En Esperanza su sueño de vivir en Europa parecía imposible, pero 20 años después lo logró; lejos sufrió el desarraigo y en España encontró lo que sus altos estudios jamás hubieran podido obsequiarle: “Podemos hacer del mundo una Valencia”
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Leonel Simonutti tenía 15 años cuando decidió irse de la Argentina. Corría el año 2005, y si bien aún no sabía cómo lo lograría, estaba seguro de que aquel sería su destino. Sus padres acababan de separarse y la economía de la familia auspiciaba un futuro incierto, que no incluía la posibilidad de que estudiara en la facultad: debía hallar un empleo de tiempo completo para sostenerse en la vida.
El adolescente reflexionó acerca de sus posibilidades y ante él se abrió una puerta imaginaria, gracias a los lazos de su madre con el suelo italiano. A través de ella, él podría tramitar el pasaporte europeo y volar hacia el viejo mundo para probar suerte en algún equipo de fútbol de la D, a tal vez, la C: “Creía en mí, pero tampoco me vanagloriaba, así que si no llegaba a quedar en ningún club, me quedaba trabajando de lo que sea”, cuenta Leonel, al rememorar aquellos tiempos.
Fue a mediados de 2009, que creyó acariciar su sueño. Había trabajado duro en el negocio de un amigo de su padre y ahorrado lo suficiente como para pagarse un pasaje ida y vuelta, y vivir sin trabajar por tres meses. Todo parecía estar listo: “O eso parecía”.
“Era diciembre del año 2009, estoy sentado en la vereda con mi vieja sin saber qué hacer. En Italia los familiares de mi abuelo al parecer no querían recibirme porque estaban viviendo aún la crisis del 2008 y conseguir trabajo, decían, no era fácil. Yo no entendí mucho su respuesta, no solo porque iba con los gastos solventados, sino que, comparándolo con nuestra crisis del 2001 y haber cenado mate cocido con pan por varios días, me preguntaba: ¿era para tanto su crisis? No me animé a juzgarlos. Pero tampoco me animé a ir sin nadie que me reciba y guiara”, continúa Leonel.
A partir de aquel suceso, el mundo del joven cayó a pedazos. De pronto, la ilusión dio paso a la sensación de fracaso, se sentía el vago del barrio, ya que ni empleo tenía ahora desde que le había cedido su puesto a un amigo, seguro de que se iría del país: “Me pasaba las tardes andando en bici atrás de casa, en Esperanza, Santa Fe, buscando en el silencio y el horizonte del campo una respuesta que me diera paz”.
Cuando Esperanza no sonríe, la muerte mira a los ojos y el coraje llega: “¿Qué locura estaba haciendo?”
En Esperanza la felicidad parecía esquivarlo, Leonel sentía un vacío existencial, a pesar de finalmente haber conquistado un trabajo bien pago en la misma fábrica donde su abuelo se había jubilado.
Luego llegó el accidente. Cierto día que jamás olvidará, él y su hermana volaron por los aires en un viaje en moto y ella quedó convaleciente en sus brazos. Leonel imploró al cielo y ¡por fin! su hermana abrió los ojos: “Casi muere, creer o no, esto me llevó a responder ese sinsentido existencial y a tomar una decisión: entrar al Seminario de Santa Fe”.
Allí, el joven vivió dos de los mejores años de su vida, pero lo suyo no era ser cura, entonces optó por el profesorado de Filosofía, inspirado por la materia cuando era seminarista, que le había abierto la cabeza a distintas formas de comprender la realidad.
Fue durante aquellos años de estudio que el sueño europeo volvió a despertar, aunque por supuesto no como futbolista: “Pero necesitaba terminar de responder a eso que le había dado sentido a mi vida, la Filosofía y, luego, Ciencias Sagradas (Teología)”.
Los años pasaron, Leonel comenzó a ejercer su vocación dentro del aula, con un ingreso austero y sus dudas acerca de un futuro en Argentina vigentes. El punto de inflexión llegó otro día fatídico, cuando iba en bicicleta y sufrió un robo a mano armada: “Es ahora o nunca”, se dijo, rememorando la letra de It ‘s my life, de Bon Jovi.
“Mi vieja fue mi motor en este sueño, lo sufrió y lo sufre, pero como una madre genuina supo criar en la libertad. Son pocas palabras para alguien que abarca mucho. La palabra mamá es digna de contemplación. Ella es lo más tangible del amor. Me mostró que el amor es libre”, reflexiona Leonel, al recordar los días de la despedida.
“El llanto de mi hermana al despedirme en las escaleras de Ezeiza -muchos recordarán ese lugar- fue desgarrador; quisiera ponerle un par de erres más a esa palabra si pudiera para que suene más fuerte. De hecho yo me hice el fuerte, como lo venía actuando desde un principio. Ese desgarro lo hice carne cuando subí a migraciones y supe que no sabía cuándo volvería a verlas”.
