De niña fue rechazada hasta anularse; una crisis y una película premiada la llevaron a luchar contra el racismo: “¿Podés imaginar todos los días de tu vida justificando tu existencia?”
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A sus seis años, Alma ingresó tímida al aula de primer grado de una escuela situada en el corazón de la ciudad de Buenos Aires, ocupó un lugar en un banco doble y nadie quiso sentarse a su lado. Se ilusionó al ver a una niña ubicarse junto a ella, pero sus esperanzas quedaron destrozadas cuando la madre, con una mirada filosa, la apartó y le indicó que se sentara con otra persona. Sola a partir de entonces, Alma, sin dudarlo, creyó que algo malo había en ella. Con el tiempo no tardó en comprender que el rechazo se debía a sus rasgos y su color de piel.
Sawubona, entre las tribus del Natal de Sudáfrica, es una forma típica de saludarse y significa: “Te veo, eres importante para mí, te valoro”. Para ellos es una forma de visibilizar al otro y aceptarlo tal como es. En respuesta, los miembros de la tribu suelen responder shikoba: “entonces yo existo para ti”.
Esta es la historia de Alma, una mujer que tardó en encontrar su propia tribu y que, como tantos otros seres en este mundo, se sintió invisible y desvalorizada desde niña en una Argentina con muchas heridas por sanar, entre ellas, el racismo.
Inmigrantes no blancos
Antes de su nacimiento en un hospital argentino, los padres de Alma habían decidido migrar desde Perú en busca de un futuro mejor, un camino que resultó doloroso. El buen trabajo parecía estar vedado para ellos, su madre accedía a changas de limpieza y su padre trabajaba doble turno para conseguir las necesidades básicas.
En los primeros años las mudanzas fueron constantes, les costaba acceder a un alquiler e incluso en cierta ocasión fueron echados sin motivo aparente. Los lugares, sin excepción, eran pequeños y precarios: “Una habitación reducida para mis padres y para mí, el resto de los ambientes era compartido”, recuerda Alma.
Cierto día su padre obtuvo un mejor empleo y, ante un panorama prometedor, soñaron con vivir en un ambiente digno, un deseo que les fue negado por el hecho de ser inmigrantes, inmigrantes con rasgos indígenas, inmigrantes no blancos, inmigrantes peruanos.
Crecer en CABA: “¿Podés imaginar todos los días de tu vida justificando tu existencia?”
“¿Por qué sos así?” “¡Tu color es feo!” “¡Volvete a tu país!” “¡Callate peruana!” “Ustedes son tontos y no saben hacer nada”. La violencia verbal y emocional ejercida sobre la niña durante la primaria fue constante. Alma, reducida por la desvalorización, no supo cómo defenderse y creyó que el mejor camino sería encerrarse en sí misma y pasar desapercibida hasta el punto de anularse.
“Me daba miedo y vergüenza que puedan señalarme o criticarme por ser quien era, quería evitar cualquier tipo de comentario con respecto a mi color y mis rasgos”, rememora. “Mis padres, a su vez, no eran bien vistos por los padres de mis compañeros, les negaban la palabra y hasta la mirada. Mi madre sufría mucho cada reunión de la escuela, incluso una vez regresó llorando, es duro ser menospreciado e ignorado. A mi padre, uno de los padres de mis compañeros casi le pega porque, según él, tenía cara de chorro”, continúa Alma.
La secundaria fue más dura aún, no solo por sus compañeros. Con la llegada de la adolescencia, el mundo interno de Alma comenzó a derrumbarse. Sus rasgos la acomplejaban, su color, su familia: “Tenía muchísima vergüenza de quién era y cómo era”.
La invisibilidad practicada en sus años de infancia se tornó en un desafío complejo y los “negra de mierda”, “callate negrita”, “peruana (o boliviana) de mierda”, “india”, y los “fea” abundaban, junto a las miradas de asco y los sentimientos de superioridad.
“Me dolía muchísimo esos señalamientos, yo no tenía la posibilidad de cambiar mi cuerpo. No me gustaba mirarme al espejo y cuando me miraba me rechazaba. En silencio deseaba ser, aunque sea, un poco más blanca, pensaba que con eso podía tener más aceptación, tener amigos. Empecé a teñirme, usaba cremas blanqueadoras o recetas caseras para blanquear la piel, todo lo que podía encontrar que me conduzca allí. He gastado mucha energía mental y emocional anhelando ser una mujer más blanca, de hecho, me provocó una crisis psicológica muy grave. Nada servía, claro, no podía cambiar mi rostro”.
