Ubicado en Rivadavia al 5500, el Instituto Social Militar Dr. Dámaso Centeno se creó como un asilo de huérfanos de la guerra y con el tiempo se convirtió en un tradicional colegio de la ciudad de Buenos Aires con varios egresados célebres
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Ubicado en la avenida Rivadavia al 5500, con su característico edificio de tres pisos de fachada terracota, el Instituto Social Militar “Dr. Dámaso Centeno” es uno de los colegios más tradicionales del barrio porteño de Caballito. Surgido a fines del siglo XIX con el fin altruista de albergar y dar formación a huérfanos de militares caídos en batalla, el Dámaso se fue adaptando a los tiempos sin dejar de lado su impronta castrense. El Instituto depende del Ejército Argentino y los hijos de los uniformados tienen en él un régimen de beneficios particular. Sin embargo, “el Dámaso” también está abierto al resto de la comunidad y sus contenidos son los oficiales, es decir, básicamente los mismos que los de cualquier otra escuela de la Argentina.
Actualmente, en sus tres niveles de enseñanza, el Instituto cuenta con unos 1057 estudiantes. Pero al hacer una revisión a su estudiantado “histórico”, no puede dejar de mencionarse que aquí se graduó como Perito Mercantil, en el año 1992, la actual vicepresidenta de la Argentina, Victoria Villarruel. Por las aulas de este característico colegio de Caballito pasaron también, a finales de los ‘60, Charly García y Nito Mestre. La unión escolar de esos dos muchachos fue la génesis de uno de los grupos más emblemáticos de los inicios del rock nacional: Sui Generis.
Hijos de militares y habitantes del barrio
“Victoria Villarruel vino acá el año pasado cuando la trajo un grupo de sus compañeras. Ella tenía tres amigas que eran muy pegadas, una nos visitó el día del exalumno y dijo: ‘La voy a traer, porque ella ama al colegio’. Y cuando vino, indudablemente amaba el colegio. Dijo que pasó aquí alguno de los años más felices de su vida”, dice el coronel Juan Sancho Vilarullo, director del Instituto Social Militar “Dr. Dámaso Centeno” y quien recibe y guía a LA NACION en su recorrido por el edificio ubicado a una cuadra de la estación Primera Junta de la línea A de subte.
La actual vicepresidenta cursó en el Dámaso el cuarto y quinto año. Ingresó al colegio como hija de un militar, el teniente coronel Eduardo Villaruel. Una situación, la de los estudiantes hijos de uniformados, que se repite en este Instituto. Pero hay otra gran cantidad de estudiantes, como el caso de Charly y Nito, sin ninguna vinculación con los militares, que asisten a esta escuela, en gran medida, por ser habitantes del barrio.
—Coronel Vilarullo, ¿cuál es el porcentaje de estudiantes del colegio que son hijos de militares?
—Tenemos un 10 por ciento de hijos de militares, hijos de gendarmes o hijos de policías. Más o menos ese porcentaje de matrícula es la suma de los tres. Tiene mucho que ver también que a dos cuadras está la Universidad de la Policía Federal y se ve que hay muchos edificios de Policía. En el anexo de Palermo del Instituto, que está en el medio del barrio militar, que hay nivel inicial, ese sí tiene muchos más familiares de militares, prácticamente el 80 por ciento.
La creación del asilo de huérfanos
Recorrer los tres pisos del Dámaso Centeno es mucho más que caminar por los pasillos y atisbar sus aulas. La historia de la Institución está presente de diversas formas en distintos lugares. En el primer piso, por caso, una serie de cuadros ubicados alrededor de un hall central concentran los nombres de todos los estudiantes que egresaron del colegio, agrupados por años.
En el mismo lugar, una fotografía añosa de la fachada del colegio a principios del siglo XX está acompañada por un diploma con la mención de la primera camada de egresados, que se graduaron en el año 1920. Debajo de ello es posible ver una reliquia relacionada con la fundación de la entidad: el acta de instalación de la Sociedad Protectora de Huérfanos de Militares. Así comenzó todo, según consta en dicho documento, un 12 de julio de 1891.
