Desde el comienzo, Ana Mazzeo tuvo claro a dónde quería llegar. El camino tuvo muchos traspiés, pero las oportunidades aprovechadas sabiamente la llevaron al cenáculo empresariado italiano según Forbes y Fortune
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Ana Mazzeo nació en Córdoba, el 5 de Diciembre de 1980. Mamá María Cristina y papá Emilio eran profesores de educación física. Su infancia estuvo teñida de clubes de verano, campamentos y pista de atletismo, la misma que lleva hoy el nombre de su abuelo Coco Mazzeo. Con su hermano Juan Cruz, dos años mayor, iban siempre juntos a todos lados. Cuando tenía 6 años sus padres se separaron y ahí su vida cambió para siempre. “Mi papá se volvió a casar -relata Ana- y nacieron mis dos hermanos Matías y Florencia, a partir de ahí él se dedicó más a su nueva familia, nunca se olvidó de nosotros y estaba presente como podía, pero mi cotidianidad era con una mamá joven y sola que trabajaba todo el día para mantenernos y darnos lo mejor que podía”.
Al separarse vendieron la casa y ella se fue a vivir a una casona vieja en Argüello, un barrio lleno de casas quintas, un poco abandonadas, un barrio humilde de gente trabajadora. Fue un cambio bastante grande al que le costó adaptarse, tal vez por eso, desde chica le dijo a su mamá que se iba a ir a vivir al exterior. A pesar de que su situación económica no era de las mejores, María Cristina hizo de todo para poder darles la mejor educación a sus hijos, “habló con la directora de un colegio bilingüe privado y se ofreció a trabajar allí para obtener así una beca para nosotros -recuerda-. Era un colegio de gente que estaba muy bien económicamente y nosotros no, crecer en esta constante contradicción me dio la fuerza para saber lo que quería de grande y esas ganas locas de cambiar mi mundo y construir mi historia”. Cuando Ana tenía 8 años su mamá le hizo el pasaporte italiano porque su papá, el nono Mario, había nacido en Sicilia. “Inglés y pasaporte italiano fueron las dos cosas que me cambiaron mi vida”, confirma.
Fue escolta de la bandera en la escuela secundaria gracias a sus buenas notas, ganadas con dedicación y en contra de su conducta “siempre decía lo que pensaba y me imponía. No era la más inteligente pero nunca me daba por vencida”, sentencia. Amó su tiempo allí, a pesar de sentirse menos que sus compañeros: “mientras ellos se iban a Disney de vacaciones, nosotros nos íbamos en carpa a pocos minutos de casa, a algún río”. Pero lo que nunca le faltó fue la personalidad. Sabía lo que quería y se esforzaba para obtenerlo. A pesar de no haber encajado a nivel económico logró hacerlo en lo social. “Todavía me acuerdo que mis amigas me pagaban la entrada al boliche -rememora-. Juntaban entre ellas la plata y me pagaban la entrada. Usaba la ropa de todas ellas para salir”. Siente una enorme gratitud y conserva recuerdos en su medallero. “Como los fines de semana en la casa de Maru mi mejor amiga, domingos en su mesa con su familia mientras mi mamá estaba de viaje y mi papá se ocupaba de su nueva familia”.
La vuelta de campana
Eran tiempos duros en casa. A veces comían arroz durante una semana, no tenían calefacción ni aire acondicionado y Ana aún se acuerda del día en que compraron su primer televisor en cuotas, lo mismo que el primer equipo de música. “Por entonces soñaba con ser cantante -recuerda-. La vida me enseñó a esperar, a desear cosas que nunca llegaban y a tener hambre de crecimiento y de volar alto”. El Colegio también le dio la posibilidad a los 14 años de ir a Minnesota donde vivió con una familia norteamericana por un mes. A los 16 volvió a ir a la escuela pero allá. Fue cuando se dio cuenta de que amaba viajar, las diferentes culturas, los idiomas, quería conocer el mundo. Y así lo hizo, “por trabajo y por placer -explica- he estado en India, Egipto, Thailandia, Camboya, muchos otros lugares de Estados Unidos, España, Reino Unido, Alemania…”
Siempre le dio un poco de vergüenza lo que tenía y no quería que nadie visitara su casa. “Hoy pienso todo lo que hizo mi mamá por mí y me da vergüenza haber sido tan tonta”. A los 16 tuvo su primer trabajo, tuvo que mentir la edad para vender ropa en un negocio en una feria. Ya soñaba con un futuro mejor. “Me hice grande muy chica, crecí de golpe y le di para adelante -afirma-. A veces no tenés tiempo de preocuparte o de preguntarte mucho, simplemente hay que sobrevivir y hacés lo mejor que podés con lo que te toca”.
Quería estudiar Relaciones Internacionales, pero la opción era sólo en una universidad privada que no podía pagar. Se anotó en la escuelita de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Córdoba. Era gratis y ser periodista era algo que le salía bastante natural. Amaba escribir y comunicarse con las personas. Mientras estudiaba empezó a trabajar en una empresa de impermeabilizantes. A los 19 años ya se había convertido en responsable de coordinar los proyectos que la compañía tenía en California. Empezó a viajar. Era un mundo totalmente nuevo. “Mi jefe me enseñó con su método exigente que todo lo que quería podía obtenerlo si insistía”, aporta. Mientras tanto, en esos 4 años en que trabajó para él entre Estados Unidos y Argentina, cursó las clases nocturnas en la universidad.
Hizo 5 años con un promedio altísimo, pero cuando estaba por recibirse se ganó una beca para hacer un curso en Padova, Italia, “era un proyecto pensado para las terceras generaciones de italianos que se habían ido a Argentina y Brasil”. Se postularon 700 y ganaron solo 7. Renunció a su trabajo y empezó una nueva aventura. Esta vez sabía que no iba a volver. Tenía 23 años cuando se fue.
