Durante varios años Aldana pasó por momentos de vacío, ausencia y desamparo. Sin embargo, resignificó su dolor para ayudar a muchos chicos que pasaron por su misma situación.
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Aldana Di Costanzo define la relación que tenía con su papá, Gerardo, como un “pegote” especial, como buena niña pequeña y su padre-príncipe. Como él trabajaba a unas cuadras de su casa, con horario cortado, dormían la siesta juntos y ella disfrutaba recostada en su “enorme pecho”.
“Recuerdo su alegría de vivir que contagiaba y trasmitía a cada lugar que iba y con cada persona que conversaba. Me acuerdo la alegría de la gente al ver entrar a mi papá. Era un canto a la vida. En su trabajo había rosales y le encantaba llevar rosas cuando iba a la casa de alguien. Nunca dejaba de llevarle a su mamá, mi amada abuela Marcelina”, recuerda, a la distancia, Aldana.
“Decime que esto es una pesadilla”
Una tarde, a sus seis años, Aldana estaba jugando en lo de sus primas que vivían en frente y, de repente, su tío le dijo que fuera a su casa ya que su mamá tenía algo importante para decirle.
“Recuerdo la cocina de mi casa, la silla en la que nos sentamos con mi hermano (Nicolás) a upa de mi mamá, uno en cada pierna. Tengo grabada la voz de ella diciendo que papá se había muerto y mi reacción con llanto y congoja, diciéndole ´decime que esto es una pesadilla´”.
Aldana cuenta que tanto ella como su hermano, dos años mayor, sabían que su papá tenía cáncer, pero confiesa que su muerte la tomó de sorpresa ya que se encontraba en “periodo libre de enfermedad”. Gerardo tenía apenas 43 años y Aldana tan solo seis.
Vacío, ausencia y desamparo
“Mi duelo estuvo atravesado por mucha tristeza y enojo, sobre todo en la niñez y en la adolescencia. Al principio, no podía soportar que nombraran a mi papá y recordar que ya no estaba. Tiempo después no podía soportar que no me preguntaran sobre él. Solían no hacerlo por miedo a que me pusiera triste, pero ya lo estaba porque se había muerto, no porque lo nombraran. Me parecía injusto porque él era un hombre muy bueno y muy querido. Si bien mi mamá (Cristina) fue siempre una guerrera, muy contenedora, presente y cariñosa, las sensaciones de vacío, ausencia y desamparo me acompañaron mucho tiempo. Como suele suceder en muchos duelos, eso fue más intenso y más frecuente los primeros años, luego fue variando en su frecuencia e intensidad, pero hasta el día de hoy en ocasiones aparecen esas sensaciones. Si bien claramente gran parte de eso se resignificó, cuando aparecen, las abrazo y les doy lugar. Son parte de mi vida, de mi esencia y de mi personalidad. En muchas ocasiones son motor para crear y para dar”.
Aldana cuenta que se aferró, sobre todo, a su mamá, a su hermano y a su abuela Marcelina. Además, contó con el amor, la contención y la calidad de escucha que le brindó el grupo de amigos de sus padres que fueron claves, dice, durante esos días de tristeza y de melancolía.
“Me aferré a la gimnasia rítmica, actividad que comencé a los ocho años cuando la tristeza y el vacío estaban muy presentes. El deporte, los viajes representando a mi país, mi querida entrenadora Mary, mis amigas que terminaron siendo casi hermanas, las horas incesantes de poner el cuerpo, la mente y mi energía en algo diferente que el dolor, fueron un gran salvavidas”.
“Él fue un gran compañero de mi mamá y eso ya me hacía feliz”
Unos años después de la muerte de su papá, la mamá se puso en pareja con Francisco, un hombre con el que Aldana compartió mucho tiempo y de quien guarda un hermoso recuerdo.
“Compartimos muchos años juntos, él fue un gran compañero de mi mamá y eso ya me hacía feliz. Él era muy detallista, recuerdo ricos asados y tardes en la pileta disfrutando juntos del sol. Además, fue mi acompañamiento y mi sostén en mi deporte. Me llevaba a los torneos, me despedía en los aeropuertos y junto a mí mamá era mi fan número uno”.
Una nueva muerte y volver a empezar
Sin embargo, cuando Aldana tenía 18 años su padrastro, como ella lo llamaba, falleció de una aneurisma en la aorta. “Mi mamá me contó por teléfono que había muerto. Yo estaba de viaje. Sentí que se agrandaba el vacío. Que ya conocía a ese dolor, sentí impotencia de no haberlo podido despedir, prontamente sentí nostalgia. De todas maneras, luego de la muerte de mi papá, nada me movilizaba tanto, mi umbral de dolor emocional era muy alto. Francisco fue una persona muy importante en mi vida, pero la huella de mi papá es única”.
