La pesada herencia no aparece solamente en el terreno político. En el literario, muchas veces, el legado familiar, especialmente el paterno, se transforma en esa mochila que incomoda a quien la lleva. Mandatos, peleas, silencios, enfermedades, secretos, muertes atraviesan varias novelas basadas en hechos (y padres) reales. En los últimos años, Claudia Piñeiro, Mauro Libertella, Eduardo Berti, un poco antes Federico Jeanmaire, entre otros, recurrieron a la escritura para compartir procesos emocionales que excedían los límites de las páginas. El salto de papá, de Martín Sivak, es el último (y más vendedor) ejemplar de este subgénero. Miles de lectores se interesaron en la voz de un hijo que, para saber algo más sobre su padre, retoma contactos familiares, investiga en archivos, entrevista a su psicoanalista y viaja por cada lugar en el que puede haber una pista.
El costado inevitablemente formal y solemne de la paternidad, la intensidad de la infancia, los recuerdos siempre redondeados para arriba, son varias las tentaciones de los autores para abordar esta temática. ¿Cuándo es un buen momento para empezar a escribir sobre papá? Pareciera que cualquiera. Sivak se tomó 21 años para escribir sus primeras páginas y las incluyó en el segundo capítulo de El salto... "Mi viejo murió el 5 de septiembre de 1990. Los aniversarios, los días del padre y sus cumpleaños son ceremonias crueles y, a la vez, excusas para poner avisos fúnebres o transportar flores. Aunque cada tanto recurro a ellas, se me dan por estas líneas, atragantadas desde aquella tarde gris y sofocante. Es tiempo, ya, de dejarlas salir", escribió esa vez, en 2001. El suicidio de su papá, el secuestro extorsivo que sufrió su tío, las reuniones de su padre con políticos, músicos, empresarios: todo lo cuenta, y cómo, Sivak, un apellido, por cierto, que no es uno más, sino que remite a una noticia, a un mundo propio, como Giubileo o Schoklender.
En el caso de Jeanmaire, apenas los médicos le dijeron que, salvo esperar, ya no había nada más que hacer por la salud de su padre, fue a su casa, se sentó en la computadora, abrió un archivo al que llamó "Papá" (igual que su libro, publicado en 2003 y reeditado en 2015) y escribió varias anécdotas que le vinieron a la mente. Esos textos fueron una compañía, un refugio, en esas últimas semanas.
"Mi familia no sabía que yo escribía sobre él. Sin embargo, una noche en la cocina de su casa, después de hacerle algunas preguntas, él me preguntó: «¿No estarás escribiendo algo sobre mí, no?». Dudé, pero se lo negué. Quizá me tendría que haber animado a mostrarle algunas de las páginas que tenía". Papá es prácticamente una historia de a dos. Aparecen otros integrantes de la familia, médicos, pero el eje son un padre y un hijo que casi no pueden hablarse. "El tono es absolutamente íntimo, casi no entran otros personajes. Me interesó clausurar el libro en la relación de nosotros dos. Creo que se centra en las diferencias que teníamos y en el amor que, a pesar de esas diferencias, era más fuerte que todo".
Menos impulsivo, Mauro Libertella se fue dando cuenta de "modo gradual" de que quería pasar a papel algunas ideas que tenía sobre su padre, el escritor, editor e investigador Héctor Libertella.
"Estaba muy metido leyendo libros sobre la muerte del padre y empecé a sentir el deseo, quizás la necesidad, de verbalizar mi propia experiencia. Paralelamente, seguía con mis sesiones de psicoanálisis, donde hablaba mucho sobre él, de los nudos que había dejado para que yo desarmara. Todo eso junto fue posibilitando la existencia de un texto. A los tres años de su muerte, eso que empezó de modo tímido se convirtió directamente en un imperativo, algo que tenía que hacer sí o sí. Ahí me puse a pensar la forma, a tratar de aprender cómo se escribe un libro". Mi libro enterrado, finalmente, se editó en 2013 y recibió elogiosas críticas.
