De picnic con los premios Nobel
El futuro se piensa en Lindau, un pueblo de los Alpes donde más de 60 galardonados se juntan con jóvenes científicos en lo que algunos llaman la Woodstock de los nerds
LINDAU, ALEMANIA
Una isla en medio de los Alpes. Lindau es eso y mucho más. En esta idílica localidad bávara, rodeada por las aguas turquesas del lago Constanza y cerca del límite con Suiza, la excepción es la regla. ¿O acaso otra localidad del mundo podría ser definida como un auténtico Olimpo de las ciencias? Hoy en día es el único lugar en que premios Nobel de ayer y de hoy se reúnen para intercambiar ideas con quienes, muy probablemente, sean los Nobel del futuro. Y todo en una ciudad de cuento en la que el tiempo parecería haberse detenido si no fuera por la multitud de asistentes al congreso que los convoca cada año y los contingentes de turistas.
Pero, al contrario de lo que podría pensarse, la interacción entre premios Nobel y científicos de las nuevas generaciones y las ideas que surgen de este mutuo enriquecimiento parecen hacer correr más rápido que nunca las agujas del reloj. Podría decirse que en Lindau se define el futuro de la ciencia. Y con él –no es exagerado–, el futuro de la humanidad.
La última edición de los Lindau Nobel Laureate Meetings se celebró la última semana de junio y contó con más de 60 galardonados y unos 650 científicos jóvenes del mundo; todo un récord de asistencia. La abrumadora mayoría eran premios Nobel de Física, Química y Medicina. Asistió también un Nobel de la Paz (Kailash Satyarthi, 2014) y uno de Literatura (Wole Soyinka, 1986). Ambos ayudaron a ampliar aún más las perspectivas en una reunión muy abarcadora. Se trató de un encuentro interdisciplinario, de esos que ocurren aquí cada cinco años. Porque lo normal son las reuniones de galardonados según su área de conocimiento, siempre en el campo de las ciencias naturales. Eso sí: desde 2004 hay reuniones adicionales sobre economía, que se desarrollan cada tres años.
"Esta es una isla sin fronteras", dijo la condesa Bettina Bernadotte, verdadera alma máter de la reunión, elegantísima con su tailleur blanco y su sofisticado tocado, al inaugurar el encuentro. Y agregó que aquí se procura motivar e inspirar a científicos jóvenes mediante su contacto con los laureados. Tanto es así que todos los años miles de participantes se postulan para que se les permita asistir al encuentro que, según explicaron algunos jóvenes científicos a La Nación revista, cubre todos los gastos menos el del viaje.
Sólo se puede asistir al encuentro de Lindau una vez en la vida, a menos que después recibas el Nobel. Ahí la cosa cambia: pasás a ser habitué de estas reuniones para elegidos.
Ya hay casos –contados– de premios Nobel que han venido antes a Lindau como científicos jóvenes. Pero este no es el único resultado, también se construyen redes globales entre científicos que apuntan a revertir el aislamiento de algunas regiones y se plantean como objetivo el compartir de forma más igualitaria los beneficios del conocimiento.
Recapitulando: tenemos jóvenes a los que le cambia la vida asistir a este acontecimiento. Y tenemos premios Nobel que se dedican al diálogo con los mejores científicos de la próxima generación con una pasión singular en múltiples encuentros, algunos de ellos vedados para la prensa.
Tenemos un congreso en cuyos coffee breaks se consume más manzanas que café. Y jóvenes que persiguen a los laureados como si se tratase de las estrellas pop más hiteras. Quien esto escribe vio a científicos veinteañeros haciendo cola para tener un autógrafo de los laureados debajo de su respectiva foto en el catálogo del encuentro, y contemplar la firma, genuinamente emocionados, instantes después.
Por eso se podría decir que esta reunión es como Woodstock, pero con vegetarianos en el césped en lugar de rockeros en el barro. Al expandir el mundo aparentemente restrictivo de las ciencias duras, las conferencias de los Nobel hablan de libertad y pueden ser tan contundentes como el recital más volado: un asistente dijo que son la versión nerd de Lollapalooza.
