Su técnica para robar no era muy original. Se hacía un grupo de amigos y elegía al más ingenuo de la manada para hacerse compinche. Iba a la casa, memorizaba los horarios de entrada y salida de la familia, hacía copia de las llaves y entraba a desvalijar cuando no había nadie. A mediados de los 80, Xavier Dphrepaulezz tenía actividades de gánster part-time: de día se hacía pasar por estudiante de música de la Universidad de Berkeley; se colaba en las clases y copiaba las escalas que aprendían sus compañeros. De noche vendía crack en las calles de Oakland, pero el traje de traficante no le quedaba. "Una vez, le compramos armas a una pandilla y después vinieron a reclamarlas, junto con el resto del dinero. Me pegué tal susto que al día siguiente estaba fuera de todo eso", se sigue acordando. Tenía 19 años.
Ese adolescente hoy se hace llamar Fantastic Negrito y es uno de los músicos más renovadores del blues contemporáneo, aunque su propuesta excede al blues, porque mezcla funk, rock, boogie, punk, góspel, hip hop y rhythm & blues, con influencias que van desde los padres de la pentatónica, como Robert Johnson, Skip James, R.L. Burnside y Chuck Berry, hasta Parliament Funkadelic, David Bowie y Nina Simone. Sus dos últimos discos, The Last Days of Oakland y Please Don't Be Dead, recibieron un Grammy cada uno. La novedad es que se embarca en una gira sudamericana que lo trae a Buenos Aires el 21 de marzo próximo, con un show en La Trastienda y otro el 23 en Córdoba.
El tándem infierno-resurrección siempre tiene buen gancho cuando se cuenta la historia de un músico. Hay un morbo especial en eso de saber cuánto polvo mordieron los ídolos antes de florearse en la alfombra roja del reconocimiento. Cuanto más bajo se cae, más heroica es la remontada. El caso de Fantastic Negrito es un cliché perfecto, porque este hombre realmente la tuvo difícil desde el vamos. Nacido el 20 de enero de 1968 en un hogar pobre de 15 hermanos, en una zona rural de Massachusetts, hijo de un somalí musulmán con pocas pulgas, Xavier se mudó a Oakland, California, a los 12. Allí durmió en el auto de su primo y comió lo que había en la basura.
Un pandillero part-time
Lo que encontró Xavier en la San Francisco Bay Area no fue el sueño soleado de Barton Fink en la Costa Oeste, sino un nido de pandillas que copaban la ciudad a la caída del sol. Una epidemia de crack había tomado esos suburbios a principios de los 80, pero la zona también era un hervidero de buena música (hip hop, punk, trash metal, pop, hair metal), en donde se podía ir a ver en un mismo fin de semana a RUN DMC, Prince, MC Hammer, Souls of Mischief o Tony! Toni! Toné!. "Todos vendíamos drogas y andábamos con pistolas encima",le confesó al diario inglés The Guardian. Ahora le cuenta su historia a LA NACION revista en un reportaje telefónico.
–Tuviste una vida dura, problemas de drogas y un accidente de tránsito muy grave, que te dejó en coma durante casi un mes…
–(Interrumpe) Nunca consumí drogas, sólo las vendía.
–¿Qué te acordás de esa época de tu vida?
–Esos recuerdos siempre salen a la luz en mi música. Cuando compuse The last days of Oakland me sumergí en esas memorias, del mismo modo que en Please Don´t be Dead me metí con la vivencia del coma. Escribí canciones como "Working Poor", "Plastic Hamburgers" y "Transgender Biscuit"s, que me hicieron revivir esa época. Siempre pienso mucho en la línea del bajo para transmitir esos momentos difíciles.
–¿Por qué el bajo?
–Te propongo algo: escuchá el bajo en "Bud Guy Necessity" (se pone a cantar muy grave durante un rato largo): vas a pensar en políticos, en vendedores de drogas. Es la cadencia de los traficantes mientras caminan las calles buscado clientes. Ellos son los que nos mienten, los que destruyen la comunidad y me hicieron mierda a mí también. En esa época también fui uno de ellos. El tema es que las sociedades necesitan un bad guy -"chico malo"-, de eso se trata la humanidad.
El tobogán del infierno
El susto que se pegó cuando una pandilla de traficantes de armas casi lo asesina a sus 19 años no fue lo que le hizo dejar esa vida. Fue la música, más precisamente el tercer álbum de Prince , llamado Dirty. "Ese disco cambió todo para mí", admite. Tan fascinado quedó que lo único que podía hacer era pasarse día y noche sacando las canciones de oído. La faceta de autodidacta se iba completando con la teoría musical que había robado en las clases de la Universidad. Sin pensarlo demasiado se mudó a Los Ángeles con lo que llevaba puesto y un demo en un casete. El problema fue que en L.A. sólo se escuchaba gangsta rap. Había llegado a la ciudad equivocada en el momento equivocado.
–¿Es cierto que sos un autodidacta de la guitarra y que después del accidente de tránsito tuviste que aprender a tocar de nuevo?
–Realmente no sé si todavía aprendí a tocar la guitarra (risas). Y sí, tuve que ingeniármelas para tocar distinto después del accidente, tanto la guitarra como el piano. De todos modos nunca me sentí un virtuoso. Me veo como artista más que músico. Con los instrumentos lo que hago es loopear partes que me gustan de lo que toco en el bajo, la guitarra y el piano, y después uno todo, como un collage. Me siento un hijo del hip hop (ellos hacen un collage parecido) pero no soy un artista de hip hop. Trabajo con lo que tengo. A veces perdés un poco pero siempre ganás algo.
