Con años de trayectoria como arquitecto, vivía en España con su familia y de un día para el otro se quedó sin trabajo; dio el salto y se animó a un cambio inesperado.
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Desde pequeño había tenido dos pasiones: ser arquitecto y viajar. Criado en Mataderos, en la provincia de Buenos Aires, a sus 61 años todavía recuerda a su padre llegar a casa con propagandas de inmobiliarias bajo el brazo para que él pudiera ver los planos de las construcciones y así soñar con el mundo que deseaba para su vida adulta. “Los fines de semana me llevaba a Ezeiza para ver despegar y aterrizar aviones desde la terraza que había entonces. Si, fue hace muchísimos años, pero conservo las imágenes en lo más profundo de mi corazón”.
Tal como se lo había propuesto, estudió arquitectura en la Universidad de Morón y, cuando finalizó la carrera, hizo todo lo posible por hacer realidad su otro sueño: recorrer el mundo. Con 25 años y una pequeña valija en mano se matriculó en la Universidad de Arquitectura de Madrid para hacer un doctorado. “Me encontré con un mundo soñado. Viajar era mi gran sueño y llegar a España lo hacía realidad. Empecé a viajar por Europa, Grecia fue mi primer destino desde Madrid. Ver el Partenón y recorrer el Peloponeso fue como tocar el cielo con las manos”.
Llegar a Madrid, una liberación para un joven entusiasta
Durante esos años, Gabriel Gil pudo disfrutar de todo lo que no había disfrutado mientras cursaba su carrera en Buenos Aires. Concentrado en su objetivo, había sido de aquellos estudiantes que dedican sus años de formación completos al estudio sin distracciones de ningún tipo, salidas ni fiestas. Solo se aferraba a sus proyectos y clases. En ese sentido, llegar a Madrid fue una suerte de liberación. “Al principio lo pasé mal por separarme de mi familia. Yo estaba muy apegado a ellos. Y, en esa época, las comunicaciones no eran hoy. Hablaba por teléfono con mis padres una vez a la semana. Ellos tenían que ir a un locutorio. Así que la manera de comunicación más directa eran las cartas. Escribía cartas contando mis aventuras todo el tiempo”.
Ese primer año conoció a quien luego se convertiría en su esposa. Ella, española del municipio de Ávila, había llegado desde Salamanca donde había estudiado Geografía e Historia para hacer un curso de Bibliotecología. Quiso el destino que se hospedara en el mismo hostel donde paraba Gabriel y entre las paredes de aquel alojamiento ocurrió el flechazo.
Luego de seis años de noviazgo, finalmente se casaron. No quisieron tener hijos en ese momento. Prefirieron asentarse. Con ese plan en mente compraron un piso donde vivieron algunos años. Él trabajaba como arquitecto mientras que María Jesús estudiaba derecho. Años más tarde vendieron ese departamento y compraron un ático que demolieron para hacerlo completamente nuevo. Era como un sueno hecho realidad. Con esfuerzo pudieron montar un piso con una terraza estupenda en el centro de Madrid. Allí recibían a amigos todo el tiempo. Gabriel trabajaba y viajaba mucho ya que en ese momento estaba haciendo hoteles en Cuba y Puerto Rico.
Formar familia, una nueva prioridad
“Teníamos una vida que podría decirse era soñada. Entre los 30 y los 40 años yo había conseguido lo que la mayoría de las personas desean: tener un buen trabajo y una familia. Me habían hecho socio de la compañía donde trabajaba, tenía la casa deseada, un buen coche y viajábamos donde se nos ocurría”.
Pero decidieron que ya hora de tener hijos, y eso les hizo ver otra realidad. La familia se convirtió en prioridad. Gabriel cambió de trabajo para poder pasar mas tiempo en Madrid, se mudaron de casa para tener un jardín y una piscina donde disfrutar con los niños y dieron comienzo a otro capítulo de sus vidas.
Cada adopción les llevó dos años de proceso. Hicieron las gestiones a través de la Comunidad de Madrid que, a su vez, trabaja con distintas agencias internacionales. Pasaron muchos altibajos pero, finalmente, pudieron dar a bienvenida a una hija china y un hijo nepalí de 18 y 15 años respectivamente. “Cuando se tiene el deseo de tener un hijo, no hay nada que te frene. No hay procesos que puedan amedrentarte. Ese deseo convirtió ambos procesos en el mejor proyecto de nuestras vidas. Y así fue. Conformamos una familia muy colorida como nos gusta decir”.
“De un día para otro me quedé sin trabajo”
Más allá de los obstáculos que habían tenido que sortear, podían decir que llevaban una vida bastante tranquila, sin altibajos ni problemas urgentes que resolver. Hasta que en 2009 sobrevino una crisis económica que los obligó a barajar las cartas de su vida, una vez más. “Nuestros hijos tenían tres y seis años y, de un día para otro, me quedé sin trabajo”.
El matrimonio siempre había tenido entre ceja y ceja la idea de hacer una experiencia en otros países del mundo. Y advirtieron que había llegado la oportunidad para concretarlo. “Los países árabes entonces estaban en pleno apogeo de construcción y salió una oferta en Arabia Saudita. Daba un poco de vértigo, pero era la oportunidad de empezar a tener esa experiencia y me fui solo a ver cómo resultaba, luego se uniría mi familia. Yo tenía entonces 48 anos, y la opción de encontrar en España un puesto similar era en ese momento casi nula. Allí me ofrecían un muy buen sueldo, una vida nueva y no lo pensamos dos veces. Ese era el cambio que estaba buscando”.