Y no sólo los jóvenes se benefician de este inusual encuentro. También muchos Nobel, de edad avanzada, parecen volver a sus años mozos gracias a esa interacción. Se dice que Lindau es el único lugar donde se puede ver a premios Nobel por las calles a altas horas de la madrugada. Pero este ambiente festivo no impide que se discutan los temas más urticantes de la física, química o medicina. Esta última edición se centró en estas cuatro consignas:
–Responder al desafío de las enfermedades infecciosas. Aquí se debatió cómo dar soluciones adecuadas para combatirlas en el marco de una auténtica carrera contrarreloj, porque los agentes infecciosos mutan a gran velocidad.
–Cómo utilizar de modo apropiado la ingeniería genética para curar. Los científicos ya han desarrollado herramientas para combatir el sida, la leucemia o el Alzheimer. Ahora se discute si se debe permitir utilizarlas para prevenir enfermedades alterando genéticamente los embriones humanos.
–Explorar mundos desconocidos. Nuevos descubrimientos permiten explorar el cuerpo humano con un nivel de precisión nunca visto. En el encuentro se trató hacia dónde va esta revolución.
–Comprender que el cosmos está adentro nuestro. Los científicos han encontrado aminoácidos –las primeras moléculas que componen la vida– flotando en el espacio, lo que sugiere que no se originaron en la Tierra, sino en el espacio exterior.
En cuanto al futuro de la ingeniería genética, la inquietud fue perceptible desde el principio. "¿Qué es lo que implica para la dignidad humana que el patrimonio genético sea modificado para evitar ciertas enfermedades? ¿Y qué impacto tendrá la búsqueda de perfección genética en la dignidad de aquellos que no son perfectos? Es decir, de todos nosotros", se preguntó el presidente alemán, Joachim Gauck, en su discurso inaugural.
Posteriormente, en una conferencia de prensa se cuestionaron los experimentos de China en este campo que determinaron la modificación de embriones humanos a través de la técnica de edición de genes llamada Crispr/Cas9. Si bien los científicos chinos dijeron haber destruido los embriones y afirmaron que la técnica aún no está madura, muchos en Lindau cuestionaron su actitud por entender que no procura un avance en la ciencia, sino más bien responde a una demostración de fuerza ante Occidente.
Por su parte, el biólogo israelí Aaron Ciechanover (Nobel de Química 2004) puso el eje en los desafíos que plantea la medicina personalizada, según la cual a futuro se desarrollarán drogas de acuerdo con el perfil molecular y mutacional de los pacientes. "La medicina va a dar un giro de 180 grados y dejar de centrarse en la enfermedad, para pasar a hacerlo en la enfermedad en el contexto del paciente", aseguró.
Esta etapa supone problemas bioéticos complejos, porque se recabará información genética muy detallada, por lo que asegurar la protección de la privacidad será un asunto fundamental para las autoridades sanitarias. Además, el propio paciente deberá decidir qué hacer con esa información tan reveladora. "Imaginemos que voy a la guardia de un hospital con un dolor en el pecho. Y ellos toman una muestra de sangre para determinar si hay riesgo de infarto. Y me dicen: «Aaron, tranquilo, no tenés ningún ataque al corazón». Pero tenés una mutación genética que te va a causar Alzheimer en diez años. ¿Qué hago? ¿Le digo a mi mujer? ¿Les aviso a mis hijos? ¿Qué van a hacer ellos? ¿Se van a hacer examinar? ¿Qué le digo a mi empleador? ¿Le cuento que en diez años va a tener un empleado que ni siquiera sabrá cómo llegar al trabajo? ¿Y a mi empresa aseguradora? ¿Me van a cobrar más? (...) No vine a asustarlos: entramos en una era increíble y va a haber una solución a todos estos problemas", vaticinó.
Más allá del desarrollo detallado de asuntos acuciantes, el encuentro permite apreciar la calidad humana de estos hombres de ciencia, tan lejanos para el común de la gente. Emociona ver a alguien como W. E. Moerner definirse como un "estudiante perpetuo" que empezó "abriendo aparatos de televisión y yendo a ferias de ciencias", y no cambió desde entonces. Moerner recibió el Premio Nobel de Química a fines de 2014, compartido con Eric Betzig y Stefan Hell, por diseñar supermicroscopios de una capacidad muchísimo mayor a la entonces conocida.
