Sara se sentía como una modesta antropóloga perdida en la gran ciudad. Cada día, camino a las entrevistas laborales y a la facultad, su mirada atenta recorría las calles, ávida por descubrir los detalles cotidianos, los hábitos y costumbres de una Buenos Aires imponente, aquellas diferencias que la alejaban de sus raíces venezolanas, y las similitudes que la unían a una Argentina con la que anhelaba conectar.
En su odisea exploradora hubo una primera impresión fuerte, inimaginable a tal escala en su tierra natal. En las escenas diarias citadinas, en las aulas de la universidad y más tarde en la atmósfera de su nuevo empleo, una palabra emergió potente: pasión.
"Sin dudas, lo que más me impactó a mi llegada fue la pasión del argentino en todos sus matices, positivos y negativos", manifiesta la mujer de 36 años. "En pocas semanas se me hizo muy claro que en Buenos Aires todo se vive de manera muy extrema a nivel emocional, desde el fútbol, hasta los vínculos de amistad y pareja. En política todo es blanco y negro, y no se puede ser tibio. ¡Tibio! ¡Esa palabra me impactó! ¡Al igual que panqueque!", ríe. "Hay que estar de un lado u otro, y esta opinión a menudo se encarna hasta las últimas consecuencias. Tiene su sesgo negativo, pero también de alguna forma ha sido motor para que el argentino sepa conquistar sus derechos y, sobre todo, su democracia".
La vida en riesgo: Dejar atrás el miedo y una Venezuela violenta
En un lejano 2014, en suelo natal, Sara se sintió aterrada y temió por su vida. A su alrededor podía ver las injusticias y respirar un clima de mucha violencia. Allí estaba, en medio de la tormenta, malherida en cuerpo y alma, y pronto supo que su integridad física estaba en riesgo y que se hallaba en una situación de supervivencia.
Sara Jiménez Molina dejó Caracas, ciudad en la que trabajaba desde hacía siete años, aquella temporada de terribles revueltas en una ciudad que la encontró al límite: "Era febrero. Cada migrante tiene razones diferentes que empujan su decisión. Verme en riesgo directo fue la gota que rebalsó mi vaso. El miedo se había apoderado de mí", recuerda Sara, quien allí ejercía su profesión de ingeniera industrial.
Con la llegada de su resolución, la joven se preguntó en dónde podría desarrollarse y crecer como ingeniera y, a su vez, estudiar un posgrado. Argentina surgió como la clara candidata, y luego de una ardua investigación, la Universidad de Buenos Aires acompañó aquel parecer.
Dejar parte de una vida atrás: Miedo al fracaso y la esperanza de la hoja en blanco
Dejar su tierra fue duro para el corazón y estresante para su espíritu. Hija única, aunque de familia numerosa y cercana, desde los 17 vivía sola. Sara había dejado Barinas para estudiar en San Cristóbal y, tras recibirse, Caracas la recibió para poner en práctica su título, aunque también para mostrarle la realidad de una capital convulsionada y más violenta que el interior.
"Volvía a casa cada dos o tres meses a ver a mis padres y tenía una relación muy estrecha con todos mis familiares. Para ellos fue muy difícil, pero les conté que tenía un plan firme de trabajo y estudio, y que no estaría a la deriva. Desde el respeto que me tienen, me apoyaron", revela. "Mis amigos más cercanos, por otro lado, de una u otra forma terminaron viviendo en Argentina".
Conseguir pasaje fue un reto. Con el control cambiario parecían inaccesibles y tampoco había frecuencia. Vendió sus bienes más preciados a fin de llegar con ahorros, y un amigo la asesoró con los papeles.
"Por aquellos días, tan intensos, estaba muy estresada y triste. Tenía esa certeza de que iba a pasar mucho tiempo hasta que pudiera regresar a ver a mi gente", se emociona. "Los momentos más dolorosos fueron empacar y desempacar. Empacar porque tienes toda una vida construida y hay que tomar la decisión de qué te acompañará para empezar de cero, y qué dejar atrás. Es meter tu existencia en dos valijas y que te invada la sensación de que parte de uno quedará allí. Desempacar, porque sientes un `esto es todo lo que tengo´; no tiene que ver con lo poco material que uno posee al arribar, es simbólico: uno debe volver a construir conocimientos de vida, de la nueva ciudad, amistades y recuerdos".
