Los residentes estables siguen en aumento en Mar de las Pampas, balneario al sur de Villa Gesell; historias de los que se animaron a cambiar el cemento por la tranquilidad de vivir en este refugio de la costa
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Cuántas personas habrán dicho “qué lugar ideal para vivir” y se han vuelto de sus vacaciones con esa fantasía. No es difícil de imaginar. Y si algo tuvo de especial la pandemia es la certeza de que todo puede cambiar en un instante y qué mejor que nos encuentre en un lugar casi perfecto. Por este motivo y por unos cuantos otros, la comunidad que era pequeña en sus inicios se fue agrandando muchísimo en estos últimos años.
Amigos que se juntan los domingos a jugar juegos de mesa, comer cosas ricas y beber vino al lado de una chimenea. Una mamá todavía con la ciudad a cuestas que le pregunta a sus hijos qué harían si se pierden y ellos responden “volver a casa”, de manera tan ingenua como sincera; una comunidad que crece, que se encuentra en lo que todos llaman “Paula pilates”, una especie de club, deportivo, social e indispensable que funciona como aglutinador. Gente que tiene nombre, propio, uno solo, a lo sumo seguido de una acotación que agregue alguna información particular. Una comunidad que se cruza y se saluda, que se sostiene, que forma una red. Criar en grupo parece ser una posibilidad, más cerca de la histórica idea de barrios, pueblos.
“Acordate que los vecinos acá somos familia”, fue el mensaje que Mariana le mandó a Jazmín cuando se enteró que se separaba. No eran aun amigas, pero cómo no serlo después de ese mensaje. En Mar de las Pampas hay red. Invisible pero fuerte. No es todo color de rosas, es cierto. El invierno es áspero y arduo –tanto que para muchos la prueba de fuego es pasar el primer invierno y seguir convencido de la decisión que se tomó en época estival con todo funcionando a pleno y el sol acompañando el mar-, el gas es en garrafa, situación que eleva los costos de las facturas de electricidad para calefaccionar las casas, el agua no es de red y las obras para realizar las cloacas siguen siendo una promesa por parte del municipio a pesar de que los vecinos hace años que pagaron la obra por adelantado. El precio de la leña y cómo calentar las casas sigue siendo el gran tema de conversación. Algunos vecinos se reúnen en distintas agrupaciones para reclamar estas cuestiones y defender el paisaje que, bello sí, es fácilmente corrompible si de usufructuar se trata.
Mar de las Pampas: naturaleza y tranquilidad
A poco menos de 400 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires pero a solo 88 de Mar del Plata, otra ciudad inmensa que funciona como respaldo de servicios para muchos geselinos, se encuentra Mar de las Pampas, que también pertenece al partido de Villa Gesell. Se consolidó en los años 90, se fue poblando muy de a poco, estalla en el verano porque ya son muchísimas las personas que eligen combinar playa con bosque y también cada vez son más los que se animan a cambiar su vida citadina por una más próxima a los ciclos de la naturaleza, a la tranquilidad. Cambiar un kiosco 24 horas por una ventana al bosque parece ser un buen negocio.
Aquellas personas que durante el tiempo de aislamiento pandémico aprendieron que podían trabajar desde sus casas y que entonces qué mejor que migrar hacia zonas más amables y cómodas si de espacio se trata empiezan de a poco a conformar una comunidad cada vez más grande en la aldea costera que tiene como eslogan “vivir sin prisa”, que tiene un médano altísimo que separa al bosque de la playa, que para muchos es cuesta arriba pero qué vista que se consigue y un largo etcétera.
“Cambié monoambiente de Corrientes y Callao por un mini paraíso en el bosque” se puede escuchar decir en esta zona de la costa. Es que la centralidad porteña tocó sus límites en la pandemia. Y entonces muchas personas se instalaron en Mar de las Pampas que tiene la particularidad de todo pueblo pequeño turístico: veranos a tope, con mucha oferta de todo tipo, e inviernos largos y mucho más tranquilos. Así que los días de semana terminan temprano, la gente se guarda, va mucho más con los ciclos naturales y los fines de semana se convierten en el momento de paseo. Por eso casi todos se encuentran en el centro, en los pocos lugares abiertos todo el año: la hamburguesería Vairoleto, el bar de picadas Mujica, la Aldea Hippie con sus cafeterías, las plazas, las heladerías, un restaurante puertas cerradas que es el secreto mejor guardado y no mucho más.
Como Villa Gesell se encuentra solamente a 3 kilómetros, es posible que padres con hijos en edad escolar decidan instalarse en Mar de las Pampas y mandar a sus pequeños a los colegios gesellinos que crecieron en este tiempo producto de la cantidad de familias que tomaron la decisión definitiva de quedarse a vivir en el bosque. Más allá de que Mar Azul, otra de las localidades del sur del Partido de Villa Gesell, tiene jardín de infantes y primaria, y en Mar de las Pampas se encuentra el secundario. La oferta educativa se amplía si se considera a Villa Gesell.
