Hawái fue el punto de partida para salir de su zona de confort. Pero en el camino sus planes cambiaron y encaminaron el curso de su búsqueda.
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Su familia se mudó a la zona que muchos conocen como La Siberia, en el barrio de Villa Urquiza, cuando supieron que pronto ella llegaría al mundo. Definitivamente el Ph de Villa del Parque donde hasta entonces había vivido les iba a quedar chico. Y fue un gran acierto porque Julieta Cavalleri (31) iba a necesitar espacio para poder explorar el mundo a sus anchas. “Vivíamos en una calle de casas bajas y poco tránsito. Me crié jugando en la vereda con mi hermana y vecinos. Mi abuela era de las que se sentaba horas en su banquito al costado de la puerta y nos veía correr, saltar, jugar a la mancha y se alegraba con nosotros como si fuese parte del juego”.
Hasta que cumplió la mayoría de edad, siempre vivió en la misma casa, asistió por años a la misma iglesia y al mismo colegio. Creó un vínculo cercano con todos los que estaban a su alrededor, disfrutaba del ambiente familiar que se respiraba e la escuela y se sentía segura cuando se movía dentro de lo conocido. Por eso, finalizada la etapa secundaria, cuando decidió estudiar Diseño Gráfico fue todo un desafío.
“Mis papás querían que estudiara ingeniería, como mi hermana. Y aunque los números iban bien conmigo, yo no iba bien con los números. Necesitaba un espacio donde poder crear, que me permitiera ser al 100% y no ser lo que los demás esperaban de mí. Siempre tuve una afinidad con lo estético, así que me embarqué en esta aventura”. La curiosidad siempre la mantuvo activa. Mientras cursaba la carrera de Diseño Gráfico en la Escuela de Arte Multimedial Leonardo Da Vinci en el turno de la mañana, por la noche asistía a algunas materias de Diseño Textil en la Universidad de Buenos Aires. A la tarde bailaba hip hop, dos veces por semana jugaba al fútbol y jamás dejaba de salir con su grupo de amigas. Todo lo que le llamara la atención, ella lo hacía.
Una incomodidad inspiradora
Cuando terminó la carrera, rápidamente consiguió trabajo en una reconocida marca de indumentaria femenina. “Era una pasantía, pero para mi era la oportunidad de demostrar que el diseño gráfico y la moda eran mi área de especialidad. En esa época coleccionaba las revistas Harper’s Bazaar. Al tiempo conseguí un contrato definitivo en esa empresa, aunque sin aumento de sueldo. Trabajaba un montón pero con un ingreso de pasante y, si bien amaba cada proyecto que me designaban, no podía evitar sentir un descontento”.
Los días siguieron su curso. Julieta no lograba superar esa sensación que la abrumaba. Pero un viaje con motivo del de celebración del aniversario de casados de sus padres le abrió los ojos. Viajó en familia a Cuba. Era la primera vez que se iban tan lejos todos juntos. “Cambiamos las playas de Santa Teresita por las de Cayo Coco y Cayo Santa María. ¡Qué placer! Mis papás hicieron mucho esfuerzo para lograr este viaje y realmente valió la pena. No solo por el bronceado caribeño sino para entender que hay otras realidades. En Cuba se vive con menos, pero no por eso se vive menos feliz. Me volví a Argentina con la sensación de que algo me faltaba y ahí empezó una búsqueda que me llevó a lugares impensados”.
Desde ese momento, vivió inquieta, mucho más que antes. Había descubierto que, más allá de su burbuja, existía un mundo, o dos, ¡o tres! Y en esos mundos no se hablaba en español, había que conocer otros idiomas. “Me crucé en ese viaje con gente de otros países, valoré mis conocimientos y desafié mis límites hablando con extranjeros, que para algunos puede ser una cosa muy chiquita, pero para mi que no había tenido contacto con otras lenguas era increíble haber puesto en práctica mi inglés”.
