Desde mediados de siglo pasado, una pequeña empresa familiar es la única que elabora en la Argentina las cafeteras de tradición italiana.
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Antonio Varriale trajo consigo unas pocas cosas desde su país natal. Pero entre ellas había una que, aunque no ocupaba un lugar físico importante en su valija, invadía todos sus pensamientos: una cafetera Moka y la patente para producirla en Argentina. Tenía la firme convicción de que ese objeto, que era furor en Italia desde los años ‘30, podía funcionar a la perfección en este lado del Atlántico. Y no se equivocó.
Entusiasmado con la idea de poner en marcha su proyecto, un símbolo de la cultura italiana del café, Varriale se instaló en Caseros. Allí, a mediados de siglo pasado, conoció a Antonio Julio Onoda, un humilde y joven tornero, hijo de una madre española y un padre japonés. Tiempo después, se sumó al emprendimiento otro inmigrante italiano, Aníbal Dall’Anese. Fue así como los tres socios, unidos por las ansias de superación y el afán de progreso, dieron nacimiento a Volturno, la cafetera moka que desde hace más de medio siglo se fabrica en la Argentina.
Volturno, además de ser un río itálico, era el nombre del barco en el que Varriale tenía pensado llegar a América. Sin embargo, el destino hizo que días antes de su partida se enfermara y no pudiera embarcar. Lo que en el momento pudo ser considerado como una desgracia terminó salvándolo de la fatalidad, porque el Volturno se hundió y sus todos sus pasajeros murieron. Fue justamente ese instante de “buena fortuna” que inspiró el nombre de la empresa.
De tres socios a un único dueño
En un comienzo, los tres socios se encargaban de todo. Desde fabricar artesanalmente las cafeteras hasta comercializarlas al público. Los primeros compradores fueron los inmigrantes italianos del país. En 1967, formalmente crearon la “Fábrica Argentina de Cafeteras Express SRL”. Con el tiempo, el negocio creció y una década más tarde, ya eran populares en las cocinas de los argentinos. En ese momento de auge, alrededor de 40 personas trabajaban en la planta y hacían 10.000 cafeteras por mes.
Pero las circunstancias de la vida y los vaivenes económicos del país hicieron que la sociedad que había comenzado con tres socios se redujera con los años a solo uno. Primero, cuando falleció la esposa de Varriale, él decidió regresar a Italia previa venta de su participación en la empresa a sus socios. En los 90, el auge de lo importado complicó la situación de muchas empresas nacionales y Volturno no fue la excepción. Fue entonces cuando Dall’Anese, también decidió retirarse del negocio y vendió su parte a Antonio Onoda. Desde ese momento, Onoda y su familia quedaron a cargo de empresa.
Actualmente Volturno es la única empresa del país dedicada a la fabricación de cafeteras moka. “Es un producto difícil de elaborar por lo que no tenemos competencia en la Argentina. La competencia es China, pero como es un producto artesanal, la diferencia se nota”, dice Adrián Onoda, hijo de Antonio, que falleció en octubre 2019, y que actualmente está cargo de la empresa junto con su madre Ana María Affonso.
“La gente genera un vínculo con nuestro producto. Lo que sucede con la cafetera es que al durar tantos años y usarla todos los días de tu vida, le tomas cariño. Me llena de orgullo cuando me cuentan que tienen una cafetera nuestra desde hace un montón de años”, agrega.
La pequeña gran empresa familiar
Volturno es una empresa familiar “muy chica”, que cuenta con tan solo siete empleados y fabrican mensualmente 3000 cafeteras que se venden en todo el país, a través de varios canales, principalmente cafeterías y bazares. “No damos abasto con la producción, estamos muy atrasados, tal vez por eso no pensamos en exportar, solo con las entregas del mercado interno estamos al límite de nuestra capacidad de producción”, explica Adrián. En algún momento, la marca italiana de cafeteras, Bialetti les propuso realizar un joint venture, pero a su padre no lo convenció la propuesta. “Él era muy defensor de su marca y de la industria Argentina”, agrega.
En la fábrica de la calle Doctor Rebizzo, de Caseros, donde la fábrica funciona desde hace 48 años (antes estaban a 15 cuadras de allí), se realiza la producción completa de las cafeteras, salvo el proceso plástico de la perilla y manija. “Entra un lingote de aluminio y sale la cafetera empacada. A las 4.30 de la madrugada, se encienden los hornos de fundición donde se coloca, a más de 700 grados, el lingote de aluminio. Alrededor de las 7 ya está listo el material fundido que se coloca dentro de moldes metálicos, es fundición por gravedad. Una vez que la piezas se enfrían, se desmoldan. Con un torno se hacen las roscas por las que se unen ambas piezas. Luego, pasan a un pulido final”, detalla sobre el proceso de producción de las cafeteras que se venden en el mercado a un valor que oscila entre los 7000 a 14000 pesos.
-¿Encuentran fácilmente el personal para trabajar en la empresa?
Adrián: -No. Todo el personal que contratamos primero lo tomamos y luego tenemos que capacitar. No hay en el mercado personas con estos conocimientos. Con excepción de Tony, el encargado de planta, que es el empleado más antiguo y sabe hacer todo.