“La falta de representación en mi niñez fue otro problema importante, no había gente que se pareciera a mi familia, ni a mí en los medios de comunicación, en ningún espacio de belleza o espacios de poder. La falta de representación lo único que hizo fue, de alguna manera, legitimar el racismo que vivía y el sentir que había lugares a los que no pertenecíamos y que no íbamos a poder alcanzar. Para nuestra sociedad la blanquitud es la mayor aspiración y el máximo exponente de la belleza”.
“Las personas racializadas crecemos y nos desarrollamos entre las miradas dominantes y de superioridad que nos humillan hasta querer hacernos desaparecer. Entre palabras y prejuicios de los que nadie quiere hacerse cargo, pero todos reproducen y aceptan. El racismo a menudo es invisible para quienes no lo sufren”, reflexiona Alma. “Escuchar a mi mamá resignada al negra de mierda que le gritan por la calle. Entrar a un restaurante en familia y que nos miren despectivamente, viajar y que se agarren la cartera fuerte. Mi tía contándome que cada vez que entra al super se le acerca el de seguridad y le pide que le muestre la cartera: `¿por qué siempre a mí?´”
“Estamos acusados de ser quienes roban trabajos, roban tierras, ser quienes se aprovechan del sistema de salud, la educación, los planes sociales. ¿Podés imaginar todos los días de tu vida justificando tu existencia?”, continúa. “Aunque seamos argentinos, siempre se nos cuestiona de dónde somos porque nuestros rasgos no coinciden con el discurso del origen europeo de Argentina”.
Crisis psicológica y renacimiento: “Me dispuse a dejar de sentirme fea por mi origen y empezar a reconciliarme con todo lo que eso representaba”
El dolor reprimido por años quebró la represa celosamente construida por Alma. Una crisis psicológica causada por su dismorfofobia -no querer estar en el cuerpo que habitaba- puso en vilo su salud mental. Por fortuna, la adolescente comenzó un tratamiento que la llevó, poco a poco, a hablar, a descubrir que lo que sufría llevaba a muchos a torcer personalidades, callar, invisibilizarse para sufrir menos: “Pero el dolor siempre busca un lugar donde anidar en el cuerpo, en la mente”.
Alma terminó el secundario y dejó atrás aquel ambiente hostil. Resultó liberador y, a partir de entonces y con ayuda de la terapia, se dispuso a dejar de sentir vergüenza. Vergüenza por su familia, por sus rasgos: “Dejar de sentirme fea por mi origen y empezar a reconciliarme con todo lo que eso representaba”.
La joven empezó a estudiar artes visuales, y a autorretratarse y retratar a sus allegados. El arte la hacía apreciar sus rasgos diferentes, dibujarse comenzó a ser un acto de reconciliación con ella misma. Hablar, por otro lado, fue su otro eslabón hacia la sanación: “Les contaba a todos mis conocidos abiertamente de ser migrantes, eso tan mínimo era para mí algo muy aliviador. Otro paso era hablar con mi familia, escucharla de verdad. Aprendí a valorar las vivencias de mis padres, su esfuerzo, su dolor por haber dejado su tierra. El quechua que no nos pudieron compartir por miedo a arruinar nuestro español, las vestimentas a las cuales tuvieron que renunciar por vivir en la ciudad”.
“La música también me ayudó, escuchar y cantar las coplas y vidalas, los cantos con caja, era algo que me conmovía muchísimo, esa música tenía que ver conmigo. También viajé de mochilera por dos años, recorrí Argentina, Chile, Bolivia, Perú y México, me sorprendía haber salido de CABA y encontrarme con que el resto de Argentina tiene profundas raíces indígenas”.
Roma, Yalitza Aparicio y una revelación: “¿Qué hubiera pasado si eso hubiese sucedido en mi niñez?”
Hubo un evento en particular en la vida de Alma, que derivó en ese “clic” definitivo, en asimilar por completo sus traumas y en abrazar la idea de que ella, aunque sea desde lo más mínimo, podía ser parte del cambio.
