Estamos en un hotel boutique superexclusivo a orillas del Pacífico. Aquí, la contraseña del wifi es freeyoursoul, hay clases de yoga todos los días y las duchas de cada habitación están al aire libre. Sí, son privadas e imposibles de franquear, pero no tienen techo; total, hace calor todo el tiempo y la consigna es sentirse libre. A El Gordo le tocó una suite que incluye deck con vista al mar, camastro para disfrutarlo y una minipileta que se parece a un jacuzzi. Está en su salsa. El video que publicó en Instagram hizo enloquecer a sus seguidores. Se siente como pez en el agua: inundado de hedonismo para disfrutar y dar a conocer.
Víctor García no es gordo ni chef. Pero sí la cabeza, el corazón y el estómago que está detrás de El Gordo Cocina, la cuenta de Instagram que, con casi medio millón de seguidores, es pionera en divulgar en nuestro país lo que ahora se define como comfort food, pero que todos conocemos como comida casera: de preparación sencilla, sabores nobles e ingredientes accesibles.
Víctor nació en Caracas hace 38 años y llegó a Buenos Aires hace 10. Según cuenta, siempre le gustó cocinar. Guiado por su deseo y la insistencia de sus amigos, en junio de 2015 abrió una cuenta en la red social dedicada al placer y a la imagen "para compartir lo que hacía". De a 10.000, los seguidores aumentaban y, al cabo de un año, dejó su puesto en marketing de una multinacional para dedicarse todos los días a cocinar, fotografiarlo y publicar el producto final. "Hoy, El Gordo es una cuenta en crecimiento que busca ser cada vez mejor: incentivarme yo e incentivar a la gente a cocinar y comer rico", me explica mientras esperamos en el lobby.
En este viaje de prensa a las playas del norte de Perú somos invitados por el Ministerio de Turismo del país andino. Participo en representación de un diario tradicional. Completan la comitiva un subeditor de mediana edad que trabaja en un bisemanario, una periodista que es parte del periódico que mayor circulación tiene fuera de la Capital Federal y El Gordo. Durante los seis días de estadía, me carcome una duda: ¿qué es lo que hace que un aficionado a la comida se convierta en un influencer: aclamado por seguidores, requerido por empresas y restaurantes, convocado por embajadas y gobiernos?
Huevos revueltos de aspiraciones
Amanecemos antes de las siete. En general, desayunamos juntos, pero hoy no. El Gordo quiere testear los escenarios con vista entre el mar y el verde selvático del último resquicio de los Andes sobre los que está emplazado este hotel. Observa fondos, tamaños de plano y la dirección de la luz.
Finalmente, un video muestra sus pies enfundados en chancletas de conocida marca alemana que se desplazan hasta llegar a "su mesa". En ella, sobre la playa, descansan una ensalada de frutas, jugo recién exprimido, huevos revueltos, café con leche, pan casero y algo de queso. ¿El detalle? Sus Ray-Ban negros, casi como una firma, junto al banquete, y una leyenda simple: "Ya fue, chicos... me quedo acá".
Uno de sus recursos es interpelar. A veces, un paisaje despampanante, su mano sosteniendo un trago y una pregunta: "¿Ustedes bien?" Otras, el epíteto "chicos" porque sabe que lo siguen más varones que mujeres. De hecho, en el Aeropuerto de Ezeiza soy testigo de su pequeña porción de fama cuando un pibe sub-30 lo saluda desde lejos al grito de "maestro". El Gordo le devuelve el gesto con un movimiento de mentón y una media sonrisa. Elegante y discreto porque lo grotesco se ve por tele.
Uno de sus recursos es interpelar. A veces, un paisaje despampanante, su mano sosteniendo un trago y una pregunta: "¿Ustedes bien?" Otras, el epíteto "chicos" porque sabe que lo siguen más varones que mujeres.
Para él, la clave de su comunicación es... él mismo. Tener claro qué decir y ser cuidadoso en cómo hacerlo. Por eso, no terceriza ni recibe asistencia. Tampoco usa publicadores automáticos ni aplicaciones que permiten programar contenido. De tan digital que es, a tan artesanal y personalizado en su forma de hacerlo, siempre atento a su timing e intuición. Otra clave, que repite como un mantra y suena a clisé: tener una historia para contar.
La suya no parece tener muchos sobresaltos. Estudió comunicación en Venezuela y llegó –tras varios años de trabajo en agencias y empresas– a la Universidad de Palermo para hacer un posgrado en contenidos digitales. Relacionado desde el comienzo con el mundo 2.0, se autodefine como un nativo digital que fue protagonista del desarrollo y la explosión de internet.