“Me pregunté seriamente por primera vez qué locura estaba haciendo. Estaba a tiempo de arrepentirme. Si el pasaje no hubiera sido tan caro creo lo hubiera hecho. Pero no pude. Esta vez no. En ese mismo instante comenzó el desarraigo, palabra que para mí significa morir en vida. La pedagogía del mundo empezó a impartir sus clases sin darme tiempo a siquiera haber salido de Argentina”.
Una caricia al alma en Valencia y los primeros impactos del destierro
No sucedió de la mano de su sueño de futbolista, ni en Italia. En un día inolvidable, Leonel pisó Valencia para por fin conquistar un deseo que se había gestado durante casi dos décadas. Observó con la respiración entrecortada los paisajes que lo rodeaban y creyó estar viviendo en un cuento, incapaz de determinar si aquella circunstancia era real o ficticia: “Mi corazón parecía recién salido de un cautiverio; mi mente estaba acá, pero mis sentimientos aún en Ezeiza”.
La fantasía italiana había quedado truncada, pero ahora el escenario era diferente. En Valencia estaba su hermano, quien había tenido el coraje de hacer dos años antes lo que él buscaba conquistar desde el 2009: “Mis dos sobrinas de 7 y 2 años se transformaron en la caricia al alma en medio de la añoranza genuina”, dice Leonel conmovido. “Tuve la dicha de que estuvieran ellos al llegar. Admiro a mi hermano, a los que emigran solos. Esto es doloroso porque implica una verdadera deconstrucción personal y las herramientas que uno puede llegar a tener en Argentina ya no están. A pesar de esto, es un dolor constructivo. Implica que uno vuelva a armar su identidad, fortalezca su yo, responda hasta qué punto está dispuesto a llegar. Puede ser curativo al final. Nos puede hacer inmunes para el resto de la vida”.
En las primeras semanas, Leonel observó su nueva ciudad con extrañamiento. Notó la prolijidad de sus calles, la escasez de casas con patios y el gran número de habitantes distribuidos en típicos edificios de unos seis pisos en una urbe populosa pero de escasa extensión, fácil de recorrer a pie, en bici, líneas de subte o colectivos, siempre limpios y bien preparados para personas con discapacidad o madres con sus carritos de bebé.
“Muchos semáforos, ya casi demasiados me parece, pero casi todos ellos con permiso para peatones, lo que me iba indicando, junto a la buena cantidad de ciclovías, la importancia de estos por encima de los vehículos: está mal visto que un auto o moto no frene ante un peatón”, continúa Leonel.
El mundo entero en un rincón de la tierra: “La vida nos va enseñando que el lenguaje del amor son los gestos simples”
Las semanas transcurrieron, la mirada de Leonel se amplió y la ciudad amaneció cierto día más ecléctica que nunca. Un poco más habituado, ya no se perdía en las callejuelas estrechas del casco histórico ni lo impactaban, como al comienzo, las decenas de rostros de diversas etnias del mundo. Tampoco le resultaba extraño ya ver a las personas a las 8 de la mañana en la barra de alguno de los cientos de bares de barrio tomando una cerveza de un cuarto de litro, con cigarrillo en mano.
Si en Argentina abundaban los kioscos y los almacenes, allí se topaba con un sinfín de verdulerías, peluquerías, negocios de estética y bazares cada dos cuadras, los últimos dos rubros atendidos comúnmente por pakistaníes o indios, y por chinos.
“Valencia es como el mundo en una ciudad, no solo por la variedad de culturas de todas partes del mundo, sino porque también es historia milenaria y naturaleza atractiva”, describe Leonel. “Por otra parte su naturaleza está en tener una exquisita playa frente al mar Mediterráneo, lo que la hace punto de atracción para muchos turistas del norte de Europa que buscan playas de aguas cálidas y grandes tramos de una arena fina”.
Tal vez, uno de los días que Leonel conservará en su memoria para siempre evoca la llegada de Lucía, su pareja, que se animó a seguir los pasos de su enamorado. Con ella, optaron por tomar el camino común: compartir un departamento, en su caso con otra pareja, un matrimonio chino -Shen y Suba-, con quienes aprendieron a comunicarse en el idioma universal: señas, sonrisas, algunas palabras en inglés y mucho respeto.
“Una experiencia muy linda que lleva un capítulo aparte para contar, aunque no puedo dejar de decir que por momentos me siento Darín en Un cuento chino”, asegura Leonel con una sonrisa. “No exagero. Por esto, si conté que la filosofía me abrió más la cabeza, al vivir acá me creció más el corazón, porque se me vienen momentos vividos que nunca voy a olvidar. Como cuando fui a cortarme el pelo a lo del pakistaní de la cuadra, que no hablaba mucho castellano. Esa mañana yo estaba cuidando a mi ahijada, esperando mi turno, ella dormía en el changuito. Él, mientras cortaba el pelo a otro cliente mirando por el espejo, se dio cuenta, agarró el control del televisor y puso la música en volumen bajo, me mira sonriendo y en un castellano atravesado dice: para que no se nos despierte la princesa”.
