Frederic Tudor tenía 23 años cuando se le ocurrió aprovechar lo que abundaba en su tierra natal cada invierno: el hielo
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Frederic Tudor disfrutaba de unas tranquilas vacaciones en el Caribe cuando tuvo la visión que cambiaría para siempre su vida e impactaría en toda la Humanidad. Su idea fue tan audaz como brillante: revolucionó el mercado. De pronto, lo que parecía un capricho de un muchacho rico se convirtió en una necesidad global...
El rey del hielo
Frederic Tudor nació en la ciudad de Boston en 1783, en el seno de una familia acomodada. Su padre era un abogado destacado en la comunidad y su hermano, William, una figura en la vida cultural de Boston, un literato de gran prestigio.
Desde muy joven, Frederic mostró interés y habilidad natural por los negocios. Con solo 13 años le gustaba involucrarse en actividades comerciales, algo poco común para alguien de su edad en una familia de su posición.
Contrario a las expectativas familiares, sorprendió a todos al rechazar la oportunidad de estudiar en la Universidad de Harvard. Pero su negativa dejó claro su deseo de forjar su propio camino, al margen de las tradiciones familiares.
Una idea disparatada
A comienzos de siglo XIX, Frederic Tudor estaba de vacaciones en la colonia francesa de Martinica cuando tuvo la inspiración que sería definitiva en su vida. Sofocado por el calor, recordó los inviernos “bajo cero” en Boston, donde el hielo no tenía valor porque era abundante y fácil de almacenar en invierno. De hecho, las familias adineradas de Boston, las que tenían lagos o estanques en su propiedad, habían adoptado la costumbre de consumir hielo. Sin embargo, en el Caribe, el hielo no existía. Las bebidas se consumían a temperatura ambiente, los alimentos no se podían preservar de manera efectiva y, en medicina, los pacientes con fiebre no podían beneficiarse del alivio que el hielo ofrecía.
Fue entonces cuando Tudor redondeó una idea que muchos tildaron de “disparatada” y que nunca antes se había intentado: se propuso llevar hielo desde las frías regiones del norte hasta las calurosas costas del Caribe.
Terminadas las vacaciones, regresó a Boston decidido a convertir esta idea en realidad. Pero el camino no fue fácil. Se encontró con dos inconvenientes: por un lado, nadie quería arriesgarse a alquilarle un barco por el temor a que el agua del deshielo desestabilizara los navíos o arruinara la otra mercadería que los buques transportaban; y por otro lado, nadie quería proporcionarle hielo para su proyecto.
Ante la falta de apoyo, no tuvo más remedio que tomar el asunto en sus propias manos. Tudor compró su propio barco, un bergantín al que llamó Favorite, y comenzó a extraer el hielo de un estanque que pertenecía a su familia.
Mientras realizaba los preparativos, cada vez que compartía con alguien su plan recibía risas y burlas. Muchos dijeron que su idea una locura, una broma absurda. Otros lo tildaron de imprudente. Todos fueron incapaces de ver el potencial de su visión.
Estrategia de marketing y un nuevo mercado
Su primer viaje a Martinica, en febrero de 1806, no resultó como esperaba y no hizo más que alimentar las dudas sobre su proyecto. Tudor partió del norte de Estados Unidos con 130 toneladas de hielo, cuidadosamente envuelto en heno para conservar la temperatura. Después de un viaje de tres semanas, algo del hielo se derritió, pero una buena parte llegó intacta. Sin embargo apareció un nuevo inconveniente: no había instalaciones adecuadas para almacenarlo en Martinica y el hielo se derritió rápidamente en destino. Tudor perdió más de 4.000 dólares, en aquella época era una suma considerable que dejaba claro lo arriesgado de su emprendimiento.
A pesar de aquel primer intento fallido, Tudor no se rindió. Al año siguiente, decidió enviar 240 toneladas de hielo a La Habana.
