Una noche fue suficiente para enamorarse de la ciudad... y de un joven local con un simpático nombre que la sorprendió en todo sentido.
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Una noche fue suficiente para que le robara el corazón. Si bien nunca se había reconocido como una mujer romántica, ese día de 2008 Flavia Filidoro había quedado absolutamente cautivada por la belleza de la ciudad medieval a la que acababa de llegar. Conocida como la Venecia del Norte por sus puentes y por poseer una salida natural al mar, fue por esa misma razón un punto geográfico próspero. De hecho, su nombre, Brujas -Brugge- se cree que deriva de la antigua palabra escandinava «Brygga» que significa «puerto» o «lugar de amarre». Abandonada durante más de 200 años, ese “descuido” tan particular hizo que se conservara su casco antiguo, por eso la UNESCO nombró todo su centro antiguo patrimonio de la Humanidad. Y ella había quedado impactada por semejante historia.
“En ese entonces estaba soltera y recorrí varios países con dos amigas. Tenía que ser el destino. Porque la realidad es que yo no ayudé demasiado. Si hubiera sido por mí, a Brujas solo le dedicábamos unas horas entre París y Ámsterdam, ya que queda de paso. Es un error muy común -incluso para mí que en ese momento trabajaba como agente de viajes- creer que a Brujas se la recorre en un par de horas. La realidad es que hace falta dedicarle una o dos noches. Sin embargo, a mí me pasó que una noche fue más que suficiente para que la ciudad me robara el corazón”.
Y algo más también. Porque esa noche Flavia y sus amigas estaban en la barra del hostel donde se hospedaban degustando cerveza y papas fritas, las especialidades locales, cuando quiso la casualidad que ella se cruzara con Jorge, un belga que estaba esperando a unos amigos y que rápidamente entabló con ella conversación. “Esa noche la pasamos muy bien, con mis amigas y sus amigos, cervezas y bicicletas. Recorrimos la ciudad y sus puentes y conocimos otros bares. Al otro día seguíamos viaje y nuestro tren salía temprano para Ámsterdam. En una despedida que para mí era el fin de una aventura, Jorge me pidió mi mail y yo se lo escribí con la poca ilusión de que algún día me escribiera. En ese momento en Argentina venía de salida en salida y cuando conocía a alguien que decía te llamo nunca sucedía”.
De Brujas al pueblo colonial
Y en una época en la que no existían los teléfonos con Internet y las redes sociales eran muy recientes, un buen día, cuando aún estaba de viaje por Berlín, en Alemania, Flavia recibió un mail de Jorge, el belga: en septiembre él tenía vacaciones y había decidido viajar a la Argentina y visitarla. Ella no podía salir del asombro. No solo había cumplido en contactarla sino que, además, redoblaba la apuesta y quería encontrarse nuevamente con ella.
El entorno cercano de Flavia le decía que tuviera cuidado, que había perdido la razón. ¿Cómo iba a recibirlo con los brazos abiertos si solo se habían visto una noche? ¿Cómo sabían que era un hombre confiable? “Pero a mí no me importó nada y en septiembre lo estaba esperando en Ezeiza con un cartel muy gracioso con su nombre y apellido y allí nos vimos y nos abrazamos un largo tiempo. Por supuesto, con todas las recomendaciones de la época, reservé un hostel en Palermo con habitación doble single y dos camitas separadas”.
No hubo tiempo para decisiones tibias. Pasaron tres noches en Buenos Aires y luego viajaron directo a Entre Ríos donde los esperaba la familia de Flavia en el campo para recibirlos con un asado típico argentino. “Llegamos en un micro de larga distancia desde Retiro a Victoria, pueblo quedado en el tiempo que, allá por 2008, el único atractivo que tenía era el río Paraná y el Casino. No quiero desmerecer al pueblo colonial pero la terminal de buses era como de película de terror. Luego supe que Jorge había quedado impactado por aquel pueblo quedado en el olvido. El primer encuentro con mis padres y mi hermano fue en un restaurante de la costanera que aún existe. El pobre belga no pudo probar bocado de los nervios que tenía. Aunque finalmente se relajó”.
Pasaron tres semanas más juntos y se despidieron hasta diciembre. Jorge había prometido regresar para las fiestas. Una vez más, fue por más y apareció a mitad de noviembre de sorpresa. “Un dato de color que me gusta contar tiene que ver con el nombre. Él se llama Jorge Scheirens. Sí, Jorge. Lo gracioso es que en Bélgica el nombre Jorge es un nombre extraño, para nada conocido. Jorge padeció desde chico un trauma de que nadie lo sabía pronunciar o se lo hacían repetir o simplemente le decían George o Jurgen. Imagínense la alegría de este hombre cuando llegó por primera vez al aeropuerto Jorge Newbery o se comió su primer alfajor Jorgito y hasta la carnicería de pueblo llevaba su nombre”.
Un lugar en el mundo
Y fue allí donde comenzó la verdadera aventura. Jorge y Flavia vivieron algunos años en Brujas, la ciudad natal de él. Al principio a ella le costó: nuevo idioma y cultura, extrañaba mucho a su familia y a sus amigas. Entonces armaron las valijas y en 2013 se mudaron a Rosario. “Fue toda una experiencia para el belga. Para mí fue muy lindo tener a todos mis seres queridos en una misma ciudad pero, evidentemente, yo ya no era la misma. Así que en 2015 volvimos a Bélgica con Candy nuestra perrita rosarina y en Brujas, donde todo empezó, nos asentamos”.
Jorge es personal trainer y también trabaja en un gimnasio. Por su parte, Flavia, gracias al esfuerzo, logró vivir de su pasión: el turismo. Hoy es guía en español, inglés y portugués. Y en 2018 dio forma a su empresa de turismo receptivo que recibe a los viajeros que llegan de diferentes partes del mundo.
“Disfruto ofreciendo experiencias personalizadas y tours específicos que fui armando a partir de los gustos y necesidades de los turistas que he atendido durante todos estos años. Me gusta que la gente conozca el lado B de las ciudades, ofrecer experiencias diferentes como tours en bicicletas por la campiña flamenca, bordeando canales y cruzando puentes y molinos de vientos. O paseos temáticos cómo la ruta del chocolate en Brujas o la de las diferentes cervezas de Gante”.
La rutina para Flavia se vio completamente modificada porque el turismo internacional está paralizado desde marzo del año pasado. Hoy reconoce que Brujas es su lugar en el mundo. Razones encuentra muchas: tiene la tranquilidad de una pequeña ciudad pero con todo lo necesario para vivir bien. Todo queda cerca, en una hora de tren se llega a Bruselas – la capital – y con los trenes rápidos en dos horas y media uno está en París o Ámsterdam. “Al vivir sin el tráfico y la locura de las grandes ciudades la vida baila a otro ritmo. Mi bicicleta me lleva a todos lados. Ya que la ciudad está súper preparada para los ciclistas. De hecho, no tenemos auto. Vivimos en un barrio muy tranquilo en una casita con jardín cerca del canal que rodea la ciudad medieval y su casco antiguo”.
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