Se fue sin saber si cuándo volvería, vivió en un país que considera casi perfecto y en otro que lo enamoró; finalmente, se instaló en Italia y nunca regresó, hoy dice: “los acontecimientos me atraparon”
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“¿Qué habrá del otro lado del Atlántico?” La curiosidad de Gustavo Barach emergió en sus días de infancia, a través de imágenes e historias acerca de otros países y sus culturas, ventanas que lo invitaban a soñar otras vidas en un planeta que se sentía inmenso.
Apenas tenía 21 años cuando decidió que era tiempo de partir. Él no deseaba escapar de nada, Argentina lo había tratado bien y con sus padres mantenía una relación entrañable. No, Gustavo no anhelaba huir, él deseaba ir al encuentro de aventuras y explorar con todos sus sentidos la vida más allá.
Su mamá y su papá comprendieron, aunque la tristeza en sus miradas era innegable. “Los padres quisieran que sus pichones estén siempre a su lado, en el nido, pero llega un punto que el pichón quiere volar y es justo que lo haga”, le dijo su padre.
Y así sucedió, Gustavo despegó del suelo argentino sin saber si su travesía duraría un mes o si el tiempo se extendería hacia otros límites: “Al final nunca volví; ya pasaron varios años”, releva. “Los acontecimientos me atraparon”.
Italia, amor y una mudanza hacia un país casi perfecto: “En Alemania aprendí cosas que me sirvieron para toda la vida”
Gustavo aterrizó en Italia y se hospedó en la casa de una amiga en Bracciano, provincia de Roma. Exploró aquel suelo con mirada casi extrañada, absolutamente todo era nuevo y le resultaba fascinante; ante sí tenía un país por descubrir, impregnado de historias que podía respirar en cada rincón, de costumbres que encendían sus sentidos: “Estaba maravillado y me invadía un interrogante junto a una excitación acerca de lo que sería mi vida lejos de mis padres, y de mi futuro”, rememora Gustavo.
El curso de su destino comenzó a delinearse al poco tiempo, cuando conoció a la mujer que se convertiría en su primera esposa. Se casaron en septiembre del 85, épocas en las cuales él ya había comenzado a trazar un camino en el mundo de la gastronomía. Siguiendo el consejo de su mujer emigraron a Alemania, donde ella aseguraba que tendrían mejores oportunidades: “Alemania, Múnich, me entusiasmaba, pensaba en la final de fútbol que vi por tv en 1974, me parecía otro mundo”.
Gustavo divisó por primera vez los paisajes bávaros en el 86 y por los siguientes meses Múnich se transformó en su nuevo hogar, ahora compartido de a tres, tras el nacimiento de su hijo Danilo. Ya corría su segundo año en Europa y fue entonces que lo atrapó una profunda tristeza por primera vez.
“Comencé a sentir angustia, extrañaba mucho a mis padres, a Buenos Aires, seguramente porque el invierno alemán era duro. Por un lado, me gustaba el hecho de que nevara tanto, era una novedad para mí y estaba fascinado con el silencio que se creaba en el ambiente, con el cielo gris y los contornos congelados. Pero físicamente y en el alma estaba poseído por la desazón. El idioma, a su vez, era un muro muy alto”.
“Pero, por lo demás, fue una gran experiencia. Me resultaba increíble la seriedad de las personas, la precisión de los trenes, la eficacia en todo. En Alemania aprendí cosas que me sirvieron para toda la vida, como el orden, el pragmatismo, el no tocar bocina mientras se maneja. No he advertido cosas negativas en mis ocho meses allí. Hoy represento a una empresa alemana en Italia en el área de venta de carne argentina, y puedo reafirmar que los alemanes son serios y respetuosos. Es un país al que vuelvo seguido con mucho placer. Me encanta”.