Ya en Italia consiguió un trabajo en una empresa de Inglaterra que tenía sede en Barcelona y se mudó para España porque Padova no la convenció para quedarse a vivir, necesitaba una ciudad más cosmopolita. Luego de un año en Barcelona trabajando en ventas telefónicas, la llamó un head hunter y le ofreció un trabajo en Milán para una empresa que en ese momento tenía todo el management Argentino, se llamaba HSM. Su primer rol fue como vendedora junior. “La llegada a Milán no fue nada fácil, no hablaba italiano, no conocía a nadie, tenía unos 500 euros en el banco y una valija llena de sueños -recuerda-. Pero estaba lista para empezar otra vez una nueva vida”.
Empezar de cero, otra vez
Fue partir literalmente de cero en todo. Conocer la ciudad, hablar el idioma, hacer amigos, desarrollar el database de clientes. Iba a ser la segunda edición del World Business Forum de Milán (este año llegó a la edición número 21). El primer año le costó porque venía de una realidad mucho más grande en España y también el idioma que, aunque parece similar, hablarlo bien como para poder negociar un contrato es otra cosa.
Empezó a trabajar en el mundo del lujo a los 26 años, “vendía barcos divinos en lugares divinos -afirma-. Pasaba mis días en Capri, Montecarlo, Costa Azul, Sicilia.. pero fue justo en el 2008-2009 que él sector del lujo sufrió una crisis muy profunda. La empresa cerró y por necesidad económica volví a HSM en marzo del 2009. Fue volver a empezar, volver a hacerme valer, empezar de cero una vez más”. Esta segunda parte sí fue buena: empezó a cerrar contratos importantes, ya hablaba bien italiano, conocía el mercado, tenía más confianza en sí misma. En el 2013 fue nombrada directora de ventas, unos años más tarde directora de desarrollo internacional manejando el mercado de Alemania, Reino Unido, España e Italia. Y finalmente en el 2022 llegó al puesto de Directora General de las oficinas en Italia.
Fácil nunca es
Asegura que enfrentó todos los retos imaginables: “empezar de cero muchas veces, ser mujer en un mundo masculino, ser muy joven en un universo de adultos, decir siempre lo que pienso y no ceder por miedo. Pero cada desafío me hizo más fuerte, me dio más convicción sobre lo que quería para mi vida, me dio más fuerza para seguir adelante y cambiar el curso de mi historia”.
En el 2013 se inscribió en el Politécnico de Milán para hacer un Master in Business Administration que duró dos años y se recibió embarazada con el máximo de los votos.
Extrañó al principio, lloró mucho. Eran tiempos sin WhatsApp y sin celular. “Sólo podía comprar una tarjeta que salía 5 euros -relata-, había que marcar millones de números y te daba 20 minutos para poder llamar a Argentina. ¡Cómo lloraba en esas llamadas! ¡Cómo extrañaba a mi mamá, a mi papá, mis hermanos, mis amigas, mi perrito... Pero sabía lo que quería y a qué había venido. Todo este sacrificio tenía que valer la pena y no estaba dispuesta a perder”.
Dedicarse a “ventas” hace 20 años era más para hombres, todos los directores generales de la empresa lo eran. Para los meetings de fin de año organizaban partidos de fútbol en Buenos Aires, viajaban de todos los países. “Todavía hoy miro esas fotos y no puedo creer qué distinto era el mundo hace solo 20 años. No había mujeres en roles altos, y no había mucho lugar tampoco para crecer. Necesitabas mucha personalidad y no tener miedo de que te dijeran que tenías carácter difícil o que molestabas porque decías lo que pensabas y no dejabas que los demás decidieran por vos. Me abrí un poco a los codazos y creo que molesté a muchos porque crecía y cada vez vendía más. Pero nunca me importó, sabía que algún día iba a llegar mi momento y sabía cuál era mi propósito”.
Personas increíbles, un marido violinista y el reconocimiento
Ha conocido a las personas más increíbles que han marcado la historia del Management mundial: Bill Clinton, Henry Kissinger, Collin Piero, Rudy Giuliani, André Agassi, Arianna Huffigton, Madeleine Albright, Francis Ford Coppola, Michael Phelps, Alex Ferguson. “Aprendo todos los días, escucho a nuestros speakers y aprendo -sigue-. Me siento un poco dueña de HSM, hoy se llama WOBI, que significa World of Business Ideas”.
Ana está casada con Aldo Cicchini, primer violín de la Orquesta Nacional Italiana de la RAI, Aldo es Uruguayo y lo conoció en Milán hace 14 años. En el 2015 se casaron en Mantova, en el norte de Italia, y tuvieron dos hijas: Sol de 8 años y Victoria de 5. “Sin el apoyo de Aldo nada sería posible -confirma-. los dos luchamos por nuestros sueños, nos admiramos y apoyamos mutuamente”.
El año pasado Fortune la nombró entre las 50 mujeres más poderosas de Italia, este año Forbes entre las 100 de más éxito en el país. “Quiero disfrutar de todo lo que logré -resume-, mirar para atrás y saber de dónde vengo y el camino recorrido. Agradecer mucho a mi mamá en primer lugar por todo el sacrificio, agradecer a mi papá que estuvo a pesar de todo y hoy descansa en paz. Estar orgullosa de mí y de como soy un ejemplo de que se puede. Sobre todo amar la vida y repetir la frase que siempre me acompañó: never, never, never give up (nunca, nunca, nunca darse por vencido)”.
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