Junto a su pareja, quería descubrir cómo era la vida en otro país; emigraron a Barcelona, donde hallaron una comunidad maravillosa y desafíos que superaron con dos aliados: pasión y deseo
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Desde el día en que Marina Rossi comenzó planificar su arribo definitivo al viejo continente, el insomnio se transformó en su peor enemigo. Junto a su pareja, desembarcaría en España para darle inicio a una nueva etapa en su vida que la colmaba de dulce adrenalina y, aun así, los miedos se habían apoderado de ella. “¿Estaré haciendo bien?” “¿Y si no me adapto?” “¿Y si perdemos nuestros ahorros en una aventura fallida?”, fueron algunas de las tantas frases que agobiaban sus pensamientos, al igual que aquellas otras que habían llegado a sus oídos: “¿Estás segura?”, “Fulanito lo hizo y fue un fiasco”, “¿Vas a dejar tu trabajo?”
Su familia y amigos cercanos los habían apoyado siempre, aquel fue el sostén que les dio coraje para comprar un billete de ida, pero los miedos asaltaban implacables, así como el mar de dudas mínimas que antes habían pasado desapercibidas.
Marina jamás olvidará su última noche en su departamento. Dejó pasar las horas en la cama sin poder conciliar el sueño, abrazada a su mamá, pensando nuevas formas de hacer caber más cosas en una valija que ya colapsaba, y desterrando sus temores con dos armas que, con el tiempo, comprobó que funcionan como los mejores aliados para transitar un camino exitoso: el deseo y la pasión.
Un viaje deseado y planificado: “Escapar no es la solución”
La aventura hacia una nueva vida había comenzado mucho antes de que aquellos días de insomnio la acosaran. La pareja venía coqueteando con la idea de emigrar hacia tiempo, algo que se colaba casi a modo de juego en sus conversaciones viajeras: “¿Te imaginás viviendo acá?” era la típica pregunta que surgía en sus odiseas por otros rincones del mundo. Y había ciudades que les fascinaban, pero donde no podían imaginar un futuro, y otras, como Barcelona, “donde inmediatamente nos sentíamos como pez en el agua”.
Irse, sin embargo, fue más difícil de lo esperado. Allá, por el 2015, vivían en Buenos Aires, trabajaban de lo que querían y su vida transcurría con tranquilidad: “Pero, paradójicamente, esa misma `estabilidad´ era la que, por momentos, se transformaba en hastío. La mecha latente de la emigración comenzaba a chispear, las condiciones estaban dadas para encenderla y hacer realidad ese deseo. De todas formas, mentiría si dijera que la decisión fue firme y rápida”, rememora Marina.
“Dejar la famosa zona de confort no es fácil, mucho menos cuando te separan 11 mil kilómetros y un océano. Nosotros, de todas formas, contábamos con algo de ventaja: habíamos dejado Rosario, nuestra ciudad natal, para estudiar en Buenos Aires. Para aquel entonces ya hacía diez años que vivíamos en Capital, lejos de nuestra familia y nuestros amigos de siempre. Igualmente hay un abismo entre los 300 km que nos separaban en ese momento y los 11 mil km que hay ahora”.
“Hay una frase de Confucio que dice `Donde quiera que vayas, ve con todo tu corazón´”, agrega pensativa. “Es muy común, en estos días, escuchar frases del estilo de `qué suerte que te fuiste´, `cómo me gustaría estar allá´ o `pateé el tablero y me fui´. Me gustaría resaltar, que si hoy estamos acá no es precisamente fruto de la suerte o el azar, ¡todo lo contrario! Es la consecuencia de un proyecto añorado, querido y perseguido conscientemente por mucho tiempo. Ese deseo tan fuerte es el que te permite mantenerte a flote cuando dudás, cuando extrañás, cuando las cosas no se dan en el tiempo y de la forma esperada, cuando el trabajo añorado no llega, cuando los papeles se demoran y tantas tormentas más que, aún hoy, a siete años de habernos ido, seguimos atravesando”.
