De Caro y una sociedad de cinéfilos no tan secreta
Hay bastante gente para ser una fría trasnoche de viernes en una sala de cine que es demasiado grande, como ya casi no quedan en Buenos Aires. Y la cuestión no es repetir otra vez aquello de que el cineclub hoy se ha convertido en un refugio para cinéfilos en un mundo que ha abandonado el fílmico y la diversidad en la cartelera, pero la existencia de ciclos como este sí es, definitivamente, significativa: todas estas personas están acá para ver una película de terror de hace unos años, que no habrá pasado al canon del cine nacional, pero constituye una experiencia inusual, y muchos saben que la verán con algunas rayas y los desperfectos materiales propios del soporte en que se proyectaba el cine hasta hace no tanto. "Hay un pibe, que tendrá entre 25 y 30 años, que viene todos los viernes, solo, con su mochila, y me pregunta: ‘¿La de hoy es en fílmico?’ Yo laburo para él, su presencia le da sentido a cada una de estas ediciones", dice Sebastián De Caro, actor, curtido cinéfilo, divulgador y director de cine, conductor radial y autor de varios libros, ahora en condición de programador y presentador de Sociedad Secreta del Cine, el ciclo de proyecciones que desde mediados de julio y hasta por lo menos principios de octubre, ofrece un panorama absolutamente ecléctico de cine argentino en la sala principal del Incaa y una de las más emblemáticas de la zona de Congreso y a esta altura de Buenos Aires: el Gaumont. "Es un cine histórico: yo no puedo creer todas las películas que vi acá, y no puedo creer que cada semana estoy charlando con gente, directores, guionistas, críticos, que alguna vez me tuvieron sentado enfrente como público a lo largo de los últimos 20, 25 años".
El ciclo, producido por el Incaa, se propone, tal como indica su presentación oficial, reunir "las películas más demenciales del cine argentino", y se inauguró con Invasión, de Hugo Santiago (obra de culto, famosa por, entre otros motivos, el guion escrito por Borges y Bioy) en la copia en 35mm restaurada por la Cinemateca Francesa, con la participación del crítico Angel Faretta como copresentador invitado. Le siguieron, entre otras, 1000 Boomerangs (1995), de Mariano Galperín; Fuego gris (1993), de Pablo César, con banda sonora de Spinetta; Sudor frío (2010), del especialista en terror Adrián García Bogliano, y La ciénaga, con entrevista a Lucrecia Martel previa a la proyección. A lo largo de las próximas semanas se verán algunas obras tal vez insuficientemente recordadas (cuando no directamente malditas), como ¿Sabés nadar? (Diego Kaplan, 1997), y dos "de género" cosecha 88: Alguien te está mirando, de Horacio Maldonado y Gustavo Cova, y la posnuclear Lo que vendrá, de Gustavo Mosquera con Charly García y Hugo Soto. ¿Cuál es el eje de una programación tan diversa? La cabeza de De Caro; sus intereses, su memoria, sus ganas de compartir este espacio con personajes y propuestas que lo marcaron.
"El ciclo nace de una serie de charlas que tuvimos con Mercedes Funes, del equipo de comunicación del Incaa, y la gente de Blood Window (el festival de cine fantástico y de terror del Instituto de Cine). Lo que se me ocurrió a partir de estas conversaciones estuvo muy inspirado obviamente, en el ámbito local, por las experiencias del Cineclub Nocturna, por las proyecciones de Fernando Martín Peña con Fabio Manes; por Pablo Conde y sus medianoches en Mar del Plata", dice De Caro, recorriendo el linaje de Sociedad Secreta del Cine y su amplitud curatorial. "Todas esas funciones nocturnas que me hicieron tan feliz que sentí que alguna vez tenía que hacer algo así. También tengo el deseo secreto de alguna vez dirigir aunque sea una edición de un festival de cine, y programar un pequeño ciclo es parte de un camino hacia eso".