Juan Ignacio Muñoz es un estudiante del sexto año del Dámaso (este colegio tiene sexto año de primaria y de secundaria porque se rige por la última ley Nacional de Educación a la que no adhirió la ciudad de Buenos Aires) y fue invitado por el director del Instituto para que relate la historia del Colegio y de su fundador. “Dámaso Centeno nació en Rosario, Santa Fe, el 10 de marzo de 1850. A los 9 años, y luego de la batalla de Cepeda, quedó huérfano de padre al igual que su hermana, Petrona”, comienza a contar el joven, que es el encargado de dar la orientación cronológica de la institución cada vez que llegan estudiantes o diversos visitantes a conocerla.
“Centeno se mudó a la ciudad de Buenos Aires, donde estudió y se recibió de abogado — continúa el estudiante —. Tuvo una alta participación en la política, siendo diputado en la legislatura de la provincia de Buenos Aires y luego diputado nacional por tres períodos. En 1891 realizó la obra que marcó su vida cuando en la casa de su madre se juntó con esposas de militares para crear un asilo para aquellos que lamentablemente perdieron sus hijos en la batalla y así darles asistencia y educación”.
De hogar de huérfanos a colegio modelo
Además de su condición de huérfano, Centeno estaba conmovido especialmente por las niñas que perdieron a sus padres en la guerra de la Triple Alianza, y pensando en ellas es que se puso en campaña para crearles un lugar de cobijo. En el libro que publicó el Instituto Social Militar para el centenario de su creación, puede leerse el testimonio de Mercedes Montero de Canavery, una mujer que trabajó durante 30 años en el asilo. Ella asegura que la idea que puso en práctica Centeno fue la de “fundar un asilo para huérfanos de militares, para las hijas de aquellos a quienes los llamados de la Patria llevaban muchas veces al campo de batalla donde encontraban su tumba; para las hijas que quedaban sin recursos, solas, en la triste orfandad, sin apoyo”.
El establecimiento funcionó primero en Callao al 900, pero luego se trasladó al predio donde se encuentra actualmente, en la avenida Rivadavia, gracias a la donación que realizó a tal efecto el empresario y benefactor Manuel Rocca.
Radicado en Córdoba por problemas de salud, Centeno muere en Cosquín en octubre de 1892, a la temprana edad de 42 años. Pero su obra ya estaba en marcha, y no pararía de crecer. “En 1920 egresa la primera promoción, integrada por maestras y subtenientes formados en el establecimiento”, cuenta el estudiante Muñoz, que añade: “El 3 de octubre de 1947 el Instituto fue oficializado como se conoce actualmente por la ley 13.043 y en 1968 pasa a depender íntegramente del Comando en Jefe del Ejército. El hogar queda en manos de la Sociedad Protectora de Huérfanos Militares”.
En 1995, esta Sociedad Protectora dona el predio donde funcionaba el hogar, sobre la calle Cachimayo, al Instituto. Actualmente, por el número 51 de esta calle, situada a la vuelta del acceso principal, ingresan los estudiantes de la primaria.
“El Instituto está abierto a la comunidad”
“El hogar militar se cerró en el año 1994 -añade Vilarullo-, ya que los huérfanos de guerra y demás eran muchos menos. Pero seguimos teniendo para con los militares un régimen de beneficios particular, como la reserva de vacantes, sobre todo para gente que viaja al interior y vuelve, y una buena bonificación. Pero está abierto a la comunidad, sin diferencias”.
—Coronel, en un momento este colegio tenía alumnos pupilos, ¿no es cierto?
—Sí. No era exclusivo para militares. Tanto Charly como Nito, por ejemplo, estuvieron pupilos por determinados períodos.
—¿Significa que dormían acá?
