Fue la primera señal de que algo estaba mal; pero no pudo verlo en ese momento y necesitó otro llamado de atención para hacer algo al respecto.
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Su vida no había estado libre de altibajos emocionales y económicos. Pero, fiel a su espíritu, siempre se había mantenido firme en su convicción de no bajar los brazos y perseguir sus sueños. En ese entonces trabajaba más de catorce horas por día. Repartía su tiempo entre su cargo en una importante empresa de cosméticos, la formación en un centro de coaching ontológico y su pequeño taller de joyería.
Por esos años cobraba un buen sueldo. Tan abultado era el ingreso que percibía que, además de ahorrar, se podía dar el lujo de viajar hasta tres veces por año. Eso sí, lo hacía a través de los programas de millas y beneficios de las líneas aéreas internacionales. Y fue en uno de esos viajes que, mientras disfrutaba de unos días de descanso en Cancún, la Ciudad de México ubicada en la península de Yucatán, comenzó a sentirse un tanto extraña.
Estaba de vacaciones pero no lograba relajarse y mucho menos conciliar el sueño. Las noches se habían convertido en un estado de vigilia constante en las que contaba las horas para poder salir a despejarse en la playa del hotel. Pasaron unos días así hasta que comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza. Prácticamente le impedía realizar cualquier actividad y lo único que buscaba en ese momento era regresar a su Bahía Blanca natal para poder hacer una consulta médica. “Me dolía tanto la cabeza que sentía que me pesaba más que el cuerpo”.
El amor por viajar, un descubrimiento al azar
Criada en la ciudad de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, Bárbara Mc Coubry (45) recuerda una infancia feliz hasta sus diez años, cuando se separaron sus padres y comenzaron los problemas económicos. Su padre, ingeniero agrónomo, tenía un trabajo estable en tanto que su mamá llevaba adelante un reconocido y exclusivo negocio de ropa para mujeres que supo tener una fiel clientela en sus mejores años de existencia.
El distanciamiento de sus padres la marcó para siempre. Antes de finalizar sus estudios en el colegio de monjas al que asistía, se propuso generar sus propios recursos. De hecho, durante los últimos años del secundario, comenzó a llevarle los libros contables a un conocido de la familia. Y viajaba con bastante frecuencia a la ciudad de Rosario, donde se había mudado su padre, para ayudarlo en algunas de sus tareas y, además, tener su propio dinero. Más adelante estudió economía y luego derecho.
Fue en esos viajes relámpago en los que visitaba a su padre que descubrió la increíble sensación de libertad que sentía cada vez armaba su bolso o pequeña valija y cambiaba de destino, al menos por unos días. “Viajando encontré mi felicidad. No siempre tuve los medios para hacerlo, pero sin embargo me la ingenié”.
Su aventura comenzó a los 17 años, cuando deseaba conocer las Cataratas del Iguazú, en la provincia de Misiones, Argentina. “Como mi familia no podía llevarme, ni solventarme el viaje, con unas compañeras del colegio armamos un viaje de estudios y vendiendo rifas, huevos, tortas y muchas otras cosas más, hicimos ese maravilloso viaje”. Luego, con los años, quiso seguir conociendo diferentes lugares y trabajaba solo para viajar, esa era su meta. “Hice de todo. Recuerdo algunas cosas y hoy me dan risa. Llegué a juntar tapitas de Pepsi y revisar junto a tres amigos todas las bolsas de basura de los edificios y de la Av. Córdoba en la ciudad de Buenos Aires para poder canjearlas por pasajes de avión”.
Sin auto, pero con chofer
Años más tarde, y luego de haber perdido uno de los tantos empleos que tuvo, aplicó para entrar a trabajar una reconocida empresa de cosmética. “Uno de los requisitos para hacerse del puesto, era tener auto. ¡Y yo no lo tenía! Pero deseaba con todas mis fuerzas entrar a la empresa. Lo logré y para cumplir con lo pedido contraté a una amiga para que me llevara y me trajera por donde hiciera falta. Lo mismo hacía con mi papá. ¡No tenía auto, pero tenía chofer! Dos años después de estar en la empresa pude comprarme en cuotas mi propio cero km”.
El incremento salarial gracias al buen desempeño que mostraba en sus funciones, le permitió a Bárbara viajar por todo el mundo. Y fue en marzo de 2018, mientras se encontraba de vacaciones en Cancún, que un fuerte dolor de cabeza la obligó a volver a la Argentina y hacer diferentes consultas con especialistas hasta lograr saber qué la aquejaba.
Le diagnosticaron Síndrome de Graves Basedow, un trastorno autoinmunitario que lleva a hiperactividad de la glándula tiroides (hipertiroidismo). Entre otros síntomas, y como le había ocurrido a Bárbara, puede generar alteraciones en el sueño, ansiedad e irritabilidad, temblores leves en manos o dedos, fatiga y latidos del corazón acelerados o irregulares. “Me dieron una licencia prolongada y me recomendaron un cambio en mi forma de vida. Era necesario pero yo todavía no estaba lista para entenderlo. Hasta ahí trabajaba catorce horas por día, fines de semana incluido. Y tal era mi negación que, el día que me dieron el alta, volví a conducir para cumplir con mi trabajo y volqué en un camino. Por suerte a mí no me pasó nada pero, mi auto no sirvió más”.
La mañana del accidente, mientras se maquillaba para partir hacia el trabajo, Bárbaro supo que algo le iba a suceder. Lo sintió en el cuerpo. “Creo que estaba muy estresada y necesitaba frenar un poco. Como no pude verlo a través de la enfermedad, el universo se encargó de mostrarme las cosas de otra forma para que comprendiera que necesitaba frenar un poco, bajar un cambio y empezar de nuevo”.
“Necesitaba frenar un poco”
Sin auto y enferma, sus ganas de seguir viajando no se vieron afectadas. Nada la detuvo y decidió conocer Tailandia. “Volví renovada, pensando en las nuevas posibilidades que me daba la vida. Ahí fui por todo y gracias a mi trabajo, en uno de los sorteos de fin de año, gané en mi empresa el auto 0 km! Eso me permitió vender el mío y seguir viajando”.
Con muchísimo esfuerzo fue por más. El objetivo ahora era cumplir el sueño de su vida: ir a un mundial de fútbol. “Hice de todo, una vez más. Vendí pulseras, tortas, desayunos y además seguía trabajando en la empresa. Junté el dinero, cambié millas, publiqué un aviso en Facebook buscando compañeros de viaje. Y finalmente llegué Rusia para cumplir un sueño más”.
La experiencia la llenó por completo y quiso ir por más. Se propuso una nueva meta: conocer 50 países antes de sus 50 y, por supuesto, viajar al mundial de Qatar. “Los 50 países quedaron un poco lejos porque la pandemia hizo lo suyo. Pero en noviembre, si todo sale bien, estaré en Qatar y conociendo mi país número 29. Viajar es sin dudas la mejor medicina para el alma. Y se puede hacer sin ser millonario, solo hay que poner las energías en lo que uno desea”.
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