“A veces se cae en la trampa de pensar que el irse podría ser la salvación de todos los males. Desde ya digo enfáticamente que no, emigrar no es magia, no se vuelve todo idílico por el hecho de estar en `el primer mundo´. Y escapar tampoco es la solución”.
El “modo turista”, la caída del velo y el duelo migratorio
En España el “modo turista” duró varios meses. Mientras buscaban asentarse, a Marina todo le sorprendía gratamente. La adrenalina del viaje la envolvía y le impedía distinguir con claridad que ya no estaba de visita. En el camino, Barcelona parecía poseer algo nuevo por descubrir a cada instante, impregnada con su arquitectura ecléctica empapada de cultura. Pronto, la joven argentina pudo comprender con mayor profundidad por qué los aportes de Gaudí, Doménech i Montaner, entre otros, la habían convertido en la ciudad modernista por excelencia.
“Y Con más de 2000 años de historia, caminar por las callejuelas del casco antiguo hace que hasta te puedas encontrar con fragmentos de murallas del Imperio Romano. Cuenta también con teatros centenarios dedicados a la ópera y a la música, como el Gran Teatre del Liceu o el modernista Palau de la Música Catalana, y excelentes y modernos auditorios”.
Varios días en el calendario transcurrieron hasta esa mañana en la que Marina se detuvo en seco y se dijo: “pará, yo vivo acá”. Fue en ese mismo instante, cuando asumió que no estaba de vacaciones, que sobre ella cayó un gran peso que la llevó a cuestionar lo más precioso que un ser humano posee: su identidad.
“Eso que nos hace ser una persona y no otra, está formado, entre otras cosas, por nuestros lugares de pertenencia, nuestros hábitos, nuestros vínculos y cuando emigrás todo aquello se transforma, sintiendo, muchas veces, esa sensación de despersonalización. La psicología lo llama duelo migratorio”.
El velo del enamoramiento había caído. De pronto, en el espíritu de Marina la sensación de pérdida creció irrefrenable, en un proceso de altos y bajos, donde la aceptación fue su mayor desafío: su decisión había implicado que jamás volvería a ser aquella mujer que Argentina vio partir.
Gente confiada, Smart TV en la calle y otros impactos de Barcelona
En épocas cuando los días aún eran desiguales y las emociones fluctuaban sin remedio, Marina vivió uno de los primeros grandes impactos que Barcelona tenía para ofrendarle. Todo sucedió de la mano de una aplicación muy popular de ventas de artículos de segunda mano, gracias a la cual la pareja adquirió unos cuantos tesoros a un precio muy favorable. Su primera compra fue un colchón y acordaron con el vendedor que lo pasarían a retirar a domicilio. Al llegar, tocaron timbre y escucharon “subid por favor” y ellos no hicieron más que mirarse, desorientados.
“Una completa extraña nos abrió las puertas de su casa, nos invitó a pasar, nos ofreció un café y compartimos una hermosa charla. Así de confiada y abierta es la gente acá. De hecho, algunos de los que son hoy nuestros amigos, han sido fruto de estos encuentros `casuales´”, cuenta Marina.
“Otra actitud que nos sorprendía eran las cosas que la gente sacaba a la calle. Cada barrio tiene asignado un día donde podés dejar muebles, electrodomésticos o cosas de gran porte que quieras descartar. Si nadie se las lleva, por la noche pasa un camión del ayuntamiento a recogerlas. Nadie nos cree, pero hemos levantado un Smart Tv, una MAC, muebles… todo en excelente estado y pleno funcionamiento”.
“Otro gran impacto fue la diversidad en sí misma y reflejada en cada aspecto de la vida. La diversidad de culturas (en la clase de mi hijo, por ejemplo, además de catalanes hay niños de familias alemanas, inglesas, italianas, chinas, musulmanas), la diversidad de paisajes antagónicos pero armónicos (lo antiguo y lo nuevo, las ciudades y los pueblos,) la diversidad geográfica (el mar, la montaña, los bosques)”, continúa. “La preservación de las tradiciones populares también es llamativa. Son como custodios de las mismas. No solo las practican, sino que están presentes en la vida cotidiana”.
