Alcanzó un puesto en la cima de su profesión, tenía a la mujer de sus sueños y vivía en un país que le ofrecía calidad de vida, hasta que un suceso transformó el escenario.
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La historia de Ignacio Yebra es una de emigración, amor y retorno. Trágica y romántica a la vez, evidencia que alejarse de la tierra que nos vio crecer, sin importar los motivos, suele ser un camino espinoso. “Emigrar no es fácil, pero volver es más duro aún”, reflexiona el joven argentino.
Hubo un momento en que Ignacio, un informático por pasión y elección, creyó tenerlo todo: la mujer de sus sueños, un puesto en la cima de su profesión y una gran calidad de vida en un país que le había abierto las puertas.
Sin embargo, inesperadamente, tuvo que alejarse del amor, abandonar su importante cargo y dejar España. Ese día aprendió una lección dura, pero vital: las circunstancias son tan solo eso, circunstancias, que, de un momento a otro, pueden cambiar; la identidad queda en jaque y solo resta mirar hacia adentro para reencontrarse y volver a empezar.
España, un viaje que torció el rumbo
Corría el año 2017 cuando Ignacio comenzó a trabajar con una startup española. Desde Argentina, desarrolló un plan de negocios para expandir su producto en el país. Semana tras semana, el informático pulió la estrategia hasta que un buen día la empresa decidió confiar en la planificación (y en Argentina), y abrir una oficina en territorio bonaerense.
“En ese momento armé un hermoso equipo de trabajo con cinco personas, que aportaban para que este proyecto vaya para adelante”, recuerda con una sonrisa.
Algunos meses pasaron hasta que Ignacio decidió armar las valijas y, finalmente, conocer en persona a todos aquellos que hasta entonces habían confiado en él de manera virtual. La compañía se localizaba en Valencia, España, y hacia allá fue el joven, expectante y ansioso, sin imaginar que se iría a chocar contra una pared: “La empresa entró en proceso de quiebra y, con todo el dolor del mundo, tuve que despedir a mi equipo”.
El golpe había sido duro, pero, sin saberlo, cerca, muy cerca, a Ignacio lo esperaba un evento que cancelaría su regreso programado a la Argentina y torcería su rumbo.
Un amor potente y hacer trabajos impensados
Beatriz apareció como suelen surgir aquellas circunstancias que nos cambian la vida: de casualidad, cuando sus miradas se cruzaron en la feria de abril de Valencia. Se enamoró profundamente de aquella chica de Castellón, España. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, su vida profesional y su lugar de residencia se vieron alterados por amor.
Tras apenas unas semanas se fueron a vivir juntos, primero a un piso en Valencia y luego a Almassora, donde pudo conocer aún más las culturas típicas españolas, las paellas de los domingos y sus fiestas típicas. “La empresa había cerrado, estaba en España sin trabajo, pero de novio. No dudé en quedarme y apostar por lo que sí tenía”, reflexiona Ignacio. “Los argentinos nos caracterizamos por ser positivos y siempre tirar para adelante”.
El joven no tenía dudas y el amor fue un motor potente. Colgó su título universitario en la dimensión de su otra reciente vida y se dispuso a trabajar en la playa de Valencia como camarero y acomodando sombrillas; a su vez, consiguió un empleo armando cajas en una empresa de tecnología que realizaba múltiples envíos: “¡Nada que ver con lo que había estudiado!”
Alcanzar un puesto soñado y un rumor demoledor
Beatriz no solo le daba las energías suficientes para seguir por aquel sendero extraño, sino que fue un buen y efectivo sostén para no perder las esperanzas de que todo, en algún momento, se acomodaría.
Siempre atenta, un día le contó que se había abierto una vacante para un puesto importante en una empresa perteneciente al grupo donde ella trabajaba. “Buscan un informático”, le dijo, y él, sin dudarlo, envió su currículum. Tras varias entrevistas, finalmente alcanzó el cotizado puesto de Director de Innovación y Desarrollo para Active Seguros, una reconocida empresa en su rubro.
“Mi trabajo soñado estaba allí, tenía a mi lado una chica fantástica, en un buen país, todos los planes iban para adelante”, continúa Ignacio, pensativo. “Todo iba bien hasta que llegaron los rumores de que algo había pasado en China, algo que aún no se sabía que cambiaría al mundo”.
Pérdidas, incertidumbre y una decisión dolorosa pero inevitable
Poco tiempo después de que se decretara la pandemia mundial, un manto de tristeza comenzó a invadir aquella vida que Ignacio creyó resuelta. La primera en morir fue la abuela de Beatriz y, a la semana, el padre de su novia entró en coma.
