De Siria a La Pampa, la historia de una refugiada que escapó de la guerra
Acorralada por el conflicto bélico que sacude a su país, Haneen Nasser es uno de los más de 200 sirios que buscaron refugio en la Argentina. Instalada en Santa Rosa, dice que si vuelve a su tierra será sólo para visitar a la familia: "Mi padre sabe que no hay futuro allí"
El viernes 15 de julio de 2016, al tiempo que una facción de las fuerzas militares turcas ultimaba detalles para derrocar a su presidente, Recep Tayyip Erdogan, en su cuarto de Latakia, una pequeña ciudad siria frente al mar mediterráneo, Haneen Nasser armaba la única valija con la que viajaría. Primero en taxi hasta Beirut, de allí en avión hasta Estambul. Después de un año de trámites, con una visa humanitaria en la mano, finalmente lo haría: dejaría Siria, su país, donde más de 300 mil personas murieron desde el comienzo de la guerra en 2011.
Entrada la noche, los militares turcos se levantaron contra Erdogan. Tomaron el control de la televisión estatal y anunciaron un toque de queda. Luego coparon el aeropuerto internacional Atatürk, en Estambul: ningún avión salía, ningún avión llegaba. Pero en el aire, Haneen Nasser elegía pollo o pasta: su avión fue uno de los últimos que logró despegar. Sólo supo lo que sucedía cuando aterrizó en Buenos Aires.
Diez meses después de aquel vuelo, una mañana de marzo de 2017, en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa, hace un calor de chicharras. La puerta de la casa está sin llave. En el living hay una mesa de fórmica marrón con sillas tapizadas en cuerina del mismo color; un cuadro de un florero en tonos morados completa la esquina donde hay una tele de tubo Aiwa y un teléfono de línea de los que daban las compañías telefónicas en los 90. El motor de la heladera ha comenzado a andar en la pequeña cocina. Desde ahí viene su voz:
–No tengo café árabe, pero este es rico también –dice Haneen, en un español esforzado que alterna con impecable inglés, mientras sonríe y se sienta a la mesa con dos pequeños pocillos.
En esta residencia de estudiantes en la que vive desde hace dos meses comparte sus días con siete jóvenes más. Antes, y desde su llegada al país, estuvo en Parera, un pueblo a 250 kilómetros de esta capital provincial. Allí vive Belén Nazer, a quien conoció por Facebook. En 2012, Belén comenzó una búsqueda en las redes sociales: quería saber si tenía familiares en Siria. Buscó Nazer y también Nasser, porque los apellidos sufren mutaciones en la migración. Así dio con Haneen y comenzaron a chatear. “Hablábamos de lo que pasaba, y de mis amigos que se iban. Dos fueron ilegalmente a Europa, que es muy peligroso. Viajaron hasta Turquía, llegaron a Grecia por mar. Pasaron algunos controles, escaparon de otros. Yo no me animaba, mucha gente murió así. Hasta que un día Belén me dijo que podía ayudarme en la Argentina.” Haneen deja el pocillo sobre la mesa y con sus dedos peina su nuca, ahora a la vista: desde hace unos meses lleva el pelo corto.
Sin haber comprobado si eran familiares, Belén Nazer se transformó en la llamante de Haneen. El Programa Especial de Visado Humanitario para extranjeros afectados por el conflicto de la República Árabe Siria (Programa Siria) funciona bajo esa figura, un llamante que se comprometa a dar alojamiento y manutención. Desde su comienzo, en 2014, 240 sirios ingresaron al país.
Haneen Nasser nació hace 25 años en Latakia, una especie de Mar del Plata pero con Bariloche a la vista: hay mar, hay montañas y mucha, mucha gente. Para cuando la guerra comenzó, en 2011, Haneen tenía 19 años, estudiaba fotografía y licenciatura en inglés y vivía en un departamento junto a su padre ingeniero, su mamá ama de casa y sus dos hermanos menores, Lilian y Tarek. Hasta muy poco tiempo antes de irse, trabajaba en una cafetería como barista.
