Dejé los atardeceres de José Ignacio para pasar Año Nuevo en Mardel
-¿Vas a Punta?
-No.
.
-Bueno gordo, ¿nos vemos en Punta?
-No.
.
-Amore, ¿cuándo llegas a Punta?
-¡Nunca!
.
Esta conversación se repite una y otra vez pasado el 20 de diciembre. Los que van a Punta del Este "de toda la vida" nos preguntan a los que ocasionalmente -o tal vez, de manera repetida durante los últimos diez años- pasamos Año Nuevo en Uruguay si nos ven allá, si nos encuentran en tal o cual fiesta o qué casa alquilamos este verano.
Al principio, y ante de la incertidumbre de ir o no, la posibilidad de que me mandaran por trabajo y el estado de nuestra economía, empecé a contestar que no sé, que tal vez voy pasado el 5, que estaba viendo, que ni idea.
Después, me harté. Me harté de la gente que da por sentado que tu mejor Año Nuevo debería ser en Punta del Este gastando la fortuna que no tenes, con un peso argentino derrumbado frente al uruguayo y los mismos precios irrisorios de siempre. Y las mismas caras, los mismos modismos, los mismos pómulos brillante. La misma gente.
Este año le dije no a los atardeceres naranjas de José Ignacio, que tanto cotizan en el Instagram de algunos, me negué a encontrarme con el grupo de siempre comiendo rabas o "miniaturas de pescado" en el chiringuito de Chihuahua y decidí nunca jamás quedar varado con el auto en la calle principal de Manantiales o La Barra.
Este año, no porque me parezca genial sino porque se dio - y a esta altura de la autoayuda todos sabemos que lo mejor es "dejar fluir"-, me voy a pasar Año Nuevo a Mar del Plata.
No estoy solo
El primero que se bajó de Uruguay fue mi amigo Juanjo. "No pienso pagar cien dólares cada comida", protestó, y ahí se encendieron todas nuestras alarmas. Juanjo tenía reservado un departamento en Manantiales con sus amigos, pero empezó a sumar gastos y le entró la desesperación. El pasaje del barco -que está carísimo-, llevar el auto en el barco (¿porque allá sin auto, qué hacés?), y así hasta llegar al gran titular que comenzó a circular en nuestro chat de íntimos: "¡Chicos, una Coca en Punta te sale 400 mangos!". No se diga más. "Al final todo nos dio mucha fiaca y cambiamos el plan totalmente, nos vamos a Mar del Plata. Y la verdad estoy re entusiasmado, porque no voy hace mil y me pareció buen programa hacer algo distinto. Creo que nos vamos a divertir", me mandó Juanjo por audio.
A la semana siguiente, me encontré en un evento a Laura, una ex compañera de trabajo que religiosamente se instalaba en Rincón del Indio después de cada Navidad. Esta vez fui yo quien hizo la pregunta pava, dando por sentado que la espléndida de Laura iría sí o sí al Uruguay. "Ni loca, ¿sabes lo que nos cuesta estar ahí con mi marido y los cuatro chicos? ¡Fortunas!". "¿Y qué van a hacer?", le pregunté sin dar crédito a sus palabras. Me contó que con lo que salía una semana en su departamento en Rincón del Indio alquilaban todo el mes una casona en un barrio cerrado de Tigre. "Mucho más programa para todos, ¡imaginate! Y con lo que nos ahorramos llevamos a los chicos a Miami en junio, ni hablar".
La tercera que le dijo no a Punta fue mi amiga Flor, de 28 años, que siempre va a Uruguay. Esta vez las cosas "no fluyeron". A Flor y a su novio, el chiste de Año Nuevo en La Mansa les costaba exactamente lo mismo que pasar el 31 en New York con nieve real, decoración navideña de primer mundo y los escenarios intactos de Mi pobre Angelito 2. "Fui una década entera a Punta del Este y esta vez no me pareció cool ir por cuatro o cinco días para estar atrapada en el auto yendo de José Ignacio a La Barra, súper estresada y sin poder descansar. Por eso esta vez decidimos ir a Villa La Angostura. Allá la naturaleza es increíble, hay unos hoteles geniales a muy buen precio y muy buena gastronomía. Además, no es una locura de gente, no es un hormiguero, y lo que yo quiero en Año Nuevo es descansar. En Punta del Este bajó mucho el nivel de fiestas y pasa lo mismo que en el Polo: son espacios invadidos por mucho pose, y eso hace que todo explote".
Feliz en La Feliz
Flor va al lugar más cool de la Patagonia a comer en el restaurante del hermano de la reina Máxima mientras yo me iré a "La Feliz" a contemplar desde el balcón de mi suegra el cartel gigante de Carmen Barbieri, Fede Bal y su padre, Santiago, abrazados en extremo Photoshop.
Cuando fui hace dos semanas a hacer unos arreglos en el departamento, ya estaban subiendo esa marquesina, que incluye a Mica Viciconte y Sol Pérez vestidas de guerreras amazónicas. Me pareció genialmente bizarro arrancar el 2019 ahí, me parecen igual de grotescas las fiestas fiestas de blanco de José Ignacio que las marquesinas del teatro de revista.
Una vez tomada la decisión, seguí llamando amigos y armamos un grupo de siete arriesgados que cambiamos las Medialunas Calentitas de La Barra por la cooperativa que armaron los ex empleados de la Boston en su local frente a la rambla. Con la plata que nos ahorramos en esos diez días esteños garroneando tragos en Tequila (para poner contexto, el año pasado alguien pagó treinta dólares un Caipirinha), pagaremos gran parte de un viaje a China y Japón que tenemos programado para mayo-junio. Y no estoy inventando: mi prima Lucía, que vive en Nueva Zelanda, me pasó este dato. Con lo que se ahorra viniendo a Buenos Aires en enero, pero sin ir a pasar el 31 a José Ignacio como lo hacía cada año, le alcanza para diez días entre Shanghai y Beijing, experiencia que le parece mucho más interesante. Y también sirvió para convencerme de que puede ser mucho más divertido ver chinos haciendo artes marciales en una plaza que a una diva de los 80 bailando desaforada en una fiesta de playa.
Para completar el cuadro, mi hermana también se bajó de Punta. Y sus amigas la siguieron. El día de Black Friday apareció una oferta de siete noches en un hotel cinco estrellas frente al mar de Leblon (la zona más chic de Río de Janeiro), con aéreo y desayuno incluidos -ojo, que nos hacemos los regios pero todo suma- por un valor similar a lo que les costaba esa semanita entre Navidad y Año Nuevo que históricamente se tomaban en una casita vieja y desvencijada de La Juanita. Mi hermana y sus amigas cambiaron Punta por Río, y están convencidas de que no se arrepentirán.
Hay gente que prefiere clonarse con los suyos y hacer lo imposible por demostrar que todavía pertenece y que sí, "van a Punta". Otros, por la misma plata, preferimos conocer algo completamente distinto a este "deber ser" que nos impusieron desde chicos y hasta hace poco practicábamos felices de la vida. También están los que tienen casa en Uruguay, los que no se asustan por un alquiler delirante y los que van a Punta porque aman sus playas y no se prenden en la pavada esteña.
Todas las elecciones son válidas, siempre y cuando la cosa "fluya".
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