Hawaii, destino inesperado
Decidió entonces que no iba a ser lo que esperaban de ella. No iba a ahorrar todos los meses para comprar una casa. Al contrario. Iba a invertir en su futuro pero de otra manera, y un curso de idiomas era el inicio de un camino maravilloso por descubrir. “Si me iba a gastar mis ahorros, que por lo menos me trajera a cambio un conocimiento. Empecé a investigar la mejor forma de hacerlo. Encontré las agencias de viaje que ya vendían los packs armados, usé las charlas para informarme y analizar lugares, y costos. Descubrí que ir a Hawái, Londres o Sídney costaba aproximadamente lo mismo, y opté entonces por el lugar más exótico, pues tenía que ver con mi forma de ser”.
Renunció a su puesto en la marca de indumentaria, compró los pasajes, reservó el hostel donde se iba a alojar y el instituto donde iba a aprender y, sin mirar atrás, en octubre de 2014 dio por cerrada una etapa de su vida. Hizo todo por su cuenta: los ahorros no eran muchos y cada centavo valía oro. Pasó horas comparando precios y buscando excursiones y aventuras nuevas.
Fueron 24 horas en total, con conexión y espera incluida, desde que partió de Ezeiza y hasta que llegó a su destino. No entendía nada en el avión, mucho menos en el aeropuerto, ni al taxista, menos en el hostel, no era el inglés que había escuchado en la escuela ni en las películas. La primera noche se angustió: “Julieta, ¿qué hiciste?”, sollozaba. Lloró en una habitación compartida con ocho mujeres desconocidas. “Me acuerdo que era domingo y había estado todo el día dando vueltas haciendo un reconocimiento de la zona y buscando la dirección del instituto de idiomas. Pero claro, no era número par de un lado y número impar del otro. Lo que era normal para mi, no era normal para otros”.
Al día siguiente volvió a su propósito, necesitaba encontrar el instituto. Alguien advirtió que caminaba perdida por la cuadra del lugar que buscaba y la guiaron hasta la puerta. “Era en una galería, jamás hubiese encontrado el número sin la ayuda de otro. Cada día fue una lección nueva. En el IIE (Institute of Intensive English) conocí un montón de personas de un montón de países distintos. Creé lazos que aún conservo, En los recreos nos quedábamos hablando en la entrada, cursos mezclados e intercambiando historias”. Así conoció a Andy.
Charlaron, intercambiaron teléfonos y él la invitó a una salida en grupo a una playa que se llamaba Army Beach. “Él dice que fue nuestra primera cita, pero se olvidó de comunicármelo, pues en grupo no hay cita que valga. Acordamos juntarnos a las 14 h y yo intenté ser puntual porque sabía que hablaba con un reloj suizo. Me caminé toda la orilla sin encontrarlo.. pero es que ¡vamos! ¿Quién va a la playa y en vez de sentarse en la arena, se queda al final sobre el pasto? Nos reímos del incidente y pasamos nuestro primer atardecer en Honolulu. Charlamos de todo mientras nadábamos. Me contó de su vida en Suiza, de su familia, de su paso por la Guardia Suiza Pontificia, la vida en el Vaticano cuando todavía estaba Ratzinger. Se me ampliaba el mapa en cada conversación. Yo estaba en Hawái, pero viajaba con la mente a Suiza y Roma”.
Julieta estaba asombrada por la caballerosidad de Andy. Le abría la puerta, le colocaba el abrigo, llevaba sus libros y le compraba el desayuno para que comiera de camino al instituto. “Yo no había visto tales actitudes en chicos de mi edad. Nos tiramos en paracaídas de un acantilado al mar e hicimos surf. A mis ojos, era perfecto”. Pero lo bueno duró poco. A la semana, Andy se fue a Suiza y ella se quedó tres meses más en Hawái.