Frente a las costas de Chipre, sobre las aguas del Mediterráneo, Latakia se erigió como un centro de turismo interno que acompaña la producción local de tabaco, aceituna –y aceite de oliva–, mandarina y naranja. A tres minutos de la playa, en un departamento de un cuarto piso, viven los Nasser, ya sin su hija mayor, Haneen.
En la página de Facebook profesional –Haneen es fotógrafa–, hay una foto bellísima. Sólo se ven las piernas. Una mujer está parada sobre un lienzo, quizás es una sábana. El estampado es de pequeñas rosas sobre un fondo verde agua. Un rayo de sol parte la fotografía horizontalmente. Las piernas son de Basma, la mejor amiga de Haneen, que hizo las veces de modelo en el cuarto de su amiga, cuando salir a tomar fotos se transformó en algo peligroso.
–Me iba muy bien con la fotografía, pero empecé a dejar de sacar fotos en la calle; el ejército está en todos lados y preguntaban qué estaba haciendo con una cámara y me asustaba.
¿Cómo notaste que tu ciudad estaba en guerra?
Con los programas de cortes de energía. Cuatro horas sí, cuatro horas no.
¿Qué fue lo que terminó de decidirte a dejar tu país?
Mis amigos, que empezaron a irse. Estaba muy orgullosa porque lo habían hecho y un poco los envidiaba. Uno puede ser muy exitoso en su vida, pero a veces estás atrapado.
¿Por qué vendiste tu cámara allá?
Porque tenía que pagar cien dólares de taxi para ir a la embajada argentina en El Líbano –era la más cercana para hacer el trámite de la visa–. Son algo así como 21.000 libras sirias. Nuestro dinero está muy depreciado.
¿No pensaste vender otra cosa?
No tenía.
¿A cuánto la vendiste?
Noventa dólares.
¿Tu padre no podía ayudarte?
Él no sabía que la vendería. Sólo mis hermanos. Mi padre iba a ponerse triste: él trabaja muy duro –es ingeniero– y el dinero que hace en un mes son 200 dólares. Ahora un jean cuesta 95 dólares.
Antes de la guerra, el sueldo del padre de Haneen era muy bueno. Desde 2015, la inflación siria se calcula en un 470% anual.
–Mi papá, que me apoyó en la idea de irme, siempre me dijo que había esperanza, que nada se sostiene por siempre. Pero hace tres meses me dijo: “No sientas nostalgia, no te arrepientas de lo que hiciste; este país está muerto y no sabemos si volverá a estar vivo pronto”. Fue un shock para mí.
¿Por qué te habrá dicho eso?
Somos muchos jóvenes los que nos fuimos. Perdimos tantos doctores… y ahora no tenemos dinero. Mi padre sabe que no hay futuro allí.
En diciembre de 2010, cuando la policía le confiscó el carro de verduras y frutas a Mohammed Bouazizi, un vendedor ambulante de 26 años en Sidi Bouzid (Túnez), nadie imaginó que desataría una rebelión de la magnitud de lo que fue la primavera árabe. Desesperado porque le habían quitado su único sustento, Bouazizi se suicidó: se prendió fuego a lo bonzo. El reclamo en las calles del pueblo de la muy pobre localidad tunecina se extendió rápidamente a todo el país y provocó la huida de su presidente, Zine Abidine Ben Ali, que permanecía en el poder desde hacía 23 años.
A tres meses de la muerte de Bouazizi, unas pintadas revolucionarias en una escuela en la ciudad siria de Deraa terminaron con la detención y tortura de adolescentes. Como sucedió en Túnez, los sirios protestaron en repudio al régimen del presidente Bashar al-Assad (su familia está en el poder desde 1971); reclamaban una reforma democrática. La postura de Assad quedó bien clara cuando, además de reprimir las marchas, sus fuerzas de seguridad dispararon en los funerales de los muertos de las protestas.