—Exactamente. Hoy se pueden ver lo que fueron las habitaciones, que son las aulas de la escuela primaria.
—¿Actualmente el currículum educativo tiene que ver con la enseñanza militar?
—No, el currículum es oficial, del Ministerio de Educación, que establece los contenidos mínimos que es necesario ver. Creo que tenemos un buen nivel académico, al que le damos mucha importancia. Entiendo que la primaria mantiene un muy buen nivel académico y eso hace que uno en la secundaria pueda trabajar contenidos con muy buena base. En el nivel secundario hay tres orientaciones: Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, y Economía y Administración. Como el 97 por ciento de nuestro alumnado tienen la asistencia a la Universidad como primera instancia, nosotros tratamos de que el sexto año sea el equivalente al ingreso a la facultad. Ese es nuestro objetivo.
—¿Los docentes son militares?
—No, pero hay muchos familiares de militares que son docentes. No es el total, y no es un requisito, lo que ocurre es que tiene mucho que ver. Por ejemplo, ya salieron los pases del año que viene, entonces vienen muchos militares que están en el interior y hacen la solicitud para incorporar a sus hijos y automáticamente dejan el CV. Conclusión: si bien no vienen por el canal militar terminan siendo docentes muchas esposas y familiares de militares. A veces eso también nos da una rotación, porque ellos vienen, están tres o cuatro años, y se van destinados al interior. Pero en general terminan volviendo.
Los valores del Dámaso Centeno
Lucía Eriz e Ibis Cardozo son estudiantes del sexto año del nivel secundario. Ellas trabajaron en un artículo sobre su colegio en el que indagaron acerca de su historia y también en las características de los “damaseños”, que es como se les dice a los integrantes de esta comunidad educativa.
“En el himno del Dámaso tenemos una frase que dice ‘colegio y hogar’, que representa ese ideario que tuvo el fundador”, señala Ibis. Mientras que su compañera habla de las cosas en común que comparten los profesores del Instituto que además son exalumnos: “Siento que tienen mucho orgullo de haber pertenecido a esta institución, como que resaltan esos valores y tienen ese espíritu damaseño que tenemos todos”.
“Yo digo que para explicar lo que es este colegio uso la palabra ‘centrípeto’, como que todo aquel que es damaseño está buscando la oportunidad de volver, creo que mucho tiene que ver con eso. Las amistades se mantienen en el tiempo después de egresar y los padres quieren que los hijos vengan a este colegio”, interviene el Coronel Vilarullo.
A la hora de hablar sobre los valores que intenta transmitir el Dámaso, Lucía dice: “Va mucho por el lado de la fraternidad y el respeto, más que nada. Quizás uno en un colegio común no está acostumbrado a estar mucho con coroneles, con militares, entonces va también por el lado del respeto, porque las figuras de autoridad son otras. El tema de la fraternidad se mantiene y se mantienen los lazos en el tiempo. La disciplina también”.
“Va en esa dirección -agrega el director del Instituto-. La pertenencia y la hombría de bien creo que son los dos grandes valores. La hombría de bien conlleva la lealtad, la amistad y el ir juntos por un camino determinado, el camino de la vida”.
La vicepresidenta en el Dámaso
En su visita al colegio, a fin del año pasado, en el acto de cierre de curso, la propia vicepresidenta habló en el patio del Dámaso Centeno. La presidenta del Senado comentó que desde su graduación, en 1992, no había regresado al lugar, pero que continuaba manteniendo relación con muchos de sus compañeros a los que seguía viendo. En esa ocasión, Villarruel repasó lo que para ella eran “los valores damaseños”, que aseguró que seguía conservando: “Amor a Dios, a la patria, a la familia, la fraternidad y la lealtad con nuestros pares y nuestros amigos y la búsqueda de la verdad y la justicia”.
“Este colegio nos hace buenas personas. Voy a tratar desde mi puesto político de honrar los valores adquiridos aquí”, concluyó la vicepresidente.
