Cuando le ofrecieron una gran oportunidad en el extranjero primero dijo que no, pero ciertas palabras cruciales cambiaron el rumbo de su vida
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“En el universo de los expatriados tenés dos mundos: los que se van y piensan no volver más, y los que tenemos las valijas siempre listas”, dice Fernando Bocchicchio.
Su historia comenzó en el verano del 2009, que transcurría entre amigos y sin sobresaltos, hasta aquel día en que un llamado telefónico le cambió la vida para siempre. “Me promocionaron a Houston y vos serías el reemplazo como gerente regional de RRHH en Río de Janeiro”, escuchó decir del otro lado. “No”, la respuesta de Fernando fue visceral. “Nos gusta nuestra vida en Buenos Aires y no está en nuestros planes irnos del país”. Con mucha sabiduría, su colega no le pidió una respuesta inmediata, podía contestar cuando regresara de sus vacaciones.
Fernando compartió las novedades con Laura, su mujer, y sus amigos, quienes, sin dudarlo, los alentaron a probar. ¿Acaso lo peor no sería volver antes de lo esperado a su país, Argentina, un lugar tan amado?
Luego de mucho reflexionar y conversar, el matrimonio decidió apostar por el cambio. Fernando, lejos de su respuesta inicial, miró a los ojos a Laura y juntos acordaron volver cuando fuera tiempo de que su hija, quien por entonces tenía 4 años, comenzara la primaria.
“Nunca cumplimos tal promesa. Hoy nuestra niña en agosto comienza a estudiar Medicina en Estados Unidos”, revela Fernando, mientras repasa su historia.
Brasil, familia adoptiva y una revelación: “Descubrimos la admiración que tiene por Argentina”
“El mundo se ha hecho más pequeño”, “Los expatriados de hoy tienen ventajas respecto a los del pasado”, les dijeron sus seres queridos cuando llegaron las instancias de la despedida. Y así, a pesar de las emociones encontradas, casi todos alentaron su llegada a Barra da Tijuca, en Río de Janeiro, Brasil, un lugar paradisíaco.
Arribaron preparados, en especial con el idioma. Si bien Fernando había comenzado a estudiarlo primero, su familia pronto lo superó por mucho: “El mejor profesor es la necesidad”, dice al respecto. “Para ellos era importante porque tenían que interactuar con el almacén, el colegio, los servicios, los vecinos. En cambio, por mi posición, pasaba mucho tiempo hablando en inglés, ¡mis dos jefes de entonces se apellidaban Evans! y los brasileños me elegían a mí para practicar su español. Mi portugués ha sido motivo de risas en mi entorno familiar por mucho tiempo”, continúa Fernando.
Casi de inmediato el matrimonio entró en contacto con la comunidad argentina en Río, que se transformó en su nueva familia y fuente de toda sabiduría: ellos les indicaron a qué pediatra ir, dónde ahorrar en compras y qué lugares valía la pena visitar.
“En nuestro caso, los sábados por la tarde nos juntábamos a jugar fútbol con un grupo compuesto por argentinos y uruguayos en su mayoría. Nos sumamos al legado de un grupo de gente que por muchos años mantuvieron viva esta costumbre. Siempre terminaba en asado con familia y amigos. Nuestra primera experiencia fue totalmente positiva. En lo profesional, lo personal y cultural. Conocimos otro Brasil. Un país hermoso, un país continental. Una vez superada la obvia discusión sobre fútbol, descubrimos la admiración que tiene por Argentina, sobre todo porque nos perciben como una sociedad educada, con hábitos de lectura insuperable, de un espíritu inquieto frente a lo opuesto, que no duda en protestar”, describe Fernando.
“Descubrimos el sano ejercicio de cómo nos ven. Tan cómodos nos sentimos que tuvimos a nuestro tercer hijo, planeado y deseado. Nuestro carioca. Tener un hijo fuera de la red de ayuda que ofrece tu país y familia siempre es un desafío. Pero allí donde aparece el reto, también aparecen nuevas soluciones”.
Brasil, Ecuador y las maravillosas costumbres en el camino: “Gente de voz baja y sin interrupciones”
La aventura recién había comenzado. La gran experiencia y la seguridad de que Argentina nunca se desvanecería del mapa, animaron a Fernando y su familia a trasladarse a nuevos destinos. Después de Brasil llegó Ecuador y más adelante fue el turno de Estados Unidos, más precisamente Houston, Texas.
En el camino, cada uno de ellos recolectó sus propios presentes que se transformaron en recuerdos inolvidables. Adoptaron algunos hábitos y admiraron diversas costumbres, como la fiesta Junina de Brasil, una tradición religiosa y cultural: “Es vibrante, colorida, alegre. Una especie de Kermesse o feria. También es conocida como `Sao Joao´. Se celebra en el colegio, el trabajo, en la calle”, explica Fernando.