"Invertir en la educación de los jóvenes es muy importante. Hay que estimularlos a estudiar ciencias y matemática. La ciencia no es sólo una colección de datos, sino mucho más. Es un método que nos dice en qué debemos creer, qué hechos son consistentes con las leyes de la naturaleza. Y es algo que puede ser estimulado desde la edad más temprana", detalló Moerner a La Nación revista.
Pero no sólo la historia de Moerner habla de perseverancia. El alemán Hell, nacido en Rumania, debió llevar sus investigaciones sobre los supermicroscopios a un lugar tan lejano como Turku, Finlandia, porque al principio muy pocos estaban dispuestos a apostar en él. Y el norteamericano Betzig malgastó el dinero de su padre para crear máquinas complejas que no podía vender y llegó a dejar la ciencia durante años. Pero la culpa y la frustración fueron cediendo y finalmente decidió volver, aun cuando había olvidado muchos de sus conocimientos. Sus ganas por recuperar el tiempo perdido fueron tantas que terminó realizando trabajos fundamentales en el campo de la nanomicroscopía.
Y hay más. Tal vez una de las conferencias más movilizantes fue la de sir Harry Kroto, Nobel británico de Química en 1996, uno de los descubridores de los fulerenos, la tercera forma molecular más estable del carbono, con propiedades potenciales como fijadores de antibióticos para atacar bacterias muy resistentes. Estas fascinantes estructuras, cuya existencia fue probada en un laboratorio en 1985, serían halladas 15 años después en el espacio exterior por la NASA.
Kroto mostró un fragmento de un documental de la BBC, realizado en 1992, en el que él anticipaba este último descubrimiento. "Soy un creyente y sé que están ahí", decía en ese programa, una frase casi idéntica a las que pronunciaba por esos años el agente Fox Mulder en la serie X-Files.
Cuando el periodista del documental replicaba con las dudas mayoritarias de que pudieran alguna vez encontrarse fulerenos en el espacio, la cara de Kroto cambiaba y se asemejaba a la de alguien que sabe en su fuero íntimo que va a ocurrir un milagro. Entonces, contestó lacónicamente: "Están equivocados".
De impacto global
¿Cómo llegó esta ciudad a albergar un encuentro tan peculiar? Ocurre que Lindau tiene una relación muy particular con Suecia, y no sólo porque los suecos la hayan querido conquistar hace siglos.
En realidad, la relación de Lindau con el país escandinavo en que se entregan la mayor parte de los preciados premios que distinguen aportes sin par en el campo de la ciencia o las humanidades, viene porque el ilustre conde Lennart Bernadotte, nieto del rey sueco Gustavo VI, vivía en las cercanías.
¿Cómo llegó aquí? Heredó de su madre, una princesa alemana, la isla de Mainau, cercana a Lindau, y también ubicada en el lago Constanza. Pero en la Segunda Guerra Mundial se marchó a Suecia y sólo volvió a Mainau después de la principal conflagración que conoció la raza humana. Entonces utilizó sus inmejorables conexiones con la Casa Real sueca para ayudar a revertir el aislamiento en el que se encontraba la entonces Alemania Occidental y estimular el trabajo de nuevas generaciones de científicos.
Así nacieron las reuniones de premios Nobel de Lindau, de las que este año se cumplió el 65° aniversario. "Me gustaría recordar hoy a alguien que entonces fue uno de los primeros que le tendió una mano a la comunidad científica alemana. Fue su padre, querida condesa", le dijo a modo de agradecimiento el presidente Gauck a Bettina Bernadotte en la inauguración del encuentro.
En rigor, Lindau parece desafiar las reglas de la física y estar en varias dimensiones al mismo tiempo: es una isla, pero lo que aquí sucede tiene un potencial impacto global. Está muy conectada históricamente con Suecia, pero es insobornablemente bávara.
Y, se sabe, los bávaros, que tienen bien ganada su fama mundial por la calidad inigualable de su cerveza y ese fútbol intratable que la Argentina sufrió en carne propia en la final del Mundial de Brasil, hacen las cosas muy distintas al resto de Alemania, donde algunos los comparan con vascos y catalanes.