Alguien que estudió en el Instituto Social y Militar “Dr. Dámaso Centeno” en el mismo tiempo que la actual vicepresidenta contó a LA NACION que, en aquel entonces, ella tenía un grupo de cuatro o cinco amigas que no se integraban mucho al resto de la división, pero que se notaba que era muy inteligente. “La veo hoy que es inteligente y eso se notaba en las calificaciones, en las pruebas”, dice esta persona que fue contemporánea de la vicepresidenta en la institución y añade una anécdota: “En un momento en la materia Historia se hizo como una especie de juicio a Domingo Faustino Sarmiento y ella fue la defensora del prócer. Allí ya se manifestaba su veta de abogada, que sería su vocación”.
“Era una excelente alumna. Brillante”, sintetiza Fabiana Paiva, que que hoy enseña Historia y trabaja la biblioteca del Dámaso, pero fue docente de Villarruel en quinto año de la materia Teología, que hoy ya no está en la currícula.
El director del Instituto, que además de militar es Licenciado en Educación, cuenta cuál es la sensación de que una de las exalumnas del Dámaso haya alcanzado el puesto de vicepresidente de la Nación: “La verdad que es motivador. A mí me entusiasma mucho porque eso es lo que le da prestigio al Colegio ¿Qué le dio el colegio al medio? Le dio una vicepresidenta, le dio dos alumnos que cambiaron la música (García y Mestre), quiero creer que en el mundo. Porque en la Argentina fue una revolución cultural y me gusta creer que en el mundo también”.
El mural de Sui Géneris
Con relación estos dos últimos exalumnos ilustres, ambos egresados en 1969, en abril de este año, en una de las paredes interiores del Dámaso Centeno se inauguró un mural en homenaje a Sui Generis. En él, el artista Osky Di Biase plasmó la imagen de un Carlos Alberto ‘Charly’ García y un Carlos Alberto ‘Nito’ Mestre en sus tiempos de juventud en que integraron el legendario dúo musical. La obra fue donada al Instituto por el fan club de Sui Generis y en su inauguración estuvo Nito Mestre. Ese día, el músico protagonizó un momento emotivo cuando cantó con la banda de estudiantes que forman parte del taller de Rock que tiene el colegio. El momento quedó eternizado en un video que se viralizó en las redes sociales.
En referencia a los integrantes del emblemático grupo que compuso “Aprendizaje” y “Canción para mi muerte”, el coronel Vilarullo revela uno de sus sueños: “Me encantaría que Charly García viniera para el próximo 5 de septiembre, que se cumplen 50 años de la despedida de Sui Generis”.
Otra de las personalidades de la Argentina que pasó por las aulas de esta institución es la cantante Hilda Lizarazu, quien también volvió a visitar el colegio, en octubre del año pasado, para el día del exalumno. En una grabación para el Instituto, la intérprete, que estuvo en el colegio como pupila, dialoga con Nito Mestre sobre lo que le dejó su paso por este lugar: “Me hizo muy independiente y me hizo ser quien soy y estoy agradecida por eso”.
Por su parte, en la misma conversación, Mestre comenta: “El Dámaso para mí era duro, pero con el tiempo vi que esa cosa estricta que a nosotros nos hizo ser más rebeldes, esa mescolanza nos hizo ser Sui Géneris, nos hizo ser versátiles”.
En la lista de otras figuras destacadas que concurrieron al Dámaso se puede añadir al fiscal Carlos Stornelli, el geólogo y oceanógrafo Carlos Gómez, el padre “Pepe” Di Paola, la periodista Fernanda Iglesias y Monseñor Pedro Cannavó, que estudió en el nivel secundario del Instituto y luego fue también su capellán. En junio de este año, este exalumno damaseño fue nombrado por el Papa Francisco como Obispo Auxiliar de la ciudad de Buenos Aires.
En este sentido también se debe mencionar la figura, destacada por alumnos y exalumnos, del capellán histórico del Instituto, Raúl Perrupato, que actualmente, con 92 años, continúa concurriendo a la institución.
