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Fue una de las tantas adopciones que se concretaron durante la pandemia por el Covid-19. Aunque no estaba segura, se dejó llevar por su corazonada y le hizo caso a su amiga Antonella, que tanto le hablaba sobre ese pequeño cachorro que acababa de rescatar. Sumar a un perro a su vida en ese momento significaba para Julieta Alalu mucha responsabilidad. Pero finalmente cedió a la idea de su amiga y se animó a dejarse conquistar.
Los primeros días en el departamento de la joven fueron caóticos para ambos. Con tres meses recién cumplidos, al cachorro le costó adaptarse a su nuevo hogar y a la nueva rutina. Ella, por su parte, temía no estar a la altura de las circunstancias.
Paciencia, amor y respeto
“Bunki lloraba mucho, le daba miedo salir a la calle. A eso se sumaron algunas complicaciones de salud que tuvo que enfrentar. Había nacido en la calle y sin los nutrientes necesarios para crecer sano. Así que los primeros tres meses tuvimos que ir semanalmente al veterinario para controlar que su cuadro de desnutrición no se complicara”, recuerda Julieta.
Aunque la joven había convivido con un perro durante toda su vida y lo había despedido cuando falleció de viejito, adoptar a Bunki fue una experiencia completamente diferente para ella. Al comienzo, el cachorro mostró un carácter que la ponía a prueba: por un lado era temeroso, pero por otro lado reaccionaba con ladridos cuando se cruzaba en la calle con personas que le generaban desconfianza o con perros que lo intimidaban.
“Fue un trabajo de mucha paciencia, amor y entendimiento de sus señales el que hice con Bunki. Los consejos de una adiestradora nos ayudaron para que, poco a poco, fuera perdiendo el miedo y cambiara sus ladridos por una actitud más serena y equilibrada tanto en casa como fuera de ella. Hoy Bunki es un perrito súper dulce y cariñoso”.
Segunda oportunidad
Actualmente el joven perro vive de forma alternada con Julieta y su hermana. “Con mi hermana vive otros días de la semana en una casa un poquito más lejos que tiene jardín. Ahí puede jugar con Bronz, el perrito de mi hermana que es como el hermano de Bunki, juntos son felices”. Con su mamá humana pasa algunos días en el departamento y en Bunker, el local de indumentaria que Julieta tiene junto a su socia Iara Weich en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires y que apuesta a la moda circular.
El amigo de cuatro patas que se ganó tanto el cariño de Julieta y Iara como el de las clientas que se acercan al local fue tal que logró despertar en ambas amigas la idea de inspirar a otros a reflexionar sobre las segundas oportunidades. Así lanzaron una campaña que está protagonizada por tres figuras que prestan su voz para contar cómo fue la segunda oportunidad que cambió sus vidas para siempre. Una de esas historias es la de Bunki, el perrito rescatado de la calle que hoy mueve la cola feliz junto a una familia que lo ama. “Apareció de forma inesperada en mi vida y se convirtió en el gran tesoro que cambió mis días”.
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