Santiago Carregal rompió con las expectativas familiares para dedicarse a su verdadera pasión: la música, una elección que lo llevó a vivir al exterior y trabajar con un emblemático músico
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Cuando Santiago Carregal (30) cruzó por última vez las puertas del Instituto Cardenal Newman, su futuro parecía que estaba escrito en piedra. Como hijo mayor de una reconocida familia de juristas, cuyo apellido sonaba con autoridad en los pasillos de Tribunales, su camino era claro: estudiar derecho, graduarse y brillar en algún prestigioso estudio jurídico. Y así lo hizo, siguió el camino de generaciones pasadas. Pero el destino tenía otros planes. Un giro radical lo llevó lejos de los expedientes y las leyes, concretamente a la ciudad de Los Ángeles (Estados Unidos) a trabajar con Gustavo Santaolalla, el legendario músico, compositor y productor argentino, ganador de dos premios Oscar. “Hace cinco años, ni remotamente podía imaginarme que mi vida sería como es ahora”, dice Santiago antes de comenzar a contar su historia.
Una familia de abogados
“Vengo de una familia con muchos abogados. Mis padres son abogados, al igual que mis abuelos. Mi padre es el presidente de un prestigioso estudio jurídico y mamá trabajó muchos años en una empresa dedicada al sector del entretenimiento como gerenta de legal. Mi abuelo, Mario Carregal, es un verdadero apasionado del derecho. Hoy tiene 93 años, pero hasta hace dos, tenía dos trabajos. Fue pionero en Argentina al implementar el primer fideicomiso, en 1975, mucho antes de que la figura estuviera regulada. Mi tía y mis hermanas menores también son abogadas....”, cuenta.
-En tu familia, el derecho es más que una profesión: es un legado. Y todo apuntaba a que seguirías con esa tradición
-Estudié cinco años de abogacía en la Universidad de San Andrés y me gradué como abogado. Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de viajar a París para realizar un intercambio en Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París, la misma universidad donde estudió Emmanuel Macron. Al finalizar el intercambio, aproveché dos meses libres para hacer una pasantía en un reconocido estudio jurídico en Madrid. Cuando regresé a la Argentina, completé la carrera y comencé a trabajar en el estudio Marval O’Farrell Mairal, en fusiones y adquisiciones, además de participar en la resolución de conflictos societarios.
-¿Te gustaba?
-Me interesaba, pero tampoco me apasionaba lo suficiente como para dedicarle 10 horas al día, para que ocupara la mayor parte de mi vida. Lo que realmente me gustaba era la música, y sentía que el derecho me estaba alejando de ella. Además, estoy convencido de que, para hacer algo bien, es esencial tener el incentivo de ir más allá de lo que se espera. Ese impulso solo aparece cuando lo que haces te apasiona de verdad.
Santiago recuerda que su conexión con la música comenzó desde muy joven. Fueron sus padres quienes, por primera vez, pusieron una guitarra en sus manos y lo alentaron a tomar clases. Más tarde, en el colegio Newman, esa relación se fortaleció, gracias al énfasis que la institución ponía en las artes. “Los viernes, en las últimas horas, podíamos elegir entre distintas actividades: aprender a tocar un instrumento, formar parte de la orquesta, hacer radio o producir videos. Yo elegí el chelo, y fue una experiencia que disfruté mucho. Era un colegio que realmente fomentaba las actividades artísticas, animándonos a explorar nuestra creatividad”, dice.
Sin embargo, algo cambió al momento de decidir su futuro. “Como suele pasar, por distintas circunstancias y altibajos, en mi último año del colegio me fui distanciando de la música y, finalmente, terminé optando por el derecho”, agrega.
“Con su apoyo o sin su apoyo yo me voy”
-Recibido y trabajando de abogado, ¿cuándo hiciste el click?
-No fue un único momento, sino varios, tres o cuatro. Recuerdo que cuando estaba de intercambio en Europa, a mitad de la carrera de Derecho, ya empezaba a “picarme el bichito” de hacer de la música mi profesión. Miraba las opciones de carreras musicales en Argentina y exploraba las posibilidades. Años después, cuando ya había dejado el estudio jurídico y estaba trabajando en Mercado Libre, tuve una charla con mi padre que fue clave para tomar la decisión.
-Imagino que esa conversación no debió ser nada fácil: abandonar la tradición familiar, dejar atrás una carrera prometedora como abogado y lanzarte al vacío persiguiendo la música.
-Creo que lo más difícil es enfrentar el desconocimiento sobre el ambiente musical y el temor de un padre a que su hijo se dedicara a algo que nunca entendió del todo. Para mucha gente, ser músico se reduce a tocar en una banda al estilo Guns N’ Roses, pero no siempre es así. La música es un mundo enorme, con una industria que va mucho más allá de ese imaginario. La parte más complicada de esas charlas con mi papá fue tratar de explicarle esto.
-¿Y lo entendió?
-[Ríe] creo que sí. “Si vos estás seguro, yo te apoyo”, me decía. Mi mamá también me apoyó mucho; ella siempre fue un poco más hippie y enseguida se entusiasmó con la idea. Mi papá, en cambio, necesitó un poco más de tiempo para digerirlo, pero al final me dio su respaldo.
-Una vez que la decisión estaba tomada, ¿cómo siguió el asunto?
-Apliqué a Berklee College of Music, una universidad que siempre tuve en mente desde mis años de colegio. Ofrecían un programa de verano de cinco semanas al que siempre soñé con asistir, pero nunca pude porque coincidía con el invierno en Argentina y mis vacaciones no eran lo suficientemente largas. Berklee, si no es la mejor universidad de música, es una de las más prestigiosas. Decidí intentarlo, envié mi solicitud y, para mi alegría, fui aceptado.