¿Qué es calidad de vida?: “En Barcelona la pasás bien sí o sí, con poco o con mucho”
Mientras el tiempo avanzaba, entre gestiones, trámites y laberintos burocráticos difíciles de sortear, Marina comenzó experimentar “la caída” del idilio perfecto con una ciudad siempre magnética. En Buenos Aires, tanto ella, una comunicadora, como él, un diseñador industrial, contaban con buenos empleos en su rubro, una situación que en sus primeros años españoles fue difícil de replicar. Fue así que, para no caer en espirales descendentes sin retorno, la joven argentina comprendió que debía tener una mayor plasticidad mental “para ver la vida como un diagrama de flujo”.
“¿A qué me refiero con esto? A que a veces, sobre todo al comienzo, hay que estar dispuesto a tomar otros caminos, a retroceder algunos casilleros para luego avanzar. En nuestro caso, hasta que salimos del laberinto burocrático (hay que tener la paciencia del mismísimo Buda) no pudimos trabajar de lo que realmente deseábamos. Es un proceso y hay que entenderlo como tal. Todo llega, pero hay que hacer un caminito porque, en definitiva, estás arrancando desde cero en otro lugar”.
“Lo que sí me sorprendió gratamente es la buena predisposición de la gente. A veces me encontraba enviando mails a desconocidos, que pensaba que no iban a tener respuesta y, la verdad, es que me cerraban la boca. Acá la gente, en su gran mayoría, está dispuesta a escucharte, a ayudarte”.
Para Marina, sin embargo, hablar de “calidad de vida” puede ser aventurarse en terreno pantanoso. A pesar de que Barcelona fue elegida dentro del top diez de las mejores ciudades para emigrar y que, incluso, una encuesta realizada por el diario The Telegraph la ubicó en el número uno, ella acepta que el significado de “calidad de vida” difiere en cada ser humano: “Creo que calidad de vida es un concepto que está muy asociado a lo que cada individuo aspira para sí mismo”, manifiesta la rosarina.
“Sin embargo, existen indicadores un poco más objetivos que pueden medirse y valorarse para determinar qué puede ofrecernos una ciudad. Así lo hace el Expat City Ranking, cuyos resultados se obtienen de una encuesta anual en la que participan más de 20 mil personas. En total analizan 82 ciudades y cinco aspectos relacionados con la vida urbana: calidad de vida, aterrizaje personal, trabajo, finanzas y vivienda y coste de vida”, continúa.
“Un 95% de los entrevistados destacó el ocio como aspecto positivo y el 98% el clima local. Barcelona es una ciudad con una amplísima oferta de entretenimiento, ya sea gastronómico, cultural, turístico o deportivo. Y lo más importante, totalmente adaptable al presupuesto y a la realidad de cada uno. En Barcelona la pasás bien sí o sí, con poco o con mucho”.
“En la encuesta también se destacó la posibilidad de acceder fácilmente a la atención médica cuando es necesario y la facilidad de integrarse en la vida social, de hacer amigos y de adaptarse a la cultura local. En mi caso percibo a la calidad de vida como ese equilibrio (porque nunca es todo o nada) que en mi día a día me facilita o me allana el camino al bienestar y que está compuesto por la seguridad, la multiculturalidad, la geografía que incluye playas y montañas, poder planificar la economía familiar gracias a un marco estable, la variedad de productos, el buen transporte público y la gente, muy amable y cercana, y que jamás me hizo sentir discriminada, ¡todo lo contrario! Con decir que mi hijo va a un colegio público, al cual entró por sorteo, dejando afuera a varios chicos catalanes y nunca nadie nos hizo sentir ningún rencor o malestar (incluso hasta amigas super catalanas cuyos hijos no entraron...)”.
La maternidad lejos, la tribu y el respeto: “Te pido mil disculpas en nombre de mis compañeros”
Para Marina, los días de duelo migratorio comenzaron a ceder cuando aquellos encuentros “casuales” se transformaron en un lugar de intimidad y confianza al que recurrir, en especial cuando le tocó transitar una de las instancias más complejas del desarraigo: vivir la maternidad lejos de la familia.
