A Pantufla lo rescataron en Cipolletti, en el sur del país. Tiene una manía con las puertas cerradas y “maúlla” como paloma.
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Fue a mediados de 2018. Instalada con su familia en la ciudad de Neuquén, fue una tarde que ocurrió lo inesperado. Camino a la facultad, Martina Zingoni se cruzó un gato blanco, bien peludo, de tamaño ya presuntamente adulto, con ojos celestes casi grises, súper manso -lo que la hizo pensar que tenía casa- bastante sucio y probablemente también bastante flacucho, aunque el pelaje no dejaba confirmar ese dato con seguridad. “Pasé un lindo momento, le hice mimos, me siguió por un rato hasta que se cansó y continué. Era algo que solía hacer en aquella época: acariciaba y jugaba con los gatos que me encontraba. Quería tener mi primer gato, pero la realidad es que no había mucho apoyo de parte de mi familia. Vivíamos en un departamento, llevaba una rutina de estudios bastante ajustada y un animal llegaba con un montón de responsabilidades de las que me iba a tener que ocupar sola”.
Pasaron unos días y una mañana Martina recibió un mensaje de su mejor amigo. Había encontrado un gato cerca de su casa que no se podía bajar de un árbol, lo había bajado, el gato lo había seguido hasta su casa y mi amigo no tuvo más remedio que entrarlo para buscar a su dueño. Le adjuntó una foto al relato. “Puede que haya sido casualidad, pero el gato era exactamente igual al que me había cruzado días atrás”.
Decidieron que lo mejor era dejar al gato en tránsito en una veterinaria amiga hasta que pudieran dar con su familia. Pero una mañana, la estadía del animal llegó sorpresivamente a su fin: al parecer el gato había orinado en unas plantas y “probado” todas las bolsas de alimento cerrado para perros. “Que se lo lleve Martina”, sentenció la dueña del local. “Así fue que una madrugada de invierno me levanté y agarré mi bolsita de tela del supermercado, porque así de volada era, a buscar al felino a la ciudad vecina. En resumen lo buscamos, vacunamos, desparasitamos, compramos comida y piedritas, mi amigo con su madre me llevaron a mi y al gato, que iba lo más tranquilo en la bolsa con la cabeza afuera sin saber qué pasaba, hasta casa. Desde ese momento todo fue historia”.
El gato y la joven entraron al departamento. Nadie en su familia sabía que ella había adoptado un gato. Lo llamó Pantufla (estaba igual que un par de pantuflas viejas que tenía, blancas, todas chamuscadas y sucias). El gato se durmió un rato con ella en el sillón, se despertó y fue a la puerta de la habitación del hermano. “Ahí, parado dejó salir un UUuuu. Pantufla no maúlla, es medio paloma parece. Acto seguido, mi hermano abrió la puerta con un ¿qué fue eso?, nos miramos en silencio los tres, y pasaron los años”.
El bosque es un mundo
Al haber sido rescatado de la calle, Pantufla obviamente conocía lo que era la vida al exterior y, además, lo disfrutaba. “El problema es que apenas llegó a casa, vivíamos en un departamento en un noveno piso en la ciudad de Cipolletti, donde yo entonces estudiaba. Todavía no conocía las redes para los gatos. Y cada vez que él salía al balcón yo estaba con el corazón en la boca, por si se le ocurría saltar, acercarse a las barandas, querer pasar al balcón de la vecina. La solución que encontré fue ponerle un arnés. Al principio se resistió hasta que empezó a caminar lo más bien con su pretal y correa por el balcón, el pasillo, el edificio”.
Cuando finalmente regresaron a su casa en San Martín de los Andes, los padres de Martina la animaron para que sacara a Pantufla a caminar por el bosque. “Le encantó. De caminar en Cipolletti que es una ciudad asfaltada, en un departamento, que era mucho más chico, a un bosque debe haber sido una hermosa confusión para él”. Pero había que tener un cuidado extra. Como Pantufla es un gato albino, los rayos del sol pueden ser sumamente peligrosos para su piel. Asesorada por su veterinario, Martina supo que la mejor solución era entonces pasearlo después de las seis de la tarde o en lugares donde no penetre nada la luz solar como sucede en el bosque, puesto que los árboles son muy frondosos.
Cada vez que salen, Martina no deja de asombrarse con el comportamiento de su gato. “Su curiosidad es lo más interesante. Se ha pasados largos ratos olfateando objetos que la verdad no parecían tener gracia: una lámpara de jardín, un escarabajo muerto, un pedazo de manguera abandonado y todavía no puedo entender qué es lo que le llama la atención. Siempre que salimos va a oler las mismas cosas. En su cerebro ya tiene trazado el mapa de dónde están y cuál se huele primero, cuál segundo... También ha tomado la costumbre de revolcarse en la tierra al mejor estilo chanchito, y queda todo mugriento, pero le encanta”.
Vida de rico
Puertas adentro, esa curiosidad y energía de niño que despliega en el bosque, desaparecen por completo. “Creo que debí ponerle Alfombra. Sus actividades consisten en: dormir en una silla de ejercicios, dormir en el sofá de la cocina, dormir en los marcos de las puertas para dificultar el paso a las habitaciones, dormir en “su silla” (una silla de la mesa que le pusieron mis padres para que pueda mirar por la ventana, pues sino no llega), y dormir en muchos otros lugares donde uno no espera encontrarlo”.
Su segunda actividad favorita es seguir a la los miembros de la familia por la escalera. No importa dónde esté o qué esté haciendo, si alguien sube o baja la escalera de la casa, Pantufla tiene que acompañarlo a una velocidad ridículamente alta. Es por eso que siempre termina golpeándose contra un escalón o resbalándose.
El tercer lugar en la lista de actividades favoritas lo ocupa el arte de “observar” como todo gato. “Cuando él necesita practicar su arte de observar va a seguirte por toda la casa mirando por horas, acechando, entre las sombras, así que a veces pasa que te das vuelta y ahí está el, con sus ojos bizcos, mirando fijamente”.
Pantufla tiene una manía con las puertas cerradas, no las soporta. “Puerta cerrada que hay, puerta a la que le va a hacer maña para que se la abran, porque como él es un príncipe parece que no puede aprender a abrirlas, necesita que nosotros vayamos a abrirlas para ver que hay adentro... y perder inmediatamente el interés. Pero, si la volvés a cerrar, otra vez se convierte en el enigma más interesante del mundo. Esto último lo hace sobre todo cuando uno quiere ir al baño en paz”.
También e gusta pasear en cajas, es decir, entra, hay que levantar la caja y pasearlo por la casa. “Otra opción es atarle una soguita y arrastrarlo, en su vida pasada debe haber sido conductor o algo por el estilo”, dice Martina entre risas. Eso no es todo, Pantufla es sumamente exquisito para las comidas, su alimento lo come con naturalidad. “Si le querés dar otra cosa, sea pollo, atún, o cualquier otra carne que suele gustar a los gatos te la rechaza descaradamente... por el momento solo quiere salmón rosado crudo, su excelencia. Si bien parece antipático le gusta la compañía, suele seguir a la gente y tirarse a varios metros pero en la misma habitación, disimulando que es mera coincidencia y no que nos viene siguiendo”.
Como buen gato, tiene ataques afectivos solamente por la madrugada, el resto del día no se inmuta con nada, ni caricia, ni palabra, nada. “Parece un peluche, lo podes levantar, dar besos en la panza, agarrarle las orejas y no hay respuesta, solamente se queda ahí existiendo”.
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