A sus 71 años, Jorge Durietz, o “Pablo”, intérprete de “La Marcha de la Bronca”, repasa una adolescencia de teatros llenos y comunidades hippies, con la censura militar como telón de fondo; sus nuevos proyectos, a 51 años de su salto a la fama
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Desde hace décadas que Jorge Durietz disfruta de la incongruencia de ser un famoso sin fama. Ya nadie le pide autógrafos por la calle. Es más, la gente ni lo reconoce al pasar. Su música, sin embargo, sigue vigente. Sin cifras precisas, él se aventura a afirmar que la gran mayoría de los argentinos mayores de 50 puede recitar de memoria al menos una de sus canciones, hoy consideradas piezas fundacionales del rock nacional.
“No sé si alguien de acá sabe que soy famoso”, comenta Durietz, 71 años, barba canosa, rompevientos verde, mientras toma un café en el bar del Club San Fernando, del que es socio desde hace años. “Hay gente que se deprime cuando pierde el reconocimiento, pero no es mi caso. Doy clases particulares de guitarra para todas las edades, la paso bien”, cuenta.
Hace 30 años, este profesor de música se exhibía en los escenarios más importantes del país junto a su compañero Miguel Cantilo, con quien formaba el dúo Pedro y Pablo. Con teatros llenos, discos que se agotaban con rapidez y fans que llegaron, incluso, a arrebatarles sus zapatos desde abajo del escenario, este grupo, inspirado en Woodstock y, sobre todo, en Los Beatles, llegó formar parte de la historia musical argentina.
Entre sus numerosos éxitos, se destacan sus canciones de protesta, como “La Marcha de la Bronca”, “Yo Vivo en Esta Ciudad” y “Dónde va la Gente Cuando Llueve”, las tres comprendidas en el primer disco.
Pasaron 51 años desde aquel lanzamiento y Durietz se detiene a repasar los años locos que siguieron a ese primer éxito, marcados por el Flower Power y el rock, con la censura militar como telón de fondo. Mas allá de sus experimentos musicales, su vida fuera de los escenarios también fue disruptiva: el dúo llegó a tener su propia comunidad hippie en Núñez y fundó allí la primera sala de ensayos de Buenos Aires, en la que tocaron músicos como Pappo, Charly García y Nito Mestre, entre otros.
Cantantes de protesta en Punta del Este
“No éramos hippies, éramos hippie chic -distingue con humor-. Miguel venía de una familia ‘patricia’: los Cantilo Marcó del Pont. Eran 10 hermanos que vivían en una casona sobre la calle Olleros, en Belgrano. Yo estudiaba en el Esquiú, vivía ahí, a pocas cuadras, en Libertador y Gorostiaga, en un piso 12 y 13. Vivía como un rey, pero me gustaba el hippismo. Iba al Bolsón, donde había una comunidad hippie muy grande, pero solo de visita”.
La historia del grupo comenzó un verano en Punta del Este. Cantilo y Durietz, los dos de 19 años, se habían conocido por amigos en común en Buenos Aires el año anterior y habían empezado a tocar juntos en fiestas de conocidos junto a Guillermo Cerviño, también estudiante del Esquiú, con quien formaron el trío Los Cronopios. En enero, los tres adolescentes alquilaron junto a otros siete amigos un cuarto en La Punta para pasar la temporada.
“Durante el día íbamos a la playa y Los Cronopios tocábamos temas de Los Beatles a tres voces. Sonaba muy lindo. La gente se juntaba alrededor. A la noche, nos invitaban a fogones multitudinarios y tocábamos”, rememora Durietz. Una de esas noches, conocieron a una joven que era amiga de un mozo de La Fusa, un café concert que recién había abierto ese verano y que al poco tiempo se convirtió en un ícono cultural de la ciudad balnearia. Fue en ese parador playero de mesas chicas y vista al mar donde, sin saberlo, Cantilo y Durietz comenzaron su carrera.
“No pensábamos ser profesionales. Yo estudiaba para ser arquitecto y Miguel estaba en la facultad de Filosofía y Letras. Guillermo estudiaba Ciencias Económicas, y fue el único que siguió con la universidad después de ese verano”, recuerda Durietz.