“Ahí sucedió un cambio más profundo, un cimbronazo y a partir de ahí sentimos que no queríamos volver a la ciudad. Yo extraño de allá a mis amigos y amigas y la movida cultural. No extraño la cantidad de gente, no extraño la locura. Eso para nada. Elijo vivir en la naturaleza, ver crecer a mis hijos corriendo por el médano, y cada vez que los veo moverse en la naturaleza reafirmo esta decisión
Un nuevo mundo interior
“Nuestra historia con Mar de las Pampas se remonta a 2001 cuando mis papás compraron el lote aquí”, cuenta Lucía Marachli, que es titiritera, gestora artística, y una de las tantas familias que a raíz de la pandemia decidió mudar su vida al mar y bosque.
“Mi papá estaba muy activo buscando un lugar alternativo a la Ciudad de Buenos Aires donde vivir, habíamos hecho varias experiencias, desde una ecovilla en Navarro, en la provincia de Buenos Aires. Finalmente conocieron Mar de las Pampas, se enamoraron del lugar y en la segunda o tercera visita compraron el lote. Y se vinieron a vivir acá. Así que conocí el lugar desde entonces porque venía a visitar a mis papás que tenían su casa y sus tres cabañas que hasta el día de hoy son Rincón de los Vientos”, repasa Lucía que en 2008 conoció a Gustavo, su actual pareja, técnico de cine, gaffer, y se vinieron a probar cómo era vivir un tiempo por estos lados. En aquel momento, la comunidad era mucho más chica y todo más en solitario, así que cuando en 2011 nació su primer hijo, León, empezaron a pensar en retornar a la Ciudad.
“En 2018 nació Lila y luego llegó la pandemia. Fue un momento de quiebre, creo que para todos y todas. Nosotros habíamos hecho toda la temporada de verano aquí en Pampas y habíamos vuelto a Buenos Aires con muchos proyectos. Cuando se empezó a plantear el tema del aislamiento le dije a Gus que nos viniéramos a Mar de las Pampas a pasar la cuarentena que creíamos que iba a ser pasajera. Y lo bien que hicimos en tomar esa decisión porque el camino ya fue una cosa de locos, una especie de película de zombies y cuando llegamos acá fue la felicidad de estar aquí y agradecer a mi papá que haya construido este refugio antipandemia”, repasa Lucía que hoy en día manda a León que está en sexto grado a un colegio en Villa Gesell. Las familias se organizan y hacen “pool” para ir y venir con los niños que estudian allá. Y Lila que está en sala de 4 va al jardín de infantes en Mar Azul.
“Ahí sucedió un cambio más profundo, un cimbronazo y a partir de ahí sentimos que no queríamos volver a la ciudad. Yo extraño de allá a mis amigos y amigas y la movida cultural. No extraño la cantidad de gente, no extraño la locura. Eso para nada. Elijo vivir en la naturaleza, ver crecer a mis hijos corriendo por el médano, y cada vez que los veo moverse en la naturaleza reafirmo esta decisión. Hay otros tiempos acá, hay que construir un mundo interior, u observar el propio porque a veces tenés tiempo de más, a veces no, con dos niños no me sobra tanto, ese tiempo de introspección ya pasó para mí. El bosque me dio la posibilidad de bajar un cambio, de respirar un aire maravilloso, de ver los cambios de colores de la naturaleza según las estaciones y los ciclos de la naturaleza, ver pasar aves migratorias, conocer gente que elige otras formas de vida. Hay una comunidad que va generando lazos, va construyendo redes y una forma de vida que para mí es muy valorable y muy hermosa y que elijo y espero que se profundice en los vínculos entre las personas, en la construcción de un ambiente más sano para los que elegimos vivir acá”.
Un vínculo fuerte con el lugar
Son muchas las personas que decidieron vivir en Mar de las Pampas a partir de la pandemia. Acomodar horarios, cambiar trabajos, vivir con menos, repartir el tiempo entre la ciudad y el bosque. El caso particular de Juan Fernández y Agustina Barada tiene que ver con un descubriendo que tuvieron en los meses de encierro. “Con todo lo que cruel que fue la pandemia, hubo algo que sentimos muy profundo y fue que al estar puertas para adentro se presentó un ritmo mucho más lento, más casero, más interno, que nos hacía muy bien” cuenta Agus, docente, que conoció Mar de las Pampas a partir de Juan, su pareja, director de fotografía. Juan tiene 35 años y viene al bosque desde hace 22 años cuando sus padres comenzaron a tener negocios aquí. “Cuando a partir de ese descubrimiento y de esa necesidad de vivir de otra manera empezamos a buscar un lugar fuera de la ciudad, la opción de Mar de las Pampas apareció rápidamente porque es parte de nosotros”.
Junto con su perra Vera, los tres viven en el bosque, hacen caminatas, visitan el mar cada vez que pueden y reparten su tiempo entre Mar de las Pampas y Buenos Aires porque los trabajos por ahora están repartidos.