De hecho, esta región de 12,6 millones de habitantes ostenta orgullosamente desde 1918 el nombre oficial de estado libre de Baviera, como si fuera un territorio independiente asociado, y no uno de los corazones industriales y la zona más rica de este país que de por sí es la principal potencia económica de Europa. "Aquí nadie conoce el eisbein [codillo de cerdo, uno de los platos más populares de la cocina alemana]. Desayunan con cerveza y salchichas blancas a las que les sacan la cáscara y les ponen mostaza dulce. Eso sí, esa combinación está prohibida después de las 12 del mediodía. Algunos llegan a decir que la cerveza más turbia es la mejor. Y juran que no engorda", comenta, entre escandalizado y divertido, el taxista berlinés de la parada de enfrente del hotel Bayerischer Hof de Lindau, que, dicho sea de paso, no tiene nada que envidiarle al Gran Hotel Budapest del delicioso film de Wes Anderson.
Por otra parte, la belleza del paisaje del puerto de Lindau, con el faro y la estatua del león de Baviera, el agua celeste del lago y los Alpes de fondo, quita la respiración... Es tan impactante que parecería no escucharse la orquesta de músicos vestidos con los tradicionales lederhosen –así se llaman los pantalones de cuero bávaros– que toca devotamente las altisonantes polkas típicas de esta zona en plena rambla. Todo con un clima inmejorable, donde el sol no se hace rogar como en Berlín y puede llegar a ser extremadamente abrasador en verano.
Por eso, los turistas que llegan en gran número a Lindau por estos días no prescinden por nada del mundo del sombrero y del bronceador de alta graduación. Sobre todo si son premios Nobel de Física o Química, que pasan mucho tiempo bajo la luz blanca del laboratorio.
Viaje a Mainau
La última jornada del encuentro se desarrolló en la isla de Mainau, en el estado de Baden-Wurtemberg, también en el lago Constanza. Más conocida como la isla de las flores de los condes Bernadotte, es un pedazo de cielo en la tierra. Alberga más de 10.000 rosas de 1000 variedades, además de narcisos, orquídeas, tulipanes y dalias. Y todo eso en medio de palacios cuyas historias se remontan a principios del siglo XVIII.
Los cientos de asistentes al congreso tuvieron que despertarse muy temprano para tomar el ferry que los trasladó desde el puerto de Lindau. En ese viaje, La Nacion revista pudo conversar con dos científicas provenientes de la Argentina que fueron parte de la experiencia.
Una de ellas, la ucraniana Nataliia Mozhzhukhina, realiza actualmente su doctorado en Química en la Universidad de Buenos Aires y estudia el desarrollo de baterías de litio aire. "Potencialmente albergan más energía y se podría reemplazar con ellas el tanque de combustible en los autos eléctricos. Pero aún tienen problemas porque con cada ciclo de uso desciende su capacidad", explica.
La otra es María Zaballa, una argentina de 31 años, nacida en Pergamino, que hace un posdoctorado en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, Suiza, en área de biología celular. "Mi proyecto está orientado a entender cómo los distintos compartimentos de las células se comunican para decidir el destino de la célula o realizar funciones críticas de un modo coordinado", explicó momentos antes de que 36 laureados hicieran pública la llamada Declaración de Mainau en la que expresan su preocupación por los efectos del cambio climático.
"Generaciones sucesivas de científicos han ayudado a crear un mundo cada vez más próspero. Esta prosperidad se ha conseguido a costa de un rápido aumento del consumo de los recursos del planeta – afirma el documento–. Si no se revisa, nuestra cada vez mayor demanda de alimentos, agua y energía acabará por sobrepasar la capacidad que tiene la Tierra para satisfacer las necesidades de la humanidad, y llevará a una tragedia humana a gran escala."
Recién se sabrá en la Cumbre Climática de París –que se celebrará a fines de año– hasta qué punto el mundo es capaz de escuchar con atención lo que se ha dicho con singular elocuencia en este rincón atípico de los Alpes.
FOTOS: gentileza Christian Flemming / Lindau Nobel Laureate Meetings