Esa noche, la noche en que el mozo de La Fusa les consiguió un hueco al final del show para que pudieran ir a tocar, ya no quedaba nadie. Era tarde y el único público que oyó a Los Cronopios fue el mozo, la productora, y los últimos comensales que ya estaban pidiendo la cuenta. “Les gustamos. A la productora le parecía pintoresca la idea de los tres adolescentes que tocaban Los Beatles. Empezamos a ir todas las noches. Al final, ya abríamos el show”, dice. Entre canciones como “Love me Do” y “I Want to Hold Your Hand”, los jóvenes empezaron a tocar algunas de las primeras composiciones de Cantilo, todas con letras revolucionarias.
“Era rarísimo, totalmente fuera de lugar. Uno de los temas se llamaba “La Vanguardia” y era recontra de izquierda. Imaginate la noche Punta del Este, todas parejitas de pelo rubio sentadas tomando Gancia y nosotros ahí cantando:
- “hay una vanguardia que se esfuerza por cambiar el equivocado mundo actual. Frente a la injusticia, frente a los contornos del fracaso espiritual de un caducado régimen social”.
¡La gente seguro nos miraría con una cara!. Era pintoresco, creo. Después de eso, volvíamos a salir con otra de los Beatles”.
Gracias a la recomendación de uno de los artistas que tocaba todas las noches ahí, al poco tiempo los jóvenes consiguieron una entrevista con la productora internacional CBS, que decidió trabajar con ellos. Cerviño decidió no ser parte del proyecto para seguir con sus estudios, y ahí surgió el dúo. Por descarte más que por elección, se llamaron Pedro y Pablo, un clásico nombre de dúo, como San Pedro y San Pablo, Pedro y Pablo Picapiedra y tantos otros más.
Todas las canciones de protesta que formaron parte de su primer disco fueron compuestas por Cantilo. “Miguel, que era el ideólogo, el lector intelectual de izquierda que escribía desde los 15. Yo no. A los 19 años, leía algún que otro libro, era bastante ignorante”, dice entre risas. Durante el primer disco, él se dedicó a hacer los arreglos de guitarra y de las voces y compuso una canción, la cual hoy considera ‘muy naif’: “Andando a Caballo”.
“Decía así: Andando a caballo, al lado de mi amor, sintiendo el sol sin rayos, que queman sin dolor. Nubes, casas y hojas verdes, suben, bajan y se pierden. Nos sentimos tan felices, con el viento en las narices”, canta, en un tono bajo, para evitar que el resto de los comensales del bar lo escuchen.
Con el paso del tiempo, Durietz fue incorporando cada vez más protagonismo en la composición. Durietz es autor de canciones como “Instrucciones”, “El Alba del Estío”, “El Chicuelo Tropical”, “Compréndalo Señor” y “La Carroza”.
“Siempre, a lo largo de la vida, seguí con esa onda: más romántica y paisajística. Yo nunca fui un incendiario, siempre fui un bombero”, aclara. Sin embargo, por el hecho de ser intérprete de todas las canciones de protesta del dúo, Durietz siempre fue tomado por el público y el imaginario social como un músico revolucionario de izquierda.
Incluso hoy, esa imagen lo persigue. “Ya perdí a la mitad de mis seguidores en las redes. Muchos se desilusionan de mí porque tienen el preconcepto de que soy muy revolucionario, que soy muy de izquierda. Y yo por ahí hago una publicación protestando por alguna cosa y ya me hacen la cruz. Me comentan ‘pensar que vos grabaste la marcha de la bronca, voy a devolver todos los discos’ o ‘si sabía que eras un facho no los hubiera comprado’. Es terrible, pero bueno, yo me divierto”, cuenta, mientras toma su café.
Él y Cantilo, que vive desde hace años en España, grabaron por última vez un disco como Pedro y Pablo en 2017, llamado Unidos por el Cantar. El regreso y la posterior despedida del dúo fue un déjà vu de lo que ya había ocurrido en numerosas ocasiones durante los últimos cincuenta años: el recorrido musical de este grupo estuvo marcado desde un principio y hasta el día de hoy por la intermitencia.
