Años atrás buscaron el camino para irse en familia a vivir a Río Negro, donde encontraron una calidad de vida única y una forma de aprovechar los vientos y la madera
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A lo largo de los años, las crisis y los sucesos de inseguridad llevaron a varios argentinos a tomar la decisión de reinventarse en suelo extranjero. Para Laureano y Julia, sin embargo, las turbulencias del país abrieron un interrogante que, por aquellos tiempos, para muchos sonaba a locura: la migración interna.
Tanto Laureano, un publicista oriundo de General Roca, como Julia, una porteña de pura cepa licenciada en comunicación periodística, tenían trabajos estables y prósperos, y residían en una Buenos Aires que amaban, pero que vivía tiempos caóticos y avasallantes. No había necesidad de “huir” y, aun así, ansiaban vivir en un entorno que les proporcionara una mejor calidad de vida y la posibilidad de crear, enriquecerse, proyectar y crecer como familia. Agobiados por el ritmo de la gran urbe, la idea de migrar comenzó a colarse en sus conversaciones. Y fue en Río Negro donde el matrimonio, padres de dos hijos, encontró el portal hacia su nueva vida.
“Vinimos al Alto Valle, Río Negro, por un cambio de vida total, en un 100%”, asegura Laureano mientras repasa su historia. “Nos planteamos que queríamos un entorno verde, algo que podíamos conseguir en un barrio cerrado de AMBA, pero no queríamos pasar nuestra vida arriba del auto u otro medio de transporte. Y, sobre todo, queríamos pasar más tiempo con nuestros hijos, Ema, que por entonces tenía 4, y Juan, que era recién nacido”.
Cambiar Buenos Aires por Río Negro: la dificultad de convencer a los clientes
Tras un tiempo de evaluaciones la conclusión fue optimista, “podemos hacerlo”, se repetía la pareja, una y otra vez, aunque no todos estaban demasiado convencidos. Laureano, un publicista freelance, tenía a todos sus clientes en Buenos Aires y convencerlos de que trabajar a la distancia era posible resultó ser una tarea compleja. En su argumento para retenerlos, explicó que nada cambiaría, que podía viajar una vez por mes y mantener estrecho contacto por teléfono y mediante videollamadas.
“Luego de la pandemia parece fácil, pero años atrás era un paradigma muy difícil de romper”, asegura. “Mi planteo a los clientes que se oponían fue: `Acá en Buenos Aires te veo, con suerte, cada dos meses, porque siempre me ponés excusas y me cancelás las reuniones. Ahora voy a venir una vez por mes y me vas a ver sí o sí: no podrás cancelarme si vine exclusivamente para verte´”.
Julia, por su parte, trabajaba para Natura Cosméticos en Asuntos Corporativos. Ella quería seguir ligada a la compañía y, gracias a su entusiasmo inamovible, consiguió un cargo como supervisora de ventas (lo único que se podía hacer a la distancia), un puesto que sigue conservando hasta el día de hoy: “Le permite trabajar desde casa, manejar sus tiempos y seguir plenamente conectada con Buenos Aires”.
A pesar de su entusiasmo, para Julia, dejar capital fue más difícil de lo esperado. Ansiaba experimentar un cambio, pero lo cierto era que se consideraba bien de ciudad y siempre había sido muy apegada a sus padres, cuatro hermanos y una gran cantidad de amigos. Aun así, decidió que era tiempo de aventurarse y se despidió envuelta en emociones agridulces hacia su nueva vida en familia, en una Argentina inesperada: “Hoy es muy feliz acá”, cuenta su marido. “Además, por su trabajo, ella también va una vez por mes a Buenos Aires, lo cual nos ayuda a ambos a conectar. Más allá de los muchos amigos y familia que tenemos, la ciudad nos fascinó siempre y, a partir del cambio de estilo de vida, la disfrutamos de otra manera, como turistas”.
Vivir en un oasis: el desierto, el río y la calidad de vida
Llegar a Río Negro, con su calma y sus tiempos suspendidos, fue un impacto profundo. En su travesía de “descentralización”, el matrimonio pronto comprobó que era posible encontrar en el propio país otra Argentina. Allí, en su nuevo entorno, hallaron todo lo que añoraban: contacto con la naturaleza, una vida activa y saludable en familia.
“Salimos de casa y estamos rodeados de verde. Corremos, caminamos, andamos en bici por las chacras. A diez minutos tenemos el río Negro con las bardas (paisajes muy interesantes). La geografía acá es símil oasis: un valle, muy verde, en medio del desierto. Dicho oasis se crea por un sistema de canales (hecho a pala, sin máquinas, hace 150 años). Esta zona es un desierto por el que cruza un río y, a partir del mismo, se armó ese sistema de canales. Con tanto riego se fertilizó y hoy se cultivan peras y manzanas de las mejores del mundo, duraznos, ciruelas, cerezas y hay bodegas donde se producen vinos premium”, describe Laureano.