La rebelión desembocó en una guerra civil entre su gobierno y opositores armados, en la que pronto se involucraron distintos actores que marcaron el destino del conflicto, como Rusia, Irán y Hezbolá. La violencia propició la aparición del Estado Islámico (EI o ISIS), que asentó la capital de su califato en Raqqa y contra quienes lucha una coalición internacional ayudada en el terreno por fuerzas kurdas. En los primeros días de este mes, Estados Unidos dio la única orden militar desde el inicio del conflicto contra el gobierno sirio: lanzó 59 misiles contra una base aérea del ejército, en represalia al ataque químico en Khan Sheikhoun, donde fallecieron más de 50 personas.
Desde 2011 hasta hoy, según el último informe de Amnistía Internacional sobre Derechos Humanos, en esta guerra murieron 300 mil personas y más de 11 millones tuvieron que dejar sus casas.
* * *
Sobre la cabecera de su cama, en el cuarto de la planta baja que comparte con una compañera, hay una lámina. El amor es una cualidad de las personas generosas, dice, en árabe. Sobre la mesa de luz, un cuenco que hizo en sus clases de cerámica y un osito de peluche. Cuando dejó Latakia, Haneen empacó pocas cosas: su ropa de invierno –de verano sólo trajo tres prendas, el resto se lo dejó a su hermana menor–, la notebook y sus libros favoritos: La insoportable levedad del ser, de Kundera, y Cartas a Milena, de Kafka. Y un diccionario inglés-español.
Los veranos en Latakia son de temperaturas agradables y durante los inviernos, en los que llueve mucho, el período de mayor frío es corto: no dura más de veinte días. En julio de 2016, cuando Haneen llegó a Buenos Aires, la temperatura media mínima fue una de las más bajas de los últimos años: 7,8°C.
—Me dolían los huesos. Y me reía, porque me gusta: aunque hace frío hay sol; no te sentís deprimida. Apenas llegué estuve un mes enferma, comenzó con una reacción alérgica en la mejilla la noche que me despedí de mis amigos en Latakia. Ya aquí estuve con fiebre, gripe, garganta destrozada. Hice un montón de estudios y el médico dijo que era estrés.
¿Volverías a Latakia?
A visitar, sí. Pero yo quiero abrir una puerta, para mí y para mi familia. Si me instalo bien, aprendo muy bien el español y consigo un trabajo estable y me siento a salvo, ¿por qué irme?
¿En ningún lugar te sentías a salvo allá?
Sólo en la casa de mi papá. Ahora la nueva moda son las bombas en los autos. A un mes de haber llegado aquí, en Latakia explotaron tres autos en la terminal de buses; murieron varias personas. Al mismo tiempo pasó en otra ciudad; estaban organizados. Cuando pasaban esas cosas la ciudad se vaciaba por cuatro días. No nos convertiremos en Aleppo, pero es horrible. Toda Siria está en guerra.
Desde la puerta de la residencia, Haneen me señala el camino de ida hacia el centro. Esta ciudad de casas bajas le encanta; Latakia sólo tiene edificios. Quedan pocas horas de ruido en Santa Rosa: hasta las 16 la ciudad se transformará en una escena de un duelo western, sólo que sin duelistas: todo lo que hay aquí es silencio. A la hora de la siesta es tal la mudez que al caminar la avenida central, el bulevar San Martín, se percibe el arremolinar de las hojas. Mientras todo Santa Rosa duerme, Haneen también: la siesta no le resulta extraña porque en Latakia también se estila. Más tarde, posiblemente repase lo aprendido en sus clases de español, prepare las clases de sus alumnas de inglés y mire un episodio de la serie Bates Motel.
* * *
–El estrés duele. Nunca había sentido ese dolor en mi cuerpo. Cuando el avión finalmente aterrizó en Buenos Aires, pensé que algo había salido mal: una de las azafatas preguntó quién era Haneen.
¿Qué pensaste que había pasado?
No lo sé; soy siria, algo con mis papeles. Me llevó con el piloto y me pidió que esperara allí, que alguien iba a buscarme. Mientras tanto, otros pasajeros, recuerdo uno de Brasil, me preguntaban: “¿Sos siria? No pareces”. ¡¿Por qué no les parezco siria?!