“Entonces, vivencias como estas se viven con frecuencia al ser una ciudad con un horizonte cultural casi completo. Sí, son gestos simples al leerlos pero ciertamente la vida nos va enseñando a medida que crecemos que el lenguaje del amor son los gestos simples”.
“En cuanto al trabajo, si bien viene gente sin papeles para residir (sea visa o pasaporte comunitario) puede pasar por una experiencia muy negativa ya que trabajo irregular no es fácil de encontrar y, de ser así, no está bien pagado. Sin embargo, si se viene con papeles para residir, las oportunidades son muchas y variadas dentro de lo que es el sueldo básico. Es una ciudad de muchas ofertas, pero también de mucha demanda”, continúa Leonel, quien hoy trabaja como camarero en un restaurante. “La idea para aquellos que quieran `hacer mucha plata rápido´ es venir, si se puede, con un título universitario, eso hace la diferencia, sobre todo si se pretende alquilar un piso solo en la ciudad”.
“Es importante rescatar la buena predisposición de muchos argentinos que hace rato están acá y por medio de grupos de WhatsApp dan consejos de todo tipo a los que recién llegan. Grupos que suelen haber en otros lugares del mundo también. Vivir en Valencia es vivir en una ciudad multicultural, cosmopolita. Da la impresión de que somos más los extranjeros de todas partes del mundo, que los propios valencianos”.
“Pero también tenemos algunos amigos y amigas españoles que enseguida nos hicieron sentir como hermanos. Por ellos es que siento por primera vez a España como la Madre Patria”.
Las barreras internas y los aprendizajes de Valencia: “La pedagogía del mundo me muestra otra perspectiva de la realidad, de la mía y la de Argentina”
Allá a lo lejos, cuando apenas sí era un adolescente, Leonel creyó que podría alcanzar su sueño de ver el mundo gracias al fútbol, un deporte con el que fantaseaba abrir una puerta. En el camino, sin embargo, hubo obstáculos que demoraron su conquista. Con el tiempo -y luego de mirar a la muerte a los ojos- comprendió que, en la odisea de hallar el sentido, las mayores barreras son siempre las internas.
Y así, en su batalla por derribarlas, el joven cambió la pelota por la Teología y la Filosofía, hasta que por fin logró desplegar sus alas no sin antes saludar a la muerte una vez más y de cerca. Hoy, casi veinte años después de imaginar su futuro en Europa, su presente está en Valencia, una tierra que considera universal y colmada de aprendizajes.
“Me acuerdo de que antes de venir acá a mis alumnos les pasaba un video de una charla TED sobre un payaso español que recorrió el mundo en bicicleta. Siento un poco eso. Estoy aprendiendo que una vuelta por el mundo o la larga estadía en una ciudad cosmopolita como Valencia, le puede hacer sentir a mi corazón lo que los conceptos de los libros de la facultad le enseñaron a mi mente. Me faltaba esta dimensión”.
“Pensé que las prácticas las había terminado en el aula. Temas como libertad, democracia, pobreza, amor, guerra, el hombre, el prójimo.... Y no creo que mis prácticas hayan terminado aún. La pedagogía del mundo me muestra otra perspectiva de la realidad, de la mía y la de Argentina, donde quiero regresar”.
“Esta ciudad enseña lo que debería ser en buena parte el propio mundo, una convivencia entre muchas culturas que solo quieren vivir en paz, progresar y disfrutar del fruto del trabajo. Esta forma de vida me lleva a entender la importancia de la Unión Europea para los españoles, que reconocen haber crecido en los últimos años. No puedo no trasladar de manera constructiva las bonanzas de este contexto hacia nuestra tierra, Argentina, el Mercosur, la Patria Grande acaso”.
“Pero más que por lo político y lo económico, Valencia me lleva a cuestionarme por las guerras, por la pobreza, por la inseguridad, por los que señalan las diferencias, los que quieren tener más a costa de quitarles a los que tienen menos. Esta ciudad me recuerda que la humanidad es esa especie que busca agua en Marte mientras hay sequía en los pueblos de África”.
“Quiero volver para aportar mi experiencia. En Europa se unieron luego de dos guerras catastróficas. Valencia, con sus limitaciones y bondades, es el ejemplo de que se puede convivir entre las más variadas nacionalidades y creencias del mundo, de que podemos hacer del mundo una Valencia. Y más seguro aún de que mi Argentina tiene las condiciones de ser un hogar para todos aquellos argentinos e inmigrantes de buena voluntad que quieran progresar en paz. Como lo fue alguna vez para mi abuelo”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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