Las manos sobre las Islas Malvinas
Más allá de su extensa trayectoria como institución educativa, uno de los orgullos que ostenta hoy el Dámaso Centeno es una obra bastante reciente. Se trata de un mural de las Islas Malvinas realizado en una de las paredes del enorme patio de la institución. Fue hecho por la artista plástica Lilita Baldi e inaugurada en el mes de abril de este año. “La obra está hecha con venecitas sacadas de cuando se renovaron las aulas, con pedazos de azulejos encontrados en el camino, porque soy una gran chatarrera, y también pedazos de espejos”, describe a este medio la autora del mural.
El componente conmovedor de esta expresión artística está dado porque, alrededor de estas islas del Atlántico Sur aparecen las siluetas de distintas manos, que pertenecen a excombatientes de ese conflicto bélico que enfrentó a la Argentina con Inglaterra en 1982. “Los veteranos enviaban por mail el molde de sus manos. Hay manos también de vecinos que estuvieron en Malvinas, como Juan Girón y Darío Clerc, y también de papás y abuelos de chicos del colegio. Con cada mail enviaban también sus historias y yo lloraba con todo. Me llegó el mensaje de la mamá de un excombatiente que su hijo había perdido las manos en la guerra. ‘No te preocupes’, le dije y entonces en ese lugar hice un corazón”, cuenta Baldi.
En el amplio patio, que por la tarde lluviosa se encuentra desierto (”en otro caso habría muchos chicos haciendo actividad física”, dice el director), también hay una estatua del Doctor Dámaso Centeno, un limonero más allá y un jardín vertical, realizado en el taller de huerta. Mientras se recorren las instalaciones, el Coronel Vilarullo cuenta que en el colegio existen distintos talleres, como el de robótica, la banda infanto juvenil, el taller literario, las olimpíadas de química y las de matemáticas.
La actividad en los talleres
El recorrido por el Instituto educativo del barrio de Caballito se extiende justamente por las aulas donde se desarrollan algunos de estos talleres. En el de rock, por caso, la banda de adolescentes que la conforman, a cargo de teclados, batería, guitarra eléctrica, armónica, voces y trompeta interpretan “La bifurcada”, de Memphis la Blusera. Concientes de la vara alta que dejó en el colegio el dúo de Charly y Nito, esta banda que tiene su proio nombre, JuSaVi, ya empieza a lanzarse a dar shows fuera de la escuela, como los que realizaron a fin de agosto en el Gavilán Bar, de Caballito y en el Centro Cultural Naville.
En otra aula, Mateo, Marcos, Lautaro, Ignacio y otros más, con el acompañamiento y la orientación del profesor Marcelo Benincasa trabajan en sus creaciones de robótica. Así, los chicos llenos de entusiasmo explican los detalles de los dispositivos que están diseñando: trabajos con impresoras 3D, tachos inteligentes que se abren y cierran con sensores, un aparato para prender y apagar luces a distancia, un servidor inteligente, sensores de ultrasonido y una mano robótica que se abre y se cierra también mediante sensores.
Un poco más allá, en un aula con gradas de madera, funciona a pleno el taller de la banda infanto juvenil. Al mando de su director, el mayor Arias, el grupo integrado por unos 31 chicos de entre 7 y 15 años toca los sones de la marcha “Fusilero de la reina”, con precisión y armonía. Los música se extiende por los pasillos y alcanza otros lugares del edificio, como el comedor o la pequeña capilla.
En la vereda, los padres ya esperan a los chicos que, después de cursar por la mañana, se quedan en la extensión horaria de la tarde. Son casi las cinco. Concluye una jornada más en el Instituto Social Militar que es un emblema del barrio de Caballito. Ese que formó a una vicepresidenta argentina y juntó a dos artistas geniales para fortuna de la música nacional. Una escuela que es orgullo de sus exalumnos y el lugar al que muchas veces anhelan regresar.
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