¿Por qué creés?
No lo sé, creo que por la ropa. Incluso luego algunos periódicos decían “se la ve como una europea”. No es justo. Cuando llegué aquí, algunas chicas me preguntaron qué tipo de ropa usaba allá. ¡La misma que acá! Les mostré fotos del café en el que trabajaba para que vieran. Yo elijo. La chica con hiyab es amiga de la chica que no usa hiyab. En la entrevista que me hicieron en la embajada argentina en El Líbano me avisaron que no había mezquitas en La Pampa, por lo que si quería practicar mi religión no podría. Les dije que no importaba: nunca estuve en una mezquita. En mi país es normal, puedes elegir. ¿Acaso todos los cristianos van a la iglesia?
La azafata de Turkish Airlines buscaba a Haneen para darle una sorpresa: en Ezeiza había mucha gente esperándola.
–No lo podía creer. Estaba tan nerviosa y tímida. Salí y había flashes. Gente que me hablaba en árabe, me besaban y lloraban. Recuerdo decirles uno por uno que no lloraran. No sabía qué hacer. Estaba por desvanecerme. Tenía hambre y estaba muy cansada.
Una de las que fueron a recibirla fue Zulma Bedis. “Mi casa es tu casa”, le dijo en árabe. Ella, junto con la familia de Lina Assad, también de Santa Rosa, es la nueva familia de Haneen. A Juana, la hija de 13 años de Zulma, Haneen la adoptó como una hermana menor. Con ella suele ir al centro, a tomar mate en la plaza central. Con Hamudy, Besim y Mirvat, los hermanos Assad, comparte noches de Netflix y pochoclos y hasta una bicicleta. Como los Assad reciben en su casa a estudiantes, por estos días Haneen y Mirvat pasan las noches de series con Thea, alemana, Laetitia, francesa y Vaishnavi, de India.
Es domingo a la mañana en Santa Rosa, y Zulma llega a la residencia con un paquete de facturas, acompañada por Juana, su hija de 13 años. Zulma es la presidenta de la Asociación Árabe de La Pampa y fue clave para destrabar el trámite de Haneen –dos veces debió cambiar la fecha de pasaje porque si bien la visa estaba aprobada no le había llegado aún–. “Encendía mi teléfono y tenía mensaje de Haneen: ¿Alguna novedad? Y una carita con una lágrima. ¿Cómo no iba a ir a los medios? Alguien me iba a escuchar”, recuerda durante el desayuno.
Primero escribió al diario local La Arena. Luego eligió una foto del Facebook de Haneen e hizo un posteo en la página de la Asociación. Para cuando Haneen llegó a Ezeiza su historia se había viralizado.
En el auto, mientras viajaban desde Santa Rosa hacia el aeropuerto de Ezeiza, un llamado al teléfono de Omar Assad sorprendió a todos. Era Chato Prada, el productor de Bailando por un sueño. La invitaban a Haneen a participar. “Yo no quería saber nada, pero se lo contamos a ella para que decidiera qué quería hacer”, cuenta Zulma.
Haneen, ¿qué pensaste cuando viste de qué se trataba?
Que si hubiese sido para una entrevista no había problema. Pero bailar, ¡mi padre se hubiese muerto de un ataque al corazón! Al que podría ir es al de los perros.
¿Cuál es?
Ese que tenés que lograr que tire unos bolos.
A Haneen le divierte el programa A todo o nada, que conduce Guido Kaczka.
¿Cómo te contactás con tu familia?
A mi papá, WhatsApp no le gusta y mi mamá no tiene. Cuando ella me quiere hablar le dice a mi hermano y él me avisa. Con mis hermanos estoy en constante comunicación.
¿Hablan de la guerra?
No. Porque es lo mismo, una y otra vez. Me niego a hablar de eso. Hablamos de cosas comunes, cosas lindas.
¿Qué creés que estarás haciendo en dos años?