Regreso a Italia y una oportunidad en un país que enamora: “Si Alemania me parecía otro mundo, Tailandia me parecía otra galaxia”
La tristeza pudo más. Entre la nostalgia y el frío, el matrimonio de Gustavo no funcionó, al igual que Alemania. Regresó solo a Italia, un nuevo comienzo en una atmósfera conocida. Ahí tenía amigos y se sentía “en familia”, necesitaba estar con gente con rostros y conversaciones cercanas, precisaba compartir parte de sus horas con otros argentinos residentes en aquella tierra: “Me reconducían a Argentina afectivamente, sumado a que en Italia era un poco como estar en mi país, si lo comparás con Alemania: las costumbres son muy similares y el idioma es más cercano al nuestro”.
En Italia, Gustavo le dio impulso a su carrera laboral. Trabajó en restaurantes y aprendió sobre técnicas, sabores y calidad, y, finalmente, abrió su propio establecimiento. Tiempo después, sin embargo, surgió una oferta imperdible: trabajar de cocinero en un restaurante italiano en Bangkok, Tailandia.
“Vendí mi restaurante que tenía en Bracciano y me fui a trabajar en abril del 99″, cuenta Gustavo. “Si Alemania me parecía otro mundo, Tailandia me parecía otra galaxia. Vi con la simpleza que vive la gente, con cuan poco; vi vidas muy difíciles, con penurias económicas, pero gente con mucha dignidad, siempre con una sonrisa que en muchos casos esconde una aflicción, un dolor del alma”.
“Me fui de Tailandia con tristeza, el país me había conquistado con su gente, sus olores, la gastronomía. Lo triste de allí es que es un país excelente para extranjeros, pero ofrece muy poco para el pueblo, y menos que menos para las mujeres, a la merced de los hombres extranjeros para asegurarse un poco de dinero y conseguir una quimera de bienestar”.
De regresos y aprendizajes: “Me pregunto qué clase de hombre hubiera sido si me hubiese quedado en Argentina, ¿peor o mejor?”
Treinta y siete años atrás, Gustavo dejó su nido para volar sin rumbo fijo, aunque con una intención clara: descubrir otras realidades. En el camino, los nuevos mundos lo fascinaron con sus diversidades, pero, al final del día, develó que aquellos otros lugares no se diferencian tanto de la propia tierra que lo vio nacer y crecer.
En los años que lleva fuera de la Argentina pocas veces ha regresado a Buenos Aires. En cada retorno, la misma emoción brota por sus poros: “Cuando el avión sobrevuela la ciudad, alrededor de las 7 de la mañana, y comienza a dar la vuelta pasando por la cancha de River, se me hace un nudo en la garganta y se me escapa alguna lágrima”.
“Una vez que estoy allí, en la casa de mis padres, me surge un estado de melancolía y pienso en la tristeza del momento de volverme a Europa. Volver a Argentina es como un viaje al pasado, allí se albergan tantos recuerdos de mi infancia y adolescencia. Ya en Italia, cuando veo algo sobre mi país se me caen las lágrimas. Entonces, muchas veces, regreso a él con mi mente”, dice conmovido. “Por momentos, en Buenos Aires, en Italia o en Alemania, me invade un sentimiento de culpa por haber privado a mis padres -con quienes tenía una excelente relación- de mi presencia. Sé lo que sintieron porque tengo hijos lejos”.
“Con la experiencia de lo vivido en el exterior aprendí muchas cosas precozmente ya que me despegué de mi familia, mi lugar seguro; pero no se trata solo de eso, más allá de que me haya expatriado, irme fue también despedirme de la adolescencia. En Europa me hice hombre; me pregunto tantas veces qué clase de hombre hubiera sido si me hubiese quedado en Argentina, ¿peor o mejor?”, continúa Gustavo, quien hoy es representante, se especialista en carnes argentinas, y actualmente vive en Castelletto sopra Ticino, en el norte de Italia, a orillas del Lago Maggiore, con su actual pareja y su hija de 10 años.
“Y, finalmente, lo que estoy aprendiendo es que todo el mundo es un pueblo, los problemas de la gente, sentimentales, existenciales, son los mismos en todas partes, solo cambian las oportunidades y las condiciones de vida”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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