“Y, obviamente si hablamos de Río, hablamos de Carnaval. Y con un gran amigo que estaba de visita nos dimos el gusto y bailamos en el carnaval de Río. Es muy difícil describir el shock de adrenalina que produce ingresar al Sapucaí (Sambódromo) y ver ese mar de gente, color, sonido, percusión”, continúa Fernando, quien también recuerda con alegría haber escalado el Pan de Azúcar, ver la final del Mundial en el Maracaná, bailar forró, visitar playas insuperables en belleza y baja densidad humana, y comer frutas de nombres impronunciables.
“Uno de los momentos más lindos fue cuando cumplí el sueño de conocer a Messi, sacarme una foto con él y que Antonella, quien entonces era su novia, tomara en brazos a nuestro hijo, Ignacio. Y hablando de fútbol y mundiales, tal vez el recuerdo más amargo fue estar en el Maracaná como testigo de la final perdida con Alemania en el 2014″.
Pero Ecuador también hechizó a Fernando. Lo hizo desde el comienzo, con su costumbre llamada Huasipichay, que consiste en celebrar la inauguración de un nuevo hogar, una tradición andina que bendice la morada a fin de que traiga prosperidad, felicidad y salud a sus ocupantes.
En Quito, su lugar de residencia, descubrió a una ciudad maravillosa, en especial por su gente, que le enseñó acerca de la templanza, la mesura y la desaceleración: “Gente de voz baja y sin interrupciones”, dice.
“En Ecuador podés desayunar en la costa, almorzar en la sierra y cenar en las amazonas. La vida outdoorsy es increíble, recorrés montañas, participás de bicicleteadas por sendas mágicas sobre vías abandonadas, visitás lagos azules en altura, hospedajes con vistas a volcanes activos, parques nacionales que te quitan el aliento”, asegura Fernando, quien recomienda conocer Quilotoa, Cuenca -fundada en 1557-, Vilcabamba, una pequeña ciudad del sur conocida por ser el valle de la longevidad, y Galápagos: “Conocer a tortugas gigantes que fueron contemporáneas a Darwin, ¡guau! Nos era totalmente ajena su belleza y biodiversidad”.
“Y era un domingo de Pascuas, cuando con colegas escalé el volcán Cotopaxi junto a uno de los más reconocidos andinistas de Latinoamérica, Ivan Vallejos. Él nos esperaba en la cima, y a cada uno de los que llegamos al destino, apenas pisábamos nos recibía con un abrazo y al oído te preguntaba: ¿a quién le dedicás esta cima? Ninguno podía responder, la emoción invadía”.
“¿Lo negativo? Conocimos cuando la tierra tiembla. Vivimos dos episodios de temblores que son frecuentes en la altura de Quito. También vivimos en estado de alerta por la actividad del volcán Pichincha por unos meses, no pasó nada felizmente”.
El sueño americano, los impactos y la calidad humana: “La frialdad para la amistad no es tal”
Llegar a Estados Unidos fue otra historia. Significó ingresar al sueño americano porque, como suele decir Fernando, la cultura estadounidense no es ajena al argentino (ni al mundo), aunque claro, vivirla es otra historia, en especial si se trata de Texas.
En el estado donde todo es más grande, Fernando halló un país dentro de otro país, un territorio vibrante y diverso, con influencias mexicanas, nativas y estadounidenses. Y en Houston, al igual que en Dallas, San Antonio y Austin, descubrió atmósferas maravillosas: “Todas ellas tienen la típica hospitalidad sureña. Es muy fácil vivir allí”.
“Descubrimos que la frialdad americana para la amistad no es tal, nunca llegará a los niveles `ninja´ de los argentinos, pero a su modo y sus costumbres son personas atentas y listas a prestar ayuda”, asegura con una sonrisa.
“Durante nuestra estadía nos sorprendió el tema de la familiaridad con el uso de armas de fuego. Incluso en la casa que compramos, después de unas semanas encontramos dos escopetas que el propietario anterior había olvidado llevar (la anécdota es más larga y graciosa). El control policial y la adherencia a la regla genera un clima que puede hacerte sentir tanto seguro como vulnerado, dependiendo de qué lado te encuentres. Un ejemplo del estado de alerta permanente es el sistema AMBER. un mecanismo vital de rápida difusión de información sobre niños desaparecidos, que busca incluir a toda una comunidad a través de una alarma a través de tu teléfono inteligente, la TV y todo device que tengas conectado”, continúa Fernando, quien en Estados Unidos tuvo que atravesar el ciclón Harvey, con inundaciones catastróficas: “Con gran orgullo recuerdo cómo nos pusimos todos a trabajar para socorrer a los amigos y familiares. Días sin dormir. Aprendimos que la palabra resiliencia era real”.