Sucedió cuando vio el film Roma sin saber demasiado acerca del mismo. El vuelco que Alma sintió en su corazón al ver que era protagonizada por una mujer indígena, Yalitza Aparicio, fue indescriptible. La película y sus imágenes la movilizaron en lo más profundo y, para coronar su emoción, al día siguiente descubrió a Yalitza en la portada de la revista Vogue.
“Por primera vez en toda mi vida veía un rostro parecido al mío en una revista con tanta legitimación y visibilidad, no solo eso, ocupando un lugar que representa la belleza. Un lugar que nunca ocupamos pero que tampoco creí que podíamos ocupar jamás. Fue como si mi niña interior se alegrara después de tanto tiempo. Era como verme a mí misma. ¿Qué hubiera pasado si eso hubiese sucedido en mi niñez? Me di cuenta del poder y de lo importante que es la representación. A veces, las personas blancas, no se dan cuenta de esto, porque están siendo representadas todo el tiempo”.
“Nuestros rostros han sido invisibilizados históricamente y nos han desprovisto de nuestra posibilidad de belleza, somos asociados con lo feo, lo malo y lo marginal. Entonces para mí ver una mujer con ese rostro fue algo que me marcó”.
El camino hacia el modelaje: “que nadie nos condene e invalide nuestra voz por nuestro color de piel, nuestros rasgos o cultura”
Fue por aquellos días de Roma, que un fotógrafo amigo de Alma la contactó para darle una noticia inesperada: había presentado su trabajo para un concurso y una foto que le había tomado a ella había sido seleccionada y se expondría en Gran Bretaña. Pero las novedades no quedaban allí, también le dijo que le había mostrado su imagen a la marca Limay Demin (una marca de jeans de producción local y horizontal) y que la querían como modelo: “Estaba un poco intimidada. Incluso le mandé un mensaje a la dueña de la marca para explicarle que yo no tenía un cuerpo hegemónico, ni nada de eso”.
El día de su primera sesión fotográfica como modelo, Alma se halló contenida por personas que la hicieron sentir hermosa, que sabían lo fuerte que era estar siendo retratada. Poco tiempo después, supo que Jazmín Chebar se había propuesto representar la diversidad en las mujeres. En el casting encontró modelos delgadas, blancas y altas. No había diversidad real y no fue seleccionada.
“Fui pensando que no iba a quedar, pero no me importaba”, asegura. “Para mí lo más importante era ocupar ese espacio, verme ahí y que me vean ahí, como un trabajito de hormiga. A la salida del casting me crucé con una mujer con mis mismos rasgos, nos reconocimos”.
Aquella mujer se transformó en su amiga, Nia Huaytalla, activa en la lucha contra el antirracismo, indígena chanka. Hasta entonces, Alma nunca había oído hablar de la palabra racismo asociada a sus vivencias, sí de discriminación o xenofobia.
“Empecé a leer y entendí de un momento a otro que todo lo que habíamos vivido era, efectivamente, racismo. Lloré mucho y por días, fue muy fuerte para mí. Al fin podía ponerle nombre a mi dolor y podía traducirlo en palabras. Al fin podía dejar de naturalizarlo y empezar a cuestionarlo realmente. Me di cuenta de que no era la única, era un patrón que se repetía en cada persona migrante y/o racializada. Fue un balde de agua fría”, confiesa Alma, quien hoy participa en el medio de comunicación comunitario SISAS MEDIO, un grupo conformado por mujeres y disidencias indígenas y racializadas de diferentes etnias, que abordan luchas múltiples y que abrazan la cosmovisión indígena: “Lo que hizo el colonialismo y el racismo con las identidades indígenas fue separarnos y reducirnos a seres individuales. En las cosmovisiones indígenas no existe el individuo, existimos en comunidad, en el ayllu, nos sostenemos unos a otros”.
“Ser modelo era un posicionamiento político contra el racismo, los prejuicios y para derribar la relación de nuestros cuerpos con la servidumbre. No quiero que nadie insinúe o se atreva a decir que no podemos ser bellas, inteligentes o capaces… que nadie nos condene e invalide nuestra voz por nuestro color de piel, nuestros rasgos o cultura. Quiero incomodar a todos los que crean lo contrario. Necesitamos representación para poder reconocernos, para poder vernos. Porque lo que no se nombra no existe”, expresa Alma, quien ya ha sido portada de Marie Claire, modeló Bafweek, para la diseñadora Aldi Vega en DesignersBA, y actualmente es parte de la campaña de adidas, #siempreoriginal.