-¿Qué pasó cuando recibiste la aceptación?
-Fue una emoción muy grande. Recuerdo llegar a casa con la carta de aceptación en la mano y decirles a mis padres: “Con su apoyo o sin su apoyo yo me voy”. Tenía 24 años.
Santiago cuenta que la estructura de las carreras de música en Berklee es excepcional. “Entrás en el programa de Bachelor of Music que tiene una base común durante los dos primeros años comunes, y luego elegís una especialidad entre 12 opciones, desde dedicarte a tocar un instrumento o componer hasta negocios del mundo del música. Yo opté por “producción e ingeniería” pero no dejé de lado mi instrumento principal, la guitarra, continué perfeccionándome durante esos años”.
Su pasión por la guitarra llevó a convertir uno de sus hobbies en un arte: construir guitarras. “Soy luthier. Me dedico principalmente a fabricar guitarras eléctricas, ya que son las que uso en vivo. Las construyo desde cero y luego las utilizo para tocar y componer”, dice con entusiasmo.
“Estaba eufórico”
Hacia el final de su carrera en Berklee, Santiago encontró una oportunidad laboral única. “Me puse en contacto con Juan Luqui, el asistente de Gustavo Santaolalla, para preguntarle si estaban buscando a alguien. Yo soñaba con aprender de ellos. Por esas casualidades de la vida, llegué en el momento justo. Juan me respondió que efectivamente necesitaban a alguien y me invitó a viajar a Los Ángeles para conocernos. Fui sin dudarlo”, recuerda.
Gustavo Santaolalla es un reconocido músico, compositor y productor argentino que posee una carrera destacada a nivel internacional. Es famoso por su capacidad para fusionar sonidos tradicionales latinoamericanos con estilos modernos, creando un sello único. Como productor, trabajó con artistas icónicos como Café Tacvba, Juanes y Julieta Venegas. También es un compositor galardonado en el mundo del cine. Ganó dos premios Oscar por las bandas sonoras de Brokeback Mountain (2005) y Babel (2006). Su música ha sido utilizada en películas y series, además de ser el creador del emotivo soundtrack del videojuego The Last of Us. “Ganar dos premios Oscar seguidos es algo inusual, creo que solo una persona, además de Gustavo, lo logró en todos estos años”, explica Santiago.
-¿Cómo fue la experiencia?
-Primero hice una pasantía con Juan durante mi último verano en la universidad. Soy ingeniero de grabación y de mezcla y edición, entonces grabé muchas cosas en las que ellos estaban trabajando, en ese momento, estaban con The Last of Us, la temporada 1, de HBO. También trabajamos en el documental Wild Life, que cuenta la historia de Douglas Tompkins. Pero durante esa pasantía trabajé exclusivamente con Juan porque Gustavo estaba de gira en Europa. Después regresé a Boston, porque tenía que terminar mis estudios, me faltaban seis meses. En octubre, Juan me llamó, ya había hablado con Gustavo, y querían que trabajara con ellos cuando terminara la facultad.
-Imagino la alegría.
-Estaba eufórico. Una de las cosas más difíciles del músico es conseguir un trabajo de esa categoría, la posibilidad de aprender de una persona tan importante en el rubro era espectacular, aunque no sabía bien qué iba a hacer...
-Además implicaba la mudanza de Boston a Los Ángeles.
-Sí, pero me la jugué con la esperanza de que saliera algo copado... Y Los Ángeles es así: todos los estudiantes de cine están o vienen acá o a New York. Acá lo conocí a Gustavo y congeniamos enseguida y hoy, dos años después soy su mano derecha, me encargo de grabar todo lo que él hace, también trabajamos en discos. Somos un equipo chico, cinco personas.
“Gustavo hace mucha música para películas y series, ahora estoy trabajando mucho en la industria de la música para imagen algo que nunca en mi vida se me cruzó por la cabeza”, cuenta Santiago.
-¿Qué consejos te da Gustavo, como experto en el mundo de la música?
-Uff... creo que el mejor consejo que me da no viene en palabras, sino en los momentos que me siento a su lado y observo cómo trabaja. Su forma de hacer las cosas es una lección en sí misma.
Actualmente, Santiago está trabajando en un disco junto a su novia, quien también estudió en Berklee. La pareja cuenta con los valiosos consejos de Gustavo. “Él nos da feedback”, dice.
“Aspiro a mantenerme siempre creando cosas nuevas. Creo que esa idea la aprendí un poco de Gustavo. Con él, principalmente cumplo el rol de ingeniero de grabación, mezcla y edición, pero también tengo otros frentes: produzco música para diferentes artistas y, al mismo tiempo, compongo para proyectos audiovisuales. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en la banda sonora de una película dirigida por un cineasta argentino, y antes participé en varios cortometrajes de otros directores”, explica.
-¿Soñás con volver a la Argentina?
-La verdad, me encantaría volver a la Argentina en algún momento. Es muy difícil estar lejos del país donde naciste, de las costumbres y, sobre todo, de la familia. Es algo que tengo en mente para el futuro. Pero, siento que aún tengo mucho por aprovechar acá en Los Ángeles. Por ahora, estoy enfocado en eso, aunque dejo las puertas abiertas. De hecho, suelo volver a la Argentina con frecuencia. Con Gustavo viajamos bastante, y muchas veces yo voy por mi cuenta. Por ejemplo, ahora planeo pasar un mes allí durante las fiestas. El año pasado estuve casi dos meses trabajando en proyectos con él, porque también le encanta mantener una conexión con lo que sucede en el país. Por suerte, esa dinámica me permite regresar seguido y mantener ese vínculo con mi país.
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