Un nuevo llamado inesperado y la Inglaterra que no fue: “No puedo mentirme, sentí una alegría inexplicable”
Fue Laura quien durante los últimos diez años había lidiado con los desafíos de adaptarse a la vida cotidiana de cada país y comunidad, y gracias a ella y la capacidad profesional de Fernando, en cada rincón del mundo hallaron una calidad de vida muy buena, rodeados de amigos, muchos de ellos argentinos.
Y entonces, cierto día como cualquier otro, llegó el anuncio de una nueva mudanza. Era el turno de Cambridge, Inglaterra, un movimiento estratégico para la empresa de Fernando, quien estaba volando a Gran Bretaña una vez por mes.
Las visas estaban listas, el colegio aprobado (estilo Harry Potter), y la cita para el curso de manejo por la derecha ya estaba programada, cuando un nuevo llamado telefónico dejó tan atónito a Fernando como en aquel 2009.
“En el llamado me preguntan cuánto faltaba para mi mudanza. Explico que en dos semanas estaré viviendo a una dieta eterna de fish & chips. Me dice: Fer, te precisamos en Buenos Aires, olvídate de Inglaterra. No puedo mentirme, sentí una alegría inexplicable”.
¿Pero para qué volviste?
“En el universo de los expatriados tenés dos mundos: los que se van y piensan no volver más, y los que tenemos las valijas siempre listas”, suele decir Fernando.
Allá a lo lejos, en el año 2009, él, junto a su familia, dejaron Argentina atrás con una única certeza: su patria los hacía felices. Aun así, apostaron por la aventura, por crecer y enriquecerse. Creyeron que su viaje duraría unos pocos años, pero el mundo los sorprendió y hoy saben que pueden hallar bienestar en cualquier rincón del planeta; irse, por otro lado, los conectó con sus raíces argentinas y latinas como nunca antes había sucedido.
“Siempre tuvimos claro que algún día volveríamos. La pregunta era cuándo y cómo, por lo demás, significa estar donde querés estar. Pero, si te sentís expulsado como para irte a vivir a un país el resto de tus días, lo entiendo”.
“¿Pero para qué volviste?, preguntan muchos. Porque aprendimos que nuestra mejor versión siempre va a estar en Argentina. Volvimos por nosotros. Porque podemos volver a alimentar el lado B de cada uno. Fuera de mi profesión, doy clases a nivel universitario, tengo un programa de radio, hago teatro, etc. Tengo a mis amigos y la misa de los viernes que sucede de modo ininterrumpido hace más de 15 años. Volver para estar con nuestros padres que están aun saludables, activos, vivos y crujientes. Nunca nos divorciamos de Argentina”.
“Para mi mujer la vuelta significó volver a una práctica profesional plena, llena de orgullo, terminar una carrera y reconectar con sus pasiones. El regreso impacta con más de una emoción. Alegría por el reencuentro. Lágrimas contenidas con aroma a eterna bienvenida. Sorpresa porque no éramos los mismos, ni los de aquí eran iguales. Fueron varios años. Y ya no éramos más visita. Volvimos para sumarnos a una puntuación de redundancias que nos desconocían. Los abuelos ahora estaban divididos para cuatro o cinco familias. Cuando nos fuimos eran todos nuestros. Entusiasmo por todo lo que uno tiene para compartir y dar”.
“Volver significó aprender habilidades diferentes incluso para lo cotidiano. Tanto para resolver como para entorpecer. Recuerdo que volver a utilizar el subterráneo de Buenos Aires era casi tan complicado que tuve que reaprenderlo, ¡no tenía SUBE!. ¡Readaptarme a la distancia física a cuál me había desacostumbrado. Aquí nos tocamos, chocamos. Somos cercanos. A veces desprolijos e invadimos”, continúa Fernando.
“Con nuestra experiencia aprendimos de adaptación y resiliencia. Encontrar soluciones creativas frente a las dificultades. Perspectiva frente a lo global, una mejor comprensión de los problemas y dinámicas internacionales. Crecimos en empatía cultural y sensibilidad frente a la diversidad. Es una experiencia enriquecedora y transformadora. La vida no es más lineal o pretende ser prolija: es un recalculando permanente. Esta experiencia nos ha ampliado el horizonte cultural a cada uno de nosotros, y por sobre todo, resignificamos Argentina. Con lo bueno y lo malo. Lo que nos hace distintos y genera admiración, incluso con aquello que es incomprendido”, concluye.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com-
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