Cuando llegaron a Cleveland sufrieron varios impactos, entre ellos la imagen que algunos tenían del país: “Oh, yes, Argentina. Perón, cows, Nazis…”
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Tras La Noche de los Bastones Largos, de los cuarenta profesores solo habían quedado cuatro. Marisabel y Roberto, ambos estudiantes en la Facultad de Ciencias Exactas en la UBA, se miraron descorazonados y buscaron consejo en sus compañeros, profesores y amigos para hallar un camino en un presente que parecía truncado.
Se habían conocido cuando la facultad aún se ubicaba en Perú 222, justo antes de trasladarse a Núñez. Enamorados, habían imaginado un futuro juntos, que incluía recibirse antes de formar una familia. Tras los incidentes, Marisabel, por fortuna, logró terminar sus estudios, pero a él, en cambio, le restaban algunas materias para las cuales no había profesor: “Estábamos enojados con el gobierno, que nos robó una época maravillosa de nuestra universidad, enojados por otro golpe, otro gobierno militar. Fue por esa razón que decidimos irnos”, explica Roberto, al rememorar su historia.
Ambos eran buenos estudiantes y, con pocas dudas, posaron su mirada en el extranjero, analizaron sus posibilidades, se postularon y les otorgaron becas para estudiar en Case Western Reserve (CWRU), en la ciudad de Cleveland, en el estado de Ohio.
“Por supuesto no fue una decisión muy fácil. Para la familia de Marisabel fue difícil que la hija se fuera. Para la mía no tanto; mis padres ya estaban preparados dado que mi hermano mayor, Carlos, ya estaba en Estados Unidos. Aun así, nuestras familias nos apoyaron y entendieron nuestra decisión, al igual que nuestros amigos. De hecho, en el mundo de las ciencias fueron varios los que se habían ido de Argentina”.
De Buenos Aires a Cleveland: cuando el frío impacta
El impacto de la llegada estuvo amortiguado por la calidez de Carlos, el hermano de Roberto, y Monique, su mujer, que los alojaron por una semana, antes de partir a Cleveland.
Apenas arribaron a su destino final, el frío cobró protagonismo. Habían llegado en pleno invierno y les costó acostumbrarse a los contrastes, al frío extremo externo y las muy elevadas temperaturas en los interiores. El idioma, en cambio, solo trajo problemas menores. Ambos traían un muy buen inglés y un francés correcto. El inglés british que habían aprendido, sin embargo, sí les regaló varios momentos de confusión y risas.
El primer día fue inolvidable. Los guiaron a un muy pequeño departamento en el edificio de la universidad, donde los esperaba un mensaje de su familia huésped, la familia Jaffe, que se ofreció para ayudar a estudiantes extranjeros. Aquel mismo día, los Jaffe los llevaron de paseo y les abrieron las puertas de su hogar para cenar: “Resultaron ser amigos increíbles para toda la vida”, cuenta Roberto. “A través de ellos nos hicimos amigos en la universidad, todos de diversos orígenes”.
Autos gigantes, comida básica y una pregunta extraña: ¿A qué iglesia pertenecen?
Fue durante la primera mañana en Cleveland, ya más despabilados, que descubrieron los paisajes, salpicados de peculiaridades y costumbres tan alejadas a la Buenos Aires de fines de los sesenta. ¿Cómo podían existir autos tan enormes y ocupados por un solo pasajero?, se preguntaba Roberto. Bertha Jaffe, su host mother, era muy bajita, ¡Manejaba un gran Buick y parecía imposible que pudiera ver bien la carretera! Pero jamás tuvo un accidente, tal vez, razonó años más tarde, por el nivel de obediencia social respecto a las reglas de tránsito.
Por supuesto, cenar entre las 5 o 6 de la tarde fue un hábito difícil de incorporar y les llamó la atención que muchos comieran con café o con leche, y que la comida fuera siempre poco sofisticada: “Ir a un restaurante italiano era una cosa muy especial; francés, ni les cuento”.
En las fiestas o reuniones familiares el poco vino que circulaba no era muy bueno, muchos adultos elegían un gin tonic, un Manhattan o un Dry Martini; los más jóvenes, en cambio, se volcaban a la cerveza.