Idas y vueltas, dictaduras y democracia
Poco después de grabar el primer disco, a Durietz le tocó hacer la colimba. Un mediodía, mientras almorzaba en un quincho de Palomar junto a otros 200 soldados rapados y con uniforme, escuchó sonar por primera vez en la radio “Yo vivo en esta Ciudad”, el primer single de la banda. “Yo le decía al resto ‘ese soy yo’ y me decían ‘na, ¿qué vas a ser vos?’. Era una canción desconocida que aparecía interpretada por un dúo también desconocido”, cuenta.
Enseguida, se ganó el apodo de “Soldado Pablo” entre los militares. Durietz le pedía permiso a sus superiores para asistir a las giras por distintas provincias y países limítrofes, y ellos siempre le daban el visto bueno. Ese año, 1970, fue el primer momento de gloria de Pedro y Pablo, marcado por giras y por discos que se vendían a una velocidad que tanto “Pedro” como “Pablo” no podían creer.
Sin embargo, las complicaciones no tardaron en llegar. Todavía bajo un gobierno militar, el de Juan Carlos Onganía, tocar en teatros de Buenos Aires y de todo el país se volvió cada vez más difícil. “Prohibieron Catalina Bahía, porque decían que era pornográfica, y la Marcha de la Bronca. Te jodían por las apariencias, por el pelo largo, por el aspecto hippie. De vez en cuando, aparecían policías en el medio de un show, apagaban la música y pedían documentos. Y ahí muchos terminábamos pasando la noche en un calabozo. A mí me pasó unas cuatro veces”, recuerda.
Con el dinero recaudado con el primer disco, el dúo alquiló una casa en Núñez, en la calle Conesa -que sería luego el nombre de su segundo disco-, donde fundaron, junto a músicos del grupo platense La Cofradía de la Flor Solar y sus respectivas novias, su propia comunidad hippie. “Forramos con fibra de vidrio el living y lo convertimos en la primera sala de ensayos de Buenos Aires. Venían músicos de todos lados”, recuerda. “Yo era el único que no dormía ahí. Iba a pasar el día y a ensayar y después volvía a mi cama, en la casa de mis papás. Ahí está el hippie chic”, señala, y se ríe.
Del mainstream al anonimato
La constante represión y la consecuente falta de trabajo llevó a que, en 1975, Cantilo y los músicos de La Cofradía decidieran mudarse a España. Para Durietz, que se quedó, fue un golpe duro. Intentó varios dúos, pero no tuvo éxito con ninguno, hasta que su compañero de Pedro y Pablo volvi ó a los cinco años. “Del 80 al 84 fue nuestro período más famoso, especialmente durante la Guerra de las Malvinas, que fue cuando el rock nacional resurgió. Se prohibió difundir música en inglés, entonces las radios empezaron a acudir al rock nacional”, explica. En total, Pedro y Pablo produjo seis discos, la mayoría entre 1970 y 1985.
La casa flotante en el Delta
Como solista, Durietz se lanzó hacia el folklore y, últimamente, también hacia el candombe. En cuarentena, compuso y produjo con su computadora “Cuarendombe”, un tema que interpretó junto a varios músicos argentinos y uruguayos, como Nito Mestre, Raúl Porchetto, Antonio Vergara y Ana Prada. “Estoy muy enganchado con la producción de videos. Ahora estoy haciendo una película muda”, cuenta.
Su proyecto más ambicioso, sin embargo, no está relacionado con la música ni el cine. Este año, en plena pandemia, el músico, radicado en Chacarita, comenzó a construir su casa flotante, que todavía está en obra en el astillero del Club San Fernando. Recién va a estar lista en los próximos meses y será ubicada en una amarra de la isla que este club tiene en el Delta. Durietz se mudará a la casa junto a sus dos hijas menores, las que tuvo con su última ex esposa. En total, tiene seis hijos, producto de cuatro relaciones amorosas. Con todos ellos, aclara, mantiene una relación muy estrecha.
“Fue Guillermo, el de Los Cronopios, quien me prestó la plata para construir la casa flotante. El ahora es banquero y seguimos siendo muy amigos”, cuenta Durietz, mientras maneja por el astillero con el auto repleto de herramientas y hierros en los asientos traseros. “todos acá deben pensar que me vinieron a sacar fotos por la casa flotante”, asegura el músico luego de posar para LA NACION.
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