Primero emigró a Italia, intentó volver a la Argentina, pero algo había cambiado; tras probar suerte en diversos países, su mujer halló una casa de cuatro pisos en la ex Alemania Oriental que les cambió la vida.
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Mariano Rossi regresó a la Argentina en el 2008 con la intención de darle al país una nueva oportunidad. Apenas descendió del avión percibió la atmósfera porteña y atravesó Ezeiza ilusionado, mientras algunos recuerdos turbios invadían sus pensamientos, sin permiso.
Junto a su mujer, se empeñó en volver a empezar, pero algo había cambiado. Ellos habían cambiado. Transcurrieron pocas semanas hasta que la sensación de “ser un paria entre mis compatriotas” se instaló firme. Mariano insistió, pero su red de contactos se había vuelto más invisible que nunca.
El colapso definitivo arribó ante la ausencia de un buen empleo, el “No positivo” de Cobos, la evidencia de grietas profundas y la impresión de vivir en un continuo dejavu: “Aquellos tiempos trajeron el nacimiento de una hija y nos costó dos propiedades para luego volver a salir corriendo”, rememora Mariano.
La cabeza puesta en Europa y el esfuerzo premiado
La cabeza de Mariano había estado siempre enfocada en Europa. Tras recibirse de licenciado en Administración de Empresas, en plena época del menemismo, estaba convencido de que su futuro lo esperaba del otro lado del océano. Sus compañeros, también jóvenes profesionales, manejaban una red de contactos que él no poseía, pero, al contrario de sus pares, él sí contaba con dos ventajas fundamentales: un decente pasar económico y una ciudadanía europea. “Aquello me daba la esperanza de poder empezar de cero en otro lado, con mucho conocimiento teórico, aunque nada de experiencia”, cuenta.
Mientras trazaba caminos posibles a fin de conquistar su nueva meta, Mariano decidió duplicar sus esfuerzos académicos. Sin buscarlo, fue aquella decisión la que le brindó la respuesta: para su sorpresa ganó una beca, junto a otros once nietos de inmigrantes italianos esparcidos por el mundo.
Fue así que una mañana sus pies se posaron en Véneto, una región al noreste de Italia: “De repente me encontraba en Vicenza con dos sudafricanas, tres brasileños, dos uruguayos, un venezolano y dos argentinas, y yo, con cero italiano”, revela. “La zona de Véneto tenía en el 2000 un PBI superior a Argentina, con una tasa de desocupación del 4%, es decir pleno empleo”.
Para Mariano, ese fue el año en el que emigró. Lo que llegaría después en aquel intento de volver en el 2008, tan solo significó un impasse.
Una experiencia en Venezuela y un regreso a un país en descenso: “Italia ya se perfilaba como el gigante dormido”
Tras dejar Argentina por segunda vez, el nuevo destino de la familia Rossi fue Venezuela, donde Mariano aceptó trabajar para una compañía italiana: “Merece un capítulo aparte, fue una experiencia de ciencia ficción”.
De Caracas se mudaron a Milán, atraídos por el regreso al suelo europeo y la posibilidad de trabajar para Ravensburger, una empresa de puzzles alemana. Había sido contratado como responsable para Italia y España: “Pero por entonces, en el 2011, Italia ya se perfilaba como el gigante dormido, con desocupación en ascenso y sueldos en baja”.
Al final, Mariano tuvo una experiencia poco feliz. La relación laboral culminó en una mediación en el sindicato de trabajadores, un gracias, una indemnización y un adiós.
Una vida en Brasil y la manía de repetir errores: “Uno se aferra a ideas, lo que nos dificulta reconocer lo que no funciona como antes”
De Milán, los Rossi volaron a Valinhos, “sí, en el interior de Brasil”. Como tantas otras, una empresa italiana estaba tras la búsqueda de profesionales con dominio del portugués, “y muchas ganas de sufrir el calor, así como hacer de puente cultural entre dos civilizaciones”, continúa Mariano. “Bueno ahí estaba yo, con cero de portugués, pero estaba”.
Un tiempo después, el argentino decidió aceptar otra propuesta en San Pablo, donde disfrutó de otra realidad empresarial, que priorizaba el balance de la vida laboral con la vida personal: “todo en una ciudad impersonal, grande y cerca de Argentina”.
La experiencia duró un año y medio, hasta que en el 2016 la realidad italiana impactó a todas las compañías distribuidas por el mundo. ¿Qué hacer con una familia, un perro y sin trabajo en un país ajeno al propio?, se preguntó Mariano. Lo usual, desapegarse de lo que en el fondo no importaba –lo material- y probar de nuevo en Italia, aún a pesar de su evidente crisis arrastrada desde hacía más de una década y media.
“Uno se aferra a ideas, lo que nos dificulta reconocer lo que no funciona como antes”, dice Mariano, pensativo. “Comenzaba a cocinarme, como en la parábola de la rana hervida, y no me daba cuenta. Bueno sí, en realidad la cuenta bancaria me decía que había que hacer algo al respecto y lo hice … me fui a Alemania, con poco alemán o casi nulo…”
Una casa de cuatro pisos por dos mil euros: “me dieron la llave ¡y listo! el resto de los papeleos llegaron por correo”
La iniciativa de cambiar Italia por Alemania la tuvo Carolina, la mujer de Mariano: “Monetariamente nos están matando”, lanzó cierto día. “En Alemania rifan casas de cuatro pisos por dos mil euros”.
¿Qué más daba? La vida ya los había llevado por tantos caminos, a tantas tierras, que Mariano determinó que ya conocía eso de salir de la zona de confort. Empujado por su mujer, viajó solo hasta Bautzen y se presentó a una subasta pública, típicas en suelo germano.