Volver a los afectos
Pero sintió que no podía quedarse quieta, tenía sed de nuevas aventuras. Empezó a buscar la forma de seguir viajando. Si era por Europa, mucho mejor. Aplicó a una beca en Madrid. Envió la solicitud. Lloró de felicidad cuando la aceptaron. En marzo de 2015 viajó a Madrid y allí se quedó un año para hacer un máster en Fashion Management. “Fue mi oportunidad para estar cerca de Andy, para seguir conociéndonos y afianzando lo que ya creíamos. Cuando terminé mis estudios, me ofreció ir a Suiza para intentar un futuro juntos, y ver cómo la relación funcionaba en un día a día. Pasamos primero por Roma y visitamos el detrás de escena del Vaticano”. Andy había formado parte de la Guardia Papal y eso marcó un antes y un después en su vida. Había sido un tiempo muy emotivo “no solo porque es la fuerza armada más antigua del mundo sino por el honor que conlleva servir al Papa”, asegura Julieta.
Durante 2016 y 2017 vivieron en la parte alemana de Suiza. Andy cambió la guardia Papal por la fuerza militar en su país. Mientras, ella se anotó nuevamente en un curso de idiomas. Aprender una lengua, es aprender una cultura. Vivía deslumbrada por los paisajes, por el clima, la nieve que jamás había visto, la variedad de quesos y chocolates. “Pero después de dos años juntos, ya se iba haciendo todo más serio y el empezar a ver este viaje como mi vida cotidiana en donde mi familia no formaba parte me asustó un poco… bastante. Me costó escucharme y entender qué me pasaba. Ponerle nombre a mis emociones”.
Emigrar no es tan fácil como patear el tablero e irse. Eso fue lo que comprobó en esos meses. Y comenzó a comprender que se trataba de un proceso que iba a tener altibajos. “Somos personas con historia, con valores y un pasado diferente. Lo que es fácil para mi, no lo es para otros. A mi me costó poder perdonarme por alejarme físicamente de mi familia. De no estar para los cumpleaños, para los momentos difíciles e ir viendo cómo el tiempo pasa y deja rastros en la piel. Hay que saber también que si queremos volver, podemos volver y eso está bien. No significa una derrota, significa aprendizaje. Para sentirme cerca, me traje el cartel de chapa que tenían mis abuelos colgado en la puerta de la verdulería del barrio y lo puse en la entrada del departamento en Suiza. Soy tan apegada a la familia, que necesité traer un pedacito de cada uno: de mi abuela sus tejidos a crochet, de mi otra abuela la blanquería y de mi abuelo el cartel que hizo historia en Urquiza. Todos conocían a Firpo y Firpo conocía a todos”.
Por eso sintió también que era momento de regresar a la Argentina, sola, para reencontrarse con sus afectos. Previa partida, Julieta canceló la boda que habían organizado. Necesitaba aire. Se mantuvieron en contacto, a la distancia, y acordaron encontrarse cada dos meses en distintas partes del mundo. Andy había comenzado a formar parte de las Fuerzas de Paz y prestar servicio en Kosovo y Bosnia Herzegovina. “Tenía 15 días de vacaciones cada dos meses y así fue que recorrimos Montenegro, Croacia, Bosnia Herzegovina, parte de Argentina y República Dominicana. El segundo año, en el 2019, él se tomó un año sabático para conocer mi país, mi gente y aprender el idioma. ¡Habla como un porteño! Me dijo que le sirvió la experiencia para entender aspectos de mi personalidad y para aprender a vivir de forma más relajada. Llevé a un chico de mundo, a la burbuja donde había vivido”.
Finalmente, en diciembre de 2019 pudieron acomodar sus vidas y se casaron en la Parroquia Cristo Rey, en Villa Pueyrredón. Era la iglesia donde Julieta había pasado gran parte de su infancia. “Solicitamos al Vaticano la presencia de dos guardias suizos y llegaron a tiempo para la ceremonia. Muchos compañeros, hoy amigos, de la Guardia Suiza celebraron con nosotros ese día. Pero para mi lo más importante fue haber podido compartir ese momento con mis seres queridos, entendí con el tiempo que ellos son realmente mi mundo, el mundo que tanto quería recorrer. Ya teniendo las dos experiencias y conociendo los pros y contras de Argentina y de Suiza, pudimos decidir juntos el lugar donde queríamos hacer nuestra vida. Suiza ganó la batalla por un tema de estabilidad económica y seguridad, pero en Argentina dejamos el corazón”.
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