Primero debo hallar un trabajo para estar ocupada y cuidarme. Si eso pasa, me veo viviendo aquí. Me gusta trabajar. Soy paciente, espero la oportunidad. Presenté mi CV en un hotel que está por abrir. Tengo las esperanzas puestas allí.
¿Qué significa para vos que Donald Trump sea el presidente de Estados Unidos?
Nada. Es lo mismo: Estados Unidos es Estados Unidos. George Bush tuvo entrevistas y discursos en los que hablaba de “nuestros hermanos los musulmanes” y “deberíamos ayudarlos”. E hizo cosas horribles. Para mi país es lo mismo.
¿Pensaste alguna vez ojalá no hubiese nacido aquí?
Sí. Cuando hay una gran bomba y mueren doscientas personas y no sabemos bien qué pasó…, sí. Pero mi país es hermoso, y la mayoría de su gente es hermosa.
¿Qué creés que pasará?
No tengo idea. Dicen que van a separar el país. Creen que pasará lo que sucedió con Checoslovaquia [en 1993 se dividió en República Checa y Eslovaquia, luego de la revolución de terciopelo, que terminó con el régimen comunista].
¿Qué extrañás?
A mi papá. También a mis hermanos y a mi madre. A mi mejor amiga, también. Pero ella pronto se irá de Latakia. Ahora no tiene el dinero, pero está aplicando para Austria, una beca. Es dentista.
Si pudieras traer un olor de Latakia, ¿cuál sería?
Kesab es una ciudad armenia, pequeña, muy cercana a Latakia. Allí tienen bosques de laurel. Son famosos por hacer la sopa de laurel. Aleppo también tiene esos árboles. Los amo. El jabón de laurel… ¡es tan rico! Me traje, pero ya se me acabaron. Me dijeron que en Buenos Aires puede haber, pero yo quiero el que hacen en Latakia.
¿Qué piensa tu familia del presidente Bashar al-Assad?
Mi familia lo apoya. Creen que es un hombre bueno y que trata de arreglar lo que está pasando. Yo no creo que sea malo; la guerra en mi país es muy complicada: es religiosa, es política y es sobre pobreza. Con países como Estados Unidos y Rusia peleando en nuestra tierra desde hace muchos años, sólo que ahora es más obvio.
Hay informes de corresponsales en Siria que señalan a Latakia como una ciudad que no ha sido tocada por la guerra.
Es mentira. Hay gente viviendo en carpas en la ciudad porque escaparon de sus casas en las montañas. No fue ISIS, pero fue una parte de ellos, más pequeña: entraron a sus casas y los mataron. Los quemaron. Hay cerca de 400 personas que no sabemos dónde están, hay niños y mujeres entre ellos. De Latakia no se habla porque es la ciudad del presidente. No pueden mostrar eso. Es la ciudad del presidente y la mayoría lo apoya. Pero todos en Siria tienen un familiar que ha muerto por la guerra. Un primo en el ejército, una mujer por un coche bomba.
¿Algún familiar muy cercano tuyo murió?
No. Aún.
Zulma señala las medialunas. Haneen sonríe.
1992
Nace en Latakia, Siria. Allí vivió junto con su familia: papá ingeniero, mamá, ama de casa y dos hermanos menores: Lilian y Tarek
2011
Estalla la primavera árabe. Desde el inicio de la guerra en Siria murieron 300 mil personas
2012
Belén Nazer, pampeana, comenzó una búsqueda en las redes sociales para saber si tenía familiares en Siria. Contacta a Haneen por Facebook
2014
Se instrumenta en nuestro país el Programa del Visado Humanitario por el conflicto en Siria. Desde entonces, 240 sirios llegaron a la Argentina
2016
Después de un año de trámites, Haneen logró la visa para viajar a la Argentina
2016
En julio, llega a la Argentina, tras un periplo en el que pasó por Beirut y la convulsionada Estambul
El futuro
"Primero debo hallar un trabajo para estar ocupada y cuidarme. Si eso pasa, me veo viviendo aquí. Me gusta trabajar. Soy paciente, espero la oportunidad", se ilusiona Haneen