“Pero creo que lo más llamativo es que mucha gente al conocernos nos preguntaba a qué iglesia pertenecíamos. Jamás alguien nos preguntó eso en Argentina”, observa Roberto. “Hay muchas iglesias y una enorme variedad de denominaciones protestantes. Los domingos escuchábamos por la radio los servicios religiosos en iglesias de congregación negra. Una música increíblemente linda, una preciosura”.
Otros impactos: “Oh, yes, Argentina. Perón, cows, Nazis”
Por aquellos años, Roberto y Marisabel lograron formar un grupo sólido, en una atmósfera universitaria intelectual y crítica, pero que en un comienzo mostraba -como todos los estadounidenses en general- una enorme fe en el sistema americano. Esta fe, pudo notar Roberto, fue cambiando de a poco tras las publicaciones de Ralph Nader.
Focalizados en las propias realidades de cada estado, la pareja argentina pudo notar que poco sabía la población en general del resto del mundo: “Y los educados sabían poco más”.
“Nos causaba mucho dolor un resabio de lo que hizo Braden en 1945, cuando la gente decía, `Oh, yes, Argentina. Perón, cows, Nazis´”, recuerda Roberto. “Asimismo, nos impactó el machismo latente en una sociedad donde no lo esperábamos. Marisabel fue en varias ocasiones víctima de eso, tanto en la universidad como en el trabajo”.
“En CWRU su beca era de menor remuneración que la de los estudiantes hombres. Su tutor de estudios repetidamente le decía que no debía competir con los hombres”.
Volver a la Argentina: “A pesar de las advertencias de nuestras familias”
Los años pasaron y 1975 arribó complejo para el matrimonio argentino. El trato que había recibido Marisabel en CWRU marcó el camino y, apenas culminó su Máster en Ciencias, empezó a enseñar en Kent State University.
Roberto, por su lado, terminó su doctorado y fue nombrado profesor con una visa H1, que debía ser renovada cada año, algo no siempre sencillo. Dado los problemas con la visa y el hecho de ser profesor donde había sido estudiante (algo que no era bien recibido), la pareja decidió que era tiempo de volver a la Argentina.
“A pesar de las advertencias de nuestras familias sobre la situación en la Argentina, volvimos en junio de 1975. Regresamos con dos chicos: Julián, de casi 4 años, y Camila, de cuatro meses”, cuenta Roberto. “La situación política, económica y la violencia fue de un nivel totalmente inesperado para nosotros. Sabíamos lo que estaba ocurriendo, pero una cosa es saber, y otra es estar allá”.
Apenas arribaron, buscaron trabajo en la industria, pero les rechazaban los proyectos a largo plazo: “que es lo que se logra con la matemática aplicada”, explica Roberto, a quien tiempo después le ofrecieron un puesto como investigador en la Fundación Bariloche, donde trabajó por un período para luego dedicarse a enseñar en el Departamento de Matemáticas en Ciencias Exactas.
“Lamentablemente, Marisabel nunca consiguió trabajo allá”, continúa. “Creo que fue un par de semanas después de nuestra llegada, que decidimos que no nos podíamos quedar a largo plazo. Una decisión muy difícil. Era nuestra patria, nuestra ciudad, la familia, los amigos… Puedo sonar muy sentimental, como un tango, como añoranzas santiagueñas, pero era totalmente cierto”.
“Nos fuimos por la violencia, una cosa nunca vivida antes en la Argentina. Recuerdo los Falcon, las bombas, los desaparecidos. Por la inexistencia de seguridad”, agrega pensativo. “Buscamos trabajo en Europa y en otros países de Latinoamérica. Fue de Estados Unidos. que recibimos la oferta de hacer un post doctorado en Bioestadística en la Universidad de Washington, en Seattle, estado de Washington”.
Volver a Estados Unidos, vivir en Seattle: “Nos resultó una especie de paraíso”
En 1977, tras dos años en Argentina, Estados Unidos los recibió una vez más. En su post doctorado, Roberto debía dividir su tiempo entre el Departamento de Bioestadística y el Fred Hutchinson Cancer Research Center (FHCRC). Los profesores ayudaron al matrimonio a establecerse y, a partir de entonces, el argentino le dio comienzo a un gran período de su vida, donde aprendió métodos estadísticos orientados a estudios clínicos y trabajó con inmunólogos de nivel internacional.
