Déficit de naturaleza: cómo combatirlo desde el encierro
Como contracara de su fenomenal salto económico, en la década del 80 los japoneses sufrían uno de los niveles de estrés y depresión más altos del mundo. El asunto se volvió un problema de salud pública, a tal punto que hasta se llegó a acuñar un término –karoshi– para denunciar las muertes por exceso de trabajo. Fue entonces cuando el gobierno nipón decidió prescribir un singular tratamiento para su población: los baños de bosque. Hoy, millones de japoneses acuden regularmente a alguno de los 62 centros de terapia forestal para tomar un Shinrin yoku, o baño de bosque, una práctica que consiste en caminar entre los árboles percibiendo los estímulos del medio ambiente.
Sus efectos en la salud están lejos de ser un cuento oriental. Científicos de todo el mundo estudiaron a los "bañistas" y demostraron los beneficios físicos y psicológicos de esta terapia natural: menor presión arterial, fortalecimiento del sistema inmunológico, reducción de infartos y una baja sensible en las hormonas relacionadas al estrés.
Así las cosas, está científicamente comprobado que la naturaleza es terapéutica. Sin embargo, en tiempos de coronavirus, en la Argentina no acudimos a ella. Una curiosidad para un gobierno que se define como un gobierno de científicos. Estuvimos cerca de probar el antídoto esta semana, con el ilusorio anuncio presidencial de que se permitirían las salidas con fines de esparcimiento. A las pocas horas, tuvimos que desandar los 500 metros.
Mientras tanto, entre los insondables efectos secundarios de esta cuarentena extendida, llama la atención el Trastorno por Déficit de Naturaleza. Si bien no es condición médica reconocida, se trata de un mal de época que ya venía bajo estudio en el mundo A.C. –antes del coronavirus–, sobre todo en millennials propensos a la hiperconectividad.
Uno de los mayores expertos en este desorden es Richard Louv, quien en su libro ‘El último niño de los bosques’ recopiló investigaciones pioneras sobre por qué la exposición al aire libre es esencial para el desarrollo humano, especialmente en los niños. Y enumera las consecuencias negativas de no tener este contacto vital: déficit de atención, obesidad, enfermedades cardiovasculares y depresión. "Nunca en nuestra historia una especie había estado tan desconectada de lo natural", advierte el divulgador estadounidense.
Respiro natural
Es evidente que no todos tenemos un bosque a la vuelta de la esquina para darnos un baño de árboles cada mañana. Y aunque lo tuviéramos, estamos obligados a quedarnos en casa hasta nuevo aviso. Entonces la pregunta se impone: ¿es posible combatir el Trastorno por Déficit de Naturaleza en tiempos de confinamiento?
"Conectar con la naturaleza en la ciudad es desafiante, y en aislamiento aún más difícil, aunque no imposible", asegura Julián Ruiz, guía de terapia de bosques certificado por la Association of Nature and Forest Therapy Guides, en diálogo con LA NACION.
"Siempre podemos conectar con la naturaleza si tenemos un jardín, un patio con plantas o un balcón", explica este abogado y coach natural radicado en Uruguay. En esos casos, Ruiz recomienda una serie de sencillos pasos: "Primero, apagá el celular, luego encontrá un lugar que te agrade para permanecer por unos 20 minutos. Sentate ahí, abrí tus sentidos a la naturaleza y prestá atención; lo que escuchás, lo que olés, lo que tocás, aquello que le podés sentir el gusto y por último lo que vés".
Para aquellos a los que les tocó atravesar la cuarentena en un contrafrente sin balcón, también hay alternativas. Hábitos aparentemente triviales como cuidar de una planta de interior o incluso consumir imágenes de naturaleza tienen sus beneficios. Si el lector ya lo sospechaba, es cierto: en 2017 un estudio de la Universidad de Berkeley demostró que los documentales de naturaleza aumentan la sensación de bienestar en comparación con otros contenidos.
Los más optimistas encuentran en esta crisis una oportunidad para vincularse con la naturaleza desde otra perspectiva. Como el caso de los observadores de aves. "Aunque cueste percibirlo, en las grandes ciudades la naturaleza está siempre presente en parques, plazas y reservas urbanas. La cuarentena nos permite detenernos en detalles que antes no notábamos y la quietud de las calles hace que muchas especies se muestren y que la gente las descubra por primera vez", cuenta Juan José Bonanno, coordinador de comunidad en Aves Argentinas. De hecho, el sábado próximo birdwatchers de todo el mundo participarán del Gran Día Mundial de Observación de Aves, un inspirador evento de ciencia ciudadana donde todos los registros de aves son compartidos a través de la plataforma eBird. Muchos lo harán desde sus casas. Y, aseguran, será terapéutico.
Está claro que no es la cura para el Covid-19, pero la naturaleza sana. De nosotros depende repensar nuestro vínculo con ella y hacerla parte de nuestra nueva normalidad cuando todo esto acabe.
El autor es periodista especializado en sustentabilidad y fundador de www.Aconcagua.lat
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