En 1996, un caddie que trabajaba en el Bel Air Country Club de Los Ángeles le entregó en mano a Joe Ruffalo, manager de Prince, un casete de su amigo Xavier. A Ruffalo le gustó el material y ayudó al joven músico a sacar un disco de neo soul que se llamó The X Factor, publicado bajo el nombre de "Xavier". El álbum pasó sin pena ni gloria pero le sirvió para meter algunas canciones en series de tevé y cine, y colaborar con bandas que nadie se acuerda. Así de planchado parecía el futuro cuando, en la noche de Acción de Gracias de 1999, todo quedó patas para arriba: su coche fue embestido por un conductor borracho y Xavier quedó con brazos y piernas destrozados, en coma durante cuatro semanas. Cuando despertó, el sello Interscope, que lo había fichado en 1993, le había cancelado el contrato.
Sin poder tocar ni caminar, luego de meses de terapias contra el dolor, tuvo que volver a lo que mejor le salía: ser estafador part time. Para eso acondicionó su casa en Los Ángeles y la transformó en un club nocturno clandestino. "Había strippers, una bañera con hidromasaje en la terraza y bandas de punk y blues; todo lo que siempre imaginé", explicó en una entrevista a la revista Wired. Aquello funcionó un tiempo, hasta que la policía empezó a tocarle el timbre bastante seguido y Xavier tuvo que bajar la persiana del local.
El blusero de Bernie Sanders
Lo siguiente fue vender sus instrumentos, abandonar Los Ángeles y mudarse a una granja en las afueras de Oakland, en donde se puso a plantar y vender marihuana. "Básicamente era la misma vida de estafador, pero más segura. Hacer música y estafar es todo lo que sabía hacer", le dijo a Wired.
Los meses se repetían sin novedad hasta que, una tarde, le quiso enseñar a su hijo un par de canciones de los Beatles con la guitarra. Le costó hacer un acorde de Sol Mayor (todavía convivía con los dolores del accidente), pero lo logró y su hijo, que estaba con un berrinche, dejó de llorar. Xavier entendió que quería volver a la música, pero sus manos habían quedado muy mal después del accidente y lo aterraba no poder tocar la guitarra ni el piano como antes.
Entonces se inventó una pantalla para regresar a las pistas: instaló una especie de "galería de arte" que, cuenta, "tenía camareras desnudas y mujeres francesas de 80 años que hablaban sobre la ocupación nazi". Para que nadie lo viera, él tocaba el piano atrás de una cortina y probaba nuevas canciones.
Lo que viene después son los años de redención. En 2015 ganó un concurso en una radio de escucha nacional y en 2016 el candidato a presidente por los demócratas, Bernie Sanders , se lo llevó de gira proselitista por todo el país, enamorado de la canción "Working Poor". En uno de los conciertos, los medios locales informaron que Xavier fue atrapado por gente de seguridad queriendo revender entradas de su propio show.
También en 2016 lanzó The Last Days of Oakland y ganó el Grammy a Mejor álbum de blues contemporáneo. Su siguiente disco obtuvo un segundo Grammy el mes pasado, en la misma categoría. Actualmente, anda subido a una gira mundial que, además de Sudamérica, también lo llevará a Europa y Oceanía.
–¿Ganar un Grammy tuvo un significado especial para vos después de todo lo que pasaste?
–Fue un honor ganarlo las dos veces, pero tengo claro que no puedo dejar que un Grammy controle de ningún modo mi proceso creativo. No podés creértela, porque cuando pisás el estudio de grabación solo tenés que pensar en tu música: que sea bella, que sea pura, fuerte, real. Nunca pensé en los Grammy hasta que estuve nominado y tampoco ahora va a condicionar mi forma de componer.
–¿Estás trabajando en un nuevo álbum? ¿Te interesa producir otros músicos?
–En este momento estoy metido en toda una búsqueda dentro del blues y las black roots. Mantengo mi cabeza ocupada con música todo el tiempo. Siempre me produje yo mismo y estoy armando un compilado con artistas que me gustan.
–¿Quienes son tus ídolos?
–Uff (risas)… Son muchos, pero creo que el primero de todos fue Robert Johnson, porque pienso que es alguien al que podés escuchar toda tu vida y seguir descubriendo cosas nuevas. También Skip James, Leadbelly, Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Richard, David Bowie, Chuck Berry, Kendrick Lamar, Nina Simone, yo escucho todo…
–¿La música te salvó la vida?
–Mi vida tuvo muchas cosas negativas y pude convertirlas en cosas positivas y útiles. Es el modo que encontré de salir de la mierda. Y también volver a quedarme en Oakland, lejos de Los Ángeles. En Oakland encuentro la fuente y la energía de mi música, que es el canal para comunicar lo que vivo y lo que siento.
–En los últimos Grammy fuiste elegido como uno de los artistas mejor vestidos de la ceremonia ¿Cuál es tu relación con el mundo de la moda?
,Mi relación con la moda es agarrar porquerías y convertirlas en cosas lindas. Soy fan de reciclar. Crecí siendo muy pobre y sigo siendo pobre. Me gusta reinventar lo que no se usa. Lo llamamos upcycling (que no es lo mismo que reciclar) y consiste en reimaginar materiales para convertirlos en algo nuevo. Siempre elijo a diseñadores locales, que son mis amigos. Además, la ropa que uso me hace componer de un modo distinto y captura mi estado de ánimo a la hora de escribir música.
–¿Alguna vez pensaste qué hubiese sido de tu vida si no eras músico?
Creo que si no elegía ser músico hubiese sido abducido por extraterrestres. Realmente lo pienso. Los extraterrestres claramente ven que yo no soy de este mundo, lo saben. Somos todos de las estrellas. Si no hubiese sido músico y cultivador de marihuana, habría desparecido para convertirme en una estrella más en el cielo.
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