Sara pisó Argentina colmada por el miedo, la responsabilidad y la presión de encontrar trabajo pronto. Amigos le habían prestado un departamento, pero sabía que esto era finito, al igual que la duración de sus ahorros: "A pesar de mi temor a fracasar, a la vez confiaba en mi profesión y en mi manera de buscar alternativas. Traía muchas expectativas. Te da vértigo la hoja en blanco, pero a la vez conlleva una gran emoción por todas las posibilidades que contiene".
Una argentina a veces ciega, que se atreve a mostrar la intimidad
Desde el comienzo, Sara sintió una fuerte contención por parte de sus compañeros de la UBA, lo que significó una caricia al alma. Una de las primeras cosas que le preguntaron en una reunión fue de qué cuadro era. Ella ni sabía qué significaba "cuadro", y cuando lo supo, entendió que para el argentino era vital en la construcción de su identidad. No solo importaba el nombre, el barrio de origen, la familia, el colegio... también el cuadro.
"Es un costado de la identidad íntimamente ligado a la forma de ser pasional del argentino. Pero este extremismo en las posturas, en las opiniones y en las emociones, así como tiene ese lado tan positivo y que ayudó en el progreso de la nación, tiene su matiz negativo: Observé que fácilmente podía escalar en violencia en todos los ámbitos, y, a veces, también a la ceguera y la imposibilidad de ver al otro", reflexiona. "En Venezuela podemos no darles tanta importancia a ciertos temas o dejarlos pasar, algunos no hacen la diferencia y hay otros donde, a mí parecer, nos hubiera servido ser más firmes".
Los días transcurrieron potentes en aprendizajes diarios. Las semanas pasaron y, gracias a su determinación y confianza, Sara halló empleo. En aquel ámbito, otros impactos, tal vez más mundanos, resultaron evidentes.
"Me sorprendió el desayuno dulce, que adopté con gusto, y el almuerzo siempre austero: dos empanadas, quizás. En Venezuela se desayuna salado, se almuerza fuerte y la cena es muy liviana y temprano. ¡No puedo comer tanto tan tarde como hacen los argentinos!"
"Por otro lado, me asombró la facilidad argentina para mostrar su intimidad. En mi región de Venezuela somos reservados con nuestros temas personales y, al principio, en Buenos Aires me impactó que en todos los ámbitos (trabajo, talleres, facultad) la gente fuera muy abierta con temas profundos. Me di cuenta de que esta apertura a mostrarse vulnerable ayuda a empatizar, aunque a veces me resulta bastante incómoda. En mi lugar de origen estás invitado a dejar tus intimidades en casa, en especial en el trabajo o estudio".
Buenos Aires no es la realidad: La pasión en la acción
Sara había llegado a suelo argentino con un buen título y una considerable experiencia laboral en su campo. Sin embargo, como inmigrante, tuvo que esforzarse el doble, demostrar su capacidad, pagar el derecho de piso para generar confianza y acceder a nuevos desafíos: "Tenía que demostrar lo que decía el papel. Me siento muy afortunada por haber tenido esta posibilidad. No es la realidad de todos los inmigrantes venezolanos en el mundo y en la Argentina, estoy consciente de que soy privilegiada".
"A su vez, en Buenos Aires descubrí que había muchas oportunidades", asegura. "En Venezuela el estudio universitario no se nos presenta como una opción, sino casi como una obligación. Además, es muy raro que puedas trabajar de tu profesión durante la cursada, las empresas no te toman, por eso nos recibimos más temprano en comparación con lo que vi en Buenos Aires, pero esto último no es necesariamente algo malo. Rescato que en Argentina se valora la libertad de elegir si uno quiere determinar el resto de su vida con un estudio universitario y, si uno opta por ese camino y por más que sea un gran esfuerzo, valoro que se pueda estudiar y trabajar a la vez. Se contrata estudiantes y estos tienen espacio para empezar desde temprano a hacer carrera", expresa Sara, quien trabajó en distintas empresas y consultoras, y actualmente se desempeña en un importante banco, siempre desde su profesión de ingeniera.