Todo fue incertidumbre, estrés, angustia por los que estaban cerca, pero también por aquellos que estaban lejos, en Argentina: “Cuando todo esto pasó, Beatriz se fue a acompañar a la madre y yo quedé solo en el departamento que compartíamos. Sabíamos que existía el riesgo de que ella también se contagiara y decidimos que me quedaría, ya que alguien debía permanecer con menos riesgos para asistir a los demás, en caso de ser necesario”.
Y entonces, en medio de la pandemia, en Argentina nació Irina, la primera sobrina de Ignacio, y el nudo en la garganta fue inevitable: la muerte y la vida danzaban frente a él, acercando sensaciones inéditas e interrogantes. Las emociones y tensiones estaban a flor de piel en la pareja y sus pensamientos ya flotaban en universos distantes. Para Ignacio, emigrar había presentado sus dificultades, pero fue recién con la conciencia de lo efímero de la vida, que supo que debía regresar. Con mucho pesar, decidió abandonar su puesto de director para abocarse a cuidar y estar con su sangre.
Para Ignacio siempre fue complejo explicar lo que sintió, había vivido muy de cerca el dolor de la pérdida y no dudó en tomar el primer avión que lo llevó a la Argentina. Beatriz, sumida en su propio dolor, lo entendió.
De España se llevó una humilde valija con algunos presentes para su sobrina y barbijos especiales que creía que podían ser de utilidad para cuidar a sus padres de la pandemia: “Nada de ropa mía, lo dejé todo allí, incluso un amor”.
“Irse y volver provee herramientas valiosas que ayudan a marcar el rumbo de la Argentina que nuestra familia eligió”
Llegó a la Argentina envuelto en un torbellino de sensaciones contradictorias. Desde el primer día observó las calles, cada esquina, plaza, árbol, y trató de reencontrarse con la atmósfera que tanto había amado.
“Arribé a un país que, si bien era el mío, no era el mismo de siempre”, cuenta, conmovido. “Estaba paralizado por la cuarentena y las cosas que me gustaban allí estaban, agradables aún, pero no pude evitar mirarlas con otros ojos”.
Hoy, Ignacio se encuentra en un mar de emociones dispares y cada mañana cuesta un poco, pero cada mañana se renuevan las esperanzas. Había sido difícil tomar la decisión de emigrar y dejar a su familia, su país. Pero, para el joven, también fue difícil volver después de tantas experiencias vividas, tantos logros alcanzados, todas conquistas que tuvieron un buen sabor mientras duraron.
“Si bien hoy en día estamos distanciados con Beatriz, cada uno en sus países, no me arrepiento en nada lo que viví allá y con ella. Ahora estoy en Argentina intentando ayudar a los míos y, a su vez, a todos los que quieran viajar”, revela Ignacio, quien tiene una cuenta para tal fin. “No brindo asesoría ni respondo consultas consulares, tampoco vendo paquetes turísticos, solo tengo este canal para apoyar a la gente que quiere viajar. Al haber vivido la experiencia de emigrar, trabajado en lugares tan dispares, y vivido el día a día en otra tierra, siento que puedo ayudar al resto. Sé de primera mano que irse cuesta, pero más complicado es volver. Aun así, no es negativo ese ir y venir, y el amor hacia la Argentina aliviana el impacto”.
“De hecho, ojalá todos los argentinos pudieran tener una experiencia en el exterior y volver aquí, a nuestra tierra grande y llena de oportunidades, tal como nos inculcaron nuestros padres, abuelos o bisabuelos al venir para acá en busca de un futuro mejor. Irse y volver provee herramientas valiosas que ayudan a marcar el rumbo de la Argentina que nuestra familia eligió”.
“Mi padre, José Yebra, vino a los 15 años de Almería a la Argentina junto a su familia y por ello, en mi caso, siempre quise ir a España y conocer mis raíces allá. Pero en este presente argentino toca reestructurarse, buscar trabajo y rearmarse emocional y sentimentalmente, no es fácil, porque después de que te vas no volvés a ser el mismo. Mi corazón está partido en dos: está en la Argentina de mis amores y de la esperanza, y en España, esa tierra de experiencias y desafíos constantes. Lo que sé es que todo lo que uno crea en su mente puede ser logrado, no hay límites. Las fronteras se las impone uno y nuestro reto es derribarlas”.
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