Hubo además inspiraciones extranjeras, provenientes de su panteón personal. "Esto es de alguna manera también un robo al director español Nacho Vigalondo, que ha armado una programación de películas que le gustaban [Trash entre amigos, definido como un ciclo de "pelis basura" favoritas de Vigalondo y amigos]; y a Quentin Tarantino en su sala en Los Ángeles, el New Beverly Cinema; y al Alamo Drafthouse texano". Es decir, a aquellos que sostienen "la idea de que el ir al cine es una fiesta. Por eso tenemos a DJ Zurita musicalizando la entrada a la sala. El cine es un dispositivo tan divertido que el solo hecho de venir ya está bueno. Es como el vinilo: no hace falta que la canción esté tan buena, el solo evento de que el disco esté girando ya vale la pena. El cine tiene esa misma magia: tengo el recuerdo de dónde vi cada película; hay un mapa sensible muy fuerte de cuando iba al cine en otras épocas, mientras que hoy tenemos un problema que es el registro permanente, que todo se muestra en redes, todo queda registrado y la memoria se atrofia, porque ya te va a decir Facebook cuándo viste tal película. Pero uno, que va al cine desde hace décadas, recuerda las lobby cards, las fotos en las puertas de los cines, recuerda ir con una vergüenza enorme a pedirle al acomodador: 'Señor, ¿me puedo llevar el afiche de la película?', y que te dijeran que si volvías en dos o tres semanas, te lo podías llevar. Por eso el nombre de Sociedad Secreta del Cine, porque hay algo de esas experiencias y de saberes compartidos, y porque no es un ejercicio de nostalgia sino de resistencia".
–Hoy, que circula tanto un discurso acerca de la muerte del cine, ¿qué descubriste del público que asiste a estas proyecciones?
–Algo que en verdad no es nada nuevo; que es un clisé grande como una montaña pero totalmente cierto, que es que el cuadro es también el marco con el que se cuelga. Porque no es lo mismo ver El acto en cuestión, de Alejandro Agresti, en esta pantalla gigantesca, rodeado de un montón de gente, que en tu casa en video. No digo esto haciéndome el romántico de las cosas arcaicas, sino que estoy convencido de que hay algo genuino en esto de vernos las caras, del rito y de la responsabilidad del silencio en la sala, de las risas entre todos, del estupor entre todos y también del desconcierto entre todos –porque hay algunas películas desconcertantes en la programacion–. Lo que quise evitar por encima de todo es la pose, el gesto canchero de reinvidicar películas de dudosa calidad sobre esa idea medio común de que "bueno, pero con esa nos cagabamos de risa". De haber habido una copia en buenas condiciones de Los caballeros de la cama redonda [de Gerardo Sofovich, con Olmedo y Porcel], la habría programado de muy buen gusto y lo hubiera hecho desde el mismo lugar desde el cual pasamos La ciénaga, de Lucrecia Martel: es decir, explicando por qué está ahí, contextualizando, charlando, no defendiendo cualquier cosa sino registrando qué tiene de interesante. Porque claro tiene cosas interesantes: hay un testimonio de época, una manera de ver el mundo, y una poderosa secuencia inicial, que es una engañosa especie de cinema verité de 5 minutos. Lo que no hay en estas proyecciones es nada de consumo irónico: eso nunca, ese es mi dogma.
"Hacer películas"
Hace poco más de diez años Seba De Caro interpretó a Tony Forcelli, fiel amigo de Juan Perugia (Gastón Pauls) en la divertida serie televisiva Todos contra Juan. Amante del cine siempre al borde del fetichismo, el personaje de Tony –habitante perfecto del videoclub del protagonista–, habrá hecho desde la ficción lo suyo para cimentar una faceta de la que eventualmente De Caro se hartó: la del bicho pop y un poco nerd, experto en trivias. Se hartó porque su formación como cinéfilo es en rigor mucho más amplia y profunda; un poco como su propuesta actual como programador y presentador en las trasnoches del Gaumont: cabe de todo. Para entonces, De Caro ya era famoso por la televisión (Montaña rusa en los 90; su rol como panelista de Gran Hermano con vocación para la polémica), pero aseguraba: "Lo único que me interesa es hacer películas. Dirigirlas: no actuar, no aparecer. Por mucho afecto que les tengo a muchas cosas que hice podría no pisar más un estudio de televisión ni de radio si pudiera dedicarme solo al cine".