Cuando me preguntan cuál es el secreto les digo: «Boludo: te tiene que gustar».
Más que simpático, Víctor es empático. Quiere que le digan gordo, aunque en su holgado metro ochenta asomen, mucho menos que una panza, apenas unos rollitos de más. Algo desgarbado, va por la vida con un look que mezcla camisas de manga corta, colores chillones y estampados de frutas o gatitos, con gorras de skater y un aro expansor en la oreja izquierda. Entre urbano y caribeño, algo no cierra. No le gusta el agua: ni de mar ni de pileta, y tampoco el sol.
Lo que sí, ama la comida. Y casi siempre necesita estar en contacto con ella, aunque sea lejos de la comfort y cerca de la multiprocesada. Mientras paseamos suele comprar gaseosa, snacks o café cosmopolita con mucha crema.
La tierra prometida
Es casi mediodía y el sol pega fuerte. Nos toca visitar un paseo artesanal en Catacaos, una ciudadela en las afueras de Piura. Según nos cuentan, lo más característico de acá son los sombreros de paja toquilla, cuya confección se traslada de generación en generación, la platería y los tejidos hechos a mano. El guía, piurano orgulloso, quiere darnos una hora para recorrer la zona, pero a El Gordo le parece mucho. Por eso, al bajar de la combi, se le acerca y casi al oído le advierte: "Con media hora estamos bien, no es tan grande el lugar". Luego, se encargará de aclararnos a los periodistas que viajamos con él que nada del paseo le gustó. Ni las artesanías ni las joyas ni el calor.
Entre las cosas que sí le fascinan está Israel; un país en guerra, pero ultratecnologizado que conoció, junto con 16 instagramers latinoamericanos, tras una invitación que le hizo el gobierno israelí. En la delegación, había otra compatriota: Tefi Russo, más conocida como @inutilisimas y que, con más de 450.000 seguidores, se define por la negativa: "No enseño a cocinar (...) No soy chef. Soy una cocinera caradura". Sin embargo, ya tiene dos libros publicados. Algo que El Gordo tiene previsto hacer en junio de este año, cuando en nuestro país se celebra el Día del Padre.
Con Tefi son amigos. De eventos y un poco más. En Israel fueron protagonistas de varios saltos de programa que al ser recordados lo entusiasman. "Es la única democracia de Medio Oriente. Allá podés ser ciento por ciento libre si no molestás al que tenés al lado". Mientras recuerda la zona costera de Tel Aviv, los mercados de Jerusalén o el Santo Sepulcro no siente nostalgia. ¿Será porque es el país que tiene el salario mínimo más alto de Asia? La tierra prometida de las oportunidades y el buen vivir, porque además de la inmensa cantidad de productos alimenticios que probó (y compró), El Gordo no puede olvidarse de las fiestas en las que estuvo.
Servicio de lujo
Cuando nos sentamos a la mesa, El Gordo es el primero en servirnos la limonada que pedimos en jarra y siempre asume el liderazgo, tanto de las conversaciones como de las acciones. Antes que nadie pregunta qué vamos a hacer y de cuánto tiempo disponemos. Como en su comunicación virtual, en la vida real se rige por la economía de recursos y la eficacia. En general, sus conversaciones versan sobre tres tópicos: comida, comunicación y consumo. Los pilares, junto consigo mismo, de su proyecto en internet.
Es sábado y atardece. Estamos en un diminuto aeropuerto del Perú profundo. Llegamos con demasiada anticipación y todavía no podemos hacer el check in. Tenemos que esperar de pie porque no hay sillas para todos. El Gordo necesita una casa de cambio para deshacerse de los últimos soles que le quedan, pero no la encuentra. Parece que la espera, el día y el viaje no terminan más. Cuando en el cielo ya no quedan rastros de luz natural y estamos en la zona de preembarque, El Gordo lee los comentarios de sus seguidores mientras engulle unos maníes salados. Con la metódica paciencia de responder a todos, parece abducido por la pantalla de su celular. De repente, su metro ochenta de estatura se levanta. Unos minutos después vuelve: "Conseguí imán para llevarme a casa". Es un rombo amarillo, cuyo diseño remite al de las señales de tránsito, con ribete negro, el dibujo de una llama y la palabra Perú. Tan cerca del regreso, finalmente encontró la razón de ser de este viaje.
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