Una marca que apuesta a la diversidad y una deuda: “El antirracismo tiene que ser parte de la agenda”
A partir de aquellas experiencias con el modelaje, Alma siguió intentándolo con esporádico éxito, ya que la participación de mujeres indígenas en aquel mundo es casi nula. Una de las marcas que en la actualidad ha apostado por abrir su universo representativo es adidas. Hallaron a Alma a través de las redes y le propusieron participar en su campaña #siempreoriginal, que habla sobre y desde la diversidad.
“El cambio real es difícil ya que esta problemática se reproduce todo el tiempo”, sostiene Alma. “A nadie le importa cuando muere un hombre o una mujer negra, migrante o de rasgos indígenas. Nuestras muertes están naturalizadas. Hay vidas que valen más que otras incluso para los medios de comunicación y para el Estado. El antirracismo tiene que ser parte de la agenda. Hasta el día de hoy nos quieren hacer creer que la masa negra, indígena, es minoría, cuando en realidad estamos por todos lados. Y me pregunto, ¿por qué ni siquiera los discursos de diversidad llegan a incluir a las mujeres indígenas?”.
“Te veo, eres importante para mí y te valoro”
Tal vez sea hora de que nosotros, todos los habitantes de este suelo, tengamos una palabra como las tribus del Natal, en Sudáfrica. Nuestro propio Sawubona, que no sea tan solo pronunciado de la boca para fuera, sino sentido y practicado. “Te veo, eres importante para mí y te valoro”.
Alma recuerda aquella niña de seis años anulada en días de escuela tormentosos y la abraza. Le duele saber que en las instituciones educativas hay un vaciamiento y negación del rol trascendental que tuvieron los hombres y mujeres indígenas, así como los negros, en la construcción de la nación e historia argentina.
Pero hoy, a diferencia del pasado, la joven de 27 años celebra sus orígenes, su cuerpo, sus rasgos y su identidad con fuerza. Los aprendizajes en el camino han sido múltiples, tan desgarradores como transformadores.
“Mi bisabuela, una hermosa quechua, predijo mi nacimiento cuando le leyó la coca a mi madre y le dio la noticia de que estaba embarazada de una niña. Mi madre migró conmigo en su vientre. Unos meses después nací en Buenos Aires. Fui una niña para la cual lo natural era sentirse inferior, rechacé mi color y mis rasgos, separada de mi identidad. Muchos han podido transitar con esos dolores a cambio de renunciar a su identidad. Pero muchos nos damos cuenta que negar y desvincularnos de nuestras raíces es creer que se puede enterrar un dolor que está vivo y aún late en nosotros y en nuestros hermanos. Me reencontré con la fuerza de mis ancestros y pude desandar todos los prejuicios raciales que otros y yo misma había creado sobre mis rasgos”.
“Comprendí que mi cuerpo contiene algo muy importante en su interior y es a mi ser. Mi cuerpo es la herramienta que tengo para manifestarme en este mundo. Gracias a él vivo todos los días y sueño todas las noches. Mi cuerpo es el recipiente de mi espíritu, nada más ni nada menos. Solo con este cuerpo y con ninguno más transitaré esta vida, por todo esto hoy lo defiendo y confío en mi cuerpo y belleza originaria”, dice Alma.
“Asimismo, como mujer quechua, Kichwa Warmi, la naturaleza no es algo externo a mí. Estoy compuesta por ella. Soy parte de este gran ser vivo. Si me alejo de ella, me estoy alejando de mí misma. Pero no es solo naturaleza lo que debo cuidar y escuchar, lo comunitario y la unidad con nuestro pueblo es imprescindible para poder estar en equilibrio”.
“Más allá de lo político entiendo que la injusticia que existe en nuestras mentes y corazones humanos puede que no desaparezca, aunque el sistema se arregle. Ese es un trabajo más profundo. Espero una sociedad más empática que se proponga desarmar sus prejuicios y crueldad. Una sociedad más sensible”, concluye.
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