Marisabel y Roberto se instalaron en Seattle, una ciudad rodeada por lagos y bahías, que por aquel entonces se asemejaba más a un pueblo grande y que contaba con dos nombres de peso en el ámbito laboral: la Universidad de Washington y la compañía Boeing, donde Marisabel obtuvo un cargo en el grupo de investigación operativa. Un año más tarde, Roberto ingresó a la misma empresa, “Los dos nos jubilamos en 2007″.
“Luego de varios años sufriendo los inviernos de Cleveland, y la triste situación en la Argentina, Seattle nos resultó una especie de paraíso. Los veranos son más templados y los inviernos un poco más fríos que en Buenos Aires, pero raramente nieva en la ciudad. Llueve frecuentemente y por eso Washington es el Evergreen State, el estado siempreverde. Los jardines siempre con hermosas flores. El mar está a pocas horas de viaje, los lagos acá mismo, y los picos de las montañas a solo una hora. Imagínense un Bariloche con las ventajas de una ciudad, con montañas y lagos, pero más fácil acceso al Pacífico”.
“Tiene vida cultural muy activa: conciertos de música clásica, musicales, varios teatros, todos los años un festival de música folclórica, ópera, varias orquestas. También todos los años el Seattle International Film Festival donde presentan películas de todo el mundo”, continúa. “Son menos dados que nosotros, pero Marisabel y yo nunca tuvimos problemas para hacernos amigos, y tuvimos la suerte de siempre vivir en lugares rodeados de gente con chicos, amables, amistosos. Es un lugar muy atractivo por su belleza natural y por su gente”, describe Roberto, quien tras jubilarse continuó dando clases de matemáticas, estadística y probabilidades en la Universidad de Washington, y hace un par de años se asoció a una organización y dicta actividades y cursos para jubilados sobre la Argentina y estadística para ciudadanos.
Doler dos amores y otras enseñanzas de la vida: “En el corazón soy argentino”
Un año después de la muerte de Marisabel, una mañana Roberto despertó con una frase: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna…”, del tango Ninguna de Homero Manzi. A veces llora cuando piensa en ella, llora cuando escucha tangos, zambas y chacareras. Como le dijo una vez un decano de la universidad, ya en Estados Unidos: “Ustedes los argentinos son muy sentimentales”.
Roberto no solo lloraba por su amada mujer, sino por su querido país, por los recuerdos construidos, las partidas y los regresos, la alegría del volver y el llanto de las despedidas. Desde aquellos tiempos turbulentos, Roberto y Marisabel, retornaron a su patria en numerosas ocasiones, en especial tras su jubilación, donde recorrieron rincones desconocidos hasta entonces, como Mendoza, Córdoba, Bariloche, Iguazú, Puerto Madryn, Ushuaia, San Juan y La Rioja, Salta, Jujuy y Tucumán.
“Y Buenos Aires siguió siendo nuestra ciudad. Belgrano, nuestro barrio. Tenemos mucha familia ahí, familia muy cercana y querida. Eso es algo que más de 50 años en este país no han logrado quitarnos”, dice conmovido. “La última vez que Marisabel y yo estuvimos en Buenos Aires nos preguntamos si volveríamos a vivir allá. La respuesta fue muy simple, ¡no! La razón, única y simple: en Estados Unidos es donde viven Julián y Camila, sus parejas, y sus hijas Jane y Adriana. Pero en el corazón soy argentino”, enfatiza Roberto, quien el año pasado (2022) publicó un artículo sobre la vida en Argentina en tiempos de golpes de estado y dio una charla que tituló: EEUU vista a través de los ojos de un immixile (la última palabra es la fusión de inmigrante y exilio).
“Mi experiencia de vida me enseñó que en este país, Estados Unidos, al cual le critico muchas cosas, hay mucha gente muy buena, interesada, inteligente, amable, y muy importante, con gran empatía por los demás”, dice pensativo. “También entendí que soy un cascarrabias. Claro, tengo 80 y en consecuencia tengo derecho a serlo. Sí, soy un cascarrabias, pero más aún, soy un abuelo chocho como pocos, o por lo menos como todos los buenos abuelos del mundo”, concluye Roberto, con una sonrisa y un dejo de melancolía en su mirada.
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