Cuando tenía 23 años, juntó unos 4000 dólares y a unos cuantos amigos (algunos de ellas caras conocidas de la televisión, como Esteban Prol, Laura Azcurra, Julieta Díaz, Nicolás Mateo), compró una cámara de video en Musimundo y se lanzó. En una época en la que no había muchos referentes locales haciendo películas en video (aunque siempre estuvo Perrone, claro), hizo, en unas 16 jornadas, inspirado un poco en la obra temprana e indie de Kevin Smith, su primer largometraje: Rockabilly (2000). Y si bien a lo largo de los años su autor la desestimaría un poco en términos narrativos, nunca dejó de valorarla como experiencia, así como a sus siguientes películas, hechas en veloz sucesión y también con presupuestos cercanos a cero: De noche van a tu cuarto, Vacaciones en la Tierra y Recortadas. "No volví a verlas", dice De Caro, "pero a mí lo que me gusta es que demuestran que cualquiera puede hacer una película. A los 23 ya me sentía viejo y me mandé. Lo cierto es que ahí aprendés todo, un rodaje en esas condiciones es como ir a la guerra sin armas: son muchos días de rodaje gratis, y sobreviviste con un escarbadientes. Después, cuando te contratan para dirigir un comercial, decís: esto es fácil, lo puede hacer hasta un mono; acá tenés tiempo para pensar. En cambio, estas películas no te daban tiempo para nada; para filmar cortábamos la calle por nuestra cuenta, nos metíamos a grabar en las catacumbas del Pasteur, hacíamos pasar un auto por arriba de la cámara. Tengo recuerdos de dolor físico, pero nos curtieron para todo: llegamos al rodaje de 20.000 besos (2013), la primera de mis películas que tuvo estreno en salas comerciales, con 200 horas de rodaje encima. Por eso creo que aquellas primeras películas tal vez no tienen valor cinematográfico pero sí para mi formación como cineasta: fue mi universidad".
La Sociedad Secreta del Cine tiene prevista para el próximo viernes 13 de septiembre la proyección de El acto en cuestión, el film de culto de Alejandro Agresti, pleno de "magia, ocultismo y aventuras porteñas en clave Orson Welles", y hablando de magia, las artes oscuras están intensamente presentes en Claudia, la película que De Caro estrena justo un día antes, el próximo jueves 12, su primera como director en seis años, la misma que abrió el Bafici hace cuatro meses. Protagonizada por una magnética Dolores Fonzi, Claudia tiene en su centro a una organizadora de eventos y wedding planner obsesiva y perfeccionista que el mismo día en que muere su padre es convocada para reemplazar a una compañera de trabajo en la dirección de un casamiento en el que se va insinuando, de a poco, un clima extrañado y hasta sobrenatural.
–Dijiste de Dolores que resultó ser "el sueño de cualquier director".
–Creo que con ella seríamos muy buenos compañeros de viaje: me encontré con que tenemos el mismo ritmo para muchas cosas, muchas veces la misma sintonía para concentrarnos en algo, para desconcentrarnos, para poner la neura necesaria. Es de verdad el sueño no solo de cualquier director sino de cualquier compañero de rodaje, porque reúne dos condiciones: es una gran actriz y una estrella de cine, que no es lo mismo.
Mientras estrena película propia y sigue presentando las de otros en el Gaumont, De Caro además participa del Apache Club de Cine, que nació de una iniciativa de Mariano Llinás y Tomás Guiñazu, y que consiste en "tratar de generar un espacio de encuentro y de divulgación, con talleres, charlas y proyecciones". Todas estas actividades se complementan, dice De Caro, con las del cineasta: "Dar charlas en bares de cine, en universidades y casas de cultura te ayuda a ver qué está faltando en el cine en el siglo XXI; qué se perdió y cuál es su propósito hoy. Como en las proyecciones de Sociedad Secreta, se aprende mucho intentando enseñar; te obliga a revisar y estudiar. Son tareas complementarias del cineasta: hablar de películas, comprar bandas sonoras y afiches e ir a ver películas a lugares que ya no son salas de cine. Es una cosa omnívora".
- Todos los viernes. El ciclo durará hasta principios de octubre, y tiene lugar los viernes a la medianoche en la sala principal del Incaa y una de las más emblemáticas de Buenos Aires: el Gaumont, en avenida Rivadavia 1635
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