"Cuando se publicó, aparecieron miles de dudas: ¿No se me habrá ido la mano con lo que conté? ¿Le interesará a alguien? ¿Me compararán con él? De a poco llegaron las lecturas, que fueron todas muy buenas, y entonces mi relación con ese primer libro dio un vuelco: pasé de no saber qué iba a pasar al intentar despegarme. Por eso me puse a escribir, lo antes que pude, un segundo libro en clave más de comedia".
Claudia Piñeiro, para su novela Un comunista en calzoncillos, también se basó en el vínculo con su papá. Esta vez, el puntapié inicial vino desde afuera: le pidieron una columna en la que contara qué estaba haciendo el 24 de marzo. Un recuerdo llevó a otro y rápidamente se le vino la imagen triste de su padre por esas horas. "Él no avalaba el golpe. Esa época de mi vida, el paso de la infancia a la adolescencia, estuvo muy vinculada con mi papá, con la dictadura y su rechazo a los militares. Yo tenía que ocultar todo el tiempo lo que se decía en mi casa. Mi papá contaba cosas que no sé cómo las sabía, y me parecía que yo no se las podía repetir a mis amigas. Eran peligrosas. Por ejemplo, venía y me decía: "Hay cadáveres flotando en el Río de la Plata". Sabía todo y me lo contaba. En la novela muestro cómo nos unía ese secreto, ese mundo relacionado al horror. No quería escribir una historia de la dictadura, quería contar el vínculo con mi papá". Para trabajar ese texto de autoficción, apuntó a "un recuerdo evocado, con cariño, con reparación. Quizás cuando sos niño, te peleás más, te enojás, pero al recordarlo, uno filtra otros sentimientos. Hay una evocación mucho más amorosa de la figura del padre, probablemente, de la que haya pasado yo como niña".
Todos coinciden en señalar Patrimonio, de Philip Roth, como una influencia y, tal vez, el mejor exponente de esta categoría. El protagonista vive la agonía de su padre, repasa la historia familiar, su contexto y, por supuesto, intenta saldar algunas deudas. El miedo a la orfandad, a repetir modelos y también a no saber crear nuevos son algunas de las temáticas que se desprenden de estas obras. "El padre es el modelo más fuerte que tenemos los hijos varones. Un modelo para seguir o discutir. No me resulta extraño, entonces, que quienes escribimos, en algún momento de nuestras vidas, escribamos sobre ellos", explica Jeanmaire. Ahora bien, si cada autor tuvo su propia fórmula para escribir, ¿cómo hicieron para cortar la hemorragia de la autorreferencialidad? ¿Cuándo parar de escribir sobre papá? Sivak reconoce: "Después de la publicación aparecieron nuevas historias sobre él, pero no me tienta la idea, ni siquiera haría una edición aumentada". Jeanmaire confiesa que su padre se le coló en un nuevo proyecto: "Quizá llegue a convertirse en una novela sobre las guerras. Él aparece en la primera página, veremos cómo sigue". Libertella tampoco tenía pensado volver a esta temática, pero siempre hay un pero: "Estoy trabajando en una publicación sobre el escritor uruguayo Mario Levrero y, meses después de empezar, caí en la cuenta de las muchas similitudes que hay entre él y mi padre. Así que casi podría decir que estoy escribiendo, sin querer queriendo, un nuevo libro sobre mi viejo".
Piñeiro, además de autora del género, es lectora. Y admiradora. "Los libros de Sivak y Libertella funcionan porque están escritos superbién. Los dos, y espero yo también haberlo hecho, generan situaciones del vínculo padre-hijo que son universales. El lector puede identificarse con Sivak sin haber tenido un padre que se haya tirado por la ventana, porque hay un vínculo entre ese padre y ese hijo. Son relatos universales más allá de las anécdotas puntuales de esas familias".
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