adelante una vida familiar”, dice Agustín.
“A pesar de ser una ciudad chica, es la cabecera del partido de Mar Chiquita, por lo que cuenta con muchas instituciones y predios, tanto del ámbito estatal como privado (polideportivo, escuelas, estadio único, pileta climatizada, Anses, Arba, Banco Provincia, Correo Argentino y más), que facilitan la vida en muchos aspectos. La inseguridad es prácticamente nula, si bien cada tanto sucede algo que revoluciona al pueblo, son realmente muy pocas las ocasiones de inseguridad”.
“A las doce del mediodía suena la sirena de los bomberos anunciando la mitad del día, y es el momento en que dejan de trabajar para hacer sus mandados, almorzar, dormir la siesta, y volver al trabajo. La cercanía existente hace que se pierda muy poco tiempo de traslado de un lugar a otro haciendo ganar tiempo”.
“En relación a lo humano, la mayoría de la gente que vive acá son familia, cercanos o lejanos, lo que hace que se conozcan mucho, se apoyan en necesidades, y se ve mucho grupo social, después es como en todos lados, hay gente buena y no tanto, pero cuando uno está en la suya eso no importa”.
Una transformación interna y la creación de la música consciente: “Tenía que depositar algo positivo que le sirva a mi hija y a quienes escuchen”
Con el nacimiento de Valentina, Agustín no solo decidió volver a empezar una vez más en otro destino, sino que experimentó una transformación interna como nunca antes había sentido. La muerte en toda su dimensión, de pronto, emergió en sus pensamientos, marcándole la importancia del cuidado del presente para dejar un legado de amor para su hija, el día que ya no estuvieran: “Eso se trasladó a mis canciones”, revela.
“Sentí que en ellas tenía que depositar algo positivo que le sirva a mi hija y a quienes escuchen, para estar mejor, para poder tener mayor consciencia de ciertas cosas, y para que el futuro sea algo próspero. Sentí que el planeta tenía que ser un lugar habitable, ya que al paso que vamos se ve bastante gris el panorama. Esas fueron las primeras razones por las que me volqué a la música que hago, música consciente”.
“Y como para terminar de decidirme conocí la historia de Fabian Tomasi, una persona como nosotros contratado para fumigar en avioneta hectáreas de producción de alimentos vegetales en Entre Ríos; a raíz del contacto directo con esos químicos enfermó gravemente, investigó por muchos lugares a qué se debía y dieron que era a causa de estos químicos, desde ahí comenzó una lucha para que tomemos consciencia de cómo envenenan los alimentos que comemos”.
“Con su historia empecé a investigar más, hasta llegar a la noticia que había fallecido, en ese momento fue algo muy triste, y decidí sumarme a esa lucha a través de mis canciones con convicción absoluta, abrazando esta forma de vida llamada música consciente, cuyo mensaje llevamos a todos los rincones de país”.
“Tino y Los Grabetas es un proyecto de vida que intenta llevar un mensaje, que en realidad son varios, todos con la intención de generar algo positivo, un clic, y musicalmente va acompañado de varios estilos musicales fusionados dentro de una canción, pasamos por ejemplo del bossa al rock, del ska a un reggae rock, y así sucesivamente. Deseamos permanecer en el tiempo a través de esta semilla en forma de canciones para las generaciones presentes y futuras”, cuenta Agustín.
Un largo camino de aprendizajes: “Hay que esforzarse en aprender todo el tiempo y evolucionar”
Muchos años pasaron desde que Agustín dejó el hogar de sus abuelos, los días gélidos sin gas, pero con sonrisas presentes, motivadas por un amor inquebrantable. Las fisonomías mutaron, los paisajes cambiaron y el concepto de hogar se fue transformando en cada lugar de residencia, a cada paso. Pero algo en el camino permaneció inquebrantable para el protagonista de esta aventura: no rendirse, levantarse ante cada caída, tener confianza en un futuro mejor, a pesar de los claroscuros propios y de una humanidad que tantas veces pena y olvida la importancia de crear mejores presentes para que en el horizonte se dibuje un mejor porvenir.
“Mi experiencia me enseñó a no bajar los brazos nunca, que a veces la vida nos sobrepasa con situaciones inesperadas, pero de las que sabemos que nos quedará algo de enseñanza, y que se trata de eso, tratar de resolver lo que sucede con la mejor disposición, aunque a veces sea difícil”.
“Podemos ser lo que soñamos, pero nada es gratis ni nos van a regalar nada, hay que esforzarse en aprender todo el tiempo y evolucionar, ir hacia lo que deseamos, que nos espera cuando estemos listos”, continúa. “Hay que trabajar todo los días en pos de eso que anhelamos y golpear todas las puertas que sean necesarias para alcanzar el objetivo, hay muchos `no´ en el camino, pero hay que aprender a seguir; los `sí´ llegan”, concluye.
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