Con lo poco que quedaba de la construcción original, una diseñadora de interiores logró una decoración emocional basada en muebles restaurados por ella, objetos y colores con historia.
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Cuando la diseñadora de interiores Marcela Rodríguez Barrena vio por primera vez esta casona en Lobos, quedó impactada ante su estado de abandono. A tal punto, que pensó que lo único rescatable eran las dos venerables palmeras que la flanquean. Por suerte, tiempo después, encaró la restauración integral, que se convirtió en su principal objetivo. Después de dos años de obra y recorridas por remates y demoliciones, la casa recuperó su esplendor y la esencia campera que es como un imán para quien la vea.
Galerías en rojo
En permanente contacto con el parque, la casa tiene cuatro galerías, ideales para aprovechar o refugiarse del recorrido del sol, según las estaciones.
"Como es una casa de fin de semana, me dio menos miedo equivocarme con los colores. Acá, le di libertad total al pincel"
Marcela Rodríguez Barren, diseñadora de interiores y dueña de casa
Cada una de las galerías está equipada con juegos de sillas diferentes, como estas de hierro blancas, que aumentan su encanto con el paso del tiempo y el óxido.
Las mayólicas de Pais de Calais que formaban parte de una colección iniciada solo por gusto resultó perfecta para revestir el aljibe y otros sectores como el de la pileta.
Impronta emocional
Para hacer honor a la tradición, en el living las aberturas están pintadas de verde ‘Ilusión’ y las paredes, de blanco resplandeciente. El color lo aportan los cuadros y los pigmentos de los géneros enriquecidos con la textura de lo artesanal.
El frente de la chimenea, cubierta con chapas que antiguamente pertenecían al techo de un cine. A sus costados, cuadros de Augusto Gómez Romero, y sobre la mesa ratona, algunos adornos de alfarería (Loli Gómez Romero).
“No podría vivir en una casa monocromática. Me gustan tonos fuertes y contrastantes entre sí”, dice Marcela.
Entra la luz
Un impactante ventanal tipo vitraux llena de luz el comedor. “Lo compré en una demolición que encontré en la ruta camino a Lobos, y con el tiempo le fui sumando los vidrios azules, la pintura verde a los costados y los cerramientos”, recuerda la dueña de casa. El piso mantiene la misma piedra Zapala que el living, aunque con baldosas más chicas.
En el techo, un recurso que usaron en otros ambientes para iluminar aún más el espacio: una suerte de claraboya creada con vidrios y vitraux conseguidos en mercados de pulgas y demoliciones.
"Heredé estas sillas y quería usarlas, pero no me gustaba que fueran tan formales así que las tapicé con géneros distintos para darles un toque de humor".
Otra colección con historia como la de sifones antiguos también encontró un espacio en la cocina donde también se destacan los muebles de color verde.
El descanso
En los tres cuartos, los géneros de las cortinas fueron los disparadores para definir el color de las paredes.
El toilette está pintado de azul con pigmentos naturales. La ventana se hizo con la parte superior de una puerta, mientras que el mueble del lavatorio y la silla de apoyo fueron comprados en un remate (Nora Cardoni).
“Revestí las paredes del pasillo con maderas que sobraban de la casa. Al ponerles removedor de pintura, apareció una gama de tonos que elegí dejar”.
Las camas de otro de los cuartos, compradas de segunda mano y pintadas, tienen mantas hechas del mismo género inglés que las cortinas, a las que se les sumó un lino color ocre para hacerlas más pesadas.
La cama con dosel, fue hecha con maderas sobrantes de la casa y la mesa de luz, patinada por una amiga de la dueña. Las fundas de los almohadones son repasadores comprados en viajes.
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