Un día como hoy, pero hace 72 años, falleció un político que sostuvo sus principios y valores hasta el último momento de su vida
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En los tiempos que corren, cuando la sociedad está ávida de buenos ejemplos, parece mentira que hubiera existido en la historia de nuestro país un político como Elpidio González.
Dejó la función pública con las manos vacías. En realidad, estaba lleno de deudas. Según crónicas de la época, cuando asumió la vicepresidencia de la Nación, en 1922, declaró un patrimonio de 350.000 pesos... y en el momento que dejó la política, en 1930, debía 65.000 pesos. Como no pudo saldar sus compromisos, le remataron su casa, en la calle Gorostiaga.
El cierre de su carrera política fue bastante más traumático: era ministro de Guerra el 6 de septiembre de 1930 cuando el general José Félix Uriburu dio el primer golpe de Estado de la historia argentina. Elpidio González terminó preso, durante dos años, en la isla Martín García.
Cuando recuperó la libertad, sin hogar, se mudó a una pensión de la Avenida de Mayo. No tenía trabajo. Su amigo Germán Ortkras, fundador de Anilinas Colibrí, le ofreció empleo. Elpidio González, que no estaba casado ni tenía hijos, cuya única familia había sido madre, que para ese entonces había fallecido, aceptó la propuesta.
Había sido, durante quince años, un protagonista de la alta política argentina. Ocupó distintos cargos: también fue ministro de Interior, jefe de la policía porteña y vicepresidente de la Nación durante la gestión de Marcelo T. de Alvear. No era un improvisado: había estudiado Abogacía en Córdoba, donde abrazó los ideales del radicalismo. Sin embargo, de pronto, se convirtió en vendedor ambulante.
Las crónicas de la época sostienen que era común verlo, con su traje negro raído y su barba blanca, recorriendo el barrio de Once. Cerca del Congreso, donde alguna vez ocupó una banca, vendía anilinas, betún para zapatos, ballenitas y cordones. Su caso fue tapa de la revista Ahora en 1935.
Un encuentro casual con el diputado nacional Adrián Escobar disparó el nudo de esta historia. El legislador se conmovió al ver la situación en la que se encontraba el exvicepresidente: el hombre que había participado de las decisiones más importantes del país y había recibido al príncipe heredero de la Corona británica ahora vendía pomadas en la calle.
En un impulso, presentó en el Congreso una ley que permitiera darle al antiguo político una pensión vitalicia para que tuviera una mejor pasar. En 1938, durante la presidencia de Roberto Marcelino Ortiz, fue aprobada la Ley 12.512, que disponía de una jubilación “de privilegio” para expresidente, de 3000 pesos mensuales, y para exvicepresidente, de 2000 pesos.
Pero lo insólito del caso es que Elpidio González rechazó la pensión: “Mientras tuviera dos manos para trabajar, no necesito limosnas”, fue su primera excusa.
El 6 de octubre de 1938, envió una carta al presidente Ortiz para rechazar formalmente el beneficio: “Habiendo sido promulgada la Ley que concede una asignación vitalicia a los ex Presidentes y Vicepresidentes de la Nación, cúmpleme dejar constancia al señor Presidente, en su carácter de ‘jefe Supremo de la Nación, que tiene a su cargo la Administración General del País’, de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha Ley”, comenzaba.
“Al adoptar esta actitud sigo íntimas convicciones de mi espíritu. Entregado desde los albores de mi vida a las inquietudes de la Unión Cívica Radical, persiguiendo anhelos de bien público, jamás me puse a meditar, en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas o beneficiosas que los acontecimientos podían depararme. No esperaba, pues, esta recompensa, ni la deseo y, al renunciarla, me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis sentimientos más arraigados”, continuó.
“Confío en que, Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República por cuya grandeza he luchado y que, si alguna vez, he recogido amarguras y sinsabores me siento recompensado con crecer por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi Patria. Saludo al Señor Presidente”, finalizó.
A comienzos de 1951, Elpidio González fue operado en el Hospital Italiano. Su internación se extendió por varios meses. Los historiadores coinciden en que la hospitalización no respondió a motivos médicos: la realidad era que el exvicepresidente no tenía donde vivir ni allegados que pudieran cuidarlo en el final de sus días.
Elpidio González falleció el 18 de octubre de 1951, a los 76 años. En su testamento, dejó en claro que nadie podría reclamar al Estado, en su nombre, ninguna pensión. Dijo que era su último deseo ser sepultado “con toda modestia”. Y aclaró: “No tengo ascendientes vivos y no he tenido descendientes de ninguna naturaleza, por lo que a mi muerte y de acuerdo a la ley nadie podrá, invocando parentesco ni consanguinidad con el otorgante, reclamar al Estado favor, emolumento, beneficios o pensión alguna. Es mi última voluntad, por otra parte, que no se decreten honores ni honras oficiales de ninguna especie. No hago institución alguna de herederos, porque no tengo ningún bien de que disponer”.
Sus restos fueron velados en el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical y descansan junto con los Yrigoyen, en el Panteón de los Caídos en la Revolución de 1890, en el cementerio de la Recoleta.
Entre sus pertenencias, el único patrimonio que se le encontró al exfuncionario fue un sobre con 22 pesos que donaba al Comité Nacional de la Unión Cívica Radical.
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