“Aprovechamos mucho el río Negro, está buenísimo, que se encuentra a diez minutos de casa, especialmente para hacer deportes náuticos en verano: wakeboard, esquí acuático (no somos buenos, simples aficionados), stand up paddle o simplemente para bañarnos. Y la cercanía con la cordillera nos permite ir mucho en verano e invierno para esquiar, nos encanta, nuestros hijos pudieron aprender a muy temprana edad. Por mi trabajo tenemos canjes con algún que otro hotel, compramos pases de residentes muy baratos, y por muy poco dinero, en comparación con un viaje normal, disfrutamos un montón de la montaña. Además, tenemos amigos en Villa La Angostura y los visitamos muy seguido”.
“Por otro lado, el cambio de horarios en relación a los tiempos de Buenos Aires fue un impacto positivo en nuestras vidas. Hay más tiempo para todo, lo cual repercute indefectiblemente en el humor social: acá, en líneas generales, las personas están más contenta”.
Un hogar especial: a favor de los vientos y con madera recuperada
La amplitud del valle y la abundancia natural de una tierra prometedora inspiró al matrimonio a potenciar su espíritu creativo. En sintonía con su búsqueda de un estilo de vida diferente, se mudaron a un barrio desarrollado en una ex chacra, ubicado en el Alto Valle de Río Negro, y rodeado de otras pintorescas chacras.
Fue allí que decidieron construir una casa especial, que se transformó en una filosofía de vida y otro camino para alinearse en su búsqueda por armonizar con la naturaleza. La misma fue construida teniendo en cuenta la orientación en relación a los fuertes vientos en verano y los helados vientos en invierno, así como la inmensa cantidad de sol de la estación estival.
“Y la totalidad de los muebles se construyeron con maderas recuperadas. Creamos muebles de diseño y un carpintero los desarrolló. Todos y cada uno de ellos está hecho de material reciclado”, explica Laureano.
“Quisimos trabajar con este material, primero por el cuidado del medio ambiente: ¿para qué talar si se puede aprovechar lo que ya se taló y mantiene intactas sus propiedades? En tal sentido nos parece un material super noble que, en general, no pierde vigencia con el paso del tiempo. Nada que una buena cepillada con máquina no pueda solucionar o recuperar. Nos gusta incluso más la madera vieja porque está seca y no trabaja; la nueva a veces puede engañar y termina arruinando un mueble porque se dobla al no estar estacionada”.
“Nos inspira saber que una madera que está tirada, en desuso, o un árbol que hubo que talar indefectiblemente -acá por los fuertes vientos muchos árboles grandes y viejos suelen resultar peligrosos- puedan tener una segunda vida… Es parte de un consumo consciente: gastás menos en todo sentido, y gastás menos el planeta”.
“La casa tiene hormigón a la vista en algunos techos y paredes, mucha madera, ventanales de piso a techo de aluminio negro, piso de microcemento, en el living y comedor roble de Patagonian Floring, estufa hogar. Arriba recién terminamos un estudio con un gran baño, que además sirve como una especie de suite para los muchos amigos y familiares que nos visitan”, describe.
“También tenemos nuestra huerta, nuestros frutales, que incluyen uvas, cerezas, frambuesas, duraznos, ciruelas; las manzanas y peras las `robamos´ de las chacras que nos rodean”, continúa con una sonrisa.
Cambio de vida para sumar calidad de vida: “No es un mito eso de que acá se vive de otra manera: la cuota de inseguridad es mínima”
Ocho años pasaron desde que Laureano y su mujer, Julia, decidieron cambiar drásticamente la vida de su familia. Para ellos no hubo que pensar en tierras foráneas en su búsqueda por encontrar una mejor calidad de vida. En su travesía transformadora migraron hacia una Argentina amplia, creativa, fusionada con la naturaleza y donde siempre hay mucho por hacer.
Cada mañana su hogar en Río Negro les ofrece múltiples aprendizajes, en especial durante los inviernos, que se presentan muy fríos y secos, pero que los desafía a conectarse con el puro presente.
“En la zona de chacras en la que vivimos, dada la cantidad de álamos que separan las parcelas y los vientos, siempre hay mucha leña. Así que, como nos gusta recuperar la madera en todo sentido, esta, que no es tan linda, la usamos para nuestros fuegos: un hogar en el living, una salamandra en el estudio de arriba, en la parrilla de la galería, o bien en el leñero del jardín, para sentarse con una manta al atardecer”.
“Además, nos encanta cocinar: amasamos pastas, hacemos miles de asados, empanadas de cordero, truchas (de criaderos cercanos), nos encanta el vino (tenemos bodegas a pasos de casa), también la cerveza artesanal de la zona”.
“Con nuestro cambio de vida cambiamos los tiempos que pasábamos arriba del auto (o en un medio de transporte) por horas en familia. Ganamos en seguridad: no es un mito eso de que acá se vive realmente de otra manera: la cuota de inseguridad es mínima, no vivís pensando en cuándo o dónde serás víctima de un robo. El cambio de vida nos aportó calidad de vida”, concluye.
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