“La nueva vida en el bosque todavía la estamos descubriendo. Es el primer invierno que pasamos acá y creíamos que iba a ser súpercrudo, difícil y muy frío y si bien hace mucho frío fue menos grave de lo que pensábamos. Nos hicimos un grupo de amigos con los que nos juntamos, hacemos comidas, jugamos a juegos. Ese lazo social es muy importante y es tal vez lo que se extraña de la ciudad. La cantidad, el ritmo y la frecuencia de los vínculos”, repasa Juan que día a día se sorprende de que viva mucha más gente de lo que parece.
“Obviamente se extraña la cotidianidad con algunas personas, ese era el mayor miedo que teníamos; pero después nos dimos cuenta de que construimos otro tipo de vínculos que también están buenísimos y que tienen que ver con un arraigo más ligado a lo local. Nos preocupa mucho cuidar y sostener este lugar y eso nos une”, dice Agustina que ya consiguió trabajo en una escuela de la zona. “El bosque nos dio tranquilidad y la sensación de que por más que estemos mucho tiempo adentro de nuestras casas, sobre todo por el tema del frío, siempre el afuera está muy presente, muy adentro de nuestras casas”.
“Poco a poco fui encontrándole el gusto a esto de vivir sin apuros, a no tener que buscar lugar para estacionar, a no correr, a mirar por la ventana y ver un bosque eternamente verde, a sentir algunas noches el sonido del mar a la distancia, a ver crecer a mi hija en la naturaleza, más conectada y libre”
Tres generaciones junto al mar
Por diez años, la charla sobre la posibilidad de vivir en Mar de las Pampas se repetía, más como un juego o como un sueño que como un proyecto real. Ya estaba construida la casa, o una parte de ella, y venían todos los veranos y en cuanto se presentaba la ocasión, pero el eje, los trabajos y la escuela, estaban en la Capital. Otra vez fue la pandemia la que cambió el rumbo de las cosas. A principios de marzo Jazmín propuso una escapada de fin de semana. Ella, su marido, su hija Elo y su mamá Adriana, armaron bolsos para tres días. Una vez allí, ante las noticias cada vez más preocupantes, decidieron esperar para volver. Y luego, claro, ya no fue tan fácil hacerlo.
Los tres días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y poco a poco lo que había sido sueño o juego se convirtió en la vida misma. “Mi proceso fue lento -dice Jazmín-, estaba claro que era mejor estar acá en Mar de las Pampas que en la ciudad, aislados en un departamento en Palermo. Pero el primer tiempo siempre fue pensando que era una experiencia aislada. Poco a poco fui encontrándole el gusto a esto de vivir sin apuros, a no tener que buscar lugar para estacionar, a no correr, a mirar por la ventana y ver un bosque eternamente verde, a sentir algunas noches el sonido del mar a la distancia, a ver crecer a mi hija en la naturaleza, más conectada y libre”.
Como otra gente, le encontró la vuelta al trabajo, y así sus talleres sobre teatro y cine se adaptaron perfectamente a la modalidad virtual. La pandemia fue cambio pero también huracán, y entre medio de esa suerte de travesía sin brújula, naufragó su matrimonio de casi veinte años. “Por suerte el padre de mi hija también pudo encontrar la forma de quedarse en la zona, en Colonia Marina, para ser más precisos, haciendo él también un cambio de vida”.
“La primera vez que fuimos después de la pandemia, en noviembre del año pasado, lo primero que me dijo al llegar al departamento de allá fue “mamá, y acá ¿dónde corro?”. Así que eso disipó cualquier duda que pudiera quedarme”.
La otra integrante de este equipo fue la que menos dudas tuvo. Ya jubilada, el sueño de Adriana era vivir en Pampas. “Era así pero no del todo, -confiesa-, no me terminaba de cerrar la idea de estar lejos de mi hija y mi nieta. Así que cuando ellas decidieron quedarse acá fue perfecto. El otro fantasma era el frío, y no resultó tan grave. Vivir no es lo mismo que venir un fin de semana y tener que calefaccionar una casa que está vacía y húmeda. Aprendimos a manejar la leña para la salamandra, a cocinar algo al horno cuando hace falta un poco más de calor y a vestirnos con varias capas. Ya pasamos tres inviernos y puedo ahora decir que, aunque siempre me consideré una amante del verano, el tiempo frío le hace ahora buena competencia.” Elo, la tercera integrante, se adaptó rápidamente a la nueva vida y a la escolaridad gesellina de patios de arena. Tiene un lindo grupo de amigos y el bosque es como el patio de su casa. No extraña la ciudad en absoluto. “Es más -recuerda Jazmín-, la primera vez que fuimos después de la pandemia, en noviembre del año pasado, lo primero que me dijo al llegar al departamento de allá fue “mamá, y acá ¿dónde corro?”. Así que eso disipó cualquier duda que pudiera quedarme”.
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