“Cachivache que encontraba, cachivache que guardaba”, recuerda sobre su niñez; exhibe su galería de lápices en una granja aledaña a Colonia y piensa postularse para defender el premio el año que viene
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En febrero de 2017, un sobre voló desde Florida hacia la ciudad uruguaya de Colonia en un servicio mundial de encomiendas. El envoltorio era pequeño y su contenido era extremadamente liviano, de apenas unos gramos. Adentro había un lápiz de punta fina. No era cualquier lápiz: había pertenecido a Donald Trump, quien, en aquel entonces, se estrenaba como presidente de EE.UU. El destinatario era Emilio Arenas, un oriundo de la zona, de 74 años. El obsequio estaba firmado por una mujer estadounidense que había comprado el material en una subasta, para luego regalárselo a él. No era la primera vez que Arenas recibía semejante presente: en otra oportunidad le había llegado uno de Barack Obama. Antes, José Pepe Mujica lo había visitado para regalarle viejos ejemplares e incluso fueron enviados a su casa otros desde Indonesia, Tailandia y Japón. Los sobres, siempre, contenían lápices.
El primer lápiz
Recibió el primero en 1956, en un aula de colegio. “Yo estaba cursando el quinto año de la primaria y en un comercio me habían regalado un lápiz que tenía inscripta la publicidad de un arroz: ‘arroz corona el mejor carolina’. Lo llevé a la escuela. Ese día, mi maestra estaba haciendo un dictado. En una pausa, frené para sacarle punta. Ahí me di cuenta de que, de seguir, la publicidad iba a desaparecer... Entonces se me ocurrió pedirle dos lápices a mi maestra: uno, para seguir escribiendo, y el otro, para guardar”, recuerda para LA NACIÓN. Así comenzó una colección que iría cobrando intensidad con el correr de las décadas.
Se transformó en un coleccionista serial. “Me decían ‘el cachivachero’”, se ríe, “porque cachivache que encontraba, lo guardaba”. Además de lápices, juntaba juguetes, ceniceros, llaveros... Su madre se oponía bastante: “¡Me tiraba todo lo que encontraba! Yo tenía una colección de casquitos de soldados de juguete. ¡Me la tiró y me agarré una chinche bárbara..!”. Emilio no puede contener la risa mientras rememora esas escenas. Cuenta que su padre a veces mediaba en su favor: “Él le decía a mamá que nos las tirara, que quizás con eso podría llegar a lograr algo”.
En tiempo presente, Emilio adora estos instrumentos de escritura. Los ama tanto que ya lleva acumuladas 24,325 unidades. Ostenta cinco récords Guinness a nivel mundial [por ser el mayor coleccionista de lápices en el planeta Tierra] gracias a eso, y confía en que ganará por sexta vez con comodidad. En esa carrera lo persiguen dos “colegas”: uno de la India y otro de la Argentina. Con el primero, no tiene relación; con el segundo, mantiene un vínculo muy cordial. Si bien ambos son sus “escoltas”, ninguno le compite de igual a igual.
“Faber-Castell nos pagó un viaje a Alemania”
En el colegio, el pasatiempo de acumular le generó alguna que otra broma en contra. “Muchos compañeros me decían ‘pero hay que tener ganas, eh, pasártela juntando lápices...’. A ellos no les daba el ánimo para andar haciendo esas cosas. Pero a mí sí. Era mi hobby”. Emilio, que recién se iniciaba, los almacenaba en pequeñas cajas de cartón.
Fuera del horario escolar, trabajaba con su padre como repartidor de sachets de leche. Percibía un pequeño sueldo que se gastaba en... lápices. “La leche valía unos 22 centavos en aquel momento; y los lápices, 5 centavos. No era un gasto tremendo”, justifica. Con el correr de los años, siguió en la misma línea de trabajo. Tiempo después, al cumplir 80 años, su padre falleció, producto de una enfermedad. Emilio y su familia pudieron comprar la compañía distribuidora y seguir trabajando en ella, dirigiéndola. Entretanto, abrió un museo para exhibir sus “joyas”. La colección de lápices aumentaba con rapidez: adquiría, en promedio, 3 ejemplares por día.