Madre e hijo piensan que una de las claves para que el negocio familiar funcione sin dificultades ni resquemores que afecten la relación, es la separación roles. Así, mientras Ana María se encarga de la relación con los clientes, Adrián se ocupa de la parte financiera. En 2015, la pareja de Adrián, Eugenia Cerisola, también se sumó al negocio en la parte comercial. “Es una empresa netamente familiar donde cada uno tiene un lugar”, dice Ana María.
-De todas maneras, más allá de que cada uno tenga un rol, siempre hay desacuerdos
Adrián: -No. Mi papá me escuchaba mucho y siempre me dejó llevar adelante mis ideas. Una única vez se opuso y me dejó una enseñanza. Cuando estaba el furor por lo importado, puntualmente lo chino, yo quería competir con ellos, pero la forma de hacer algo barato es bajar la calidad. Yo era muy joven y me acuerdo que mi papá me dijo que no, que la calidad se mantenía a rajatabla.... y con el tiempo me di cuenta que él tenía razón. Logramos mantenerla y eso hoy nos identifica.
En el último tiempo, Adrián piensa que se produjo una combinación que los benefició y los alentó a nuevo proyectos. “Por un lado, la pandemia nos obligó a estar más tiempo en la casa y los utensilios de cocina hicieron un boom y por otro, hay una movida nueva, llevada adelante por gente joven, de consumir café de especialidad. Los métodos manuales o artesanales de hacer café están volviendo”, cuenta Adrián. Hace unas semanas, Volturno abrió su primer local de café de especialidad y un coworking, en Las Lomitas Street, en Lomas de Zamora.
Esfuerzo, dedicación y amore
Para sus dueños, Voltuno representa más que un empleo. Ana María lo sintetiza: “Es mi vida”. En 1974, con su reciente título secundario de perito mercantil bajo el brazo, Ana María comenzó a trabajar en la empresa como secretaria. Sin imaginarlo, en la planta de Caseros, además de un empleo, conoció al gran amor de su vida, Antonio. “Nos llevábamos 15 años de diferencia, pero éramos muy compañeros. Él era muy buena persona, todos lo querían. También era un apasionado de su trabajo”, cuenta.
Antonio y Ana María estuvieron un par de años de novios y luego se casaron. Al año, nació Adrián. “A su lado, tuve una vida maravillosa... y lo extraño. Siempre seguí trabajando en la fábrica, nunca me dediqué a otra cosa. Los dos pusimos mucho esfuerzo y dedicación en la empresa. Antonio trabajó hasta los últimos días antes de morir”, dice.
La historia de Antonio es un típico ejemplo de algo que, en otros tiempos, era posible entre los argentinos trabajadores: el ascenso social. “Él venía de una familia muy humilde y se hizo solo. Su papá, que se había recibido de ingeniero agrónomo en Japón, hacia jardines. También cultivaban flores en el jardín de su casa y su madre las vendía en el cementerio de la zona, mientras que Antonio cuidaba los autos. También, trabajó vendiendo diarios y ayudando al lechero con el reparto de leche cuando se entregaba en los domicilios”, cuenta Ana María.
Antonio hizo algunos años en un colegio industrial, pero no pudo terminar sus estudios porque tenía que trabajar para ayudar con la economía familiar. Fue entonces cuando, en 1958, se le ocurrió comprar un torno y pidió plata prestada a un familiar. Su primer torno fue un “Wecheco 16″ que lo compró a nombre de su padre porque él aún no había cumplido los 18 años. “Él siempre me contaba emocionado que cuando empezó a trabajar con el torno en su casa, su papá solía sentarse a su lado para cebarle mates... fue la manera que su familia lo apoyó en sus comienzos”.
-Por lo que cuenta Ana, su marido fue un típico caso de movilidad social ascendente.
Ana María: -Sí, él empezó de súper abajo, de menos cero. Pero el país siempre dio oportunidad de progresar, eso si trabajando mucho desde la mañana temprano hasta la noche. Juntos pasamos épocas muy duras pero las pudimos sobrellevar y sobrevivimos a todos los embates de la Argentina manteniendo nuestra esencia: una empresa familiar.
-¿Cómo es ser un empresario Pyme hoy en el país?
Adrián: -No me puedo quejar porque tenemos trabajo y una empresa sana, pero todo el mundo sabe de las complicaciones que conlleva. Aunque es complejo, creo que el país te da oportunidades, podés salir adelante. Lo que la mayoría de las veces sucede es que, en lugar de ocuparte de cosas estratégicas, perdés todo el día tratando de resolver problemas exógenos a la actividad.
-Y eso genera un desgaste innecesario. ¿Alguna vez Antonio te dijo: “Ana cerremos todo, vendamos”?
Ana María: -Nunca jamás, porque esto era su vida. Él venía acá tempranísimo y se quedaba hasta la noche. En el 2001 pasamos un momento difícil porque además de la crisis económica, Antonio se enfermó de cáncer. Pudimos salir adelante. Ni en los peores momentos cerrar fue una opción.
Adrián: -Lo que sucede es que esto más que un trabajo.... es un estilo de vida y supongo que le debe pasar a todos los que tienen una pequeña empresa. Llegar temprano, desayunar en la fabrica, irse tarde... se transforma en un hábito, en tu vida.
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