Dejaron atrás todo lo que habían conocido en España: la casa, los colegios, la familia y los amigos. Todo, para empezar de cero. Sabían que no iba a ser un país fácil de conocer, pero las ganas de cambio y de aventura fueron más fuertes. Y con ese espíritu de aventura vivieron cuatro años en aquel destino, luego se trasladaron a Catar, regresaron a España y, desde 2019, se encuentran en India.
“El cambio fue brutal”
“La vida de un expatriado está llena de altibajos. Tener la familia y amigos lejos, perderse todos los cumpleaños, las celebraciones, y los momentos difíciles como la pérdida de un ser querido se viven muy intensamente. Adaptarse a otra cultura es siempre un reto. Cuando en 2010 llegamos a Arabia Saudita nos miraban como bichos raros, éramos los diferentes. El cambio fue brutal, sobre todo para mi mujer. Ella tenia que vestir con abaya para salir de casa, no podía conducir, no podía salir sola, y miles de cosas que nos resultan increíbles si lo vemos desde nuestro pequeño mundo. Luego, llegar a Catar fue como llegar a Las Vegas, todo era más relajado y tolerante con nuestras costumbres. Fueron unos años increíbles: vivíamos frente al mar, recibíamos amigos y gente querida y tenía un trabajo que me permitía pasar mucho tiempo en familia”.
Luego de aquellos meses de bonanza, India fue un shock para los sentidos. “Venir de Catar, donde todo está impoluto, nuevo, casi de plástico a meterte en el caos de las calles, el bullicio, el tráfico, las aglomeraciones, los colores y los olores de esta ciudad no ha sido fácil. Nos daba miedo cruzar la calle, ya que nadie respeta al peatón ni las normas. En cuanto a las comidas, esa es todavía una cuenta pendiente. Comen muy picante y, aunque nuestro nivel de tolerancia a las especias aumentó considerablemente, no podemos decir que estemos acostumbrados”.
Pero Gabriel reconoce que en todos los países fue difícil el período de adaptación. Hacerse entender en otra lengua para alquilar una casa y negociar, ir a urgencias al hospital con un hijo y 40° de fiebre, entender los códigos de la gente, comprar un coche, abrir una cuenta en el banco, montar un casa desde cero, buscar colegios, entre otras tantas tareas que uno da por sentado requirió de mucho esfuerzo emocional.
Una deuda con cada país
Por el momento, la familia permanecerá en India, aún les queda mucho por descubrir. “Tengo 61 años, pero sé que lo mejor está por llegar”. Y reconoce la deuda de corazón que tiene con todos los sitios y personas que colaboraron en su crecimiento como persona, padre y profesional. “Todos le debemos muchísimo a nuestros padres, familia y amigos, por la educación que recibimos y el apoyo, pero yo además tengo grandes deudas con los países donde he vivido”.
- Argentina representa sus orígenes, su madre y su padre, los mejores recuerdos de su infancia y juventud.
- A España le debe la posibilidad de ser un arquitecto de verdad, consolidarse como tal y formar una familia. España se convirtió en su casa.
- China y Nepal: “ambos países me hicieron el regalo más grande de mi vida, mis hijos”.
- Arabia Saudita le abrió las puertas al mundo desconocido, le hizo saber que todo desierto tiene un oasis.
- Catar fue un remanso de paz, fue una época de disfrutar del mar, la calma y la familia.
- India lo recibió a los 58 años para darle la oportunidad de seguir desarrollándose en su profesión. “India me demostró que siempre debemos escuchar la historia desde dos puntos distintos. Me recibió con los brazos abiertos y la mejor de sus sonrisas”.
“Nos abrió la mente de una manera increíble”
Y, con el paso de los años, también pudo comprender que todas las experiencias fueron capitalizadas. “Nos abrió la mente de una manera increíble, a nosotros y a nuestros hijos. Viajar nos dio la posibilidad de ver a nuestro país en perspectiva y entender que no somos el ombligo del mundo, que los seres humanos tenemos mas similitudes que diferencias y que hay muchísima gente buena dispuesta a ayudar y echar una mano cuando uno lo necesita”.
Reconoce que ganó en seguridad, en resiliencia y en fortaleza. “Empezar de cero a los 50 años es un reto y esta experiencia fue clave en mi crecimiento. Creo que soy mucho mejor persona ahora. Soy un hombre fuerte y luchador, que no me da miedo nada. Profesionalmente sé que soy un privilegiado, porque amo mi profesión y siempre he podido trabajar de ello y tener una vida cómoda. Mis hijos siempre han ido a colegios internacionales que nunca hubiera podido pagar en España, hemos vivido en lugares preciosos, y eso hace una diferencia. Me siento orgullosísimo de ellos porque todo lo conseguido ha sido a base de esfuerzo personal. Mío, de mi esposa apoyando siempre y de mis hijos. Volvería a vivir mil veces lo mismo. Volvería a dejarlo todo por un sueño, por una nueva ilusión. Igual que mi vida cambió a los 50, la vida de cualquiera puede hacerlo. No solo los jóvenes emigran en busca de un futuro mejor, nosotros también podemos hacerlo cuando la rutina no nos llena y nos hace sentir que nuestra vida necesita algo más. Solo hay que vencer el miedo inicial. Poder elegir el país donde vivir es una bendición y nos da un sentimiento de libertad muy grande”.
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