El emprendedor ofrecía su hielo, al principio de manera gratuita (una hábil estrategia de marketing), en bares y restaurantes para que la gente se acostumbrara a consumir las bebidas frías y se convirtieran en clientes permanentes. Su intención era clara: quería crear un nuevo mercado. Una de sus tácticas fue enseñar a la gente cómo hacer helado. También ofreció hielo gratis a los camareros durante un año y les enseñó el arte de la coctelería.
Pero la tarea no era fácil y su negocio seguía sin ser rentable. La guerra de 1812, entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, repercutió negativamente en sus negocio. Con las pérdidas acumulándose, enfrentó la dura realidad de la insolvencia, que lo llevó a estar encarcelado en dos oportunidades por deudas.
Nada parecía desanimar al joven emprendedor que se las ingenió para ampliar su mercado. Al puerto de Boston llegaban barcos cargados de algodón que muchas veces regresan vacíos o cargados con piedras para equilibrar su peso. Fue entonces cuando Tudor tuvo una idea brillante: en vez de cargar piedras, los barcos podrían llevar hielo. Así empezó a transportar grandes cantidades de hielo a las zonas cálidas a muy bajo costo.
Al mismo tiempo, se perfeccionaron las técnicas para almacenar el hielo. Tudor empezó a guardarlo en depósitos de madera con paredes huecas. Inicialmente utilizaba heno, pero más tarde descubrió que el aserrín era más eficiente para evitar que el hielo se derritiera. Además, instaló centros de almacenamiento adecuados tanto en los puertos de destino como en los lugares desde donde distribuía el hielo.
Finalmente, para asegurarse que los clientes volvieran a comprar, Tudor diseñó contenedores de almacenamiento creados por él mismo que se los entregó a los compradores. Estos recipientes eran fundamentales para mantener el hielo en buen estado, convirtiéndose en una parte clave de la primera versión de lo que sería una cadena de frío. Gracias a estos ingeniosos contenedores, los clientes podían conservar el hielo por más tiempo, lo que ayudaba a garantizar una demanda constante.
“Arar el hielo”
Después de una década el negocio empezó a mejorar, aunque la extracción del hielo seguía siendo demasiado artesanal. La situación cambió, y el negocio de Tudor tuvo un gran impulso cuando se asoció en 1825 con Nathaniel Wyeth, uno de sus proveedores, que había desarrollado un innovador cortador de hielo tirado por caballos.
El método de Wyeth consistía en “arar” la superficie del hielo utilizando cuchillas que creaban surcos paralelos de aproximadamente 10 centímetros de profundidad. Una vez marcados estos surcos, los trabajadores perforaban agujeros en el hielo y utilizaban sierras para cortar los bloques en tamaños finales de unos 60 por 60 centímetros. Esta técnica facilitó muchísimo el proceso de extracción del hielo y aumentó la capacidad de producción.
El negocio no paraba de crecer. Tudor dominaba el mercado del suministro de hielo en La Habana y Jamaica. En los Estados Unidos, con la llegada del tren y los vagones refrigerados, el hielo permitió transportar carne sin salar de costa a costa (antes, la carne salada era lo único que tenía mayor duración). Pero la prueba de fuego fue en 1833, cuando se envió hielo desde Boston a Calcuta. En un viaje de 26.000 kilómetros, que duró casi cuatro meses, se enviaron alrededor de 180 toneladas de hielo llegaron a la India en perfecto estado. El hielo de Nueva Inglaterra causó una gran impresión en Calcuta, al punto de que, en solo tres días, los habitantes solicitaron la construcción de un depósito de hielo. La India se convirtió en uno de los destinos más lucrativos.
Gracias a su tenacidad y métodos innovadores, Tudor transformó lo que alguna vez había sido “lujo” en una “necesidad”, creó un mercado y se volvió un magnate de la industria. Para 1856, cerca de 150.000 toneladas de hielo salían anualmente de sus barcos en Boston hacia 43 países, incluidos China, Australia y Japón. El apodo de “El loco del hielo” cambió a “el rey del hielo”.
“El rey del hielo” falleció en 1864 a la edad de 80 años. Era millonario. El comercio del hielo natural funcionó hasta la invención de los frigoríficos y congeladores eléctricos, principios del siglo XX.
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