Estaba en pésimas condiciones cuando dio con él, luego de varias refacciones logró el objetivo que buscaba.
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Vidrios rotos, el exterior pintado con grafitis y un estado general muy deteriorado por haber estado a la intemperie. Esa fue la imagen con la que Juan Iriarte se topó ese junio de 2021 cuando fue a un depósito al aire libre en la localidad de Pilar en la provincia de Buenos Aires a ver unos vagones de la línea B de subterráneo que estaban a la venta. “Eran desastrosos, pero los miramos con cariño y futuro”, recuerda.
Todo había empezado puertas adentro mientras los argentinos atravesaban el confinamiento estricto por la pandemia del coronavirus de 2020. “Encerrados por la maldita pandemia, solo podíamos estar adentro y con teléfono en mano comunicándonos con amigos y familia. Fue en ese contexto que apareció una publicación de un lote en Canning en el partido de Ezeiza”. Conversó con su mujer. Juntos evaluaron posibilidades de pago y usos posibles. Hasta que llegaron a la conclusión de que querían y necesitaban animarse a lo diferente. Y sin demasiado preámbulo lo compraron.
“En una subasta habían vendido vagones de subte de la línea B”
Criado en la localidad de Ayacucho, a la vera del arroyo Tandileoufú, Juan Iriarte pasó sus primeros años de infancia y adolescencia en esa ciudad. Y el contacto con la naturaleza y la vida al aire libre le habían dejado maravillosos recuerdos. Allí, de hecho, actualmente viven sus padres, familiares y amigos. Hasta que llegó la pandemia era un destino frecuente que visitaban con su mujer e hijos para poder despejarse de la rutina y pasar el tiempo con los seres queridos.
No lo supo en ese momento. Quizás fue el encierro lo que lo llevó a tomar la determinación de volver a aquellos lugares donde había sentido una paz y una tranquilidad que nunca más volvió a experimentar. “Como la locura era de a dos, con mi mujer empezamos a pensar qué podíamos hacer con el terreno que habíamos comprado en Canning. Pensamos en containers, un silo y muchas otras alternativas más hasta que navegando en Google encontramos la subasta en la que se habían vendido unos vagones de subte de la línea B (que corre bajo la avenida Corrientes desde el Microcentro hasta Villa Urquiza). Dimos con la empresa que los había comprado y allá fuimos”.
Un vagón deteriorado y la visión de una futura casa
Viajaron en familia hacia la nueva aventura. Cuando llegaron, se encontraron con un depósito de chatarra en el que sobresalía un vagón de 18 metros de largo por 2,70 metros de ancho. Probablemente esos vagones habían formado parte de los que la empresa entonces encargada de operar la Línea B había adquirido de segunda mano al metro de Tokio y retirados del servicio en la línea Marunouchi.
Aunque a fines de 2015, el Metro de Tokio le solicitó al Gobierno de la Cuidad cuatro coches para ser restaurados como tren histórico en la antigua línea donde circulaban originalmente, algunos, ya retirados del servicio, no corrieron la misma suerte. Se los vendió en muchos casos como chatarra y fueron cortados, o también usados para hacer viviendas o locales de comida
El vagón que la familia Iriarte tenía frente a sus narices estaba en muy malas condiciones. Expuesto a la intemperie, evidenciaba rastros de lo que las altas temperaturas, el viento y la lluvia habían dejado a su paso. Pero pudieron ver más allá de la superficie y dieron el salto. Por un valor de 700 mil pesos adquirieron un vagón Mitsubishi Eidan 500. Sería su futura casa de fin de semana en el terreno que habían comprado en Canning.
Buscaban algo sencillo: tener un lugar distinto fuera de la ciudad para disfrutar y relajarse. Juan es empleado público del gobierno de la Provincia de Buenos Aires en el Ministerio de Ambiente y su mujer abogada. “No es un emprendimiento para sacarle rédito, es de uso familiar y lo amamos. Tenemos la fortuna de tener horarios de trabajo que se terminan en cuanto ponemos un pie en casa. No como en otros casos que son jornadas interminables de obligaciones”. Reconocen que a pesar de las dificultades que atraviesa el país, llevan una vida tranquila, pero buscaban algo más para poder desconectarse realmente.
“El día que fuimos a ver los vagones en venta, lo hicimos los cuatro, en familia. La nena, Inés, tenía seis años en ese momento y su hermano Mateo, ocho. Ellos vivieron de cerca cada cosa que se hizo en el vagón”. Como primera medida y antes del traslado, en el mismo depósito de chatarra se le dio una primera mano de pintura para que viajara con un aspecto presentable desde Pilar a Ezeiza.
Un traslado épico y el escape de la ciudad
El 5 de agosto se hizo el traslado desde Pilar a Ezeiza. “El despliegue fue magnífico: una camión con semirremolque, dos camiones más con dos grúas y la emoción de que la primera etapa de la locura se completaba. Después, una vez instalado en el terreno, se pintó el interior ya que era rosa. Además se hicieron las divisiones internas en tres dormitorios y baño con ducha escocesa, las instalaciones de luz, agua y desagües. Luego llegó la mejor parte: empezar a disfrutarlo como casa de fin de semana, es nuestro escape de la ciudad”.
El proyecto, llamativamente, duró solo cinco meses ya que cuando Juan Iriarte hizo el dibujo de cómo quería que fuera el vagón, no fue necesario hacerle modificación alguna a ese original.
El barrio donde se encuentra instalado el vagón queda a unos cinco kilómetros del comercio más cercano, que es una proveeduría. “Como se duerme ahí dentro no se duerme ni se descansa en ningún lado. El entorno es ideal. El barrio está en desarrollo, hay pocos vecinos y la magia sucede cuando uno se recuesta en el dormitorio y piensa un poco en la historia del lugar donde se encuentra. Se trataba de un vagón de subte por el que pasaron miles de personas que viajaban de sus casas a sus trabajos o a hacer trámites. Seguramente estaban todos apurados. Y lo increíble es que hoy nosotros descansamos en él”.
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