No se trató únicamente de haber formado nuevas amistades, fue mucho más que eso: Marina comprendió que había encontrado una tribu, su tribu, que fue su salvavidas ante el desgarro migratorio. Cada uno de los miembros de su nuevo clan apareció en el momento preciso, mostrándole que siempre hay una de cal y una de arena, para compensar la balanza.
Y con ellos, Marina recordó y comprendió como nunca antes había hecho a sus abuelos inmigrantes, quienes vivían junto a otras familias, en esas típicas casonas con patio interno: “Tribu fue otro término del cual no tomé conciencia hasta que nos mudamos a Barcelona. Es la familia que uno elige, es soporte y contención, es empatizar, es saber que no estamos solos, es un espacio donde compartir, donde buscar y dar ayuda. La tribu es comunidad y hace la mochila mucho más liviana cuando se vive lejos de los afectos”.
“Y, más allá de la propia tribu, en Barcelona es impactante el respeto de la gente, en general. Recuerdo un día que estábamos en el parque y pasó un patrullero a toda velocidad, mordiendo un gran charco y salpicándonos. Mi hijo, con esa espontaneidad tan típica de la niñez, no pudo evitar gritarle muy enfadado. De pronto, detrás vemos otro coche de la policía aminorando la marcha a medida que se acercaba a nosotros. En eso, frena, baja la ventanilla y yo dije: `sonamos, me van a decir algo por la reacción de Feli´. Para mi sorpresa escucho: `peque, ¿te hemos mojado? Te pido mil disculpas en nombre de mis compañeros´”.
El óleo calcáreo y otros aprendizajes: “Acepté que acá simplemente las costumbres son diferentes”
Atrás quedaron los días de insomnio previos a la partida, aquellos otros donde la sensación de vivir en “modo turista” todo lo embelesaba, así como los días oscuros, donde Marina se sintió perdida en su identidad. Junto a su pareja, siempre habían querido tener la experiencia de habitar en otro suelo y, a pesar de sus intensas ganas, tras siete años en Barcelona, hoy ella puede afirmar que hay que estar muy seguro de la decisión, ya que es esa misma seguridad la que ayuda a sobrellevar los días sombríos: “Aconsejo mirar hacia adentro y, si realmente uno siente que el mudarse a otro país es un deseo genuino, empezá hoy mismo a planificarlo y dejá que te guíe lo más fidedigno que tenemos los seres humanos: la pasión”.
“Vivir afuera es un redescubrimiento y aprendizaje constante. No quiero caer en clichés, pero de verdad que estar lejos de tu zona de confort te pone muy a prueba. Por eso, vuelvo al principio, el emigrar tiene que ser un deseo muy firme y planificado. A lo largo del proceso te vas a sentir muchas veces fortalecido, pero otras tantas, desilusionado y debilitado”.
“En lo personal, el desafío más grande que me tocó afrontar fue el de la maternidad lejos de casa. No solo desde la necesidad de esa red de contención sino también desde lo cultural”, asegura Marina. “Tengo una anécdota muy graciosa al respecto, cuando estaba a punto de parir, me pasó mi obstetra una lista detallada de las cosas que debía preparar para la llegada del bebé. En ninguna parte estaba el óleo calcáreo como parte del ritual del cambio de pañales. Yo pensaba, ¿cómo puede ser? Hice venir a cada miembro de mi familia que llegaba de visita con cantidades industriales de este producto. Después comprendí -y acepté- que acá simplemente las costumbres son diferentes. Al día de hoy aún conservo alguna botella de óleo calcáreo sin abrir”.
“Nuestro lugar, actualmente, es el resultado de siete años de mucha constancia y paciencia. Emigrar pone a prueba tu capacidad de adaptación a los cambios, son muy pocas las personas que llegan con todo resuelto. La mayoría de los mortales nos tenemos que abrir camino. Y eso, muchas veces, conlleva a que te tengas que salir un rato de la ruta marcada y retroceder un poco. Hoy miro para atrás y veo cuánto hemos recorrido. El ejemplo más gráfico es que llegamos dos y hoy ya somos tres. Se podría decir que ya somos una familia más de aquí”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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