"Siento que hay muchas opciones a pesar de los problemas estructurales típicos latinoamericanos", continúa. "Sabía de la inflación, pero prioricé otros aspectos que me hacían sentir cercana con lo que conocía de la cultura. Sé también que el acceso a la educación en el país no está al alcance de todos, y me gustaría que así fuera porque siento a esta tierra un poco mía. Soy consciente de que es una nación con falta de voluntad política. Estuve estudiando y haciendo voluntariados con Ingenieros sin Fronteras, y con Módulo Sanitario, y ahí me di cuenta de la realidad del país. Como inmigrantes llegamos a capital, vemos ese pedacito, pensamos que es el todo, y la verdad no es esa. Pero, a pesar de que colaborar en estas organizaciones te muestra una realidad cruda, también expone la cantidad de humanos dispuestos a ayudar a reducir las brechas. Es emocionante. Admiro la conciencia social del argentino. En ese sentido, la pasión pasa a la acción".
Los años argentinos trascurrieron en un balance siempre más bello que contrariado. Sara, cercana y afectuosa, nunca se sintió sola. En suelo porteño nunca dejó de percibir la buena disposición de las personas al momento de precisar ayuda; jamás sintió distancia.
"Siempre hay excepciones, con comentarios que pueden doler, pero es muy pequeño en relación a todo el cariño que recibimos los inmigrantes", dice pensativa. "Y no solo me sentí bienvenida por la gente. Aparte de ser ingeniera, me gustaba leer y escribir. Llegar a Buenos Aires fue magnífico porque se respira literatura. Empecé a hacer talleres de escritura. En Venezuela hay poco de esto y siento que quizás es muy selectivo. Acá la literatura está en todos lados. Me siento muy en mi lugar cuando veo la relevancia que se le da. Logré participar de varias antologías de cuentos y publicar recientemente mi primer libro de relatos Todos tus Bichos. Nunca fue un impedimento mi procedencia, fui recibida con los brazos abiertos. ¡Vaya si Argentina da oportunidades!", exclama con orgullo.
Aprendizajes de una argentina que enseña a alzar la voz
Atrás quedó esa fotografía del pasado que aún hoy le eriza la piel. Un escenario de violencia y riesgo, un miedo constante y punzante para el corazón. Atrás quedaron también esas reuniones familiares, las tradiciones compartidas, el lenguaje común, la cercanía con su gente. Las raíces de Sara están en su patria, pero sabe que Argentina la transformó para siempre y que, si volviera a Venezuela, ya no sería la misma.
"En seis años es invaluable lo que he aprendido. Argentina acompañó los cambios en un momento vital y me hizo una persona distinta. Me enseñó a reclamar por mis derechos, parece obvio, pero en nuestra cultura venezolana preferimos evitar los conflictos y esto, a veces, nos ha jugado en contra. Argentina me enseñó a alzar la voz, hacerme oír, aunque siempre elijo que no sea desde el lado de la violencia, sino de la justicia. Al ver cómo todo acá es blanco y negro, aprendí a mirar desde la banquina, a encontrar los matices y también aprender de estos grises. Lo negativo de argentina también me enseña. Aprendí a no tenerle miedo al conflicto. Poder hablar y traspasar las cosas, siempre desde el respeto".
"En Argentina celebro la diversidad y que todos nos podemos entremezclar. Siento que estoy en un lugar en el mundo que responde a mis posturas actuales y que me da espacio para aprender. Migrar te expone y desafía en todos los ámbitos. Luego de alcanzar el piso de las necesidades básicas, en mi caso me ayudó a bucear en mi esencia".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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