Siendo muy joven a Aldana ya le había tocado convivir dos veces con la muerte de dos seres muy amados. Pese a ese dolor que la atravesó durante la niñez y la adolescencia, confiesa que se aferró a la vida y a lo que tocaba continuar, como ella misma dice, tomando como ejemplo la fortaleza y la inspiración que le transmitía su mamá.
“Nuestro objetivo es que los niños no vivan sus duelos en soledad”
En cuarto año de la secundaria, cuenta, cuando tuvo la materia Psicología se dio cuenta que era la carrera que iba a estudiar. Sin embargo, lo que en ese momento aún no sabía era el propósito y la misión que iba a desarrollar con el tiempo.
Ese sentido a la vida apareció en la vida de Aldana unos meses antes de agosto de 2008 cuando creó Fundación AIKEN, la primera organización social sin fin de lucro de la Argentina dedicada al acompañamiento psicológico de niños, adolescentes y familias en duelo por muerte de seres queridos a cargo de profesionales de la salud.
“Nuestro objetivo es que los niños no vivan sus duelos en soledad y aislados y que encuentren adultos referentes contenedores y con recursos emocionales para acompañarlos en su dolor. Está estudiado que éste es un trabajo preventivo ya que podemos evitar que en un futuro estos niños sean adultos con problemas antisociales, depresiones, adicciones o incluso suicidas”, explica Aldana que desde 2016 como emprendedora forma parte de Ashoka, la organización que identifica, conecta y acompaña a los líderes de la innovación social.
El sentido de su vida
La misión que eligió abordar Aldana hace casi 15 años no se trata de una mera casualidad, sino de su propia experiencia de vida. Y el por qué a mí que se habrá preguntado cuando era una nena, con los años se fue transformando en el para qué. Y no dudó ni un solo instante en poder trascender con su historia dejando huellas en muchos chicos y adolescentes a los que les toca lidiar con la muerte de una mamá o de un papá como le ocurrió a ella cuando tenía seis años.
“Proponemos que el niño o adolescente participe de grupos donde podrá abordar sus emociones, sentimientos y pensamientos relacionados con la muerte de su familiar en un ambiente de cuidado, respeto y apertura; encontrándose con otros pares que atraviesan la misma situación en un espacio de expresión a través del juego y el arte. Sugerimos diferentes abordajes terapéuticos basados en la expresión artística (plástica, escritura, intervenciones corporales, trabajos con cuentos, canciones, películas) porque consideramos que el arte y el desarrollo de la creatividad es especialmente importante en momentos como el duelo. Nuestra propuesta es interdisciplinaria, teniendo en cuenta diversas necesidades del niño y su familia, por eso trabajamos con otros actores importantes como sus colegios, psicólogos y psiquiatras por fuera de la institución (si los hubiera), pediatras, trabajadores sociales, etc”, resume Aldana.
“Es importante contestar las preguntas con sinceridad”
Aldana, que actualmente tiene 41 años, recomienda hablar de la muerte antes de que el niño/a se vea emocionalmente involucrado en una situación de duelo, aprovechar situaciones como la muerte de un pájaro o el marchitar de una flor y no delegar la explicación de la muerte del ser querido en un familiar o en un vecino. Si es posible, dice, los padres son las mejores personas para hablar de esto con sus hijos.
“Es importante contestar las preguntas con sinceridad y si el adulto no tiene respuestas, que no tema decirlo. De ser posible, no decir cosas de las cuales tenga que retractarse más tarde. Es mejor explicar la muerte con verdades cortas de acuerdo a la edad cronológica, intelectual y emocional del niño/a midiendo lo que puede asimilar y necesita saber y no decir todo de una vez. Es recomendable no ligar la muerte con el sueño (ya que de allí pueden derivar trastornos del dormir) ni tampoco relacionarla con un viaje que puede interpretarse como una situación de abandono”; recomienda Aldana Di Costanzo, Psicóloga especialista en duelo y Fundadora de Fundación Aiken.
Por último, a los chicos y chicas que pierden a alguno de sus padres Aldana les diría que se permitan llorar, reír, preguntar, enojarse, extrañar y recordar. “Que dejen entrar el dolor, pero que sigan jugando. Que no se queden con dudas, que se apoyen en los adultos que tienen alrededor y, sobre todo, que recuerden a su ser querido fallecido y atesoren sus enseñanzas y la huella que dejó”.
Si tenés una historia de superación personal (no solamente enfermades), de transformaciones o de cambios a partir de un suceso en particular mandanos un resumen y tus datos a historiasdevidalanacion@gmail.com
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