“Así que, cuando le tocó a la casa de cuatro pisos en Löbau , levanté la mano y, como no entendía nada, levanté la mano de nuevo y el martillero me dijo: ¡eh! sea paciente, que nadie hace una contraoferta todavía”, cuenta Mariano. “Al final, fue adjudicada al extraño de Tandil, con pago de la comisión en efectivo (más o menos lo que cuesta un vuelo de cabotaje en Argentina). Ahí mismo me dieron la llave ¡y listo! el resto de los papeleos llegaron por correo”.
Un nuevo comienzo en el este de Alemania: “Bienvenido nuevo vecino, estoy para lo que necesite”
Extrañada e ilusionada, la familia Rossi arribó a Löbau, una pequeña ciudad bien típica del este de Alemania, de unos ochocientos años de antigüedad. Mariano jamás olvidará el día en que se instalaron, salió de su nuevo hogar para dirigirse al auto y allí, en el parabrisas, encontró una nota que decía: “Bienvenido nuevo vecino, estoy para lo que necesite”.
“Aún la conservo”, asegura. “Otra familia nos dejó en la puerta una planta y nos invitó a comer. Nadie habla siquiera inglés. Todos hablan ruso. Ese era el idioma extranjero en la escuela hasta hace poco”.
“Pronto descubrimos que vivíamos en la vecindad de El Chavo del 8, chusmas a más no poder”, continúa entre risas. “Bueno, por algo le enseñaron a mi hija en la escuela que, de cada diez ciudadanos en la DDR (República Democrática Alemana), cinco colaboraban con la Stasi (La policía secreta de la DDR). Creo que andan con mucho miedo a ser invadidos en su cultura centenaria, por eso se sienten amenazados y por ende se ponen distantes (claro que me refiero a los extremistas)”.
“Pero no todos son así, solo los más carenciados y, hablando de carenciados, por acá hay muchos trabajadores que no trabajan, sino que son mantenidos por el Estado, lo que produce que el oeste se vuelque en el este. Las rutas, los puentes, las escuelas son, como decirlo, a estrenar, pero la gente se va igual al oeste”.
“Es verdad que se está tratando de descentralizar la industria, pero es un tema tradicional, no logran aplicarlo al 100%. No hay vuelta, el `agite´ está en oeste”, continúa. “Los nacidos y criados en la DDR solo saben ruso, y están acostumbrados a que les `dicten´ lo que tienen que hacer, como la vieja Madre Rusia. El tema es que ahora son libres y no tienen iniciativa propia como el oeste capitalista. Es otra Alemania dentro de Alemania”, agrega Mariano.
Una casa en la “zona oscura”, testigo de dos guerras, con cimientos fuertes y que conserva el calor
Los Rossi pronto descubrieron que la casa que habían adquirido estaba ubicada en la “zona oscura”, en la región de Oberlausitz (Alta Lusacia), área histórica que ocupa gran parte de los estados federados de Sajonia y Brandeburgo, así como pequeñas partes de la República de Polonia. “Oscura” porque no llegaba la señal de televisión, lo que los aislaba del resto.
La construcción de 1850 había sido testigo de dos guerras mundiales y una alta dosis de historia comunista. Los cimientos se revelaron fuertes en aquella fachada antigua. De inmediato, el techo despertó su curiosidad, por asemejarse a un gorro apoyado en las paredes.
“Los pisos y paredes tienen paja y escombros que hacen de aislante ¡y la calefacción es a carbón!” Y te digo que por acá hace muucho frío, pero con ese aislante tipo `criollo´, el calor se conserva muy bien”, describe Mariano. “Pero aún le falta mucho por hacer, son cuatro pisos y un sótano, el cual hay que revivir”.
“En nuestra región, por otro lado, llaman la atención los jardines. Con el tiempo descubrimos que el deporte nacional alemán es la jardinería. El gobierno les da en alquiler pedazos de terrenos para que los cultiven con flores y demás”.
Conclusiones de una vida suspendida en la historia en un rincón inesperado: “Es un lugar en el mundo que no sabía que existía y ahora amo”
Allá a lo lejos, Mariano dejó la Argentina y, a partir de entonces, se dejó llevar por la vida. Junto al consejo y el apoyo incondicional de Carolina, su mujer, no cesó la búsqueda de encontrar su lugar en el mundo. Tras un regreso a la patria y experiencias en otros países, el este de Alemania surgió inesperadamente para conquistarlo.
Hoy, en aquel rincón que para muchos parece perdido, Mariano disfruta hablar con la gente local y escuchar sus historias suspendidas en el tiempo: “Acá me cuentan que estaban muy contentos con la vieja DDR. Que muchos vacacionaban en el este, donde se podían mover `libremente´ y que, cuando te jubilabas, podías salir al exterior sin pedir permiso. Claro, la economía era muy socialista, por lo que había una cosa de cada tipo”.
“Con Carolina, descubrimos en la cantina de la casa unas postales y cartas del año 53 hasta el 70, que imagino pertenecían a sus viejos habitantes. Todavía no las traduje”, continúa. “Las nenas van a la escuela local, la Pestalozzi Schule, muy linda y moderna por dentro. El gobierno te obliga a hacer un curso de integración, el D.A.S, donde tenés que aprender la cultura y el idioma alemán para que los chicos no se sientan perdidos. Actualmente, trabajo para empresas italianas, siempre como Controller, y Carolina es encargada de dar el soporte logístico con las nenas (Sara, de 14, y Rocío, de 18)”.
“Hay algo en este rincón del planeta que es cierto: se siente lejos. En definitiva, estamos en la triple frontera polaca, alemana y checa. Es un lugar en el mundo que no sabía que existía y ahora amo”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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