Tenía un muy buen empleo y un futuro prometedor, pero sus sueños lo llevaron a lugares con los que jamás había soñado.
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Trabajaba en un hotel cinco estrellas del partido de Pilar. Sí. Era el empleo que muchos jóvenes de su edad hubieran querido tener. ¿Había sido la suerte o el mismo destino que lo había puesto en ese lugar? En ese momento aceptó la propuesta casi de forma impulsiva, sin pensarlo demasiado. Se había trasladado más de 300 km desde su ciudad natal para cumplir con el requerimiento de presentarse de inmediato.
Cuando llegó el primer día de trabajo, se dio cuenta de dos circunstancias que tendría que sortear. En primera instancia, no conocía a nadie. Y había, además, otro detalle en el que no había reparado. Si bien en el hotel estaban cubiertas sus comidas durante el día, la realidad era que no tenía dónde vivir y dormir durante los meses que durara el contrato.
“En el auto tenía una mesa plástica con dos banquetas, un colchón y un microondas. Las caras de mis compañeros cuando supieron que ese iba a ser mi alojamiento eran increíbles. Nadie podía hacerse a la idea de una vida como la que yo pensaba llevar. Pero siempre me dejo guiar porque algo bueno va a llegar. Y así fue. A los pocos días conseguí alquiler. Creo que le di pena al dueño, me vio cara de chico del interior y me dejó instalarme sin contrato”, recuerda Tomás Martino.
Mudarse para crecer
Criado en Alta Italia, un pueblo de un poco más de mil habitantes en la provincia de La Pampa, creció junto a sus tres hermanos varones, su mamá y su abuela. Al finalizar la etapa escolar y optar por un espacio académico donde estudiar, supo que tenía que armar sus valijas y buscar un nuevo norte. “En el interior sabemos desde chicos que, si queremos tener una profesión, nos tenemos que mudar alguna ciudad. En mi caso y el de Agustín, mi hermano mellizo, decidimos ir a la ciudad de Lincoln a estudiar Educación Física, ya que nos gustaban muchos los deportes. En ese momento, mi vieja, madre soltera, nos sentó y nos dijo claro: yo los banco para que estudien cuatro años, el resto corre por ustedes”.
Los hermanos lograron obtener su título. Pero, al mismo tiempo, se esforzaron por trabajar y ayudar económicamente a su madre. “Recuerdo una anécdota: nos quedaba muy poca plata y le dije a mi hermano: o salimos de joda o mañana no comemos. Como era de esperar, al otro día no teníamos para comer. Metimos unas tapas de empanadas al horno y las comimos con mayonesa”.
Luego de aquellos años de búsqueda y exploración, Tomás sintió que había llegado el momento de concretar un deseo que postergaba hacía ya varios años. Con ese objetivo en mente, a los 21 años, se lanzó a la aventura en un viaje a Río de Janeiro por los Juegos Olímpicos que se organizaron en el país carioca en aquella oportunidad. “Ni lo dudé, agarré los ahorros, recibí un poco de ayuda de amigos y plata prestada de mi vieja, saqué el pasaje y en cuanto aterricé me crucé a Luciana Aymar. Parecía un sueño”.
Al regresar, el objetivo era terminar la carrera de guardavidas que estaba cursando. En 2017, ya recibido tenía mucho trabajo en escuelas, clubes y en la dirección de deportes. Pero llevaba una vida rutinaria y algo comenzaba a hacer ruido en su interior. Fue en ese contexto que lo convocaron de un reconocido hotel cinco estrellas de Pilar para trabajar en la recepción del spa y acompañar a los huéspedes en el gimnasio.
Todo parecía de película: le daban la comida, la vestimenta, tenía las instalaciones del gimnasio gratis, estaba en contacto con famosos, el hotel contaba con vista al golf. “Fue un cambio en mi vida increíble, trabajaba mucho y no me daban los días para ir a ver a mi novia, que siempre me había apoyado en esta decisión, y con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que la distancia nos estaba ganando. Ella siguió estudiando en Lincoln, yo seguí trabajando en Pilar, terminamos bien, cada uno priorizó su futuro. Básicamente tenía lo que quería, un trabajo de ocho horas, bien pago”.
Pero también comenzó a sentir que la vida era, al menos para él, otra cosa. No tenía tiempo para viajar a La Pampa a ver a su familia, ya había terminado la relación, tenía muy pocos fines de semana libres. “Me propuse viajar, hacer el viaje que siempre había soñado, Sudamérica, con mi mochila al hombro, y solo. Presenté la renuncia, nadie se la esperaba, me preguntaron los motivos, y les dije que veía que mi vida se pasaba dentro de cuatro paredes y no era lo que quería, me fui muy bien por suerte”.
Recorrió durante seis meses Bolivia, Perú y el Machupicchu, Ecuador, Colombia, México y Cuba. Mucho a dedo, un poco en colectivo, haciendo voluntariados a cambio de hospedaje y comida y usando couchsurfing, una aplicación para viajeros, donde las familias hospedan sin costo alguno a los viajeros.
La clase media también viaja
En septiembre de 2019 Tomás decidió regresar a la Argentina. Extrañaba las comidas, a su abuela por sobre todo, su familia y amigos. “Pero iba a volver con el objetivo bien marcado. Ahorrar para ir a Europa”. Vendió el auto, tomó los ahorros que había hecho durante varios meses de trabajo y obtuvo una visa work and holiday en Alemania, donde se encuentra actualmente.
“En Alemania se paga muy bien, 10 euros es el mínimo por hora. Me compré unas zapatillas Nike para correr por 40 euros y con cuatro horas de trabajo. Un pasaje low cost a Barcelona lo pague con la propina de un día. Hay cosas que me sorprenden, como la honestidad, no hay ventajas o atajos, no hay basura tirada, cada botella o lata te cobran 25 centavos de euro en el supermercado, después cuando la devolves te regresan ese dinero. Lo que ahorraba en un mes en Argentina, lo hago trabajando en un día acá. Ahora solo pienso en poder viajar mientras pueda por Europa, y ahorrar para poder invertir en Argentina. Sueño con armar un gimnasio o un hostel. Amo mi país, pero está muy complicado vivir. Y lo peor es que esta emigrando gente con muchas profesiones. Veo que cada día estamos peor, y no se ve una salida a corto plazo. En fin, vendí todo para arriesgar a esta aventura, no hay que tener miedo, la vida es una. La clase media también viaja”.
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