Así durante años hasta que, en 2001, su esposa lo convenció de tomar una decisión que lo llevaría al estrellato. “Ya llevaba 45 años juntando lápices, y mi señora me dijo que me presentara para el récord Guinness. En ese entonces tenía 5 mil y pico. Lo hice y obtuve el récord mundial. Y eso produjo algo más inesperado aún: recibí un llamado de Faber-Castell, me querían invitar a Alemania, a la fábrica”. Viajaron en 2002.
Fueron recibidos (él y su esposa) por el Conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell, la máxima autoridad de la compañía por aquel momento. “Yo estaba enloquecido, no sabía lo que me pasaba. Uno es de campo y estaba almorzando con el Conde, que era una de las 5 personas más ricas de Alemania”, dice Emilio. Estaba cumpliendo un sueño inesperado. “Fue una maravilla. Nos mostraron el castillo, el museo... Visitamos toda la fábrica, fue algo brutal aquello. Nos sacamos fotos y me dijeron ‘usted va a recibir muchos lápices’. Yo les decía que esa era mi pasión y que quería seguir batiendo récords”.
Los lápices llegan hasta el techo
“Me presenté cuatro veces, la última en 2013, y ahora tendría que volver para batir el sexto récord”, dice Emilio para LA NACIÓN.
-24,325 lápices... ¿Cuánto espacio le ocupan?
-Ocupan una sala de más de 20 metros de largo hasta el techo. Todos están colocados en cajas de 50.
-¿Qué más puede decir sobre sus competidores?
-Sé que hay uno en la India, otro en La Plata y otro en España. Y hay algunos más. Con el de Argentina hemos hecho intercambios; no sé cuántos tiene en este momento. Él me trajo, yo le mandé... Es lindo el intercambio entre coleccionistas. Con el de la India, no. No quiso contacto. Dice que él está para competir, no para intercambiar. Me dijo “tengo un papá muy adinerado que me compra lo que se me antoja”. De hecho le escribí para canjear y me dijo que solo estaba para competir. Entonces cortamos la relación.
Otros regalos que recibió:
- Un lápiz de platino con la fecha de su cumpleaños grabada (de Faber-Castell)
- Un lápiz de 1,53 metros de altura y 2,8 kg de peso (de Staedtler)
- Uno para zurdos y otro para diestros (de Stábilo)
-¿Cuáles son los lápices con las mejores historias?
-Me han llegado de todo el mundo. Hace pocos días recibí unos de Indonesia. Embajadores, como el de Japón y el de Qatar, me han regalado. De Brasil me han regalado colecciones enteras: un brasileño me regaló 5 mil lápices. Hace unos años, Gabriela Michetti me trajo el de Mauricio Macri. Por esa época también, la esposa de Tabaré Vázquez me trajo el de su marido. Pepe Mujica me ha dado el suyo. Luisito Lacalle Pou también. Es tremendo ver el enganche que ha causado la colección. Sirve para mostrarle a la gente que se puede.
-¿Ha calculado cuánto vale su colección en el mercado?
-Me han ofrecido 10 mil dólares. Me pareció muy poco, una miseria. Me han dicho que, si pidiera 1 millón de dólares, me la comprarían en minutos. Igual, yo no la vendo.
La colección está exhibida en la Granja Colonia Arenas, donde su familia, también, vende dulces de diversos sabores. “En la granja se laburan trabajan dulces de todo tipo, desde hortalizas, como cebollas y zanahorias, hasta mermeladas de frutas. Tenemos degustación de dulce a cuchara libre y salón de fiestas. Se pueden hacer muchas actividades además de ver la colección”, cuenta Emilio. Allí, además, guarda su colección de 46 mil llaveros (bastante mayor a la de los lápices). “Aunque la que ha pegado ha sido la de los lápices, porque el lápiz es cultura. Hay una frase que me gusta mucho; dice: ‘Estudiá, porque un lápiz pesa menos que una pala’”.
-¿Qué pasará con la colección en el futuro? ¿La continuarán sus hijos y, después, sus nietos?
-Claro. Tengo 2 hijos que me han dado 4 nietas y 2 nietos. Para todos ellos, la colección es sagrada. Una de mis nietas es abogada, trabaja en Montevideo. Si encuentra uno y sabe que no lo tengo, me lo trae. Y si tiene dudas, me pregunta [Emilio no puede tener lápices repetidos porque eso sería motivo de descalificación]. Mis hijos saben que la colección es lo mejor que les puede dejar papá.
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